2010–2019
El sacerdocio preparatorio
Octubre 2014


El sacerdocio preparatorio

En el sacerdocio preparatorio, “lo que demostramos” cuenta más que “lo que decimos”.

Agradezco estar reunido con el sacerdocio de Dios, que se extiende por todo el mundo. Les agradezco su fe, su servicio y sus oraciones.

Mi mensaje esta noche es acerca del Sacerdocio Aarónico; se dirige también a todos nosotros quienes ayudamos a que las promesas del Señor se lleven a cabo para aquellos que poseen lo que se describe en las Escrituras como el “sacerdocio menor”1. También se lo llama el sacerdocio preparatorio. Es sobre esa gloriosa preparación de lo que hablaré esta noche.

El plan del Señor para Su obra está colmado de preparación. Él preparó la Tierra para que nosotros experimentáramos las pruebas y las oportunidades de la vida terrenal. Mientras estamos aquí, estamos en lo que las Escrituras denominan un “estado preparatorio”2.

El profeta Alma describió la crucial importancia de esa preparación para la vida eterna, donde podremos vivir para siempre como familias con Dios el Padre y Jesucristo.

Él explicó la necesidad de prepararse de esta manera: “Y vemos que la muerte viene sobre el género humano; sí, la muerte de que ha hablado Amulek, que es la muerte temporal; no obstante, se le concedió un tiempo al hombre en el cual pudiera arrepentirse; así que esta vida llegó a ser un estado de probación; un tiempo de preparación para presentarse ante Dios; un tiempo de prepararse para ese estado sin fin del cual hemos hablado, que viene después de la resurrección de los muertos”3.

Así como el tiempo que se nos ha dado en la vida terrenal es para que nos preparemos para reunirnos con Dios, el tiempo que se nos ha dado para servir en el Sacerdocio Aarónico es una oportunidad para prepararnos para aprender la manera de ofrecer ayuda crucial a otras personas. De la misma manera que el Señor proporciona la ayuda que necesitamos para pasar las pruebas de la vida terrenal, Él también nos envía ayuda para nuestra preparación en el sacerdocio.

Mi mensaje es tanto para aquellas personas a quienes el Señor manda a ayudar a preparar a los poseedores del Sacerdocio Aarónico, como para aquellos que poseen ese sacerdocio. Me dirijo a los padres, a los obispos y a aquellos poseedores del Sacerdocio de Melquisedec a quienes se les ha confiado ser compañeros y maestros de hombres jóvenes que están preparándose en el sacerdocio.

Deseo elogiar y agradecer a muchos de ustedes alrededor del mundo y a través del tiempo.

Sería injusto de mi parte si no hablara de un presidente de rama y un obispo de mi juventud. Me ordenaron diácono a los doce años en una pequeña rama de la zona este de los Estados Unidos. La rama era tan pequeña que mi hermano mayor y yo éramos los únicos poseedores del Sacerdocio Aarónico hasta que mi padre, que era el presidente de rama, invitó a un hombre de mediana edad a unirse a la Iglesia.

El nuevo converso recibió el Sacerdocio Aarónico y, con ello, un llamamiento para supervisar a los poseedores del Sacerdocio Aarónico. Todavía lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Recuerdo las hermosas hojas de otoño mientras ese nuevo converso nos acompañaba a mi hermano y a mí a hacer algo por una viuda. No recuerdo qué proyecto era, pero sí recuerdo haber sentido que el poder del sacerdocio nos ayudó a hacer lo que más tarde aprendí que el Señor había dicho que todos debíamos hacer para que nuestros pecados fueran perdonados y estuviéramos preparados para verlo.

Al mirar al pasado ahora, siento gratitud hacia un presidente de rama que llamó a un nuevo converso para ayudar al Señor a preparar a dos muchachos que, a su vez, algún día serían obispos encargados de cuidar del pobre y del necesitado, y también de presidir sobre el sacerdocio preparatorio.

Aún era diácono cuando nuestra familia se mudó a un barrio grande de Utah. Fue la primera vez que sentí el poder de todo un quórum en el Sacerdocio Aarónico; en realidad, fue la primera vez que vi uno; y poco después, fue la primera vez que sentí el poder y la bendición de tener un obispo que presidía un quórum de presbíteros.

El obispo me llamó a ser su primer ayudante del quórum de presbíteros. Recuerdo que él mismo enseñaba al quórum, aun con lo ocupado que estaba y con otros hombres de talento a quienes podría haber llamado para enseñarnos. Él colocaba las sillas en círculo y me hacía sentar junto a él, a su derecha.

