2000–2009
La preparación espiritual: Comiencen con tiempo y perseveren
Octubre 2005


La preparación espiritual: Comiencen con tiempo y perseveren

La gran prueba de esta vida es ver si daremos oídos a los mandamientos de Dios y los obedeceremos en medio de las tormentas de la vida.

Muchos de nosotros hemos reflexionado en cómo prepararnos para las tormentas. Hemos visto y sentido el dolor de mujeres, hombres y niños, de los ancianos y de los débiles atrapados en los huracanes, los maremotos, las guerras o las sequías. Nuestra reacción suele ser: “¿Cómo puedo prepararme?”. Entonces nos entran las prisas por comprar y hacer acopio de aquello que creemos que podríamos necesitar el día que nos enfrentemos con esos desastres.

Pero hay una preparación aún más importante que debemos acometer ante las pruebas que, ciertamente, todos vamos a tener. Esa preparación debe comenzar cuanto antes, pues requiere tiempo. Lo que necesitaremos entonces no se puede comprar ni pedir prestado, no se almacena y es preciso utilizarlo con regularidad y frecuencia.

Lo que necesitaremos en el tiempo de nuestra prueba será una preparación espiritual. Para superar la prueba de la vida de la que depende toda nuestra eternidad es necesario haber desarrollado una poderosa fe en Jesucristo. Esa prueba forma parte del propósito que Dios tenía reservado para nosotros durante la Creación.

Gracias al profeta José Smith tenemos la descripción que el Señor hace de dicha prueba. Nuestro Padre Celestial creó el mundo con la ayuda de Su Hijo Jesucristo, y éstas son las palabras que describen el objeto de la Creación: “Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar; y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”1.

La gran prueba de esta vida es ver si daremos oídos a los mandamientos de Dios y los obedeceremos en medio de las tormentas de la vida. No se trata tanto de soportar las tormentas como de hacer lo justo en medio de ellas. La gran tragedia de la vida es no superar esa prueba y, por tanto, no hacernos merecedores de regresar en gloria a nuestro hogar celestial.

Somos la progenie espiritual de un Padre Celestial que nos amó y enseñó antes de que naciéramos en este mundo. Nos dijo que deseaba darnos todo lo que Él tenía, pero que para ello, era preciso obtener un cuerpo terrenal y ser probados. Por causa del cuerpo, padeceríamos dolor, enfermedades y la muerte.

Quedaríamos sujetos a las tentaciones mediante los deseos y las debilidades propias del cuerpo mortal. Las sutiles y poderosas fuerzas del mal intentarían que cediésemos a esas tentaciones. La vida tendría tormentas en medio de las cuales deberíamos tomar decisiones basándonos en la fe en lo que no veríamos con el ojo natural.

Se nos prometió que tendríamos a Jehová, Jesucristo, como nuestro Salvador y Redentor. Él aseguraría la resurrección de todo el género humano y posibilitaría que pasáramos la prueba de la vida si ejercíamos la fe en Él por medio de la obediencia. Nos regocijamos todos al oír tan buenas nuevas.

En un pasaje del Libro de Mormón, otro testigo de Jesucristo, se describe la dificultad de la prueba y lo que hará falta para pasarla:

“Anímense, pues, vuestros corazones, y recordad que sois libres para obrar por vosotros mismos, para escoger la vía de la muerte interminable, o la vía de la vida eterna.

“Por tanto, mis amados hermanos, reconciliaos con la voluntad de Dios, y no con la voluntad del diablo y la carne; y recordad, después de haberos reconciliado con Dios, que tan sólo en la gracia de Dios, y por ella, sois salvos.

“Así pues, Dios os levante de la muerte por el poder de la resurrección, y también de la muerte eterna por el poder de la expiación, a fin de que seáis recibidos en el reino eterno de Dios, para que lo alabéis por medio de la divina gracia. Amén”2.

Será necesario tener una fe inquebrantable en el Señor Jesucristo para escoger el camino que conduce a la vida eterna. Por medio del ejercicio de esa fe, conoceremos la voluntad de Dios. Al actuar movidos con esa fe desarrollaremos entereza para hacer la voluntad de Dios. Y al ejercer esa fe en Jesucristo resistiremos la tentación y obtendremos el perdón por medio de la Expiación.

Será necesario haber desarrollado y nutrido esa fe en Jesucristo mucho antes de que Satanás nos golpee, como lo hará, con las dudas y apele a nuestros deseos carnales, y con la voz de la mentira nos diga que lo bueno es malo y que no hay pecado. Esas tormentas ya están arreciando y, hasta que el Salvador vuelva, no harán sino empeorar.

