1990–1999
“Cuídate de no olvidarte de Jehová”
Abril 1991


“Cuídate de no olvidarte de Jehová”

“La historia repetidamente confirma que la abundancia de posesiones terrenales puede ser tanto una bendición como una maldición, de acuerdo con la forma en que las personas las consideren y utilicen”.

Damos nuestra bienvenida a los hermanos que han sido sostenidos esta mañana como miembros de los Quórumes de los Setenta. Son hombres de gran fe y devoción que poseen una amplia experiencia en el liderazgo de la Iglesia. Su llamamiento refleja el crecimiento continuo de la Iglesia en todo el mundo.

Mientras las tribus del Israel antiguo se preparaban para cruzar el Jordán y entrar en la tierra de Canaán, Moisés les dio su ultimo consejo e instrucción. Estaban a punto de entrar en una tierra que Josué y Caleb habían descrito como “tierra que fluye leche y miel” (Números 14:8), lo que iba a causar un cambio dramático en las condiciones de Israel, un cambio drástico para una generación que sólo había conocido la desolación del desierto y que dependía del Señor para su sustento diario.

Moisés estaba preocupado porque no sabia si su pueblo estaba capacitado para enfrentar ese cambio abrupto que estaban por iniciar. “Oye, Israel”, dijo, “tu vas hoy a pasar el Jordán, para entrar a desposeer a naciones mas numerosas y mas poderosas que tu, ciudades grandes y amuralladas hasta el cielo” (Deuteronomio 9:1).

“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tu no edificaste,

“y casas llenas de todo bien, que tu no llenaste, y cisternas cavadas que tu no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies,

“cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Deuteronomio 6:10-12).

A través de las dispensaciones del evangelio, otros Profetas demostraron tener la misma preocupación que Moisés con respecto a su pueblo. Daría la impresión de que uno de los efectos paralelos inevitables que se presentan cuando la gente aplica los principios del evangelio en su vida es que mejoran en el aspecto material. Esto no quiere decir que el derecho o la esperanza de todo el que acepte el Evangelio de Jesucristo deba ser. el llegar a ser. rico en lo que se refiere a posesiones materiales. No obstante, el Señor ha dejado bien en claro que cuando Su pueblo es obediente, El desea bendecirlo con lo necesario y las comodidades de la vida para que nadie tenga necesidades.

El Señor dijo al profeta José Smith:

“Y he hecho rica a la tierra, y he aquí, es el estrado de mis pies; por tanto, de nuevo pondré mi pie sobre ella.

“Y os extiendo y condesciendo daros riquezas mas grandes, sí, una tierra de promisión, una tierra que fluye leche y miel, sobre la que no habrá maldición cuando el Señor venga” (D. y C. 38:17-18).

La historia pone de manifiesto que la abundancia con la cual el Señor bendice a Su pueblo es una de las pruebas mas grandes. Los ciclos comprendidos entre la adquisición de riquezas y la subsiguiente caída espiritual están bien documentados en los registros tanto religiosos como históricos.

La preocupación de Moisés hacia su pueblo resultó justificada años después de que llegaron a la tierra de Canaán. Fue cuando se establecieron en sus buenas tierras que empezaron a restarle importancia a la razón de su abundancia y a olvidar la fuente verdadera de sus bendiciones. Moisés les había aconsejado:

“Porque Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes;

“tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel;

“tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltara nada en ella; tierra cuyas piedras son hierro, y de cuyos montes sacaras cobre.

“Y comerás y te saciaras, y bendecirás a Jehová tu Dios por la buena tierra que te habrá dado.

“Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy;

“no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites,

“y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente;

“y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; …

“… y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza” (Deuteronomio 8:7-14, 17) .

No mucho después de que los primeros Santos de los Últimos Días llegaran al Valle del Lago Salado, y mientras luchaban en medio de su pobreza por establecer sus hogares y sobrevivir en una tierra inhóspita, llegaron noticias de que se había descubierto oro en California. Las noticias se esparcieron por todas partes del país, y pasaron por Salt Lake los que iban en busca de oro que se dirigían a ese estado, hablando de las esperanzas que tenían de hacerse ricos en esas tierras recién descubiertas. Eso fue una gran tentación para algunos miembros de

la Iglesia que se encontraban en condiciones muy pobres.

Brigham Young, dándose cuenta de lo que algunos de ellos estaban pensando, dijo: “Espero que las minas de oro estén a mas de 1200 kilómetros de distancia … La prosperidad y las riquezas reducen la sensibilidad del hombre” (Journal History of the Church, 8 de julio de 1849).

También hizo una declaración directa: “Lo que mas me preocupa es que esta gente se haga rica en este país, olvide a Dios y a Su pueblo, se haga rica y se aleje de la Iglesia y vaya al infierno. Esta gente resistirá a las chusmas, el robo, la pobreza y toda clase de persecución, y triunfara. Pero mi gran temor … es que no puedan resistir las riquezas” (James S. Brown, Life of a Pioneer, Salt Lake City: Geo. Q. Cannon and Sons Co., 1900, págs. 122-123).

