¿Qué es la verdad?


 

Mis amados hermanos y hermanas, mis queridos jóvenes amigos, estoy agradecido por el privilegio de estar con ustedes hoy; siempre me infunde ánimo estar rodeado de los jóvenes adultos de la Iglesia, y me inspiran a declarar: “Levántate, Sión, en hermosura”. Al vivir por todo el mundo, ustedes representan de manera hermosa el futuro y la fortaleza de la Iglesia. Debido a sus deseos justos y a su compromiso de seguir al Salvador, el futuro de esta Iglesia luce brillante.

Les traigo el amor y la bendición del presidente Thomas S. Monson. La Primera Presidencia ora por ustedes con frecuencia; siempre le pedimos al Señor que los bendiga, que los proteja y los guíe.

Los ciegos y el elefante

Hace más de cien años, un poeta estadounidense dio rima a una antigua parábola; en el primer verso del poema dice:

Seis eran los hombres de Indostán,

tan dispuestos a aprender,

que al elefante fueron a ver

(aunque todos ellos eran ciegos),

pensando que mediante la observación

su mente podrían satisfacer.

En el poema, cada uno de los seis viajeros palpa una parte diferente del elefante y prosigue a describir a los demás lo que ha descubierto.

Uno de los hombres encuentra la pata del animal y lo describe como redondo y áspero como un árbol; otro palpa el colmillo y describe el elefante como una lanza; el tercero agarra la cola e insiste que un elefante es como una cuerda; el cuarto descubre la trompa e insiste que el elefante es como una gran serpiente.

Cada uno está describiendo una verdad.

Y debido a que esa verdad proviene de la experiencia personal, cada uno insiste que sabe de lo que habla.

El poema concluye así:

Y así estos hombres de Indostán

discutieron largo y tendido,

Cada uno aferrados a su propia opinión

firme y excesivamente inflexible,

Aunque cada uno de ellos en parte tenía razón,

pero también todos estaban equivocados1.

Nosotros vemos este relato desde nuestra propia perspectiva y sonreímos; después de todo, sabemos cómo son los elefantes; hemos leído en cuanto a ellos, los hemos visto en películas, y muchos de nosotros incluso hemos visto uno con nuestros propios ojos. Creemos que sabemos la verdad de lo que es un elefante. El hecho de que alguien forme su criterio basándose en un aspecto de la verdad y la aplique a un todo parece ser absurdo o incluso increíble. Por otro lado, ¿podemos reconocernos a nosotros mismos en esos seis ciegos? ¿Hemos sido alguna vez culpables de esa misma manera de pensar?

Supongo que la razón por la que esta historia sigue siendo tan popular en tantas culturas durante tantos años se debe a su aplicación universal. El apóstol Pablo dijo que en este mundo la luz es tenue y vemos sólo una parte de la verdad, como si estuviéramos viendo “por espejo, oscuramente”2. Y, sin embargo, parece ser parte de nuestra naturaleza humana el hacer suposiciones acerca de la gente, la política y la religiosidad, basándonos en nuestra experiencia incompleta y con frecuencia errónea.

Recuerdo la historia de un matrimonio que habían estado casados durante 60 años; durante ese tiempo rara vez habían discutido, y sus días juntos transcurrieron con felicidad y dicha; compartían todo y no había secretos entre ellos, salvo uno. La esposa tenía una caja que guardaba encima de un estante, y le dijo al marido cuando se casaron que él nunca debía ver qué había dentro.

Con el paso de las décadas, llegó el momento en que el esposo bajó la caja y preguntó si por fin podría saber lo que había dentro. La esposa accedió y él la abrió y descubrió dos pañitos de mesa tejidos y $25.000 dólares. Cuando le preguntó a la esposa qué significaba, ella respondió: “Cuando nos casamos, mi madre me dijo que cada vez que me enojara contigo o cuando dijeras o hicieras algo que no me agradara, yo no debía quejarme, sino que en vez de ello, tejiera un pañito y hablara en cuanto al asunto contigo”.

