1990–1999
Eduquemos a los niños
Abril 1991


Eduquemos a los niños

“Ver a nuestros hijos crecer, triunfar en la vida y lograr un puesto en la sociedad y en el Reino de Dios es una recompensa eterna digna de cualquier inconveniencia o sacrificio”.

Durante la Navidad recién pasada, tuve el privilegio de participar en la ceremonia de iluminación de luces navideñas del Centro de Visitantes de Washington D. C. Al encender las 200,000 luces, estas parecían danzar y centellear por los árboles teniendo como fondo la brillantez del majestuoso templo. Esa noche nos deleitaron con los bailes y los cantos de su madre patria treinta y cinco niños de la escuela de la Embajada Soviética, quienes por primera vez se encontraban en el extranjero. Tras el programa de ellos, también hicieron una presentación niños miembros de la Iglesia ante aquella acogedora concurrencia entre la que había personalidades de las embajadas de veintidós países.

Los niños miembros de la Iglesia se encontraban sentados en tarimas que se habían colocado delante de la imponente estatua del Cristo, de dos metros y medio de altura, la cual es el foco de atracción del vestíbulo principal del centro de visitantes. A corta distancia, separados de los nuestros, los niños soviéticos estaban sentados con sus padres y sus maestros. Al ponerme de pie para dirigir la palabra, me cautivó el semblante radiante de aquellos niñas y niños tan hermosos, y les pedí que se sentaran con nuestros jovencitos. Cuando lo hicieron, ofrecieron un hermoso espectáculo y la mejor manera de dar comienzo a la temporada navideña. La pureza y la dulzura que irradiaban los niños de dos naciones poderosas, sentados a los pies del Cristo, se reflejó en el cariño instantáneo que se demostraron.

Les manifesté a los presentes que quizás las dificultades del mundo se resolverían si tan sólo diéramos a los niños el liderato de las naciones durante unos días. Por medio del amor hallarían soluciones a los malos entendimientos, a la desconfianza y al mal proceder de los adultos del mundo. Esa noche sentí la fuerte impresión de que si todos los hombres y todas las mujeres amaran a Jesucristo al igual que esos preciosos niños, se resolverían muchos de los problemas del mundo. Muy pronto, quizás mas pronto de lo que pensamos, el destino de las naciones estará en las manos de los niños de hoy. Cierto autor anónimo lo expresó de la siguiente manera:

Vi al futuro en los pies de los niños marchar,

Vi cómo en ellos las profecías se cumplían,

Vi como el mañana reflejado en sus ojos me miraba

Y pensé: ¡Con que cuidado, si soy prudente, les debo enseñar!

Mis queridos hermanos y hermanas, si nos. preocupa el mañana, debemos enseñar a los niños con cuidado y sabiduría, ya que en ellos descansa el futuro.

¿Habéis contemplado el futuro al observar a través del vidrio de la sala de maternidad a un bebe recién nacido? Veis al recién nacido por primera vez: un espíritu nuevo que llega a vuestra vida como hijo, nieto o hijo de un amigo, y adquirís el pleno conocimiento de que vuestra vida no volverá a ser la misma. ¿Cuan a menudo hemos tenido que contener las lágrimas al observar con asombro el milagro de una vida nueva? Ese espíritu recién llegado ha venido con candorosa inocencia de la presencia de Dios.

Todo ser humano es hijo ) espiritual de Dios y ha vivido con nuestro Padre Celestial antes de llegar a la tierra. El confía el cuidado de Sus hijos espirituales a padres terrenales que les brindan un cuerpo mortal por intermedio del milagro del nacimiento físico. Esto les da a los padres la oportunidad y la responsabilidad sagrada de amar, proteger, enseñar y criar a sus hijos en la luz y la verdad para que un día. por medio de la expiación y la resurrección de Jesucristo, puedan regresar a la presencia del Padre.

Esas almas preciosas llegan a nosotros con pureza e inocencia y, por tanto, como padres, asumimos la inmensa responsabilidad de su cuidado y bienestar. Los padres comparten este encargo sagrado con los hermanos, abuelos, maestros, vecinos y todos aquellos que, en una forma u otra, tienen algún ascendiente en las almas de esos preciosos niños. Hace muchos años, el rey Benjamín dio a los padres el siguiente consejo: “Mas les enseñaréis a andar por las vías de verdad y cordura; les enseñaréis a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro” (Mosíah 4:15).

