Cinco maneras para llegar a ser “un maestro que ha venido de Dios”

Por el hermano Tad R. Callister, Presidente General de la Escuela Dominical

  • 21 Julio 2015

Dondequiera que nos encontremos en la escala de la excelencia como maestros, todos podemos mejorar si somos enseñables.

Puntos destacados del artículo

  • 1. Enseñar mediante el Espíritu.
  • 2. Poner nuestra vida en armonía con nuestras palabras.
  • 3. Leer las Escrituras primero.
  • 4. Repasar los pasajes de las Escrituras y los materiales de la lección por lo menos una semana antes.
  • 5. Comunicarse con quienes no asistieron.

“No pueden elevar a otra persona mientras no se hallen en un terreno más elevado que ella”. —Presidente Harold B. Lee

Te has preguntado alguna vez: ¿Cómo puedo marcar una diferencia real en la vida de quienes enseño? ¿Cómo puedo ayudar a cambiar sus vidas para mejor? ¿Cómo puedo enseñar con poder y autoridad de Dios?

Dondequiera que nos encontremos en la escala de la excelencia como maestros, todos podemos mejorar si somos enseñables, si demostramos tener la misma cualidad que esperamos que cada uno de nuestros alumnos posea. Cada uno de nosotros tiene el poder interior y el Espíritu para llegar a ser “un maestro que ha venido de Dios” (Juan 3:2). A continuación encontrarás algunas ideas sobre cómo podemos lograrlo.

1. Enseñar mediante el Espíritu.

El Señor ha hablado en forma inequívoca acerca de la responsabilidad que el maestro tiene de enseñar por medio del Espíritu: “…y si no recibís el Espíritu, no enseñaréis” (D. y C. 42:14). No existe otro talento para la enseñanza que pueda compensar la falta del Espíritu. ¿A qué se debe eso? A que es el Espíritu el que edifica la fe, es el Espíritu el que ablanda el corazón, es el Espíritu el que ilumina la mente y es ese Espíritu el que produce la conversión. Sin duda, es por eso que el Señor dijo: “…[enseñad] a los hijos de los hombres las cosas que yo he puesto en vuestras manos por el poder de mi Espíritu” (D. y C. 43:15, véase también D. y C. 50:14). La doctrina y el Espíritu son compañeros inseparables en el proceso de conversión.

Por lo tanto, el objetivo de cada maestro es enseñar la doctrina por medio del Espíritu, de manera tal de edificar la fe en Jesucristo y producir una conversión aún mayor. Eso es mucho más que dar una lección magistral o una presentación dramática que nunca será olvidada; es transformar vidas para mejor.

El objetivo de cada maestro es enseñar la doctrina por medio del Espíritu, de manera tal de edificar la fe en Jesucristo y producir una conversión aún mayor. Fotografía por Scott G. Winterton.

Hermano Tad R. Callister, Presidente General de la Escuela Dominical

2. Poner nuestra vida en armonía con nuestras palabras.

El Salvador fue el Maestro de maestros porque Él era el Maestro Ejemplar; Su vida estuvo en perfecto acuerdo con Sus palabras. No hubo ninguna brecha entre ambas cosas. Nuestra mejor preparación para recibir el Espíritu viene cuando vivimos en armonía con las enseñanzas del Salvador. Sin duda, es por eso que Alma dijo: “Ni confiéis en nadie para que sea vuestro maestro ni vuestro ministro, a menos que sea un hombre de Dios, que ande en sus vías y guarde sus mandamientos” (Mosíah 23:14).

En la obra Don Quijote existen algunas líneas maravillosamente claras y significativas que dicen: “Enseña bien quien vive bien; esa es toda la divinidad que entiendo”. Un maestro debe vivir lo que enseña. Su ejemplo es su arma más poderosa, su herramienta más potente. Fue el presidente Harold B. Lee quien dijo: “No pueden elevar a otra persona mientras no se hallen en un terreno más elevado que ella” (“Permaneced en lugares santos”, Conferencia General de abril de 1973).