El esposo se conmovió con la historia hasta el punto de llorar; se maravilló que durante los 60 años de matrimonio sólo hubiese contrariado a su esposa lo suficiente para que tejiera dos pañitos. Sintiéndose sumamente satisfecho, tomó la mano de la esposa y dijo: “Eso explica los pañitos, pero, ¿qué significan los $25.000 dólares?”.

La esposa sonrió dulcemente y dijo: “Es el dinero que junté de la venta de todos los pañitos que he tejido a lo largo de los años”.

Este relato no sólo enseña una manera poco común de hacer frente a los conflictos en el matrimonio, sino que también ilustra la insensatez de sacar conclusiones basadas en información limitada.

Muchas veces las “verdades” que nos decimos son sólo fragmentos de la verdad, y a veces no tienen una pizca de verdad.

Hoy quisiera hablar sobre la verdad y, al hacerlo, los invito a meditar algunas preguntas importantes.

La primera pregunta es: “¿Qué es la verdad?”.

La segunda. “¿Es realmente posible saber la verdad?” .

Tercero: ¿Cómo debemos reaccionar ante las cosas que contradigan las verdades que hemos aprendido previamente?”.

¿Qué es la verdad?

Durante las últimas horas de Su vida, el Salvador fue llevado ante Poncio Pilato. Los sumos sacerdotes judíos habían acusado a Jesús de sedición y traición contra Roma e insistieron que se le condenara a muerte.

Cuando Pilato se encontró cara a cara con el Hombre de Galilea, preguntó: “¿…eres tú rey?”.

Jesús respondió: “…para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad oye mi voz”3.

No sé qué clase de hombre era Pilato, ni tampoco sé lo que estaba pensando; me imagino que era bien educado y que había visto gran parte del mundo conocido en ese entonces.

Percibo cierto cinismo en la respuesta de Pilato. En sus palabras oigo la voz de un hombre que tal vez en una época haya sido un idealista pero que ahora, después de obtener gran experiencia en la vida, parece endurecido, incluso cansado.

No creo que Pilato haya querido entablar un diálogo cuando respondió con tres simples palabras: “¿Qué es la verdad?”4.

A fin de ampliar la idea, me pregunto si lo que en realidad estaba preguntando era: “¿Cómo es posible que alguien sepa la verdad?”.

Y ésta es una pregunta para todos los tiempos y para todas las personas.

¿Puede alguien saber la verdad?

Algunos de los más grandes intelectos que han vivido en esta tierra han intentado dar respuesta a esta pregunta. La naturaleza evasiva de la verdad ha sido un tema favorito de grandes poetas y narradores. Shakespeare pareció estar especialmente intrigado con ella. La próxima vez que lean una de las tragedias de Shakespeare, fíjense cuántas veces la trama gira alrededor del malentendido de una verdad importante.

Ahora como nunca antes en la historia del mundo tenemos un acceso más fácil a más información: alguna es verdadera, otra es falsa, y la mayoría es parcialmente verdadera.

Por consiguiente, nunca en la historia del mundo ha sido más importante saber cómo discernir correctamente entre la verdad y el error.

Parte de nuestro problema en la búsqueda de la verdad es que la sabiduría humana nos ha decepcionado muchas veces. Tenemos muchos ejemplos de cosas que el hombre en una ocasión “sabía” que eran verdaderas, pero que desde ese entonces se ha comprobado que son falsas.

Por ejemplo, a pesar del claro consenso que una vez existió, la tierra no es plana; las estrellas no giran alrededor de la tierra; comerse un tomate no causa la muerte instantánea y, naturalmente, el hombre en realidad puede volar, e incluso romper la barrera del sonido.

Las Escrituras están repletas de relatos de hombres y mujeres que malinterpretaron “la verdad”.