No importa cuánta fe en Dios tengamos ahora, será preciso fortalecerla continuamente y mantenerla fresca. Eso se hace al decidir en este momento ser más prestos para obedecer y tener mayor determinación para perseverar. Aprender a comenzar con tiempo y perseverar son las claves de la preparación espiritual, mientras que la postergación y la inconstancia son sus más mortíferos enemigos.

Permítanme sugerirles cuatro escenarios en los cuales practicar una obediencia rápida y firme. Uno es el mandamiento de deleitarse en la palabra de Dios. Otro es orar siempre. El tercero es el mandamiento de ser pagador de un diezmo íntegro. Y el cuarto es huir del pecado y de sus terribles efectos. Cada uno requiere fe para comenzar y luego perseverar, y en conjunto podrán fortalecer su capacidad para conocer y obedecer los mandamientos del Señor.

Ya contamos con la ayuda del Señor para comenzar. En agosto, el presidente Gordon B. Hinckley nos prometió lo siguiente si leíamos el Libro de Mormón de principio a fin antes de terminar el año: “Sin reservas les prometo que, si cada uno de ustedes sigue ese sencillo programa, sin tener en cuenta cuántas veces hayan leído antes el Libro de Mormón, recibirán personalmente y en su hogar una porción mayor del Espíritu del Señor, se fortalecerá su resolución de obedecer los mandamientos de Dios y tendrán un testimonio más fuerte de la realidad viviente del Hijo de Dios”3.

Ésa es la mismísima promesa del aumento de fe que precisamos para estar preparados espiritualmente; pero si demoramos el comienzo de la obediencia a esa invitación inspirada, el número de páginas que deberemos leer cada día será cada vez mayor. Si dejamos de leer aunque tan sólo sea por algunos días, aumentará el margen para el fracaso. Por eso decidí leer más de lo que había previsto para cada día a fin de poder optar a las bendiciones prometidas del espíritu de resolución y del testimonio de Jesucristo. Cuando diciembre llegue a su fin, habré aprendido a actuar en cuanto reciba un mandamiento de Dios y a perseverar en la obediencia.

Es más, al leer el Libro de Mormón, oraré para que el Espíritu Santo me ayude a saber lo que Dios espera de mí. De hecho, se nos promete que esta súplica tiene respuesta en el propio libro: “Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer”4.

Obedeceré sin dilación lo que me indique el Espíritu Santo al leer el Libro de Mormón y meditar en él. Cuando termine el proyecto en diciembre, habré tenido muchas experiencias que habrán fortalecido mi fe para ser obediente; así se fortalecerá mi fe. Y conoceré por propia experiencia el resultado que se obtiene al acudir a las Escrituras con tiempo y constancia para saber lo que Dios desea que yo haga y luego hacerlo. Si actuamos así, estaremos mejor preparados para cuando lleguen las tormentas rigurosas.

Entonces podremos elegir qué hacer después del 1º de enero. Podremos escoger suspirar aliviados y decirnos: “He almacenado una gran reserva de fe al haber comenzado con tiempo y perseverado en la obediencia. La conservaré para cuando me enfrente con las pruebas al llegar las tormentas”. Hay una manera mejor de prepararse, porque la gran fe caduca en breve si no se fortalece de continuo. Podríamos optar por seguir estudiando las palabras de Cristo en las Escrituras y las enseñanzas de los profetas vivientes. Eso es lo que voy a hacer. Retomaré la lectura del Libro de Mormón y beberé de él abundante y frecuentemente. Entonces me sentiré agradecido por lo que habrán hecho el reto y la promesa del profeta para enseñarme cómo tener más fe y conservarla.

La oración personal puede también incrementar nuestra fe para hacer lo que Dios nos mande. Se nos manda orar siempre para no ser vencidos. Parte de la protección que vamos a precisar consistirá en la intervención directa de Dios, pero la mayor parte de esa protección será el resultado de edificar nuestra fe para obedecer. Podemos orar diariamente para saber lo que Dios desea que hagamos. Podemos comprometernos a empezar a hacerlo de inmediato en cuanto recibamos la respuesta. Mi experiencia me dice que Él siempre contesta tales peticiones. Entonces debemos elegir obedecer. Sólo así edificaremos la fe suficiente para no ser vencidos, y tendremos la fe necesaria para regresar una y otra vez en busca de más instrucción. Cuando lleguen las tormentas, estaremos preparados para ir y hacer lo que mande el Señor.

El Salvador ejemplificó sobremanera la oración sumisa. Mientras efectuaba la Expiación en el huerto de Getsemaní, oró para que se hiciera la voluntad de Su Padre. Él sabía que la voluntad de Su Padre suponía el que Él hiciese algo tan doloroso y tan terrible que nosotros no podemos comprenderlo. Oró no sólo para aceptar la voluntad del Padre, sino para hacerla, mostrándonos así la manera de orar con una sumisión perfecta y resoluta.