No se puede destacar lo suficiente la naturaleza critica de los primeros años de formación en la vida de un niño. Los pequeños son como las plantitas de un vivero. Aunque al principio todas parezcan iguales, al crecer, cada una de ellas es diferente y única. Los padres deben alimentar, cuidar y enseñar a sus hijos para que estos crezcan hasta lograr su potencial máximo)

Tanto padres como maestros deben ver mas allá de la niñita con trenzas y no deben permitir que los confunda la mala apariencia del niño con cara sucia y con los pantalones rotos en las rodillas. Los verdaderos maestros y lideres ven a los niños con la imagen de lo que llegaran a ser. los pintan como el valiente misionero que un día dará a conocer su testimonio al mundo y mas tarde se convertirá en un padre justo que honra su sacerdocio. El líder inspirado ve a madres puras y bellas y a futuras presidentas de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres Jóvenes y de la Primaria, aunque hoy sean simplemente unas chiquillas que se ríen y hablan sin cesar con sus compañeritas de clase. A veces la gente dice: “Los muchachos siempre serán muchachos”. ¡Que error! Antes de que nos demos cuenta de ello, esos niños se habrán convertido en hombres.

Ver a nuestros hijos crecer, triunfar en la vida y lograr un puesto en la sociedad y en el Reino de Dios es una recompensa eterna digna de cualquier inconveniencia o sacrificio. Ojalá todos los padres entendieran que los niños vienen de una existencia premortal y cuentan con posibilidades que a menudo superan nuestras expectaciones mas remotas. En consecuencia, no debemos escatimar esfuerzos para que nuestros hijos alcancen su potencial mas elevado. ¿Es de extrañarse, entonces, que El Señor haya invitado a los niños a ir a El para enseñarles y bendecirlos? El dijo: “El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mi …” (Marcos 9:37) También dijo: “Así, no es la voluntad de vuestro Padre que esta en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños” (Mateo 18:14).

Cuando le preguntaron quien era el mayor en el reino de los cielos, Jesús llamó a un niño, “lo puso en medio de ellos,

“y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:1-4; cursiva agregada).

Hace poco tuve una experiencia que ilustra la importancia de estos pequeñitos. Un sábado por la mañana, mientras me preparaba para salir con uno de mis nietos, escuche una vocecita que me preguntaba: “Abuelo, ¿puedo ir yo también?” ¿Habéis tratado alguna vez de negaros ante una suplica similar? La actividad no habría sido la misma sin esa otra persona que también se moría de ganas de ir. Del mismo modo, el cielo no será cielo si algunos de nuestros hijos que también quieren ir allí se quedan atrás.

Algunos tal vez decidan no ir. Nuestro Padre Celestial les ha dado la libertad para escoger; por lo tanto, tenemos la tarea de ayudarles a aprender sobre el plan que nuestro Padre Celestial tiene para nosotros, demostrarles nuestra fe en el Señor y continuar esforzándonos por ayudarles a progresar con oración y paciente persuasión.

El amor debe morar en nuestros hogares con el fin de enseñar a nuestros hijos el Evangelio de Jesucristo y protegerlos de las influencias de un mundo inicuo. Debemos apreciar y cuidar a nuestros hijos con una dedicación inquebrantable. Cuanto mas envejecemos, mas importante y valiosa llega a ser nuestra familia. Llegamos a ver con mas claridad que todas las riquezas, el honor y las posiciones del mundo se vuelven insignificantes cuando las comparamos con las preciosas almas de nuestros seres queridos. Vosotros, jóvenes padres que apenas iniciáis una familia, tened cuidado de no buscar una buena posición económica, comodidades mundanas u otros logros a costa de vuestros hijos. Cuidaos de no tener demasiada prisa para ir al trabajo o a reuniones y que no os quede tiempo para vuestra familia, sobre todo, tiempo para escuchar las voces implorantes de los pequeñitos. No olvidéis nunca el consejo imperecedero de un Profeta de Dios, el presidente David 0. McKay: “Ningún éxito puede compensar el fracaso en el hogar” (Improvement Era, jun. de 1964, pág. 445.)

No podemos y no debemos permitir que la escuela, la comunidad, la televisión e inclusive las organizaciones de la Iglesia establezcan los valores de nuestros hijos. El Señor ha depositado ese deber en las manos de padres y madres, y no podemos librarnos de el ni delegarlo. A pesar de que otras personas colaboren, los padres son los responsables. Por tanto, debemos proteger la santidad de nuestros hogares ya que es allí donde los niños adquieren sus valores éticos y forman sus actitudes y hábitos para toda la vida.

Los niños perciben su propia identidad mucho antes de que nosotros nos demos cuenta de ello y desean que se les reconozca como individuos. No hace mucho tiempo, mientras mi esposa visitaba a nuestra hija, nuestro nieto de tres años corrió hacia su abuela, quien, tomándolo entre sus brazos, le dijo: “¿Como esta mi chiquitín?” El la miro y, en tono muy serio, le dijo: “No soy chiquitín, soy hombre”. En lenguaje común, hacia valer que era alguien especial y que tenía su lugar.

Cuan bello será este mundo cuando todos los padres y todas las madres vean la importancia de enseñar a sus hijos los principios que les llevaran a ser felices y a tener éxito. Los padres enseñan mejor cuando lo hacen por medio de un buen ejemplo, cuando dirigen a sus pequeñitos con paciencia, bondad y amor constantes; y cuando ponen de manifiesto a los niños el mismo amor que Jesús tuvo para con ellos.

