2010–2019
Esperamos en el Señor: Hágase tu voluntad
Octubre 2011


Esperamos en el Señor: Hágase tu voluntad

El propósito de nuestra vida en la tierra es crecer, desarrollarnos y fortalecernos por medio de nuestras propias experiencias.

En esta mañana de domingo damos gracias por la realidad de que nuestro Salvador vive y testificamos de ella. Su Evangelio ha sido restaurado por el profeta José Smith. El Libro de Mormón es verdadero. Actualmente nos dirige un profeta viviente, el presidente Thomas S. Monson. Sobre todo, ofrecemos solemne testimonio de la expiación de Jesucristo y de las bendiciones eternas que emanan de ella.

Estos meses pasados he tenido la oportunidad de estudiar y aprender más sobre el sacrificio expiatorio de nuestro Salvador y sobre la forma en que Él se preparó para dar esa ofrenda eterna por cada uno de nosotros.

Su preparación comenzó en la vida premortal cuando esperando en Su Padre, dijo: “…hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”1. A partir de aquel momento y hasta hoy en día, Él ejerce Su albedrío para aceptar y llevar a cabo el plan de nuestro Padre Celestial. Las Escrituras nos enseñan que, desde Sus años juveniles, andaba “en los asuntos de [Su] Padre”2 y que “esperó en el Señor a que llegara el tiempo de su ministerio”3. Cuando tenía treinta años, sufrió intensa tentación pero la resistió, y dijo: “Vete de mí, Satanás”4. En Getsemaní, se entregó a Su Padre diciendo: “…pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”5 y luego hizo uso de Su albedrío para sufrir por nuestros pecados. A través de la humillación de un juicio público y la agonía de la crucifixión, esperó en Su Padre dispuesto a ser “herido… por nuestras transgresiones [y] molido por nuestras iniquidades”6. Y aun al exclamar: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?”7, esperó en Su Padre ejerciendo el albedrío para perdonar a Sus enemigos8, ocuparse de Su madre9 y perseverar hasta el fin, hasta consumar Su vida y Su misión terrenal10.

Muchas veces he reflexionado preguntándome: ¿Por qué tienen pruebas y tribulaciones el Hijo de Dios, Sus santos profetas y todos los santos fieles aun cuando tratan de hacer la voluntad del Padre Celestial? ¿Por qué es tan difícil, especialmente para ellos?

Pienso en José Smith, que sufrió enfermedades cuando era niño y persecución durante toda su vida. Igual que el Salvador, él también exclamó: “Oh Dios, ¿en dónde estás?”11. Sin embargo, aun cuando parecía estar solo, ejerció su albedrío para esperar en el Señor y llevar a cabo la voluntad de su Padre Celestial.

Pienso en nuestros antepasados pioneros, expulsados de Nauvoo y atravesando las praderas, ejerciendo su albedrío para seguir a un profeta a pesar de sufrir enfermedades, privaciones e incluso, algunos, la muerte. ¿Por qué tan terrible tribulación? ¿Con qué fin? ¿Con qué propósito?

Al hacernos esas preguntas, nos damos cuenta de que el propósito de nuestra vida terrenal es crecer, desarrollarnos y fortalecernos por medio de nuestras propias experiencias. ¿Y cómo lo hacemos? Las Escrituras nos dan la respuesta en una sencilla frase: nosotros “espera[mos] en Jehová”12. A todos se nos dan pruebas y aflicciones; estas dificultades del ser mortal nos demuestran, a nosotros y a nuestro Padre Celestial, si somos o no capaces de ejercer el albedrío para seguir a Su Hijo. Él ya lo sabe y nosotros tenemos la oportunidad de aprender que, no obstante lo difícil de nuestras circunstancias, “todas estas cosas [nos] servirán de experiencia, y serán para [nuestro] bien”13.

¿Quiere decir que siempre entenderemos nuestras dificultades? ¿No tendremos todos, de vez en cuando, razón para preguntar: “Oh Dios, ¿en dónde estás?”14. ¡Sí! Cuando muere un cónyuge, su compañero se hará la pregunta; cuando una familia sufre privación económica, el jefe de familia se la hará también; cuando los hijos se apartan del camino, la madre y el padre la exclamarán con dolor. Sí, “Por la noche durará el llanto, y a la mañana vendrá la alegría”15. Entonces, en el amanecer de mayor fe y entendimiento, nos levantaremos para esperar en el Señor diciendo: “Hágase tu voluntad”16.

Entonces, ¿qué quiere decir esperar en el Señor? En las Escrituras, la palabra esperar significa tener esperanza, aguardar y confiar. Tener esperanza y confianza en el Señor requiere fe, paciencia, humildad, mansedumbre, conformidad, guardar los mandamientos y perseverar hasta el fin.

Esperar en el Señor significa plantar la semilla de la fe y nutrirla “con gran diligencia y paciencia”17.

Significa orar como lo hizo el Salvador, a Dios, nuestro Padre Celestial, diciendo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad”18. Es una oración que ofrecemos con toda nuestra alma, en el nombre de nuestro Salvador Jesucristo.

Esperar en el Señor significa meditarlo en nuestro corazón y “reci[bir] el Espíritu Santo para saber “todas las cosas que deb[emos] hacer”19.

Al seguir las impresiones del Espíritu, descubrimos que “la tribulación produce paciencia”20 y aprendemos a “continua[r] con paciencia hasta perfeccionar[nos]”21.

Esperar en el Señor significa permanecer “firmes en la fe”22 y “seguir adelante” con fe, “teniendo un fulgor perfecto de esperanza”23.