El principio de ejercer fe con antelación y perseverancia se aplica también al mandamiento del pago del diezmo. No conviene aguardar hasta el ajuste anual de diezmos para decidir ser pagador de un diezmo íntegro; podemos decidirlo ahora. Lleva tiempo aprender a controlar nuestros gastos con fe en que lo que tenemos procede de Dios. Hace falta fe para pagar nuestro diezmo sin demora ni postergación.

Si decidimos ahora ser pagadores de un diezmo íntegro y somos firmes en su pago, recibiremos bendiciones durante todo el año y también en el momento del ajuste anual. Al decidir ahora mismo ser pagador de un diezmo íntegro, y gracias a nuestro empeño constante en obedecer, nuestra fe se verá fortalecida y, con el tiempo, nuestro corazón se ablandará. Es ese cambio en el corazón gracias a la expiación de Jesucristo, más que el hecho de entregar nuestro dinero o bienes, lo que posibilita al Señor prometer a los pagadores de un diezmo íntegro el recibir protección en los últimos días5. Podremos tener confianza en que seremos merecedores de esa bendición de protección si nos comprometemos ahora a pagar un diezmo íntegro y somos constantes al hacerlo.

Ese mismo poder de decidir con tiempo ejercer la fe y ser perseverantes en la obediencia se aplica a obtener la fe indispensable para resistir la tentación y recibir el perdón. El mejor momento para resistir la tentación es “anticipadamente”, mientras que el mejor momento para arrepentirse es “ahora”. El enemigo de nuestra alma pondrá pensamientos en nuestra mente para tentarnos. Decidamos con antelación ejercer la fe para expulsar los malos pensamientos antes de actuar llevados por ellos. También podemos decidir actuar con prontitud para arrepentirnos cuando pecamos antes de que Satanás debilite nuestra fe y nos atrape. Siempre es preferible buscar el perdón en el momento mismo a hacerlo posteriormente.

Cuando mi padre estaba postrado en el que sería su lecho de muerte, le pregunté si no creía que era el momento de arrepentirse y orar suplicando el perdón de cualquier pecado que tuviera sin haberlo resuelto con Dios. Puede que mis palabras le transmitieran la idea de que tal vez podría tener miedo a la muerte y al Juicio final, pero se limitó a reírse y me dijo: “Ah, no, Hal. Ya me he arrepentido por el camino”.

El decidir ahora ejercer la fe y perseverar en la obediencia, con el tiempo, será una fuente de gran fe y certeza. Ésa es la preparación espiritual que todos necesitaremos; y con ella estaremos preparados para recibir, en los momentos de crisis, la promesa del Señor: “Si estáis preparados, no temeréis”6.

Así será cuando nos enfrentemos con las tormentas de la vida y con la perspectiva de la muerte. Nuestro amoroso Padre Celestial y Su Hijo Amado nos han dado toda la ayuda posible para superar la prueba de la vida. Pero es indispensable decidir obedecer y luego hacerlo. Edificamos la fe para pasar las pruebas de la obediencia con el tiempo y por medio de las decisiones diarias. Podemos decidir ahora hacer sin dilación lo que Dios nos pida y también podemos decidir ser firmes y constantes en las pequeñas pruebas de obediencia que edifican la fe que precisamos para superar las grandes pruebas, que ciertamente vendrán.

Sé que ustedes y yo somos hijos de un Padre Celestial amoroso. Sé que Su Hijo Jesucristo vive y que Él es nuestro Salvador, y que pagó el precio de todos nuestros pecados. Él resucitó, y Él y nuestro Padre Celestial aparecieron al joven José Smith. Sé que el Libro de Mormón es la palabra de Dios y que fue traducido por el don y el poder de Dios. También sé que ésta es la Iglesia verdadera de Jesucristo.

Sé que por medio del Espíritu Santo podemos aprender lo que Dios desea que hagamos y testifico que Él puede darnos el poder de hacer lo que nos pida, cualesquiera que sean las pruebas que sobrevengan.

Ruego que escojamos obedecer al Señor con prontitud, siempre, tanto en los momentos de calma como en las tormentas. Si lo hacemos, nuestra fe se fortalecerá, hallaremos paz en esta vida y obtendremos la certeza de que nosotros y nuestras familias seremos merecedores de la vida eterna en el mundo venidero. Eso se lo prometo, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Abraham 3:24–25.

  2. 2 Nefi 10:23–25.

  3. “Un testimonio vibrante y verdadero”, Liahona, agosto de 2005, pág. 6.

  4. 2 Nefi 32:3.

  5. Véase D. y C. 64:23.

  6. D. y C. 38:30.