En momentos de necesidad, el padre puede bendecir a sus hijos por medio del empleo justo del sacerdocio. Toda madre reconoce a los hijos que su Padre Celestial le ha dado como su fuente mayor de gozo; sabrá que por motivo de que estos son también hijos de Dios, ningún sacrificio es demasiado grande para protegerlos del mal y para rodearlos con un espíritu de amor y confianza en Dios.

Uno de mis nietos, cuando tenía cinco años, se sintió algo desorientado cuando su familia se mudo a otro barrio. El primer día. el pensó que ya habían terminado las reuniones y salió de la capilla. Al advertir que estaba solo y que no podía encontrar ni a su familia ni el auto en que habían ido, se arrodilló a orar suplicando ayuda. A los pocos minutos, una de las consejeras de la presidencia de la Primaria salió y le pregunto si estaba perdido. Una maestra la había llamado de la puerta de su clase y le. dijo que faltaba alguien; la maestra entonces le. pidió a la consejera que averiguara quien era. La consejera sintió la impresión de mirar afuera y fue así como encontró a mi nieto. Después, ambas comentaron sobre la impresión tan fuerte que recibieron de que el niño necesitaba ayuda. Nos sentimos muy agradecidos de que sus padres y sus maestras de la Primaria le hayan enseñado que su Padre Celestial lo ama y a orar siempre que necesitara ayuda.

Los lideres del sacerdocio deben escoger maestros dedicados y espirituales para la Primaria, maestros que enseñen por medio del amor y del ejemplo, después de prepararse con oración. Un maestro amoroso puede calmar domingo a domingo el temor que se siente en un ambiente extraño y puede ayudar a los niños a sentir el deseo de ir a la Iglesia. Una niñita de cinco años comenzó a llorar mientras la familia se preparaba para las reuniones dominicales. Cuando le preguntaron por que lloraba, contesto: “No se quien es mi maestro”. Su clase había tenido varios maestros en los últimos meses y el cambio frecuente la había inquietado.

Los niños no llegan a su pleno desarrollo físico de repente. De igual manera, su crecimiento espiritual toma tiempo; podríamos comparar ese desarrollo a la construcción de un edificio con ladrillos; las paredes se forman colocando un ladrillo tras otro, uniéndolos con resistente argamasa. A cada ladrillo le podríamos designar un nombre: a unos los podríamos llamar cuentos de cuna, escuchar la oración del niño, arroparlo en la noche y repasar las actividades del día. Otros ladrillos podrían ser conversaciones agradables a la hora de la cena, elogios por tareas bien realizadas, fiestas de cumpleaños y excursiones familiares. A otros los llamaríamos labores domésticas, tratarse con respeto, lectura de las Escrituras en familia, el servicio mutuo y la demostración de cariño. Y otros mas serían aprender a trabajar, asumir responsabilidades, respetar a los mayores, cantar juntos, hacer tareas escolares, asistir a la Primaria y guardar el día de reposo para santificarlo. Los ladrillos mas grandes serían la noche de hogar, el respetar y honrar el sacerdocio y la oración familiar.

Una amplia gama de ladrillos de construcción colocados cuidadosamente podrían formar una fortaleza de fe que ni aun las olas de las distracciones mundanas podrían penetrarla. Estos ladrillos se mantienen unidos por medio de la argamasa llamada amor: amor por nuestro Padre Celestial y por su Hijo Jesucristo, amor por los padres, amor mutuo, amor por el bien. ¢ Muchos niños solo cuentan con uno de los padres en el hogar y hay otros que no cuentan con ninguno. Todos tenemos la responsabilidad de llenar esos huecos y de brindar ayuda y apoyo moral constantes )

Por otro lado, escuchamos informes desalentadores de padres o .tutores que se encuentran tan apartados del Espíritu de Cristo que maltratan a los niños. Ya sea maltrato físico o verbal-o del menos obvio pero igualmente dañino, el abuso emocional-es una abominación y una seria ofensa a Dios. Jesús dejo bien en claro la seriedad de cualquier tipo de daño en contra de un niño cuando dijo: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mi, mejor le fuera que se colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6). Os suplicamos que dediquéis tiempo a vuestros hijos y nietos durante su niñez. Ciertos momentos especiales solo se viven una vez. Antes de que reparemos en ello, ya habrán crecido y habremos dejado pasar la mejor oportunidad de enseñarles la forma de lograr una vida feliz y plena. r Se que todos somos hijos espirituales de un Padre Celestial amoroso. Hermanos y hermanas, a cada uno de nosotros le espera un destino glorioso, si tan solo nos humillamos como los pequeñitos y guardamos los mandamientos de Dios)Que el Señor nos bendiga con el Espíritu de Cristo en nuestras propias vidas y que Su Espíritu nos acompañe al enseñar a los niños, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amen.