1990–1999
“Honremos el sacerdocio”
Abril 1991


“Honremos el sacerdocio”

“Debemos expandir nuestra percepción como quórumes y como individuos, y aumentar nuestra capacidad de servir”.

Cuando Bob Barfuss fue a la misión, su madre Mary oraba todos los días recordándole al Señor, en detalle, las necesidades de su hijo. Pero un día llegó a la conclusión de que no debía ocupar tanto del tiempo del Señor con su lista de preocupaciones y se dijo: Condensaré mi petición de esta manera: “Te pido que Bob honre su sacerdocio”.

Hermanos, si honráramos el sacerdocio, se satisfarían muchas necesidades y se solucionarían muchos problemas. “Bendíceme, Padre, para que honre el sacerdocio” debería ser nuestra suplica diaria.

En una reunión del sacerdocio de estaca, sostuvieron a un joven para otorgarle el Sacerdocio de Melquisedec. Mas tarde, cuando se le felicitó, el joven dio una respuesta sorprendente:

-¿Por que? ¡No es para tanto!

¡No es para tanto! ¡Si el supiera! Me pregunte cómo había llegado a esa conclusión. Si yo hubiera sido su padre, su obispo, o el asesor de su quórum, ¿cómo me habría sentido al oírlo?

Con frecuencia, cuando somos jóvenes, decimos cosas que no diríamos de adultos; por eso, espero que ese joven este ahora sirviendo en una misión y dándose cuenta de lo que realmente significa poseer el Sacerdocio de Melquisedec.

El presidente Benson dijo: “El poder mas grande de este mundo es el poder del sacerdocio. El hombre no puede recibir ningún honor ni ninguna bendición mayor que la autoridad para actuar en el nombre de Dios” (The Teachings of Ezra Taft Benson, Salt Lake City: Bookcraft, pág. 219) ¡Que privilegio! ¡Que gran responsabilidad!

Me gustaría hacer dos sugerencias para honrar mas el sacerdocio:

  1. Ser dignos de merecer el poder del sacerdocio.

  2. Buscar anhelosamente oportunidades para prestar servicio, por medio del quórum al cual pertenezcamos.

El que se nos confiera el sacerdocio no significa que automáticamente se nos bendiga con poder, del mismo modo que el recibir nuestro permiso para manejar no nos hace buenos conductores. El Señor declaró:

“… los poderes del cielo … no pueden ser gobernados … sino conforme a los principios de justicia” (D. y C. 121:36).

El poder del sacerdocio se recibe

gradualmente. Hasta el Salvador tuvo que disciplinar su cuerpo y progresar “gracia sobre gracia” hasta “ [recibir] la plenitud” (D. y C. 93:12, 13). Lo mismo sucederá con nosotros si somos verídicos y fieles a los convenios que hemos hecho con Dios.

Pero cuando transgredimos la ley de Dios, perdemos el poder del sacerdocio, porque los poderes espirituales son delicados y se alejan de las malas influencias. Tal como Pedro advirtió, debemos huir “de la corrupción que hay en el mundo” (2 Pedro 1:4).

Yo me sentí orgulloso de Rick Dove, un joven de Georgia, que me contó lo que le sucedió cuando fue a un concierto de “rock”. Allí, observó que los concurrentes estaban tomando alcohol, que la vestimenta dejaba mucho que desear, y pudo notar además el vocabulario que usaban al hablar y la vulgaridad de todos ellos. Al comentar al respecto, dijo: “De pronto recordé quien era y me sentí fuera de lugar, así que me fui”.

A veces olvidamos quienes somos. El otro día fui a la tienda de revistas para comprar el periódico. Quede perplejo al ver a un hermano a quien conozco muy bien. un miembro del sumo consejo, mirando revistas pornográficas en el sector denominado “sólo para adultos”. El no me vio; salí de allí muy desilusionado y entonces pensé: ¿Y si yo hubiera sido su hijo, que lo considera un héroe?

Recuerdo el dialogo que se estableció entre un padre y el hijo en la obra de Arthur Miller, Todos mis hijos (“All My Sons”). El hijo descubre que su padre no ha sido honrado en los negocios. El respeto de su hijo significaba mucho para el padre, quien dijo: “Hijo, lo se; lo siento, pero todos hacen lo mismo”.

A lo que el hijo contesta: “Papa, lo se; pero yo creí que tu eras diferente”.

Para los que poseen el sacerdocio, jóvenes y adultos, sólo hay una línea de conducta moral. Cualquier película, programa de televisión, música y revista que no sea apropiada para la juventud, tampoco lo es para los padres.

Los que justifican ese tipo de inmoralidad diciendo que son adultos se engañan a si mismos; los que justifican una transgresión diciendo “No soy perfecto” deberían recordar que el pecar a conciencia esta muy lejos de la perfección. Seria bueno que siguiéramos el siguiente consejo de Brigham Young: “Sed lo mas perfectos posible, porque eso es todo lo que podemos hacer. Cuando no hacéis lo mejor que sabéis que debéis hacer, estáis pecando” (Journal of Discourses, 2: 129-30) .

El profeta Alma, que se arrepintió “casi hasta la muerte” (Mosíah 27 28) de su rebeldía y sus transgresiones, suplicó:

“Salid de entre los inicuos, y conservaos aparte, y no toquéis sus cosas inmundas” (Alma 5:57). A los poseedores de Su santo sacerdocio, el Señor manda: “Sed limpios” (D. y C. 38:42).

El Señor organizo al quórum con el propósito de que prestara el mejor servicio fraternal en todo el mundo. Si tenemos fe y sabiduría para usar el quórum al cual pertenecemos a la manera del Señor, nos engrandeceremos ante El, y todos los miembros de la Iglesia serán bendecidos. ¿No es el propósito principal del sacerdocio bendecir, motivar y exaltar? El quórum acrecienta lo bueno que proviene de la acción conjunta del servicio y la hermandad.