3. Leer las Escrituras primero.

Si leemos el bloque de Escrituras asignado antes de leer el material de la lección o cualquier material complementario, y anotamos cualquier impresión que tengamos en cuanto a los puntos de vista doctrinales, las preguntas que podríamos hacer y las invitaciones que podríamos extender, después, al ejercer nuestro albedrío de esa manera, lograremos que llegue a nosotros la mayor influencia posible del Espíritu. Llegaremos a ser espiritualmente autosuficientes. He descubierto que cuando leo las Escrituras y tengo una pregunta, muchas veces existe la tentación de acudir rápidamente a los comentarios para obtener la respuesta. Pero si me contengo de hacerlo y, en cambio, trato el asunto, por lo general llega un poco de inspiración personal. A veces la respuesta que obtengo es la misma que se encuentra en el comentario, pero ahora la respuesta es mía, no de ellos. Otras veces quizás obtengo una perspectiva destinada para mí y que es diferente a la de los comentarios.

Si hubiera ido directamente a los comentarios, habría perdido esos beneficios. El presidente Marion G. Romney hizo esta observación sincera: “Cuando bebo agua que procede de un manantial, me gusta tomarla en el mismo lugar donde brota de la tierra, no corriente abajo después que el ganado la ha enturbiado” (citado por el élder J. Richard Clarke, “Escudriñad las Escrituras”, Conferencia General de octubre de 1982). Los materiales de la lección pueden ser muy útiles, pero no deben interferir o tener prioridad sobre nuestra relación personal con las Escrituras y el Espíritu.

4. Repasar los pasajes de las Escrituras y los materiales de la lección por lo menos una semana antes.

La preparación espiritual no consiste solamente en apartar un periodo fijo de tiempo, como por ejemplo dos horas el sábado por la tarde, a fin de preparar la lección. Más bien, consiste en meditar y reflexionar constantemente, durante el viaje al trabajo, en momentos libres en el hogar, mientras se habla con familiares y amigos.

Por lo general, la revelación llega línea por línea, precepto por precepto, y en los momentos que el Señor desea, algunos de los cuales son inconvenientes o no son el sábado por la tarde. Por lo tanto, debemos estar reflexionando en nuestras lecciones por lo menos con una semana de anticipación, para darle tiempo al Espíritu para que funcione a través de nosotros.

Los materiales de la lección pueden ser muy útiles, pero no deben interferir o tener prioridad sobre nuestra relación personal con las Escrituras y el Espíritu. Fotografía por Scott G. Winterton.

5. Comunicarse con quienes no asistieron.

Cuando era joven, el presidente David O. McKay disfrutaba de un relato que aparecía en uno de sus libros de la escuela. El autor describía a algunas personas que navegaban por el río hacia las cataratas del Niágara. Un hombre en la orilla exclamó: “¡Jóvenes, oigan! ¡Se acercan a los rápidos!”. Pero ellos continuaron riéndose y bebiendo alcohol. Luego, gritó otra vez: “¡Jóvenes, oigan! ¡Se acercan a los rápidos!”.

Ellos no hicieron caso al llamado de advertencia, hasta que de repente se dieron cuenta de que estaban en medio de los rápidos. Incluso utilizando todas sus fuerzas, no lograron hacer que su barco fuera contra la corriente, por lo que, gritando y maldiciendo, cayeron por las cataratas. El presidente McKay dijo que la historia dejó una impresión indeleble en él, pero que de alguna manera la historia parecía estar incompleta. Es una cosa que un maestro se pare en la orilla y clame: “¡Jóvenes, oigan! Hay peligro más adelante”. Pero es otra cosa muy distinta subir al bote, remar hasta ellos, y con toda la fuerza de la bondad y la persuasión que uno pueda reunir, hacer que se vuelvan contra la corriente.

Uno de nuestros deberes como maestros es subir a nuestros automóviles, conducir hasta la casa de nuestros miembros de clase menos activos y ayudar a traerlos al redil. Además, podemos llamarlos por teléfono, enviarles mensajes de texto, darles asignaciones para que participen en clase y utilizar a otros miembros de la clase para que entablen amistad con ellos. No es más que la parábola de la oveja perdida puesta en acción.

Conclusión

No importa cuál sea el curso de estudio; si elegimos enseñar como el Salvador, podemos mejorar y llegar a ser dignos de esa digna descripción: “un maestro que ha venido de Dios” (Juan 3:2).