Las mujeres que comparten las Escrituras con los niños tienen una influencia perdurable

Por Richard M. Romney, colaborador de Church News

  • 23 Septiembre 2016

La familia Estall, de Arue, Tahití, estudia las Escrituras juntos.  Fotografía por Richard M. Romney.

Puntos destacados del artículo

  • Cuando las mujeres comparten las Escrituras con los niños, el efecto es memorable, influyente y perdurable.

“Los momentos para enseñar y testificar transmiten la verdad a la mente y al corazón de un niño. Valoro el consejo de Alma: ‘A fin de que preparen la mente de sus hijos para oír la palabra’ (Alma 39:16)”. —Hermana Joy D. Jones, Presidenta General de la Primaria

Desde que eran lo suficientemente grandes como para escuchar, Moekore y Valencia Estall, de Arue, Tahití (Polinesia Francesa), recuerdan a su madre, Rava, enseñarles historias de las Escrituras. En particular, recuerdan a su madre hablar sobre Nefi, quien perseveró hasta que obtuvo las planchas de bronce de Labán.

“Iré y haré lo que el Señor ha mandado”, dice Valencia, de 14 años de edad, citando un pasaje conocido. “Creo que 1 Nefi 3:7 se ha convertido en nuestro lema familiar. Casi cada día, mi madre habla sobre Nefi y su deseo de seguir al Señor”.

Escuchar su voz

“Cuando éramos pequeñas, mamá leía relatos de las Escrituras con nosotras”, dice Moekore, de 16 años. “Nos gustaban las imágenes y nos encantaba estar cerca de ella. A través de los años, hemos aprendido que cuando leemos las Escrituras juntos en la mañana, el Espíritu está con nosotros todo el día; y cuando las leemos juntos en la noche, nos brindan paz antes de ir a dormir”. Hoy, su hermano menor, Kimaru, de 6 años, está aprendiendo el Evangelio como lo hicieron sus hermanas, desde muy pequeño. “Me encanta escuchar a mamá leer”, dice él. “Me encanta escuchar su voz”.

Rava Estall no está sola para alentar el estudio de las Escrituras en la familia. Su esposo, Henri Estall, ama las Escrituras y las comparte con su familia todo el tiempo. Aunque a menudo está ocupado con el trabajo y con responsabilidades de la Iglesia como presidente de la Estaca Arue, él con regularidad se reúne con la familia para el estudio de las Escrituras y para orar; y siempre está presente los lunes por la noche, para las lecciones de la noche de hogar basadas en las Escrituras.

Tanto la madre como el padre tienen un estilo personal de enseñanza.

“Papá explica lo que significan las Escrituras y cómo obedecer los mandamientos”, dice Valencia. “Mamá nos ayuda a ver la mano del Señor en todas las cosas y que necesitamos tener las Escrituras en nuestro corazón, como también en nuestra mente”.

La hermana Rava Estall lee las Escrituras a su hijo Kimaru. Fotografía por Richard M. Romney.

“Mientras nuestros hijos crecían, se hizo evidente para mí que Rava tenía una gran influencia en ellos”, dice el presidente Estall. “Yo tiendo a ser directo: ‘Aquí está el principio y esto es lo que debes hacer’; pero ella está con los niños todo el tiempo y de manera amable y tranquila les enseña con historias y ejemplos”.

“Trato de poner atención a lo que está pasando en sus vidas para que así les pueda mostrar poco a poco cómo el Evangelio los ayuda”, dice la hermana Estall. “Intento adaptar las enseñanzas a su edad y entendimiento, como así también a momentos particulares de su vida”.

Más que nada, dice ella, “quiero que mis hijos comprendan las bendiciones que hemos recibido y que necesitamos tener al Salvador con nosotros para ganar las batallas de la vida”. Por lo tanto, casi desde que nacieron, la hermana Estall ha enseñado a sus hijos las Escrituras. Al hacerlo, ella comparte un noble legado.

La hermana Rava Estall lee las Escrituras a su hija Moekore. Fotografía por Richard M. Romney.

Guiados por la palabra de Dios

Existe evidencia desde los primeros días de la historia de la humanidad, que las mujeres justas han enseñado a sus hijos lecciones basadas en la palabra de Dios. Por ejemplo, Adán y Eva “hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas” (Moisés 5:12). En el Antiguo Testamento leemos: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la enseñanza de tu madre” (Proverbios 1:8).

Las ayudas de estudio dicen que en la época de Cristo, “la ley divina hacía hincapié a los padres sobre el deber de enseñar a sus hijos los preceptos y principios… Hasta los 6 años de edad, se enseñaba a un niño en el hogar, principalmente por la madre” (“Education”, Diccionario bíblico en inglés). Sabemos que el Salvador creció en un hogar religioso donde “crecía, y se fortalecía y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él” y que “… Jesús crecía en sabiduría, y en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:40, 52). Ciertamente María tuvo una función importante en aquellos primeros años antes de que Cristo, a los 12 años, asombrara a quienes estaban en el templo con su entendimiento y respuestas (véase Lucas 2:46-47).