En el Antiguo Testamento, Balaam no pudo resistir el “pago de la maldad”5 que le ofrecieron los moabitas. De modo que se convenció a sí mismo para creer una nueva verdad y ayudó a los moabitas a hacer que los israelitas se maldijeran a sí mismos mediante la inmoralidad y la desobediencia6.

El apóstata Korihor, después de alejar a muchos de la verdad, confesó que el diablo lo había engañado al grado de que creyó que lo que le decía era la verdad7.

En el Libro de Mormón, tanto los nefitas como los lamanitas crearon sus propias “verdades” respecto los unos de los otros. La “verdad” de los nefitas acerca de los lamanitas era que eran “un pueblo salvaje, feroz y sanguinario”8, que nunca aceptaría el Evangelio. La “verdad” de los lamanitas en cuanto a los nefitas era que Nefi había robado la primogenitura de su hermano y que los descendientes de Nefi eran embusteros que seguían robando a los lamanitas de lo que legítimamente les pertenecía9. Esas “verdades” avivaron el odio que sentían los unos por los otros hasta que al final los consumió a todos.

Está de más decir que hay muchos ejemplos en el Libro de Mormón que contradicen estos dos estereotipos. No obstante, los nefitas y los lamanitas creyeron esas “verdades” que forjaron el destino de ese pueblo una vez poderoso.

La naturaleza humana y la verdad

En cierta manera, todos podemos caer en ese raro modo de pensar.

Las “verdades” a las que nos aferramos dan forma a la calidad de nuestras sociedades así como también a nuestro carácter individual; muchas veces esas “verdades” se basan en evidencias incompletas y erróneas y, a veces, satisfacen motivos egoístas.

Parte de la razón de discernir erróneamente resulta de la tendencia que el hombre tiene de distinguir incorrectamente entre la creencia y la verdad. Con mucha frecuencia confundimos la creencia con la verdad, pensando que debido a que algo tiene sentido o es conveniente, debe ser verdad. Por el contrario, a veces no creemos la verdad o la rechazamos porque eso haría necesario que cambiáramos o que admitiéramos que estábamos equivocados. A menudo, se rechaza la verdad porque no parece ser compatible con experiencias pasadas.

Cuando las opiniones o las “verdades” de otras personas contradicen las nuestras, en vez de considerar la posibilidad de que pudiera haber información que podría ser útil y ensanchar o complementar lo que sabemos, muchas veces sacamos conclusiones precipitadas o suponemos que la otra persona está mal informada, tiene deficiencias mentales o que incluso está tratando de engañar intencionalmente.

Lamentablemente, esa tendencia se puede extender a todos los aspectos de la vida, desde los deportes hasta las relaciones con los demás, y de la religión hasta la política

Ignaz Semmelweis

Un ejemplo trágico de esa tendencia es el relato acerca de Ignaz Semmelweis, un médico húngaro que practicó la Medicina a mediados del siglo XIX. A principios de su carrera, el Dr. Semmelweis descubrió que el 10 por ciento de las mujeres que iban a su clínica morían de fiebre, mientras que el índice de mortalidad en una clínica cercana era de menos del 4 por ciento. Él se propuso descubrir la razón.

Tras investigar ambas clínicas, el Dr. Semmelweis llegó a la conclusión de que la única diferencia importante era que en la clínica docente de él se examinaban cadáveres. Observó a doctores que después de efectuar autopsias se iban directamente a atender partos. Llegó a la conclusión de que los cadáveres les contaminaban las manos y causaban las fiebres mortales.

Cuando empezó a recomendar que los doctores se restregaran las manos con una solución de cal con cloro, se topó con indiferencia e incluso burla. Las conclusiones a las que llegó contradecían las “verdades” de otros doctores. Algunos de sus colegas incluso creían que era absurdo pensar que la mano de un doctor pudiera estar impura o que causara enfermedad.

Sin embargo, el doctor Semmelweis insistió y estableció la regla de que los doctores de su clínica se lavaran las manos antes de atender partos. Como resultado, el índice de mortalidad inmediatamente bajó en un 90 por ciento. El doctor Semmelweis se sintió vindicado y estaba seguro de que esa práctica se adoptaría en la comunidad médica; pero estaba equivocado. Incluso sus dramáticos resultados no fueron suficientes para cambiar el modo de pensar de muchos doctores de la época.

