Apresurar la obra del Señor en nuestra propia alma

Por Robert L. Millet, colaborador de Church News

  • 30 Diciembre 2014

Mientras que el “crecimiento real” o conversión profunda es sin duda el producto de vivir el Evangelio en forma constante y continua, ¿cómo se logra? A través de los años ¿cómo podemos saber si experimentamos un crecimiento real? ¿Qué podríamos empezar a notar en nuestro propio discipulado?

Puntos destacados del artículo

  • Además de apresurar la obra del Señor, debemos fomentar el “crecimiento real” —una profunda conversión y una completa consagración a Dios, a Su Iglesia y Reino.

“Necesitamos un testigo y una seguridad que produzcan y resulten en el verdadero crecimiento, en la conversión profunda, en la consagración completa. De esta manera y a través de ese proceso sagrado, la obra del Todopoderoso se apresura, en nuestra propia alma”. —Robert L. Millet, profesor emérito de Escrituras antiguas

En los últimos años nuestros líderes nos han recordado que una significativa profecía se está cumpliendo en nuestros días. El Señor ha dicho: “He aquí, apresuraré mi obra en su tiempo” (D. y C. 88:73). Apresurar es instar, acelerar, moverse o actuar con rapidez.

Específicamente, las Autoridades Generales han llamado a los Santos de los Últimos Días a apresurar la obra al (1) extender la mano a quienes ahora no pueden disfrutar de las bendiciones del Evangelio restaurado; (2) extender las bendiciones de ese Evangelio a quienes han fallecido sin la oportunidad de recibir las ordenanzas y los convenios necesarios y (3) buscar y cuidar de los pobres y necesitados entre nosotros.

Estos actos desinteresados —la obra misional, la obra del templo y el servicio caritativo— son parte de lo que se nos llama a hacer como discípulos del Señor Jesucristo. El apóstol Santiago, hermano de nuestro Señor, explicó que esto es lo que hacen los cristianos verdaderos; esto es a lo que él llamó “la religión pura”. Pero había una cosa más de la que constaba la religión pura, es decir, conservarnos sin mancha de los vicios del mundo (Translation of Joseph Smith, James 1:27). Este aspecto de la fe cristiana tiene que ver con el desarrollo espiritual personal.

Además de escuchar mucho en cuanto a apresurar la obra, se nos ha dicho lo importante que es instar y fomentar el “crecimiento real”, es decir, una profunda conversión, una consagración completa a Dios, a Su Iglesia y Reino. Aunque tal crecimiento es sin duda el producto de vivir el Evangelio en forma constante y continua, ¿cómo se logra? A través de los años ¿cómo podemos saber si experimentamos un crecimiento real? ¿Qué podríamos empezar a notar en nuestro propio discipulado? A continuación aparecen algunas ideas a considerarse:

1. Allí comienza a cultivarse en nuestros corazones el deseo de hacer más para hacer avanzar la obra del Señor y de ser mejores personas de lo que somos. Esto parece ser lo que Abraham sintió cuando escribió de cómo él había sido un seguidor de la rectitud, pero había sentido la necesidad de “ser el poseedor de gran conocimiento, y ser un seguidor más fiel de la rectitud, y lograr un conocimiento mayor” (Abraham 1:2). Es decir, Abraham deseaba hacer más y ser más.

2. Poco a poco empezamos a ver los mandamientos, las leyes y las directrices de la Iglesia de manera diferente, para ya no verlas como restricciones, barreras ni obstáculos de los deleites de la vida, sino más bien como ayudas, guías y gestos amables de un Padre Celestial benevolente. A los santos que habían comenzado a congregarse en la tierra de Misuri, quienes habían salido del mundo y elegido el camino del Evangelio, el Salvador prometió que serían “coronados con bendiciones de arriba…y con mandamientos no pocos y con revelaciones a su tiempo” (D. y C. 59:4). Ciertamente no podemos disfrutar de las bendiciones de vivir una ley que no guardamos ni de una que desconocemos. Juan el amado explicó que “…éste es el amor de Dios. Que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos [tediosos, opresivos]” ().1 Juan 5:3

Cuanto más escudriñemos las Escrituras, comenzamos a ver los patrones, las relaciones, el paralelismo y los principios para la vida.

