Punto de vista: La función divina del padre

  • 2012-11-09

“Un propósito principal de la Iglesia es perfeccionar y exaltar a la familia. Los Santos de los Últimos Días reconocen que el hogar es un lugar en el que reside una confianza sagrada y la responsabilidad por la familia. Los miembros fieles se esfuerzan por moldear sus hogares en la tierra siguiendo el modelo de su primer hogar, su hogar celestial. Una familia guiada por un justo poseedor del sacerdocio es la unidad espiritual más elevada que pueda existir en la tierra”.

Desde hace dos décadas, los científicos sociales, los periodistas y otros observadores de la condición humana, han expresado su alarma acerca de los males sociales que están viéndose debido a la idea de que el padre no es necesario en el hogar.

En un influyente artículo de una revista publicado en 1993, Barbara Dafoe Whitehead declaró: “El divorcio y el nacimiento de niños de padres que no están casados está trasformando la vida de los niños estadounidenses” (“Dan Quayle Was Right”, The Atlantic, abril de 1993).

No es un cambio para bien como demostró a continuación. Citó un estudio que indicaba que los niños en el hogar monoparental son seis veces más propensos a ser pobres y tienden a ser pobres durante más tiempo, y son dos o tres veces más propensos a tener problemas emocionales y de conducta, y con mayores probabilidades de abandonar la escuela secundaria, quedarse embarazadas durante la adolescencia, abusar de las drogas e infringir la ley.

Concluyó: “En los últimos 25 años, los estadounidenses han llevado a cabo lo que equivale a un gran experimento natural de la vida familiar… Los resultados de la experiencia ya están apareciendo, y son muy claros… Ésta es la primera generación en la historia de la nación que está peor psicológica, social y económicamente que sus padres. Más conmovedor resulta ver que encuesta tras encuesta demuestra que los hijos de familias desintegradas confiesan profundos deseos de pertenecer a una familia intacta… Si los estadounidenses actuarán o no para vencer el legado de la ruptura de la familia, es una pregunta crucial, pero que aún no cuenta con una respuesta”.

Así es que aquí estamos, casi veinte años más tarde. ¿Hemos aprendido del pasado?

En su artículo en la edición nacional de Deseret News del 21 de octubre, Janet Jacob Erickson de la Facultad de Vida familiar, en la Universidad Brigham Young, observó: “Décadas de investigación han documentado los desafíos que afrontan los niños que crecen sin padre. Pero nunca se diría que es así a la vista de algunas de las más recientes deliberaciones a favor de la ‘crianza de los hijos sin importar el género de los padres’”.

Al igual que el autor del artículo de la revista The Atlantic, citó estudios mostrando un conjunto de consecuencias adversas: los muchachos que provienen de familias sin padre tenían el doble de probabilidades de terminar en la cárcel antes de cumplir 30 años; las niñas criadas en hogares sin padre eran más propensas a participar en una conducta sexual temprana y terminar embarazadas; los niños y niñas eran más propensos a experimentar depresión, problemas de conducta y expulsión de la escuela.

“Estos desafíos pueden explicarse en parte por el hecho de que estos niños tienen más posibilidades de crecer en la pobreza”, reconoció. “Pero que, también, revela la importancia del padre, como padre casado, ya que es el principal sostén de la familia en casi el 70 por ciento de las familias casadas, lo cual proporciona recursos que benefician de muchas maneras a los niños”.

La realidad es que muchos de los niños crecen sin padre y los argumentos que defienden que la función del padre no es esencial pueden reflejar un esfuerzo para aceptar ese hecho, escribió. “Pero ciertamente un enfoque más eficaz y compasivo sería reconocer las contribuciones únicas de madres y padres en la vida de sus hijos, y después hacer lo que podamos para asegurar que se convierta en realidad para un mayor número de nuestros niños”.

Una de las cosas que podemos hacer, en particular como Santos de los Últimos Días, es resistir la actitud muy común hoy en día que pone en ridículo y menosprecia la función tradicional del padre en la familia.

Al hablarles a los hermanos que se reunieron para la sesión del sacerdocio de la conferencia general el mes pasado, el élder D. Todd Christofferson, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “En su afán por promover oportunidades para la mujer, algo que aplaudimos, hay quienes denigran al hombre y sus contribuciones”.

Añadió: “Parece que consideran la vida como una competencia entre el hombre y la mujer, en la que uno debe dominar al otro; y ahora es el turno de la mujer. Algunos afirman que lo principal es una profesión y que el matrimonio y los hijos deben ser optativos; por lo tanto, ¿para qué necesitamos al hombre? Hay demasiadas películas de Hollywood, series de televisión y de cable e incluso avisos comerciales que representan al hombre como incompetente, inmaduro o egocéntrico; esa degradación cultural del hombre está causando un efecto dañino”.

Algunos hombres, según explicó, “han tomado esas señales negativas como excusa para evitar responsabilidades y no llegan a madurar nunca. Entonces declaró: “Hermanos, no puede ser así con nosotros. Como hombres del sacerdocio, tenemos una función esencial que desempeñar en la sociedad, en el hogar y en la Iglesia; pero debemos ser hombres en los que la mujer pueda confiar, en los que los niños puedan confiar y en los que Dios pueda confiar”.

Un propósito principal de la Iglesia es perfeccionar y exaltar a la familia. Los Santos de los Últimos Días reconocen que el hogar es un lugar en el que reside una confianza sagrada y la responsabilidad por la familia. Los miembros fieles se esfuerzan por moldear sus hogares en la tierra siguiendo el modelo de su primer hogar, su hogar celestial. Una familia guiada por un justo poseedor del sacerdocio es la unidad espiritual más elevada que pueda existir en la tierra.

En un documento que cada día parece más sabio y profético, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce declararon en 1995: “El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para [el] plan eterno [de Dios]. Los hijos merecen nacer dentro de los lazos del matrimonio y ser criados por un padre y una madre que honren sus votos matrimoniales con completa fidelidad… Por designio divino, el padre debe presidir la familia con amor y rectitud y es responsable de proveer las cosas necesarias de la vida para su familia y de proporcionarle protección. La madre es principalmente responsable del cuidado de sus hijos. En estas sagradas responsabilidades, el padre y la madre, como compañeros iguales, están obligados a ayudarse el uno al otro. Las discapacidad, la muerte u otras circunstancias pueden requerir una adaptación individual. Otros familiares deben brindar apoyo cuando sea necesario” (“La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129).

En su discurso de la conferencia general, el élder Christofferson indicó muchos puntos en los que los poseedores del sacerdocio están obligados a estar a la altura de sus responsabilidades, que incluyen la formación académica, la vida familiar, el servicio, la obra misional y la redención de los muertos. Apoyamos sus amonestaciones y al mismo tiempo llamamos a los hombres, mujeres y niños a respetar y honrar la función de la paternidad que ha sido ordenada divinamente.