La importancia de testificar en el hogar

Por Carol F. McConkie, Presidencia General de las Mujeres Jóvenes

  • 18 Agosto 2015

“El escuchar de manera constante la palabra de Dios de aquellos que velan por su bienestar eterno ayudará a los hombres y a las mujeres jóvenes a caminar con confianza en el sendero estrecho y angosto”, enseña la hermana Carol F. McConkie, de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes.

Puntos destacados del artículo

  • Los jóvenes de hoy están rodeados de influencias malignas.
  • Las palabras expresadas con fe, esperanza y caridad, y las que se hablan por el poder del Espíritu Santo amplían el entendimiento de los hijos y cambian los corazones.
  • Los padres en las Escrituras han dado el ejemplo a sus hijos al expresar sus testimonios con ellos.

“Testificamos de Cristo para que nuestros hijos sepan la fuente de toda verdad”. —Carol F. McConkie, de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes

Cuando era una madre joven, mi esposo y yo con frecuencia nos preguntábamos si los esfuerzos para enseñar y testificar a nuestros hijos alguna vez llegarían a sus oídos, e incluso a sus mentes y corazones. Sin embargo, he aprendido que el testimonio de la verdad que comparten los padres, familiares y amados líderes que se esfuerzan por criar a los hijos en la “disciplina y amonestación del Señor” (Enós 1:1) tiene una profunda y penetrante influencia y los prepara para llegar a ser defensores de la verdad. El presidente Boyd K. Packer enseñó: “Que la llama de su testimonio del Evangelio restaurado y el testimonio de nuestro Redentor resplandezca de tal manera que nuestros hijos se puedan calentar las manos en el fuego de su fe” (Conferencia General de abril de 2003).

Los jóvenes están rodeados de ideas y filosofías que son malas, indecentes, carentes del Espíritu y denigrantes a la verdad del Evangelio. Viven en una época en que muchos “a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo; que ponen tinieblas por luz, y luz por tinieblas” (2 Nefi 15:20). Sin embargo, el escuchar de manera constante la palabra de Dios de aquellos que velan por su bienestar eterno ayudará a los hombres y a las mujeres jóvenes a caminar con confianza en el sendero estrecho y angosto, aun en medio de la “guerra de palabras y tumulto de opiniones” (José Smith—Historia 1:10). Las palabras de fe, esperanza y caridad, y las que se hablan por el poder del Espíritu Santo amplían el entendimiento y cambian los corazones. Quienes hablan por el Espíritu y quienes reciben por el Espíritu son “edificados y se regocijan juntamente” (D. y C. 50:22).

Las palabras de Cristo pronunciadas por el Espíritu son un testimonio del convenio que hemos hecho para aliviar las cargas de los demás: “a llorar con los que lloran;… a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” (Mosíah 18:9).

Tal vez algunos de los momentos de enseñanza más eficaces son improvisados, personales, son respuestas a preguntas o parte de una simple conversación.

Muchas de las oportunidades para enseñar y testificar son ocasiones formales, en las reuniones, en las clases, en las actividades grandes y en las noches de hogar. Sin embargo, tal vez algunos de los momentos de enseñanza más eficaces son improvisados, personales, son respuestas a preguntas o parte de una simple conversación. Sobre las cosas sagradas, el Señor instruyó al pueblo del convenio: “Y se las repetirás a tus hijos y les hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:7).

Mi esposo me mostró el ejemplo en una conversación a solas con uno de nuestros hijos. Después de un largo día de trabajo, llegó a casa brevemente antes de salir de nuevo para cumplir con su asignación en la Iglesia. Esa misma noche pasaban por televisión un partido deportivo y todo el día nuestro hijo menor había previsto mirarlo con su papá. Se desilusionó al saber que el papá no estaría en la casa para alentar a su equipo favorito. Preguntó: “¿Papá, por qué no te quedas en casa y miras el partido conmigo?”.

Arrodillándose y mirando directamente a los ojos de nuestro pequeño hijo, con ternura respondió: “John, te amo y me encantaría quedarme; sin embargo, sé que el Padre Celestial y Jesucristo se aparecieron a José Smith y restauraron la Iglesia de Jesucristo y Su Evangelio en la tierra. Debido a que eso es verdad, tengo el privilegio y la responsabilidad de servir al Señor y prestar servicio en Su Iglesia”.

Mientras hablaba, el Espíritu del Señor llenó la habitación. Por medio del Espíritu, vi que nuestro pequeño hijo sintió que su padre dijo la verdad. El desaliento y la frustración desaparecieron debido al testimonio bondadoso en inspirado de la Restauración. El fuego del testimonio puro avivó el deseo de un joven en permanecer leal a la fe de su padre.

Los hijos del pueblo de Ammón fueron verídicos en todo momento, debido a que “sus madres les habían enseñado que si no dudaban, Dios los libraría”. Aún en tiempos difíciles testificaron: “No dudamos que nuestras madres lo sabían” (Alma 56: 47–48).

En lo profundo de la angustia y la tristeza según Dios, Alma recordó y confió en las profecías de su padre “concerniente a la venida de un Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo” (Alma 36:17). Las palabras que Enós había oído a su “padre hablar, en cuanto a la vida eterna y el gozo de los santos, penetraron [su] corazón profundamente” (Enós 1:3). Fueron las palabras de su padre que avivaron el deseo de Nefi en obtener su propio testimonio por el poder del Espíritu Santo (véase 1 Nefi 10:17) y luego predicar las mismas palabras por el mismo poder.

¿Podemos dudar del poder del testimonio de la verdad? ¿Le negaríamos a la nueva generación la bendición de la palabra de Dios y del testimonio seguro de su verdad? Los padres y los líderes hablan de Cristo, se regocijan en Cristo y predican de Cristo. Testificamos de Cristo para que nuestros hijos sepan la fuente de toda verdad. Ruego que sepan cómo obtener la paz en esta vida y la vida eterna en el mundo venidero por la calidez y la luz de la fe que arde intensamente en el fuego del testimonio puro.