¿Es posible saber la verdad?

El caso de la verdad es que existe más allá de la creencia; es verdad a pesar de que nadie la crea.

Podemos decir todo el día que el oeste es el norte y que el norte es el oeste, e incluso creerlo con todo el corazón, pero, por ejemplo, si queremos ir en avión desde Quito, Ecuador, hasta Nueva York, en los Estados Unidos, sólo hay una dirección que nos llevará hasta allá: es el norte; hacia el oeste simplemente es imposible.

Naturalmente, ésta es sólo una sencilla analogía de aviación; no obstante, existe tal cosa como una verdad absoluta, la verdad incuestionable e irrefutable.

Esta verdad difiere de la creencia; difiere de la esperanza. La verdad absoluta no depende de la opinión pública ni de la popularidad; las encuestas no tienen influencia en ella; ni siquiera la autoridad inagotable de la aprobación de personas famosas puede cambiarla.

De modo que, ¿cómo podemos encontrar la verdad?

Creo que nuestro Padre Celestial está complacido con Sus hijos cuando utilizan sus talentos y facultades mentales para descubrir la verdad con afán. A través de los siglos, muchos hombres y mujeres sabios han descubierto la verdad mediante la lógica, la razón, la investigación científica y, sí, mediante la inspiración. Esos descubrimientos han enriquecido a la humanidad, mejorado nuestras vidas e inspirado gozo, admiración y asombro.

Aún así, las cosas que una vez pensamos que sabíamos, continuamente las están mejorando, modificando o incluso contradiciendo los eruditos emprendedores que procuran entender la verdad.

Como todos sabemos, es bastante difícil separar la verdad de nuestras propias experiencias. Y para colmo, tenemos un adversario, “el diablo, [que] cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”10.

Satanás es el gran impostor, “el acusador de [los] hermanos”11, el padre de todas las mentiras12, quien continuamente procura engañarnos para destruirnos13.

El adversario tiene muchas estrategias para mantener a los seres humanos alejados de la verdad; él ofrece la creencia de que la verdad es relativa. Al apelar a nuestro sentido de tolerancia y equidad de éstos, mantiene oculta la verdad real afirmando que la “verdad” de una persona es tan válida como cualquier otra.

A algunos los tienta para que crean que en algún lado existe una verdad absoluta, pero que es imposible que alguien la conozca.

Para aquellos que ya conocen la verdad, su estrategia básica es dispersar semillas de duda; por ejemplo, ha hecho que muchos miembros de la Iglesia tropiecen cuando descubren información acerca de la Iglesia que parece contradecir lo que previamente habían sabido.

Si ustedes llegaran a pasar por uno de esos momentos, recuerden que en esta era de información hay muchos que crean duda en cuanto a cualquier cosa y todas las cosas, en cualquier momento y en todo lugar.

Incluso encontrarán personas que aún afirman que tienen evidencia de que la tierra es plana, de que la luna es un holograma, y que ciertas estrellas del cine son en realidad seres extraterrestres de otro planeta. Y siempre es bueno tener en mente que sólo porque algo esté impreso en papel, porque aparezca en internet, porque se repita con frecuencia o porque tenga un grupo numeroso de adeptos, no significa que sea verdad.

A veces, las afirmaciones o la información falsas se presentan de tal modo que parecen ser creíbles; no obstante, cuando tengan ante ustedes información que no sea compatible con la palabra revelada de Dios, recuerden que los ciegos de la parábola del elefante nunca podrían describir con exactitud toda la verdad.

Simplemente no sabemos todas las cosas, no podemos ver todo. Lo que por ahora pueda parecer contradictorio llegará a comprenderse de manera más perfecta a medida que procuremos y recibamos información más fidedigna. Debido a que vemos por espejo oscuramente, tenemos que confiar en el Señor que ve todas las cosas claramente.