Podía ver por encima de su hombro mientras enseñaba. De vez en cuando miraba sus notas meticulosamente escritas a máquina en una pequeña carpeta de cuero sobre una de sus rodillas, y las desgastadas y marcadas Escrituras que tenía abiertas en la otra. Recuerdo la emoción que sentía cuando nos contaba los relatos de valentía del libro de Daniel y expresaba su testimonio del Salvador, el Señor Jesucristo.

Siempre recordaré la forma en la que el Señor llama a compañeros cuidadosamente seleccionados para Sus poseedores del sacerdocio en preparación.

Mi obispo tenía dos consejeros muy eficientes, y por razones que no entendía en ese entonces, en más de una ocasión me llamaba por teléfono a casa y me decía: “Hal, necesito que me acompañes a hacer unas visitas”. Una de esas ocasiones fue para ir con él a la casa de una viuda que vivía sola y que no tenía nada para comer en la casa. De regreso a mi casa, detuvo el auto, abrió sus Escrituras y me dijo por qué había tratado a la viuda como si ella tuviera el poder no sólo de cuidar de sí misma sino que, en un futuro, de ayudar a otras personas.

Otra visita fue a un hombre que se había ausentado de la Iglesia por mucho tiempo; mi obispo lo invitó a que regresara con los santos. Pude sentir el amor que mi obispo tenía por alguien que a mí me parecía un enemigo antipático y rebelde.

En otra ocasión, visitamos un hogar en el que los padres alcohólicos enviaron a sus dos niñas pequeñas a abrir la puerta. Las niñas nos dijeron, a través del mosquitero de la puerta, que sus padres estaban durmiendo. El obispo siguió hablando con ellas, sonriendo y alabando su bondad y valentía, por lo que a mí me parecieron diez minutos o más. Mientras nos alejábamos de la casa, me dijo en voz baja: “Esa fue una buena visita. Esas niñas nunca olvidarán que vinimos”.

Dos de las bendiciones que un compañero mayor del sacerdocio puede brindar son confianza y un ejemplo de interés. Vi eso cuando a mi hijo se le asignó un compañero de orientación familiar que tenía mucha más experiencia en el sacerdocio que él. Su compañero mayor había sido presidente de misión en dos ocasiones y había servido en otras posiciones de liderazgo.

Antes de ir a visitar a una de las familias asignadas, ese experimentado líder del sacerdocio quiso hablar con mi hijo con anticipación, y me permitieron estar presente. El compañero mayor comenzó con una oración, pidiendo ayuda. Luego le dijo algo así a mi hijo: “Creo que debemos enseñar una lección que a esta familia les parecerá un llamado al arrepentimiento; creo que no les caerá muy bien si yo se los digo; me parece que recibirían mejor el mensaje si viene de ti. ¿Qué te parece?”.

Recuerdo la mirada aterrorizada de mi hijo; y todavía puedo sentir la alegría de ese momento cuando mi hijo aceptó la confianza que se depositaba en él.

No fue casualidad que el obispo los pusiera juntos como compañeros. Fue por medio de una cuidadosa preparación que el compañero mayor conocía los sentimientos de esa familia a la que iban a enseñar. Fue por inspiración que él sintió que debía dar un paso atrás y confiar en un joven sin experiencia para llamar a hijos de Dios mayores que él al arrepentimiento y a la protección.

Desconozco el resultado de su visita, pero sé que un obispo, un poseedor de Sacerdocio de Melquisedec y el Señor estuvieron preparando a un joven para que llegase a ser un hombre del sacerdocio y algún día, un obispo.

Ahora bien, estas historias de éxito en cuanto a la preparación en el sacerdocio deben resultarles familiares a lo que han visto y vivido. Ustedes han sabido de ellas y han sido esos obispos, compañeros y padres. Han visto la mano del Señor en su preparación para los deberes del sacerdocio que Él sabía que tendrían por delante.

Todos nosotros en el sacerdocio tenemos la obligación de ayudar al Señor a preparar a otras personas. Hay algunas cosas que podemos hacer que podrían ser de la mayor importancia. Aun más poderoso que usar palabras al enseñar la doctrina serán nuestros ejemplos al vivirla.

Algo primordial de nuestro servicio en el sacerdocio es invitar a las personas a venir a Cristo mediante la fe, el arrepentimiento, el bautismo y recibir el Espíritu Santo. Por ejemplo, el presidente Thomas S. Monson nos ha dado mensajes que nos inspiran en todas esas doctrinas; pero el saber lo que él hizo con las personas, los misioneros y los amigos de la Iglesia al presidir la misión en Toronto es lo que me motiva a actuar.

En el sacerdocio preparatorio, “lo que demostramos” cuenta más que “lo que decimos”.