El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, ofrece esta perspectiva: “Hoy deseo elogiar las manos maternas que han mecido la cuna del niño y que, por haber enseñado rectitud a sus pequeños, se hallan en el centro mismo del propósito que el Señor tiene para nosotros en la vida mortal.

“Con este mensaje hago eco de lo que Pablo escribió cuando alabó de Timoteo su ‘fe no fingida… la cual habitó primero… en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice’ (2 Timoteo 1:5).

“‘Desde la niñez’, dijo Pablo, ‘has sabido las Sagradas Escrituras’ (2 Timoteo 3:15). Damos gracias por todas las madres y abuelas de quienes se han aprendido esas verdades desde una tierna edad” (“Porque ella es madre”, Liahona, julio de 1997).

Heroes (Taught by Their Mothers) [Héroes (a quienes sus madres enseñaron)], una pintura de Liz Lemon Swindle, retrata a una madre y a los miembros de la familia de un joven guerrero.

El relato de las Escrituras más detallado de madres enseñando a sus hijos se encuentra en el Libro de Mormón. Helamán habla sobre los jóvenes conocidos como los “jóvenes guerreros”, quienes se ofrecieron a defender la libertad.

“… sus madres les habían enseñado que si no dudaban, Dios los libraría.

“Y me repitieron las palabras de sus madres, diciendo: No dudamos que nuestras madres lo sabían” (Alma 56:47–48).

Las madres de hoy en día

Los líderes de la Iglesia a menudo hacen hincapié en la importante función que las madres tienen en la enseñanza del Evangelio a sus hijos.

El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, aconseja: “En ningún lugar se siente la influencia moral de la mujer de manera más poderosa, ni se aplica de manera más provechosa, que en el hogar. No hay mejor entorno para criar a la nueva generación que la familia tradicional donde el padre y la madre trabajan en armonía para sustentar, enseñar y cuidar a sus hijos. Cuando ese ideal no existe, la gente se esfuerza por reproducir sus beneficios lo mejor posible en sus circunstancias particulares.

“En todo caso, la madre ejerce una influencia que ninguna otra persona ni relación puede igualar” (“La fuerza moral de la mujer”, Conferencia General de octubre de 2013).

A menudo las madres se encuentran en una posición que permite a los niños ver las bendiciones del Evangelio en situaciones prácticas y cotidianas. “Cuando una madre toma pequeñas oportunidades para explicar o aplicar el Evangelio en el día de un niño, ella puede tener una gran influencia”, dice la hermana Joy D. Jones, Presidenta General de la Primaria. “Los momentos para enseñar y testificar transmiten la verdad a la mente y al corazón de un niño. Valoro el consejo de Alma: ‘A fin de que preparen la mente de sus hijos para oír la palabra’ (Alma 39:16)”.

Las mujeres que no han tenido hijos propios también pueden ayudar a preparar la mente de los niños para escuchar la palabra de Dios cuando enseñan y nutren a los niños en sus familias y como parte de sus llamamientos de la Iglesia. El compartir las Escrituras con los niños al nivel de su entendimiento es siempre una parte importante de la enseñanza y aprendizaje del Evangelio.
 
Advertidos y protegidos

Ronald Rasband, de 7 años, con su madre y padre, Verda y Rulon Rasband. Fotografía cortesía de la familia Rasband.

El élder Ronald A. Rasband, del Cuórum de los Doce Apóstoles, nos dice cómo él fue bendecido por las enseñanzas de su madre.
“Fui criado en un hogar con muy pocos recursos”, dijo en una entrevista con la revista de la Iglesia. “Mi padre era camionero; mi madre ama de casa para criar a la familia. Asistí a escuelas públicas y tuve grandes maestros en la Primaria. A mis padres les encantaba ocupar nuestro tiempo con relatos de las Escrituras; pero la mayoría de mi formación religiosa vino de mi madre.

“A ella le encantaba enseñarme y leerme las Escrituras. Era presidenta de la Primaria, por lo que me enseñaba con las imágenes que estaban en la biblioteca del centro de reuniones. Le encantaba contarme los relatos del Antiguo Testamento y la recuerdo enseñándome de José. Me contó cómo él fue tentado por la esposa de Potifar. Ella usaba ese relato del Antiguo Testamento para enseñarme sobre las tentaciones que vendrían y que yo debería ser fuerte para soportarlas. Y por supuesto que vinieron; pero yo estaba protegido por esas primeras experiencias de vida por aprender desde niño. Mi madre me advirtió sobre el futuro al enseñarme los relatos del Evangelio que se hallan en las Escrituras”.

“Iré y haré”

Es miércoles por la noche en Tahití. Moekore y Valencia recién regresaron de una actividad del barrio y ambas aún tienen tarea que terminar. No es mucho, pero lo suficiente para que se pregunten si tienen tiempo para el estudio de las Escrituras y la oración en familia.

“Iré y haré’”, suavemente les cita su madre. Debido a años de amor, esas tiernas palabras son suficientes para recordarles poner primero al Señor. Ellas saben que sus tareas pueden fácilmente completarse después de unos pocos minutos importantes con la familia.

La familia Estall: desde la izquierda Henri, Rava, Kimaru (al frente), Moekore y Valencia. Fotografía por Richard M. Romney.