Sí, nuestro mundo está lleno de confusión, pero en su momento todas nuestras preguntas tendrán respuesta, la certeza reemplazará a todas nuestras dudas. Y eso es posible porque existe una fuente de verdad que es completa, correcta e incorruptible; esa fuente es nuestro infinitamente sabio y omnisciente Padre Celestial. Él conoce la verdad como era, como es y como ha de ser14. “Él comprende todas las cosas… y él está sobre todas las cosas…, y todas las cosas son por él, y de él”15.

Nuestro amoroso Padre Celestial, nos ofrece Su verdad a nosotros, Sus hijos mortales.

Entonces, ¿qué es esta verdad?

Es Su evangelio; es el evangelio de Jesucristo. Él es “el camino, la verdad y la vida”16.

Si tan sólo tenemos suficiente valor y fe para andar en Su camino, nos llevará a la paz de corazón y de mente, a un perdurable sentido de la vida, a la felicidad en este mundo y al gozo en el mundo venidero. El Salvador “no está lejos de cada uno de nosotros”17. Tenemos Su promesa de que si lo buscamos diligentemente, lo encontraremos18.

Nuestra obligación de buscar la verdad

Pero ¿cómo podemos saber que esta “verdad” es diferente de cualquier otra? ¿Cómo podemos confiar en esta “verdad”?

La invitación de confiar en el Señor no nos exime de la responsabilidad de saber por nosotros mismos. Esto es más que una oportunidad; es una obligación, y es una de las razones por las que se nos envió a la tierra.

A los Santos de los Últimos Días no se les pide que acepten a ciegas todo lo que oyen; se nos alienta a pensar y a descubrir la verdad por nosotros mismos; se espera que meditemos, que busquemos, que evaluemos y que, mediante ello, lleguemos a un conocimiento personal de la verdad.

Brigham Young dijo: “Me preocupa que esta gente confíe tanto en sus líderes y que no trate de preguntar a Dios por sí misma si tales líderes están siendo dirigidos por Él. Temo que se conformen con vivir en un estado de ciega certidumbre… Todo hombre y toda mujer debe saber, mediante la inspiración que el Espíritu de Dios les conceda, si sus líderes están… andando por el camino que el Señor les señala”19.

Procuramos la verdad dondequiera que podamos encontrarla. El profeta José Smith enseñó que “…El mormonismo es verdad… El primer y fundamental principio de nuestra santa religión es que creemos que tenemos el derecho de aceptar todas y cada una de las partes de la verdad, sin limitación… [sin que] nos lo prohíban los credos ni las nociones supersticiosas de [los] hombres”20.

Sí, tenemos la plenitud del Evangelio sempiterno, pero eso no significa que sabemos todo. De hecho, un principio del Evangelio restaurado es nuestra creencia de que Dios “aún revelará muchos grandes e importantes asuntos”21.

La restauración del evangelio de Jesucristo se llevó a cabo porque un joven de corazón humilde y mente perspicaz estaba buscando la verdad. José estudió, actuó de acuerdo con ello y descubrió que si un hombre tiene falta de sabiduría, puede pedirle a Dios y la verdad realmente le será dada22.

El gran milagro de la Restauración no fue que simplemente corrigió ideas falsas y doctrinas corruptas, aunque ciertamente lo hizo, sino que descorrió las cortinas del cielo e inició un constante derramamiento de nueva luz y conocimiento que ha continuado hasta hoy.

De modo que constantemente buscamos la verdad de todos los buenos libros y otros recursos sanos. “Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, a esto aspiramos”23. De esa manera podemos resistir el engaño del maligno; de ese modo aprendemos la verdad “mandato tras mandato, línea sobre línea”24. Y aprendemos que la inteligencia se allega a la inteligencia; la sabiduría recibe a la sabiduría25.

