Entre las funciones divinas de las mujeres se encuentra la de edificar a los demás

Por Por Carole M. Stephens, primera consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro

  • 30 Abril 2014

Una madre en Mongolia recibe un abrazo y un beso de su joven hija. Sin importar su situación familiar actual, cada mujer tiene la responsabilidad de fortalecer a las familias, la suya propia y aquellas en las que pueda influir.

“Como discípulas de Jesucristo, cada hija del convenio de Dios tiene la responsabilidad de comprender, vivir y defender las funciones divinas de las mujeres… y de establecer, edificar, defender y fortalecer a las familias y hogares”. —Carole M. Stephens, de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro

Madre, maternidad y ser madre se definen de muchas maneras en el mundo de hoy, pero en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la palabra madre abarca las funciones eternas de una mujer, su identidad divina y describe su naturaleza como edificadora. Con esta perspectiva, las mujeres son madres no sólo al dar la vida física a un niño, sino también al nutrir a aquellos que les rodean (véase Hijas en Mi Reino, pág. 169). Nutrir es proporcionar amor e influencia, cuidar, apoyar, educar, alentar, proteger y enseñar. Nutrir es ayudar a alguien a crecer y desarrollarse.

El élder M. Russell Ballard enseñó: “Hermanas, nosotros, sus hermanos, no podemos hacer la obra que a ustedes se les ha asignado divinamente desde antes de la fundación del mundo… Nunca podríamos aspirar a reproducir sus exclusivos dones. En este mundo, no hay nada tan personal, tan enriquecedor ni tan decisivo para una vida como la influencia de una mujer recta… Toda mujer posee dentro de su naturaleza divina tanto el talento inherente como la mayordomía de ser madre” (“Madres e Hijas”, Conferencia General de abril de 2010).

El 23 de septiembre de 1995, el presidente Gordon B. Hinckley expresó gratitud por la fidelidad y la diligencia de las mujeres Santos de los Últimos Días,tanto jóvenes y ancianas, casadas y solteras, y con hijos y sin hijos. Luego leyó “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”. La hermana Barbara Thompson, quien más tarde fue llamada para prestar servicio como consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, estaba presente en el Tabernáculo de Salt Lake cuando se leyó la proclamación. Ella recordó: “Sentí la importancia del mensaje, y me puse a pensar, ‘Es una gran guía para los padres. Es también una gran responsabilidad para los padres’. Por un momento pensé que en realidad no me concernía mucho a mí, ya que no estaba casada y no tenía hijos, pero casi al mismo tiempo pensé: ‘Pero sí me concierne a mí; soy parte de una familia; soy hija, hermana, tía, prima, sobrina y nieta. Tengo responsabilidades —y bendiciones— porque pertenezco a una familia. Incluso si fuese la única persona de mi familia con vida, aún soy miembro de la familia de Dios y tengo la responsabilidad de fortalecer a otras familias” (“Te ayudaré… yo soy tu Socorro”, Reunión general de la Sociedad de Socorro, septiembre de 2007).

Todas pertenecemos a una familia y toda familia necesita que se le fortalezca y proteja. Sin importar su situación familiar actual, cada mujer tiene la responsabilidad de fortalecer a las familias, la suya propia y aquellas en las que pueda influir.

Es una bendición y una responsabilidad nutrir y sostener a la familia, y “pocas de nosotras alcanzaremos nuestro potencial sin el cuidadoso influjo de la madre que nos dio a luz y de las madres que nos enseñan con paciencia y amor” (Sheri Dew, “¿No somos todas madres?”, Reunión General de la Sociedad de Socorro, septiembre de 2001).

Pablo se refirió a la madre amorosa de Timoteo y la influencia de una mujer recta, cuando dijo: “trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice; y estoy seguro de que en ti también (2 Timoteo 1:5).

Recordamos con amor y gratitud a las mujeres justas que han influido en nuestra vida. Primero recordamos el amor de nuestra propia madre, la que nos dio la vida. Recordamos la recta influencia de las abuelas, tías, hermanas, maestras de la Primaria y las líderes de las Mujeres Jóvenes. Todas estas mujeres de Dios compartieron con nosotras. Se preocupaban por nosotras y acerca de nosotras. Nos enseñaron, nos alentaron, nos guiaron y nos protegieron. Influenciaron nuestra vida para bien. Ellas comprendieron que “siempre que una mujer fortalece la fe de un niño, contribuye a la fuerza de la familia, tanto en la actualidad como en el futuro” (Hijas en Mi Reino, pág. 176).

“Toda hermana que defiende la verdad y la rectitud disminuye la influencia del mal; toda hermana que fortalece y protege a su familia está haciendo la obra de Dios; toda hermana que vive como una mujer de Dios se convierte en un ejemplo para los demás y planta las semillas de una influencia justa que se cosechará en las décadas venideras; toda hermana que haga convenios sagrados y los observe llegará a ser un instrumento en las manos de Dios” (M. Russell Ballard, “Mujeres de rectitud”, Liahona, diciembre de 2002, pág. 39).

Como discípulas de Jesucristo, cada hija del convenio de Dios tiene la responsabilidad de comprender, vivir y defender las funciones divinas de las mujeres, que incluyen la de ser esposa, madre, abuela, hija, hermana, tía y amiga, y de establecer, edificar, defender y fortalecer a las familias y los hogares.

Ahora ustedes se hallan en una posición de poder actuar de acuerdo con esa compasión que Dios ha plantado en sus corazones… Si viven de acuerdo con sus privilegios, los ángeles no podrán evitar acompañarlas” (José Smith, en Hijas en Mi Reino, pág.189).

“El Padre nos dio la tarea sagrada

de amar, socorrer con fiel abnegación,

de hacer lo virtuoso, lo digno, lo bueno,

servir, alentar y tener compasión.

¡Cuán gloriosa es nuestra meta divina!,

debemos lograrla con fe y afán.

Confiemos en la dirección de los cielos

y siempre vivamos conforme al plan”.

(“Sirvamos Unidas”, Himnos, Nº 205)