3. Cuanto más escudriñemos las Escrituras, comenzamos a ver los patrones, las relaciones, el paralelismo y los principios para la vida. Las sagradas Escrituras llegan a ser más relevantes para la vida diaria. En cierto sentido, las palabras de los profetas se convierten en nuestras palabras. Muchos de nosotros todavía recordamos el sermón y testimonio finales del élder Bruce R. McConkie. Conforme comenzó a revelar las verdades relacionadas con el sacrificio expiatorio de Cristo, el élder McConkie dijo: “Para hablar de estas cosas maravillosas usaré mis propias palabras, aunque quizás crean que son de las Escrituras, palabras pronunciadas por otros apóstoles y profetas.

“Es cierto que otros las pronunciaron antes, pero ahora son mías, pues el Santo Espíritu de Dios me ha testificado que son verdaderas, y ahora es como si el Señor me las hubiera revelado a mí en primer lugar. Por tanto, he escuchado Su voz y conozco Su palabra” (“El poder purificador de Getsemaní”, Conferencia General de abril de 1985).

4. Nuestro estudio personal del Evangelio llega a ser cada vez más esclarecedor y reafirma la fe, para que con regularidad durante la semana estemos alimentados y fortalecidos espiritualmente. Debido a ello, nuestra asistencia a la Iglesia, en la que participamos de la Santa Cena del Señor, recibimos instrucción e inspiración de quienes nos enseñan y disfrutamos de una placentera relación con los miembros de la familia de la fe, —no debe ser nuestra única oportunidad para edificar el conocimiento del Evangelio y para ser edificados. Así la adoración en el día de reposo se convierte en la piedra de coronamiento de una semana espiritualmente productiva.

5. Comenzamos a estar más seguros y firmes en nuestra fe, menos preocupado por las preguntas sin respuesta; en pocas palabras, la duda comienza a desaparecer de nuestro corazón y de nuestra mente. Cipriano, uno de los grandes defensores de la fe, tras el período apostólico, describió su propia experiencia: “En mi corazón, purificado de todo pecado, ha ingresado una luz que vino de lo alto, y de repente y en forma maravillosa, vi que la certeza triunfaba sobre la duda” (citado por Harold B. Lee, en Stand Ye in Holy Places, 1974, pág. 57).

6. Comenzamos a experimentar un sentido más profundo de amor y lealtad hacia los apóstoles y los profetas, los encargados de guiar el destino del Reino de Dios. Tal como el Señor lo explicó en la revelación moderna (D. y C. 1:38; 21:5), sus palabras se convierten en las palabras de Él. Su consejo se convierte en Su consejo. Al presidente Harold. B. Lee le encantaba la enseñanza: “Ese hombre [o esa mujer] no están completamente convertidos hasta [que ven] que el poder de Dios descansa sobre los líderes de esta Iglesia y ese testimonio penetra en [su corazón] como el fuego” (The Teachings of Harold B. Lee, 1996, pág. 520). Comenzamos a ver y a percibir las condiciones del mundo y el estado de la sociedad, como lo hacen las Autoridades Generales.

7. Con el paso del tiempo y al madurar espiritualmente, nuestra fe se transforma en certeza. De hecho, nuestra recepción de la revelación personal y nuestra interrelación frecuente con el Espíritu de Dios nos lleva a ese punto donde nuestra fe empieza a ser “inquebrantable [en el Señor]” (Enós 1:11; véase también Jacob 7:5). Además, esa convicción se manifiesta en compromiso. Debido a que la verdadera fe supone una decisión (véase Neil L. Andersen, “Es verdadero, ¿no es así? Entonces, ¿qué importa lo demás?”, Conferencia General de abril de 2007), sentimos eso como sucedió con los primeros Santos de los Últimos Días: ¡es el Reino de Dios o nada!

En más de una ocasión escuché al presidente Gordon B. Hinckley comentar sobre la necesidad de que los Santos de los Últimos Días vivieran según el conocimiento que tuvieran del Evangelio. Sí, como seguidores de Jesucristo debemos tener una razón para la esperanza en nosotros (véase 1 Pedro 3:15), un entendimiento de las doctrinas y los principios del Evangelio restaurado que sea interesante y satisfactorio para la mente, así como suave y reconfortante para el corazón. Además, necesitamos un testigo y una seguridad que produzcan y resulten en el verdadero crecimiento, en la conversión profunda, en la consagración completa. De esta manera y a través de ese proceso sagrado, la obra del Todopoderoso se apresura, en nuestra propia alma.

Robert L. Millet es profesor emérito de Escrituras antigua y ex decano de educación religiosa de la Universidad Brigham Young, en Provo, Utah.