Ésa es la razón por la que las Escrituras son tan importantes para prepararnos en el sacerdocio; están colmadas de ejemplos. Siento como si pudiera ver a Alma haciendo lo que el ángel le mandó y luego apresurarse a volver para enseñar a la gente inicua de Ammoníah que lo habían rechazado4. Puedo sentir el frío de la celda cuando Dios le dijo al profeta José que tuviera valor y que Él lo cuidaría5. Con las imágenes de esos pasajes en mente podemos prepararnos para perseverar en nuestro servicio cuando parezca difícil.

Un padre, un obispo o un compañero mayor de orientación familiar que demuestre confianza en un joven poseedor del sacerdocio puede cambiar la vida de ese joven. En una ocasión, un miembro del Quórum de los Doce Apóstoles le pidió a mi padre que escribiera un artículo corto sobre ciencia y religión. Mi padre era un científico famoso y un fiel poseedor del sacerdocio; pero todavía recuerdo el momento en el que me entregó el artículo que había escrito y dijo: “Toma, antes de enviar esto a los Doce, quiero que lo leas. Tú sabrás si está bien”. Él tenía treinta y dos años más que yo y era extraordinariamente más sabio e inteligente.

Esa confianza de un gran padre y hombre del sacerdocio aún me fortalece. Supe que no era que él confiaba en mi habilidad sino en que Dios podía hacerme saber lo que era verdadero, y que Él lo haría. Ustedes, compañeros mayores, pueden bendecir a un joven poseedor del sacerdocio preparatorio cada vez que le muestren esa clase de confianza. Lo ayudará a confiar en el tierno sentimiento de inspiración que reciba cuando éste llegue y cuando algún día coloque sus manos para sellar una bendición de salud sobre un hijo que los médicos dicen que morirá. Esa confianza me ha ayudado en más de una ocasión.

Nuestro éxito al preparar a los demás en el sacerdocio llegará en proporción a lo mucho que los amemos. Eso será particularmente cierto cuando debamos corregirlos. Piensen en el momento en que un poseedor del Sacerdocio Aarónico, quizás frente a la mesa sacramental, comete un error al efectuar una ordenanza; ése es un asunto serio. A veces el error requiere que se haga una corrección en público con la posibilidad de que haya resentimiento, un sentimiento de humillación o incluso de rechazo.

Recordarán el consejo del Señor: “…reprendiendo en el momento oportuno con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo; y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere su enemigo”6.

La palabra mayor tiene un significado especial al preparar a los poseedores del sacerdocio cuando necesitan que se les corrija. Esa palabra sugiere más amor del que ya existe. Lo que hay que demostrar es una mayor porción. Aquellos de ustedes que estén preparando a poseedores del sacerdocio con seguridad los verán cometer errores; antes de que los corrijan, ellos deben haber sentido, desde un principio y de forma constante, el amor que ustedes les tienen. Ellos tienen que haber sentido su elogio genuino antes de que acepten su corrección.

El Señor mismo consideró a aquellos poseedores del sacerdocio menor con una estima que honra su potencial y lo que valen para Él. Escuchen estas palabras que dijo Juan el Bautista cuando restauró el Sacerdocio Aarónico: “Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en rectitud”7.

El Sacerdocio Aarónico es una dependencia del sacerdocio mayor, el Sacerdocio de Melquisedec8. Como presidente de todo el sacerdocio, el Presidente de la Iglesia también preside sobre el sacerdocio preparatorio. Los mensajes que él ha dado a lo largo de los años en cuanto a ir al rescate se ajustan perfectamente al mandato de llevar el Evangelio de arrepentimiento y de bautismo a la vida de los demás.

Los quórumes de diáconos, de maestros y de presbíteros deliberan en consejo regularmente para saber cómo acercar a cada miembro del quórum al Señor. Las presidencias asignan a miembros para que tiendan la mano con fe y con amor. Los diáconos reparten la Santa Cena con reverencia y con fe en que los miembros sentirán el efecto de la Expiación y tomarán la resolución de guardar los mandamientos al participar de esos sagrados emblemas.

Los maestros y los presbíteros oran con sus compañeros para cumplir el encargo de velar por la Iglesia, persona por persona; y esos compañeros oran juntos al conocer las necesidades y las esperanzas de los jefes de familia. Al hacerlo, se están preparando para el gran día cuando ellos presidirán, como padres, con fe, su propia familia.

Testifico que todos quienes trabajan juntos en el sacerdocio están preparando a un pueblo para la venida del Señor a Su Iglesia. Dios el Padre vive. Yo sé, sé, que Jesús es el Cristo y que Él nos ama; el presidente Thomas S. Monson es el profeta viviente del Señor. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.