1990–1999
Camino Mas Excelente
Abril 1992


Un Camino Mas Excelente

“Se nos exhorta a purificar nuestros sentimientos, a cambiar nuestro corazón, a hacer que nuestras acciones y nuestra apariencia externas concuerden con aquello que afirmamos creer y sentir.”

En un importante mensaje dirigido a los Santos de los Últimos Días en Nauvoo, tan sólo un año antes de su trágico e inesperado martirio, el profeta José Smith dijo:

“Para ganar y cultivar el amor de los demás, debemos amar a los demás, tanto a nuestros enemigos como a nuestros amigos … Los cristianos deben dejar de reñir y contender los unos con los otros y cultivar los principios de unión y amistad entre si” (History of the Church, 5:498–499).

Ese es un consejo maravilloso hoy día. así como lo fue hace 150 años. El mundo en que vivimos, ya sea cerca de nuestros hogares o lejos de ellos, necesita el Evangelio de Jesucristo.

Provee el único camino mediante el cual el mundo llegara a lograr la paz. Debemos ser mas bondadosos los unos con los otros, mas tiernos y tolerantes. Debemos ser tardos para la ira y mas prontos para prestar ayuda. Debemos extender una mano de amistad y no buscar la venganza. En una palabra, debemos amarnos los unos a los otros con el amor puro de Cristo, con caridad y compasión genuinas y, si es necesario, compartir el sufrimiento, pues es así como Dios nos ama.

En nuestros servicios de adoración frecuentemente cantamos un hermoso himno escrito por Susan Evans McCloud. Permitidme leer unas cuantas estrofas:

Quiero amarte, Salvador,

Y por tu senda caminar,

Recibir de ti la fuerza

Para a otro levantar …

Yo a nadie juzgaré;

Es imperfecto mi entender;

En el corazón se esconden

penas Que no puedo ver.

Quiero a mi hermano dar,

Sinceramente y con bondad,

El consuelo que añora

Y aliviar su soledad.

Quiero a mi hermano dar;

Señor, a ti te seguiré’.

Debemos caminar mas firme y amorosamente por el sendero que Cristo nos ha mostrado. Necesitamos recibir de El la fuerza para poder a “otro levantar”. Si hiciéramos mas para aprender a dar consuelo, muchas oportunidades tendríamos para aliviar la soledad. Si, Señor, yo te seguiré.

“Un mandamiento nuevo os doy”, dijo, “Que os améis unos a otros … En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34–35). A este amor que debemos tener hacia todos nuestros hermanos y hermanas de la familia humana, y al que Cristo tiene por cada uno de nosotros, se le llama caridad o “el amor puro de Cristo” (Moroni 7:47). Es el amor por el cual se produjo el sufrimiento y el sacrificio de la expiación de Cristo. Es la cumbre mas alta a la que puede llegar el alma humana y la expresión mas sublime del corazón humano.

Agradecemos el hecho de que la organización de la Sociedad de Socorro, que este año celebra el 150 aniversario, siempre ha tenido como lema “La caridad nunca deja de ser”. La caridad comprende todas las demás virtudes divinas. Caracteriza tanto el comienzo como el final del plan de salvación. Cuando todo lo demás falle, la caridad-el amor de Cristo- nunca fallara. Es el mas sublime de todos los atributos divinos.

A causa de Su gran amor, Jesús se dirigió al pobre, al oprimido, a las viudas y a los niños; a los granjeros y pescadores y a los que apacentaban cabras y ovejas; a extranjeros y advenedizos, al rico, al fuerte políticamente así como a los hostiles fariseos y escribas. Ministró al pobre, al hambriento, al necesitado, al enfermo. Bendijo al cojo, al ciego, al sordo y a otros con impedimentos físicos. Echó fuera demonios y espíritus malos que habían causado enfermedades mentales y emocionales. Purificó a los que estaban abrumados por el pecado. Enseñó lecciones de amor y repetidamente demostró servicio desinteresado a los demás. Todos fueron recipientes de su amor. Todos tenían “tanto privilegio como cualquier otro, y nadie [era] vedado” (2 Nefi 26:28). Todo lo que hizo es una expresión y un ejemplo de Su caridad y amor inmensurables.

El mundo en que vivimos se beneficiaria grandemente si todos los hombres y las mujeres pusieran en practica el amor puro de Cristo, que es bondadoso, misericordioso y humilde. No tiene envidia ni orgullo. No es egoísta porque no busca nada a cambio. No tolera la maldad ni la mala voluntad; no se regocija en la iniquidad ni tiene lugar para el prejuicio, el odio ni la violencia. No tolera la burla, la vulgaridad, el abuso ni el despreciar a los demás. Alienta a las personas a que convivan en amor cristiano, no obstante sus creencias religiosas, su raza, nacionalidad, nivel económico, educación o su cultura.

El Salvador nos ha mandado que nos amemos unos a otros como El nos ha amado, que nos vistamos “con el vínculo de la caridad” (D. y C. 88:125), como El lo hizo. Se nos exhorta a purificar nuestros sentimientos, a cambiar nuestro corazón, a hacer que nuestras acciones y nuestra apariencia externas concuerden con aquello que afirmamos creer y sentir. Debemos ser verdaderos discípulos de Cristo.