Mis jóvenes amigos, si aceptan la responsabilidad de ir en pos de la verdad con una mente receptiva y un corazón humilde, llegarán a tolerar más a los demás, estarán más dispuestos a escuchar, más preparados para entender, más propensos a edificar en vez de destruir, y más dispuestos a ir a donde el Señor desea que vayan.

El Espíritu Santo: Nuestro guía a toda la verdad

Piensen en ello. Ustedes en verdad cuentan con un poderoso compañero y guía fidedigno en esta constante búsqueda de la verdad: el Espíritu Santo. Nuestro Padre Celestial sabía cuán difícil sería para nosotros tratar de discernir entre todas las voces del mundo y descubrir la verdad durante la mortalidad. Sabía que sólo veríamos una porción de la verdad y sabía que Satanás trataría de engañarnos. De modo que nos dio el don celestial del Espíritu Santo para iluminar nuestra mente, instruirnos y para testificarnos de la verdad.

El Espíritu Santo es un revelador; es el Consolador que nos enseña “la verdad de todas las cosas; [quien] conoce todas las cosas y tiene todo poder de acuerdo con la sabiduría, la misericordia, verdad, justicia y juicio”26.

El Espíritu Santo es un guía cierto y seguro para ayudar a los seres humanos que buscan a Dios al navegar por las aguas muchas veces turbulentas de la confusión y la contradicción.

El testimonio de la verdad que brinda el Espíritu Santo está disponible para todos. Todos los que procuren conocer la verdad, que la estudien en la mente27, y que “[pidan] con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, [conocerán] la verdad… por el poder del Espíritu Santo”28.

Y el don adicional e indescriptible del Espíritu Santo está al alcance de todos los que se hacen acreedores de Él mediante el bautismo y al vivir dignos de Su compañía constante.

Sí, su amoroso Padre Celestial nunca los dejaría solos en esta tierra para andar errantes en la oscuridad. No tienen que ser engañados; pueden superar las tinieblas de este mundo y descubrir la verdad divina.

Sin embargo, algunas personas no buscan tanto la verdad sino la contención; no se esfuerzan sinceramente por aprender; más bien, desean discutir, mostrar el supuesto conocimiento que poseen y causar contención. Pasan por alto o rechazan el consejo que el apóstol Pablo dio a Timoteo: “…[desechar] las cuestiones necias y sin sentido, sabiendo que engendran contiendas”29.

Como discípulos de Jesucristo, sabemos que esa clase de contención es completamente incompatible con el Espíritu de quien dependemos en nuestra búsqueda de la verdad. Como el Salvador amonestó a los nefitas: “Porque en verdad… os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención”30.

Si ustedes siguen el Espíritu, su búsqueda personal de la verdad inevitablemente los conducirá a al Señor y Salvador, Jesucristo, porque Él es “el camino, y la verdad y la vida”31. Es posible que éste no resulte ser el camino más conveniente, es probable que también sea el camino menos transitado y será el sendero con montañas que escalar, ríos y rápidos que cruzar. Pero será Su camino, el camino redentor del Salvador.

Agrego mi testimonio como Apóstol del Señor, de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Lo sé con todo mi corazón y mente. Lo sé por el testimonio y el poder del Espíritu Santo.

Les pido que pongan todo el esfuerzo posible en su búsqueda por saber esta verdad por ustedes mismos, porque esta verdad los hará libres32.

Mis queridos amigos, ustedes son la esperanza de Israel. Los amamos. El Señor los conoce, los ama y tiene gran confianza en ustedes. Él conoce sus triunfos y está al tanto de sus desafíos e inquietudes.

Ruego que busquen la verdad ferviente e incesantemente, que estén ansiosos de beber de la fuente de toda la verdad, cuyas aguas son puras y dulces, “una fuente de agua que brot[a] para vida eterna”33.

Los bendigo con confianza en el Señor y un firme deseo de discernir correctamente la verdad del error, ahora y a lo largo de su vida. Ése es mi ruego y mi bendición. En el nombre de Jesucristo. Amén.