Significa confiar “solamente en los méritos de Cristo”24 y decir, favorecidos con Su gracia: “Sea hecha tu voluntad, oh Señor, y no la nuestra”25.

Mientras esperamos en el Señor, somos “inamovibles en guardar los mandamientos”26 sabiendo que “que algún día descansar[emos] de todas [nuestras] aflicciones”27.

Y sin perder “pues, [la] confianza”28 de que “todas las cosas con que [hemos] sido afligidos obrarán juntamente para [nuestro] bien”29.

Esas aflicciones nos sobrevendrán en todas formas y proporciones. La experiencia de Job nos recuerda que quizás se nos exija soportar mucho: él perdió todas sus posesiones, tierras, casa y animales; perdió miembros de su familia, reputación, salud e incluso su bienestar mental. Sin embargo, esperó en el Señor y expresó su potente testimonio. Él dijo:

“Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará sobre el polvo.

“Y después de deshecha… mi piel, aún he de ver en mi carne a Dios”30.

“…aunque él me matare, en él confiaré”31.

Aun con los magníficos ejemplos de Job, de los profetas y del Salvador, todavía nos resultará difícil esperar en el Señor, especialmente cuando no podemos entender claramente Su plan y Sus propósitos para nosotros. Esa comprensión se nos concede casi siempre “línea por línea, precepto por precepto”32.

A lo largo de mi vida, he aprendido que hay veces en que no recibo una respuesta a mi oración porque el Señor sabe que no estoy listo. Y cuando me contesta, muchas veces es “un poco aquí y un poco allí”33 porque eso es todo lo que puedo sobrellevar o todo lo que estoy dispuesto a hacer.

Oramos mucho para tener paciencia, ¡pero la queremos ahora mismo! De jovencito, el presidente David O. McKay oraba pidiendo un testimonio de la veracidad del Evangelio; muchos años más tarde, mientras prestaba servicio como misionero en Escocia, recibió al fin ese testimonio. Más adelante escribió: “Fue la reafirmación de que la oración sincera recibe su respuesta ‘en algún momento, en algún lugar’”34.

Tal vez no sepamos cuándo o cómo nos dará el Señor las respuestas, pero testifico que en Su tiempo y a Su manera las recibiremos. Algunas respuestas quizás tengamos que esperar hasta el más allá; eso puede suceder con promesas de nuestra bendición patriarcal y con bendiciones que hayan recibido los miembros de la familia. No nos demos por vencidos con el Señor; Sus bendiciones son eternas, no temporarias.

El esperar en el Señor nos da una oportunidad invalorable de descubrir que hay muchos que esperan en nosotros: nuestros hijos esperan que les demostremos paciencia, amor y comprensión; nuestros padres esperan que les manifestemos gratitud y compasión; nuestros hermanos y hermanas esperan que seamos tolerantes, indulgentes y sepamos perdonar; nuestro cónyuge espera que le amemos como el Salvador ama a cada uno de nosotros.

Cuando soportamos sufrimientos físicos, nos damos cuenta cada vez más de cuántas personas esperan en nosotros. A todas las Marías y Martas, a todos los buenos samaritanos que atienden al enfermo, socorren al débil y cuidan del que está afligido mental o físicamente, siento la gratitud de un amoroso Padre Celestial y de Su Amado Hijo hacia ustedes. En su ministerio cristiano, ustedes esperan en el Señor sirviéndolo y haciendo la voluntad de su Padre Celestial. La seguridad que Él les ofrece es clara: “…en cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”35. Él sabe de sus sacrificios y sus pesares; Él escucha sus oraciones y, al continuar esperando en Él con fe, obtendrán Su paz y reposo.

Cada uno de nosotros es un ser que el Señor ama más de lo que podamos comprender o imaginar. Seamos, pues, más bondadosos los unos con los otros y más benévolos con nosotros mismos. Recordemos que, al esperar en el Señor, llegamos a ser “santo[s] por [Su] expiación… sumiso[s], manso[s], humilde[s], paciente[s], lleno[s] de amor y dispuesto[s] a someter[nos] a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre [nosotros], tal como un niño se somete a su padre”36.

Así fue la sumisión de nuestro Salvador a Su Padre en el jardín de Getsemaní. Él imploró a Sus discípulos: “Velad conmigo”; no obstante, volvió tres veces donde estaban y los encontró dormidos37. Sin la solidaridad de esos discípulos y, finalmente, sin la presencia de Su Padre, el Salvador se dispuso a sufrir nuestros “dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases”38. Con un ángel enviado para fortalecerlo39, deseó no tener “que beber la amarga copa”40; pero esperó y confió en Su Padre, diciendo: “Hágase tu voluntad”41 y humildemente pisó Él solo el lagar42. Como uno de Sus Doce Apóstoles de estos últimos días, ruego que se nos fortalezca para velar con Él y esperar en Él a lo largo de toda nuestra vida.

En esta mañana del día de reposo, expreso gratitud porque “en mi Getsemaní”43 no estoy solo ni lo están ustedes en el suyo. El que vela por nosotros “no se adormecerá ni dormirá”44. Sus ángeles aquí y del otro lado del velo están “alrededor de [nosotros], para sostener[nos]”45. Doy mi testimonio especial de que esta promesa Suya es verdadera: “…los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán”46. Que esperemos en Él siguiendo adelante con fe para que podamos decir en nuestras oraciones: “Hágase tu voluntad”47 y regresar a Él con honor. En el santo nombre de nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo. Amén.