1990–1999
“Y ahora usted sabrá”
Octubre 1991


“Y ahora usted sabrá”

“Yo había recibido un testimonio, un don de nuestro Padre Celestial, el que, al cultivarlo y atesorarlo, llegaría a tener un efecto perdurable durante todo momento de mi vida.”

Mi conversión al evangelio y mi bautismo en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días comenzó hace unos 37 años cuando, durante mi primer año de estudios universitarios, el élder Henry Eddington, de Soshone, Idaho y el élder Eleazer Asay, de Orem; Utah, empezaron a enseñarme el Evangelio restaurado de Jesucristo.

Las charlas me tenían intrigado. Sentía un gran estimulo intelectual debido al nuevo conocimiento que estaba adquiriendo gracias a aquellos dos maduros representantes de la Iglesia, quienes habían recibido el llamado a servir en una misión en el ocaso de sus vidas.

El élder Eddington dirigía la charla esa ultima noche que tendríamos juntos antes de mi regreso a la universidad. El estaba repasando la razón por la que se hacia necesaria una restauración. En un determinado momento, hizo una pausa y dio solemne testimonio de la veracidad de su mensaje y, extendiendo la única mano que tenia, la descansó en mi rodilla y me dijo: “Y ahora usted sabrá que es verdadero”.

El Espíritu de Dios penetró en mi cuerpo como fuego, al punto de que parecía que me iba a consumir. Me dejó físicamente exhausto pero con una seguridad total de que la Iglesia era verdadera. Así fue como lo supe por mi mismo.

Fue 30 años después, mientras cumplía una asignación en el estado de Idaho, que una hermana se me acercó y me pregunto si al día siguiente, sábado, estaría disponible para ir a almorzar a su casa. Sin aguardar mi respuesta, me dijo que era Velma Holsinger, la hija de Henry Eddington, uno de los élderes que me había enseñado el evangelio en California. Me dijo que tenia en su poder el diario misional de su padre y que había marcado las páginas que se referían a mi conversión.

Al otro día llegue exactamente a la hora concertada y leí ansiosamente las páginas marcadas. Me llamaron la atención en particular aquellos pasajes que se referían a la experiencia que me permitió saber en cuanto a la veracidad del evangelio.

El élder Eddington había escrito prudentemente en su diario que el y el élder Asay habían hecho un ayuno especial y habían orado aquel día para que “el joven Muren pudiera saber por si mismo”.

El Libro de Mormón da un buen ejemplo de lo que me sucedió aquella noche del año 1954, cuando aquellos siervos del Señor ejercieron “su ministerio con poder y gran autoridad” haciendo que no fuera posible que yo pudiera descreer sus palabras (véase 3 Nefi 7:17-18).

Con el paso de los años, he llegado a reconocer mas plenamente que no se trato solo de una experiencia espiritual del momento, sino que yo había recibido un testimonio, un don de nuestro Padre Celestial, el que, al cultivarlo y atesorarlo, llegaría a tener un efecto perdurable durante todo momento de mi vida.

A menudo se nos pregunta por que la Iglesia sigue enviando decenas de miles de misioneros por año; también preguntan “por que se les envía incluso a aquellas naciones que ya tienen conocimiento de la Biblia y de Jesucristo”. ¿Por que razón aquel élder Asay, de mas de sesenta años de edad, dejó por un tiempo a su esposa de muchos años para ir a servir en una misión en California? ¿Por que el élder Eddington, profesor y director de escuela jubilado, no permaneció en Idaho para disfrutar de aquellos años dorados junto con su familia?

Una vez mas las Escrituras nos dan una respuesta clara. Después de que el Señor fue crucificado, regresó para dar testimonio de Su resurrección y para hacer un encargo sagrado a Sus Apóstoles.

En el capitulo 28 de Mateo leemos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;

“enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28: 19-20).

Actualmente, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días continua con ese sagrado encargo de ir y hacer discípulos a todas las naciones, a cumplir con todas las cosas que El, el Salvador, nos ha mandado (véase Mateo 28:20). Esos miles de misioneros que han sido llamados por un profeta son la evidencia tangible de que nuestro Padre Celestial no ha olvidado a Sus hijos. Damos testimonio al mundo de que El vive, de que nos conoce a cada uno individualmente. El tiene un plan, un plan divino, que os permitirá a vosotros y a mi volver a Su presencia. El Salvador ha traído de nuevo a la tierra, por medio de profetas contemporáneos, todas las enseñanzas y todas las ordenanzas así como Su santo sacerdocio, los cuales son necesarios para ser felices en esta vida y tener gozo eterno en la venidera. Es un plan con soluciones, un plan divino que ofrece una guía para hacer frente a todos los desafíos de la vida. ¿Por que tenemos mas de 40 mil misioneros sirviendo en el mundo? Porque nuestro Padre Celestial nos ama. Estos hombres y mujeres son Sus siervos. Ellos son Sus representantes que llevan el mensaje que el mundo necesita y quiere. ¡Vosotros también podéis saber! ¡Si, vosotros también podéis saber por vosotros mismos! Vosotros que ya habéis recibido un testimonio de la veracidad del evangelio os insto a que lo atesoréis. ¡Es algo muy delicado! ¡Es tan frágil! Es importante cultivarlo por medio de la oración, de la lectura de las Escrituras y de estar en el lugar debido en el momento debido. Os prometo y os testifico que vuestro testimonio crecerá y que vosotros podréis tener un efecto enorme en aquellas personas con las que os relacionéis.

Tengo algunos amigos aquí que no son miembros de la Iglesia. Sé que buscáis la verdad, verdades que provienen de nuestro Padre Celestial. Debéis saber que vosotros sois hijos de Dios y os invitamos a que permitáis que misioneros como el élder Asay y el élder Eddington, que la Iglesia envía hoy, os enseñen sobre cómo la Iglesia fue establecida de nuevo en la tierra en estos últimos días.

Nuestro Padre Celestial os ofrece una nueva vida por medio de Sus siervos. Las Escrituras se refieren a ello como “volver a nacer”. El Señor Jesucristo no llamó a Sus Apóstoles solo para “ir … y enseñar sino también para bautizar” en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (véase Mateo 28:19).

Os doy testimonio de las palabras de Pedro en su segunda epístola de que “… no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas” (2 Pedro 1:16).

Nuestro Padre Celestial y Jesucristo efectivamente regresaron a la tierra en 1820, y restauraron el sacerdocio de Dios y Su plan de salvación por medio de un profeta de nuestra época, José Smith. ¡Yo lo se! No puedo negar lo que he sentido ni lo que he visto, y este testimonio os lo dejo en el nombre de Jesucristo. Amen.