El hermano Vern Crowley dijo que, de joven, aprendió algo acerca de la importante lección que el profeta José les había enseñado a los primeros Santos en Nauvoo, cuando les dijo que “debemos amar a los demás, tanto a nuestros enemigos como a nuestros amigos”. Esta es una buena lección para cada uno de nosotros.

Después que su padre enfermó, Vern Crowley se hizo cargo del negocio familiar de partes usadas de automóviles, a pesar de que sólo tenía quince años de edad. Algunos clientes a veces se aprovechaban del jovencito, y por las noches empezaron a desaparecer algunas piezas de repuesto. Vern estaba enfadado y juró que aprehendería al ladrón. El se iba a vengar.

Poco después que su padre empezó a recuperarse, Vern andaba una noche haciendo sus rondas por el negocio antes de cerrar. Ya casi había oscurecido. En un rincón de la propiedad, divisó a alguien que llevaba una pieza grande de maquinaria y se dirigía hacia la cerca de atrás. Corrió como atleta y agarró al joven ladrón. Lo primero que quería hacer era desquitarse de el a puñetazos, luego llevarlo hasta la oficina y llamar a la policía. Tenía el corazón lleno de ira y venganza; había aprehendido al ladrón y pensaba vengarse.

Sin saber de dónde, apareció el padre de Vern, quien puso su débil y temblorosa mano sobre el hombro de su hijo y dijo; “Veo que estas un poco alterado, Vern. ¿Puedo arreglar este asunto?” Se dirigió entonces hasta donde estaba el joven, le pasó el brazo por el hombro, lo miró a los ojos un momento, y dijo: “Hijo, dime, ¿por que haces esto? ¿Por que querías robar esa transmisión?” Entonces el señor Crowley empezó a caminar hacia la oficina con el brazo aun sobre el hombro del muchacho, haciéndole preguntas acerca de los problemas que tenía con su automóvil. Para cuando llegaron a la oficina, el padre dijo: “Creo que el embrague esta gastado y eso parece ser la causa del problema”

Mientras tanto, Vern estaba furioso. ¿A quien le. importa el embrague?, pensó. Llamemos a la policía y asunto acabado. Pero su padre seguía hablando. “Vern, consíguele un embrague y las demás partes que necesitara para solucionar el problema”. El padre le entregó al joven todos los repuestos y le dijo: “Llévalos; y aquí esta también la transmisión. No tienes que robar, jovencito. Simplemente pide. Hay maneras de resolver los problemas. Siempre hay alguien que esta dispuesto a ayudar”.

El hermano Vern Crowley dice que ese día aprendió una lección eterna sobre el amor. El joven regresó con frecuencia al negocio. Mes tras mes, de su propia voluntad, pagó todas las refacciones que Vic Crowley le. había dado, incluso la transmisión. Durante esas visitas le preguntó a Vern por que su padre era así y por que le había ayudado. Vern le mencionó algo sobre las creencias de los Santos de los Últimos Días y cuanto amaba su padre al Señor y a la humanidad en general. Con el tiempo, el joven que había tratado de robarles se bautizo. Mas tarde Vern dijo: “Ahora me es difícil describir lo que sentía en esos momentos. Yo también era muy joven. Había logrado capturar al ladrón y lo iba a castigar lo mas severamente posible. Pero mi padre me enseñó otro camino”.

¿Otro camino? ¿Un camino mejor? ¿Un camino mas sublime? ¿Un camino aun mas excelente? Oh, ¡cómo se beneficiaria el mundo con esa magnifica lección! Tal como lo declara Moroni:

“De modo que los que crean en Dios pueden esperar con seguridad un mundo mejor …

“Mas en el don de su Hijo, Dios ha preparado un camino mas excelente …” (Eter 12:4,11.)

El presidente David O. McKay dijo en una ocasión:

“La paz de Cristo no se obtiene en la búsqueda de las cosas superficiales de la vida; se logra únicamente cuando nace del corazón de la persona. Dios les dijo a sus discípulos: ‘La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da’“ (Gospel Ideals, pág. 39).

En medio de las ocupaciones del diario vivir y en un mundo de tanta necesidad, debemos vivir de tal manera que un día escuchemos al Rey de reyes decirnos:

“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;

“estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mi …”

Y si se nos presentara la oportunidad de decir:

“… Señor, ¿cuando te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?

“¿Y cuando te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?

“¿O cuando te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?”

Entonces estoy seguro de que oiremos esta respuesta:

“… De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos mas pequeños, a mi lo hicisteis” (Mateo 25:35–40).

Necesitamos un mundo mas pacifico, que se derive de familias, vecindarios y comunidades mas pacíficos. A fin de obtener y cultivar esa paz, “debemos amar a los demás, tanto a nuestros amigos como a nuestros enemigos”. El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo. Aquellos que están llenos del amor de Cristo no procuran obligar a los demás a que sean mejores; los inspiran a ser mejores; los inspiran a buscar a Dios. Debemos extender la mano de amistad; debemos ser mas misericordiosos, mas tiernos, mas tolerantes y tardos para la ira. Debemos amarnos los unos a los otros con el amor puro de Cristo. Que este sea nuestro propósito y deseo.

Agrego mi testimonio de que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo, y que esta es Su Iglesia, en e l nombre de Jesucristo. Amén.