El perdón hace posible la sanación y el amor

Por Linda S. Reeves, de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro

  • 21 Abril 2015

Dos mujeres en Rumania hablan entre sí. El perdón es el primer paso hacia la sanación después de que alguien los ha agraviado.  

“Podemos encontrar todo tipo de excusas para posponer el perdón, una de las cuales es esperar a que el malhechor se arrepienta antes de perdonarlo; pero tal demora causa que perdamos la paz y felicidad que podrían ser nuestras”. —Presidente James E. Faust (1920–2007)

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Hace poco leí el conocido relato del Libro de Mormón sobre Nefi y sus hermanos cuando regresaron a Jerusalén para tratar de convencer a Ismael y a su familia que se unieran a la familia de Lehi en el desierto, para que sus hijos tuvieran con quién casarse. En el camino de regreso, Lamán y Lemuel murmuran contra Nefi, amenazan su vida y lo atan con cuerdas, con la intención de dejar “que fuera devorado por animales salvajes” (1 Nefi 7:16).

Al orar Nefi por su liberación, el Señor le da fuerzas para romper las ligaduras. La esposa de Ismael, una hija y un hijo abogan para que la vida de Nefi sea preservada. Su súplica y el Espíritu del Señor llegan al corazón de Lamán y Lemuel que, con gran remordimiento, se arrodillan delante de Nefi, y le piden perdón (véase 1 Nefi 7:20).

¿No nos sentimos profundamente conmovidos por la humilde reacción de Nefi que dijo: “les perdoné sinceramente”? (1 Nefi 7:21). El perdón de Nefi fue inmediato, sincero y absoluto.

Afortunadamente, la mayoría de nosotros no se ha enfrentado a relaciones familiares tan extremas, pero también estamos familiarizados con la historia de Jacob o Israel y sus hijos. Después de que los hermanos celosos de José amenazaron con matarlo, es vendido como esclavo y llevado a Egipto, con poca esperanza de escapar de su destino o de alguna vez ver a algún miembro de su familia. Él pasa años como esclavo y prisionero en tierra extranjera.

Muchos años más tarde, cuando José se reúne con sus hermanos y les revela su identidad, “se dio a llorar a gritos… Y él dijo: Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese haberme vendido acá, porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros… Y besó a todos sus hermanos y lloró sobre ellos…” (Génesis 45: 2–5, 15). José les perdonó completamente, y luego nutrió y cuidó de cada hermano y su familia durante la gran hambruna que afectó la región en esa época.

Una pintura por Ted Henninger representa a José siendo vendido como esclavo por sus hermanos. Muchos años más tarde, él ofreció el perdón a todos ellos.

Diecisiete años después, muere el padre Jacob y los hermanos se vuelven temerosos de que José ahora se vuelva en contra de ellos y busque venganza. Esos hermanos no reconocieron el perdón total y completo y la profundidad del amor y la compasión que se reciben por medio de la expiación de nuestro Salvador Jesucristo. Enviaron un mensajero a José, diciendo: “Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado… Y José lloró mientras hablaban. Y vinieron también sus hermanos, y se postraron delante de él y dijeron: Aquí nos tienes por siervos tuyos”. José, con el corazón lleno de amor, habló a ellos: “no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y vuestros hijos. Así los consoló y les habló al corazón” (Génesis 50:17–21). ¡Qué poderoso relato de perdón y amor!

Quizás recuerden también el dulce y conmovedor discurso que pronunció nuestro querido presidente James E. Faust, de la Primera Presidencia, en Conferencia General de abril de 2007, titulado “El poder sanador del perdón”. A menudo recordamos al presidente Faust a causa de su espíritu bondadoso y tierno. ¿No es significativo que ese mensaje de perdón haya sido su último discurso de conferencia general?

El presidente Faust nos recordó el incidente de octubre de 2006, cuando un lechero de 32 años de edad entró violentamente en una escuela Amish en Pensilvania, tiroteó a diez niñas, cinco de las cuales murieron, antes de suicidarse. En las palabras del presidente Faust: “Esa horrorosa violencia causó gran angustia, pero no ira entre los Amish. Había dolor, pero no odio; el perdón de ellos fue inmediato. En forma colectiva, procuraron tender una mano de ayuda a la familia afligida del lechero… un vecino Amish… estrechó entre sus brazos al padre del responsable fallecido y le dijo: ‘Los perdonaremos’. Los líderes Amish visitaron a la esposa y a los hijos del lechero para dar su pésame, su perdón y ofrecerles ayuda y brindarles su amor. Aproximadamente la mitad del cortejo fúnebre era Amish; una paz notable se estableció entre los Amish a medida que su fe los sostenía durante esta crisis.

El presidente Faust nos pregunta: “¿Por qué todo el pueblo Amish pudo manifestar dicha expresión de perdón? Fue gracias a su fe en Dios y a la confianza en Sus palabras, que forman parte de su ser. Ellos se ven a sí mismos como discípulos de Cristo y desean seguir Su ejemplo”.

El presidente Faust prosigue diciendo: “El perdón no es siempre instantáneo como sucedió con los Amish. Cuando se ha abusado sexualmente de [personas] inocentes o cuando los han matado, la mayoría de nosotros no piensa primero en el perdón. Nuestra reacción natural es el enojo; incluso quizás nos sintamos justificados al desear ‘desquitarnos’ con quienquiera que inflija daño a nosotros o a nuestra familia. La mayoría de nosotros necesita tiempo para curar las heridas del dolor y de la pérdida. Podemos encontrar todo tipo de excusas para posponer el perdón, una de las cuales es esperar a que el malhechor se arrepienta antes de perdonarlo; pero tal demora causa que perdamos la paz y felicidad que podrían ser nuestras”.

Ciertamente, el ejemplo más grandioso de todos es nuestro Salvador, Jesucristo. Estamos asombrados de Su buena disposición y Su poder para perdonar y limpiarnos de nuestros pecados si nos arrepentimos verdaderamente. Durante este mes de la Pascua de Resurrección, ruego que recordemos Su sacrificio expiatorio por cada uno de nosotros y la profundidad de Su amor y misericordia cuando le suplicó a nuestro Padre, cuando colgaba en la cruz, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Que podamos escudriñar en nuestro corazón y ofrecer perdón a aquellos en nuestra vida que tengan necesidad de nuestra compasión, amor y comprensión.