1990–1999
Dad gracias en todo
Octubre 1990


Dad gracias en todo

Mis hermanos y amigos, como el Apóstol Pablo aconsejó a los Tesalonicenses: “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18), hoy quisiera expresar mi agradecimiento por algunas de las más ricas bendiciones que he recibido:

Estoy muy agradecido por haber nacido y haber sido criado en el seno de una familia cristiana, en la que desde mi tierna infancia tuve el privilegio de aprender y de apreciar las sagradas enseñanzas de la Biblia.

Estoy agradecido porque se me enseñaron los principios de honradez, de trabajo y de ahorro, mas por el ejemplo de mis padres y familiares que por sus palabras y consejos.

En los ya lejanos días de mi adolescencia, decidí seguir la carrera militar. En la academia militar mis líderes y maestros me enseñaron los principios de disciplina, obediencia y dedicación, y mi alma esta llena de gratitud también por esa gran experiencia.

Cuando todavía era joven, en cl momento en que ocurrió el infortunado accidente que me impidió continuar la carrera militar, lo considere un terrible impedimento para que se cumplieran mis sueños mas anhelados. Hoy, sin embargo, en esta época de mi vida en que mi cabello castaño se ha vuelto blanco e incluso amenaza con desaparecer totalmente, he llegado a reconocer ese accidente como una bendición velada, destinada a hacerme avanzar por otros senderos que me han conducido a lograr mayor entendimiento de mi personalidad; por esto también estoy agradecido.

Siento gratitud al contemplar los años que han pasado y todo lo que ha sucedido, dándome cuenta de lo que el Señor me ha dado y de las firmes promesas de un futuro más feliz, un futuro aun mejor por la compañía de familiares y amigos, muchos de los cuales me han precedido en pasar al otro lado del velo. Estoy agradecido por aquellos seres queridos de cuya compañía todavía disfruto cada día, en especial la mujer extraordinaria que Dios me dio como esposa en esta vida y por toda la eternidad. También agradezco los maravillosos hijos y nietos que Él envió a nuestro hogar para ser el gozo de nuestra vida. Al considerar todas estas bendiciones, mi corazón se llena de un profundo agradecimiento.

Por todas estas y por las muchas otras bendiciones que no puedo describir debidamente, el tema principal que se me ocurrió cuando me invitaron a hablar en esta conferencia fue el de la gratitud.

Expreso mi agradecimiento a quienes preservaron la Biblia para generaciones futuras, empezando por los patriarcas fieles de Israel y luego los eruditos que tradujeron los escritos de los profetas al griego, idioma universal de la época, preservando así para nosotros esa preciosa versión del Antiguo Testamento conocida como los Sctenta. Mas tarde hubo personas dedicadas que trabajaron incansablemente copiando las Escrituras durante la Edad Media y que con paciencia las reprodujeron y las defendieron contra los bárbaros que invadieron Europa. También rindo homenaje a los valientes reformadores del siglo 16 que tradujeron las Escrituras al idioma de la gente del pueblo y las pusieron a disposición para la lectura y la edificación de todos los hijos de Dios

Expreso gratitud a nuestro Padre Celestial por José Smith, ese Profeta humilde y fiel, por cuyo medio se revelaron a esta generación las experiencias espirituales y las preciosas enseñanzas doctrinales de los profetas que vivieron en este hemisferio y registraron SU testimonio de Jesucristo en las Escrituras que hoy conocemos como el Libro de Mormón, el libro que nos aclara los pasajes obscuros de la Biblia, confirmando la palabra de Dios y explicando esa parte maravillosa del plan de salvación creado por nuestro Padre Celestial para la felicidad de sus hijos.

Doy gracias además, por las buenas familias, descendientes de los pioneros que poblaron estos valles desérticos, que crían hijos nobles, puros y dedicados, listos para aceptar llamamientos misionales y dispuestos a dejar sus hogares para ir por todo el mundo a predicar las preciosas verdades del evangelio restaurado entre personas desconocidas y algunas veces hostiles. Agradezco especialmente a los padres cuyos hijos han servido en nuestra tierra natal, Brasil, todo lo que han hecho por toda la gente de allí y, en particular, por mi familia.

Estoy agradecido al Todopoderoso por el privilegio que nos ha dado a todos nosotros de nacer en esta época de grandes pruebas y refulgentes esperanzas, de progreso tecnológico y de extraordinarios avances científicos; y también por haber nacido en una nación libre donde se puede predicar sin trabas el evangelio para la felicidad eterna de quienes lo reciban.

Expreso gratitud por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, una organización perfecta, incomparable en poder espiritual e insuperable en doctrina y practica. Y además, porque en el evangelio restaurado las verdades del universo están tan bien incorporadas, que quienes las aceptan no se ven forzados a abandonar ninguna verdad ya conocida, ninguna esperanza consoladora, ni ningún principio ennoblecedor que hayan obtenido anteriormente. Por el contrario, estas verdades del evangelio restaurado sólo hacen que la luz ya adquirida brille con mas esplendor, que toda felicidad y gozo experimentados se magnifiquen y que la sabiduría inspirada complemente el conocimiento ya logrado. De esta manera, por medio del Evangelio restaurado de Jesucristo, una persona puede verse transportada a los niveles más altos que el corazón y la mente humanos logren alcanzar.

Agradezco especialmente la restauración del sacerdocio, incluso de las mismas llaves selladoras que había prometido Jesucristo a sus Apóstoles y que permiten que en la actualidad nuestros seres queridos queden sellados para siempre en familias eternas (véase Mateo 16:19).

El reconocimiento y la gratitud por las bendiciones recibidas han sido un mensaje que no sólo recalcaron los Apóstoles y Profetas de la antigüedad, sino también en nuestra época estos profetas que nos acompañan hoy en el Tabernáculo.

Considerando otra vez la amonestación del apóstol Pablo, “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18), debemos estar agradecidos por las bendiciones que pedimos y recibimos, al igual que por las inesperadas que se nos conceden y que sobrepasan toda nuestra capacidad actual de comprensión. Todo nos lo da Dios, que es justo, amoroso y perfecto, y será para nuestro propio bien porque “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).

Que el orgullo y las pretensiones humanas nunca nos dominen haciendo que en los momentos de victoria o logro personal imaginemos que los hemos obtenido por nuestro propio mérito, sino que, en cambio, reconozcamos en todo la mano de Dios, porque, como leemos en las Escrituras modernas: “en nada ofende el hombre a Dios, o contra ninguno esta encendida su ira, sino aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas y no obedecen sus mandamientos” (D. y C. 59:21). Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.