He aquí algunos ejemplos del sacerdocio en acción:

Era el funeral de un joven maravilloso de 18 años al que llamaremos Juan, que luchó valientemente aunque sin resultado contra la distrofia muscular y que estuvo confinado en silla de ruedas durante los años en que era poseedor del Sacerdocio Aarónico. Estaban allí los miembros del quórum de presbíteros. Juan había tenido una gran influencia en los miembros de su quórum, aun cuando nunca había jugado al fútbol, ni había ido a acampar, a bailar ni participado con ellos en ninguna de las actividades típicas de los adolescentes; fue su fe y su firme determinación lo que influyó en ellos. Además, Juan les dio la oportunidad de prestar servicio con amor.

Siendo diácono, Juan quiso repartir la Santa Cena; por lo tanto, otro jovencito recibió la asignación de empujar la silla de ruedas mientras Juan llevaba la bandeja en las rodillas. Pronto los otros diáconos se sintieron ansiosos de ayudar a Juan a cumplir con esa responsabilidad del sacerdocio.

Cuando lo ordenaron presbítero, estaba muy débil y no se podía hincar para bendecir la Santa Cena, pero el quórum encontró la solución: Uno de ellos preparaba el pan, se arrodillaba junto a Juan y le sostenía el micrófono mientras Juan decía la oración. El ayudar a su hermano pronto pasó a ser un honor para cada uno de los miembros del quórum.

Entusiasmados seguían el liderato de Juan como primer asistente del quórum de presbíteros. Como Juan no pudo cumplir con su sueño de llegar a ser un Scout Águila, los presbíteros juntaron dinero para comprarle una placa especial de reconocimiento y se la entregaron en una reunión sacramental. La placa decía: “A Juan, por el gran servicio que presta a su quórum y por ser un ejemplo para todos nosotros”.

Con los años, los jóvenes de aquel quórum tuvieron muchas actividades, pero ninguna les enseñó mas a magnificar su sacerdocio y a quererse mutuamente que la experiencia que tuvieron con su amigo Juan.

Esperamos mucho del Sacerdocio Aarónico, y si los capacitamos debidamente, ellos no nos defraudaran. Recuerdo cuando el doctor Harold Hulme era consejero del obispado. El hermano Hulme estaba encargado de los diáconos y un día los invitó a ir al hospital donde trabajaba. Cuando los presentó a las enfermeras, una de ellas dijo: “¡Que raro! Los diáconos de nuestra iglesia son hombres”. Y el doctor contestó: “Bueno, los nuestros son jóvenes excelentes y ya a los doce años saben cumplir muy bien con sus responsabilidades”.

¿Recordáis los incendios devastadores que hubo hace unos pocos años en el sur de California? Como había mucho viento, la policía no dejaba que nadie se acercara al lugar. Sólo permitieron que unas pocas familias se quedaran para tratar de salvar sus casas. Pronto llegó a una de esas casas una camioneta cargada de miembros del quórum, cada uno con su pala. Cuando les preguntaron:

-¿Cómo los dejaron pasar?

-Muy fácil-contestaron-, les dijimos que teníamos un hermano que vivía aquí.

Eran treinta y nueve hombres ayudando a hacer una zanja de protección contra el fuego. Un policía curioso se acercó al lugar y dijo: “¡Sólo quiero conocer al hombre que tiene treinta y nueve hermanos! “

El élder Matthew Cowley preguntó una vez al presidente de un quórum de élderes si sus miembros se llevaban bien. “¿Se esfuerzan por ayudarse mutuamente?” “¡Si, claro!”, fue la respuesta. “Tenemos un hermano en el hospital, en Nuevo México. Era un hombre fuerte y muy trabajador. Tiene una familia encantadora y habían comprado una granja, la cual estaban pagando, cuando de pronto enfermó; esto podía haber significado perder la granja y como consecuencia quedarse sin medios para mantener a su familia.”

Pero el presidente del quórum de élderes agregó: “El perderlo hubiera sido una gran perdida tanto para nosotros como para su esposa e hijos; así que asumimos sus responsabilidades en la granja. El sólo tendrá que preocuparse de recuperar la salud”.

Muchas veces magnificamos nuestro llamamiento en forma personal, silenciosa, sin bombos y platillos, como el presidente del quórum de élderes Kirk Bamett, de Las Vegas. En una ocasión en que fue de visita al hospital, sintió dentro de si que debía preguntar si había allí internado otro miembro de la Iglesia. Le dijeron que había una anciana señora a la que iban a operar de una hemorragia cerebral. Ella estaba aterrada y no tenía familia ni amigos que la consolaran. El presidente Barnett estuvo junto a ella durante dos horas. La mano de el estaba blanca por la fuerza con que ella se aferraba a el; y durante ese rato le dijo que lo amaba como veinte veces.

Hermanos, somos hijos de Dios. Hemos sido llamados por Jesucristo para poseer Su santo sacerdocio y edificar Su Iglesia. Debemos extender nuestra percepción como quórumes y como individuos, y aumentar nuestra capacidad de servir. Seamos dignos y extendamos el poder sanador del sacerdocio prestando servicio, socorriendo a los débiles, levantando las manos caídas y fortaleciendo las rodillas desfallecidas (véase D. y C:. 81:5).

En su ultima carta dirigida a Moroni, Mormón concluyó diciendo: “Hijo mío, se fiel en Cristo” (Moroni 9:25). Creo que el mejor consejo que un padre o una madre debe dar a un hijo es: “Se fiel en Cristo”. Que así lo hagamos y que honremos el Sacerdocio de Dios, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen.