¿Piensas que la Escuela Dominical es aburrida? Pregúntate qué puedes hacer para contribuir en la clase

Por Tad R. Callister, Presidente General de la Escuela Dominical

  • 4 Diciembre 2015

Un miembro participa en una clase de Escuela Dominical en Littleton, Colorado, EE. UU. Alma enseñó que el alumno tiene la misma responsabilidad que el maestro de contribuir con el éxito de la clase.

Puntos destacados del artículo

  • Ve un poco más preparado a la clase.
  • Ora por los alumnos así como también por el maestro para que tengan el Espíritu.
  • Sal de tu zona de confort y participa en los análisis de clase.
  • Escribe las impresiones espirituales y compártelas con los demás.

“Si no ponemos mucho esfuerzo en las clases de la Iglesia, es poco probable que obtengamos mucho beneficio de ellas. Sin embargo, cuando contribuimos, nuestro aprendizaje puede llegar a mejorar significativamente”. —Hermano Tad R. Callister, Presidente General de la Escuela Dominical

Era la Pascua inmediatamente antes de la crucifixión. El Salvador “se sentó a la mesa con los doce”. Entonces Él hizo el anuncio sorprendente de que uno de ellos lo traicionaría. Quizás la naturaleza humana podría haber hecho que ellos se acusaran el uno al otro, pero se demostró la fortaleza de su carácter cuando cada uno preguntó: “¿Soy yo?” (véase Mateo 26:19-22). En otras palabras, ¿soy yo el que tiene la culpa?

Tal vez con esa misma actitud, antes de que lleguemos a la conclusión de que un maestro es aburrido, está desinformado o no es tan bueno como esperábamos, nosotros, como alumnos podríamos adoptar el principio de “¿Soy yo?”. Por ejemplo, podríamos preguntarnos: “¿Leí el material de la lección con anticipación? ¿Ofrecí una oración en silencio por el maestro? ¿Contribuí al participar en clase? ¿Busqué impresiones divinas y las escribí? ¿Compartí con otras personas lo que aprendí?”. Si de alguna manera hemos fallado en cumplir esas cosas, entonces también podríamos preguntarnos: “¿Soy en parte la causa para que la clase no sea tan buena como esperaba que fuera y, si es así, cómo puedo mejorar? ¿Cómo puedo ser un mejor alumno y miembro de la clase?”.

¿Cómo contribuyo con la clase?

Alma puso nuestra función como alumnos en su debida perspectiva: “… el predicador no era de más estima que el oyente, ni el maestro era mejor que el discípulo; y así todos eran iguales” (Alma 1:26; cursiva agregada). Es una observación extraordinaria; el alumno tiene igual responsabilidad a la del maestro de contribuir al éxito de la clase. El Salvador enseñó este mismo principio en Doctrina y Convenios. Él instó primero al maestro a “... predicar mi evangelio por el Espíritu”. Luego mandó al alumno a recibir la palabra por el “Espíritu de verdad”. Después prometió que si cada uno cumplía su función “ambos [serían] edificados y se [regocijarían] juntamente” (D. y C. 50:14, 19, 22).

Hermano Tad R. Callister, Presidente General de la Escuela Dominical

El élder Bruce R. McConkie (1919–1985) habló sobre las consecuencias cuando el alumno y el maestro no son iguales: “A veces un orador [maestro] trae una jarra de ‘agua viva’ que contiene muchos litros, la derrama sobre la congregación [o la clase] y los miembros solo están preparados para recibir una pequeña porción de lo que se comparte; ese es todo el beneficio que reciben. O quizá no fueron del todo receptivos y no recibieron nada útil” (“The Seven Deadly Heresies”, charla fogonera de la Universidad Brigham Young, junio de 1980). Luego explicó que sucede lo contrario cuando el maestro está menos preparado que los alumnos.

Cómo hacer que “nos importe muchísimo”

El Señor habló con desaprobación a esos alumnos que eran poco receptivos o a quienes tal vez no eran receptivos del todo a Su mensaje del evangelio (véase Marcos 8:17). Claramente Él desea que seamos alumnos que están activos, alertas y ávidos de Su evangelio.

Al novelista inglés, J. B. Priestly, se le preguntó una vez cómo llegó a ser un escritor famoso, ya que algunos de sus compañeros igualmente talentosos cuando él era joven no habían sido tan exitosos. Él respondió: “La diferencia entre nosotros no estuvo en la capacidad, sino en el hecho de que ellos simplemente tuvieron el deseo de llegar a ser escritores. ¡A mí me importaba muchísimo serlo! Lo que cuenta es que nos importe muchísimo” (J. B. Priestly, Rain, pág. 178). En algún lugar, en algún momento, debería importarnos muchísimo si realmente queremos aprender el evangelio de Jesucristo. Esa debe haber sido la condición de los Santos en Berea, para que Pablo dijera que “eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud” (Hechos 17:11).

¿Cómo podemos contribuir como alumnos?

Todos podemos contribuir con el sentimiento espiritual de nuestras clases dominicales al escoger hacer todas o algunas de las siguientes cosas:

  • Ir un poco mejor preparados a la clase.
  • Orar por los alumnos así como por el maestro para que tengan el Espíritu.
  • Salir de nuestra zona de confort y participar en los análisis de clase.
  • Escribir las impresiones espirituales y compartirlas con los demás.

En los últimos años he tratado de escribir los puntos de vista doctrinales y las impresiones espirituales que recibo en la Iglesia. Puedo decir sinceramente que he sido muy bendecido. Esta práctica ha cambiado mi punto de vista, acelerado mi aprendizaje y aumentado mi deseo de asistir a la Iglesia. Cuando empecé a escribir las ideas e impresiones que recibía en la Iglesia, me sorprendió gratamente lo bien que me parecían los oradores y maestros en un período de tiempo tan corto.

Los resultados de contribuir

Si no ponemos mucho esfuerzo en nuestras clases de la Iglesia, es poco probable que obtengamos mucho beneficio de ellas.

El presidente Boyd K. Packer (1924–2015) habló del valor de contribuir al compartir una experiencia de la vida de Belle Spafford. Dijo que poco después de que la hermana Spafford fuera llamada como Presidenta General de la Sociedad de Socorro, ella se reunió con el presidente George Albert Smith. Durante esa reunión, recomendó que la Iglesia dejara de ser miembro de una organización nacional y de una organización internacional de mujeres. El profeta preguntó: “¿No han sido miembros de esas organizaciones durante más de medio siglo?”. La hermana Spafford reconoció que era cierto, pero luego explicó cuán costoso resultaba viajar a esas reuniones de liderazgo y que en ocasiones incluso llegaron a ser objeto de humillación. Luego añadió: “No sacamos ningún provecho de esos consejos”. El sabio profeta respondió: “¿Desean retirarse porque no sacan ningún provecho de la organización?”. “Eso es lo que sentimos”, respondió ella. Entonces Él respondió: “Dígame una cosa, ¿qué es lo que ustedes están aportando a la organización?”. Luego le dijo con considerable firmeza: “Sigan siendo miembros de esos consejos y hagan sentir su influencia”. Después ella compartió cómo había llegado a ser la presidenta de una de esas organizaciones (“La Sociedad de Socorro”, Liahona, febrero de 1979, pág. 11).

La lección que se enseñó fue crucial. Si no ponemos mucho esfuerzo en nuestras clases de la Iglesia, es poco probable que obtengamos mucho beneficio de ellas. Sin embargo, cuando contribuimos, nuestro aprendizaje puede llegar a mejorar significativamente”. De hecho, el Señor ha prometido: “… y a vosotros los que oís [y contribuís], os será añadido” (Marcos 4:24).