En su inspirada sabiduría, el presidente Brigham Young sintió las mismas aprehensiones por su pueblo que Moisés sintió por las tribus de Israel. Por eso aconsejó a los primeros santos que también demostraran algunos de los sentimientos que Jacob expresó a su pueblo en el Libro de Mormón. Esos hombres pensaban que no había nada malo en adquirir riquezas. El peligro existe cuando la riqueza hace que la gente se olvide del conocimiento de que la mano del Señor esta en es as bendiciones y no utilicen la abundancia que tienen para bendecir a otros y lograr los propósitos del Señor. Jacob dijo:

“Considerad a vuestros hermanos como a vosotros mismos; y sed afables con todos y liberales con vuestros bienes, para que ellos puedan ser ricos como vosotros.

“Pero antes de buscar riquezas, buscad el reino de Dios.

“Y después de haber logrado una esperanza en Cristo obtendréis riquezas, si las buscáis; y las buscaréis con el fin de hacer bien: para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, libertar al cautivo y administrar consuelo al enfermo y al afligido” (Jacob 2:17-19).

El codiciar las riquezas a menudo ha traído como resultado la avaricia, la falta de honestidad y el dolor; y la adquisición de riquezas ha traído consigo el orgullo, el egoísmo y la arrogancia.

Un episodio de la época de Alma, registrado en el Libro de Mormón, demuestra que cuando el Señor bendice a la gente con posesiones materiales, se alejan de El. En ese caso, los nefitas se esforzaban por sobreponerse a los efectos devastadores de la guerra civil y de la invasión lamanita.

No sólo habían perdido muchas vidas, sino que la destrucción de las tierras y propiedades eran tan serias que temían no volver a recuperarlas. Alma describe las condiciones con estas palabras:

“Mas el pueblo estaba afligido, si, sumamente afligido por la perdida de sus hermanos, y también por la perdida de sus rebaños y manadas, y por la perdida de sus campos de grano que los lamanitas hollaron y destruyeron.

“Y eran tan grandes sus aflicciones, que no había quien no tuviera motivo para lamentar; y creían que eran los juicios de Dios enviados sobre ellos a causa de sus iniquidades y sus abominaciones; por consiguiente, se despertó en ellos el recuerdo de sus deberes.

“Y empezaron a establecer la iglesia mas completamente; si, y muchos fueron bautizados en las aguas de Sidón y se unieron a la iglesia de Dios” (Alma 4:2 4).

Este despertar espiritual entre el pueblo tuvo un efecto dramático. La paz retorno a la tierra, la Iglesia creció rápidamente, y no es de sorprenderse que el pueblo empezara enseguida a disfrutar de la abundancia.

Las bendiciones espirituales del Señor venían acompañadas de riquezas materiales. Lamentablemente, los nefitas no pasaron esa prueba. En menos de tres años, a partir de la ultima tragedia, Alma describe a su pueblo en esta forma:

“… los de la iglesia empezaron a llenarse de orgullo por motivo de sus grandes riquezas, y sus delicadas sedas, y sus lienzos de tejidos finos, y por motivo de sus muchos rebaños y manadas, y su oro y su plata, y toda clase de objetos preciosos que habían obtenido por su industria; y en todas estas cosas se envanecieron en el orgullo de sus ojos …” (Alma 4:6).

La historia repetidamente confirma que la abundancia de posesiones terrenales puede ser tanto una bendición como una maldición, de acuerdo con la forma en que las personas las consideren y utilicen. Cuando las pedimos para satisfacer nuestros placeres y deseos, acarreamos la tragedia sobre nosotros.

La riqueza es algo relativo; las condiciones varían en los diferentes lugares del mundo. Aquello que parece una necesidad en el diario vivir de algunos puede ser abundancia para otros, y aun una extravagancia. En cualquier circunstancia, los problemas relacionados con el aumento de posesiones materiales siguen siendo los mismos. El mensaje que se nos ha repetido constantemente, tanto desde las páginas de la historia como mediante los consejos del Señor y Sus Profetas, es claro:

-”Buscad primeramente el reino de Dios” (Mateo 6:33).

-”No pidáis riquezas para gastar en vuestros deleites” (véase D. y C. 46:9 o Santiago 4:3).

-”No codiciarás” (Éxodo 20: l 7).

-”Vestir al desnudo” (Jacob 2: 19) .

-”Alimentar al hambriento” (Jacob 2:19)

-”Administrar consuelo al enfermo y al afligido” (Jacob 2:19).

-Pagar diezmos y ofrendas (véase Malaquías 3:8).

-”Reconócelo [al Señor] en todos tus caminos” (Proverbios 3:6).

-”Sed agradecidos” (Colosenses 3: 15).

-”Se humilde” (D. y C. 112:10).

Las palabras de Moisés a las tribus de Israel se aplican también a nosotros:

“Para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos … tu, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados.

“Oye, pues, oh Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche y miel …” (Deuteronomio 6:2-3).

“Y comerás y te saciaras, y bendecirás a Jehová tu Dios por la buena tierra que te habrá dado” (Deuteronomio 8: 10).

En el nombre de Jesucristo. Amén.