El bautismo no fue un accidente tras una angustiosa experiencia

Por Chelsee Niebergall, Noticias y eventos de la Iglesia

  • 29 Julio 2011

Después de un accidente en el que el vehículo dio varias vueltas de campana, miembros del barrio Cavadas lograron salir ilesos del autobús.

“Antes, no creía en los milagros, pero, a medida que ayudaba a sacar a la gente del autobús, me di cuenta de que nadie estaba herido. Dios me dio la oportunidad de creer”. —Hermano Francisco Montejano Murillo, conductor de autobús y nuevo converso

Para Francisco Montejano Murillo, el 16 de abril de 2011 era un día más de trabajo. Ese sábado, su trabajo como conductor de autobús requería que transportara a miembros del barrio de Cavadas, de la Estaca Zamora México, al Templo de Guadalajara México.

No tenía ni idea de que los acontecimientos de esa mañana iban a cambiar su vida.

Aunque el hermano Murillo no era Santo de los Últimos Días, estaba familiarizado con la Iglesia, puesto que el obispo Marco Antonio Ramírez Vargas lo había contratado varias veces antes para que llevara a los miembros del barrio a actividades.

“Siempre intentábamos que el hermano Murillo fuera a nuestras actividades, pero nunca se mostraba interesado, al menos no hasta lo ocurrido ese día”, dijo el obispo Ramírez.

Antes del viaje, un miembro del barrio ofreció una oración y pidió una bendición para el viaje y para que el señor Murillo fuera guiado al llevarlos.

El grupo del barrio iba rumbo al templo, cuando un auto en el que iba una joven familia en dirección contraria intentó adelantar a un camión, por lo que el auto se encontró directamente enfrente del autobús. El hermano Murillo tenía que tomar una decisión. Si colisionaba con el auto, el autobús seguramente permanecería en la carretera, limitando las lesiones de las decenas de pasajeros, pero el resultado sería probablemente fatal para la joven familia. Si viraba bruscamente para esquivar el auto, el autobús rodaría por un terraplén hacia un campo lleno de grandes rocas; sería un desastre para los ocupantes del autobús.

Sin embargo, el hermano Murillo dijo que sintió que debía conducir el autobús hacia el terraplén.

Dijo que, en todos sus años de conductor de autobuses, nunca le había pasado algo igual. “Tenía miedo”, dijo el hermano Murillo. “Todo lo que podía pensar era ‘Ayúdame, Dios’; y sí que me ayudó. Nos ayudó a todos”.

El autobús dio varias vueltas de campana hasta que se quedó al revés. Milagrosamente, el autobús acabó en un prado en el que no había rocas. El hermano Murillo dijo que normalmente un accidente de esa gravedad sería trágico. Sin embargo, todos pudieron salir caminando por sí mismos tras el accidente. Los 27 miembros que estaban a bordo —13 adultos, 6 jóvenes y 8 niños en edad de Primaria— salieron del autobús de manera organizada y tranquila.

El hermano Murillo dijo que normalmente cuando ocurre un accidente así, cunde el pánico y la gente busca culpables; pero en este caso dijo que los miembros estaban agradecidos de que nadie se hubiera lesionado y le dieron las gracias por mantenerlos a salvo.

Los pasajeros reconocen la protección que tuvieron, dice el obispo Ramírez.

“Mi hijo de diez años dijo que, cuando el autobús empezó a rodar y él fue arrojado de su asiento, sintió como que alguien lo había sujetado en el aire y lo había colocado en el suelo”, dijo el obispo Ramírez. “Todos decían que habían experimentado sensaciones similares, como si alguien los hubiera estado sosteniendo para que no se hicieran daño”.

El hermano Murillo estaba atónito de que nadie había sufrido lesiones graves.

“Antes, no creía en los milagros, pero, a medida que ayudaba a sacar a la gente del autobús, me di cuenta de que nadie estaba herido. Dios me dio la oportunidad de creer”, dijo el hermano Murillo.

Cuando se dio cuenta de que Dios había escuchado y contestado la oración que el grupo había hecho esa mañana, al hermano Murillo le vino el pensamiento: “¡Su oración fue contestada! ¡Ésta debe de ser la Iglesia verdadera!”.

Poco después del accidente, al final de una reunión sacramental del barrio Cavadas, se abrió la puerta trasera del salón sacramental y entró el hermano Murillo con su familia a la reunión. El obispo Ramírez dijo que le brotaron las lágrimas en cuanto los vio. Después de la reunión, el hermano Murillo conoció a los misioneros y aceptó recibir las charlas misionales.

El 28 de mayo de 2011, poco más de un mes después del particular día del accidente, el hermano Murillo entró en las aguas bautismales.

“Inmediatamente después del accidente me di cuenta de que Dios me había dado otra oportunidad, y no quise desperdiciarla”, dijo el hermano Murillo.