1990–1999
Gratitud Por La Bondad De Dios
Abril 1992


Gratitud Por La Bondad De Dios

“La expresión y los sentimientos de gratitud, sin ostentación, tienen una maravillosa condición purificadora y soñadora…”

Hace unos meses, tuve una experiencia que me llevó hasta el borde mismo de esta existencia terrenal. Como algunos sabéis, tuve un ataque al corazón en agosto pasado. En esa oportunidad, sentí personalmente la fortaleza sanadora que proviene de la oración unida, y siempre estaré agradecido por ello. Gracias por vuestras oraciones y vuestro interés en mi. Vuestra bondad me levantó el espíritu y contribuyó al proceso de curación; y he sido muy bendecido con una gran mejoría en la salud y la fortaleza.

Durante esa experiencia hubo un sentimiento particular que broto dentro de mi, casi inmediatamente, que se intensificó con el paso del tiempo y predominó en mi enfermedad y mi recuperación, permaneciendo conmigo hasta ahora: me sobrecogió un sentimiento de profunda gratitud por la bondad de Dios.

Mi mayor gratitud es por el sacrificio expiatorio de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. La Expiación es el cimiento en el que se apoyan todas las verdades del evangelio.

El Salvador nos dice:

“… vine al mundo a cumplir la voluntad de mi Padre, porque mi Padre me envió.

“Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz …” (3 Nefi 27:13–14).

El profeta José Smith registró esto:

“Que vino al mundo, si, Jesús, para ser crucificado por el mundo y llevar los pecados del mundo, y para santificarlo y limpiarlo de toda injusticia;

“para que por el pudiesen ser salvos todos …” (D. y C. 76:41–42).

Con enorme gratitud por este conocimiento, testifico que nuestro Salvador vive, que resucitó; que, por medio de la Expiación, hay redención y salvación para todo el genero humano. Todos serán resucitados.

El Señor dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). La obediencia a las leyes, ordenanzas y mandamientos es nuestra mayor expresión de amor y gratitud que le podemos obsequiar.

La gratitud es también la base sobre la que se levanta el arrepentimiento.

La Expiación trajo consigo la misericordia por medio del arrepentimiento, para equilibrar la justicia. Cuanto agradezco la doctrina del arrepentimiento, pues este es esencial para lograr la salvación. Somos mortales, somos imperfectos, cometemos errores. Si cometemos un error y no nos arrepentimos, sufrimos por ello.

El profeta Mormón dijo que había visto sufrir a la gente, y pensado que se arrepentirían; pero nos enseñó:

“… fue en vano este gozo mío, porque su aflicción no era para arrepentimiento, por motivo de la bondad de Dios, sino que era mas bien el lamento de los condenados, porque el Señor no siempre iba a permitirles que se deleitas en el pecado” (Mormón 2:13; cursiva agregada).

Mormón nos enseña que siempre habrá sufrimiento y dolor en el pecado, pero el arrepentirse solamente porque la persona se siente culpable o porque ha sufrido o porque le pesa lo que ha hecho demuestra que no entiende la bondad de Dios.

Lo que quiero decir es que cuando expresamos agradecimiento a Dios y a Su Hijo Jesucristo, basamos nuestra fe y arrepentimiento en Su bondad y Su deseo de perdonar.

Siento gratitud por las Escrituras, que nos dan ejemplos de Jesús expresando agradecimiento a Su Padre.

En la Ultima Cena, “… el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan;

“y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido …” (1 Corintios 11:23–24; cursiva agregada).

“Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio; y bebieron de ella todos” (Marcos 14:23; cursiva agregada).

Es importante que, como el Salvador, cada uno de nosotros se prepare para dar gracias por el

sacrificio expiatorio todas las semanas, al tomar la Santa Cena.

La historia de Lázaro tiene gran significado para mi al reflexionar sobre la bondad de Jesús.

María salió a recibir al Maestro. Su hermano Lázaro había muerto y ella lloraba por el; Jesús la vio llorar, lo mismo que a los judíos que la acompañaban, y con gran compasión “… se estremeció en espíritu y se conmovió”. Luego, les pregunto: “… ¿Dónde le pusisteis?” “Jesús lloró”.

“Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído” (Juan 11:33, 34, 35, 41; cursiva agregada).

Después, llamó a Lázaro para que saliera de entre los muertos.

¿No seria bueno que recordáramos agradecer a nuestro Padre Celestial antes de pedirle ayuda para resolver nuestros problemas?

En Juan 6:5–14 se encuentra el bello relato acerca de Jesús y los cinco panes y los dos peces.

“Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos …” (Juan 6: 11; cursiva agregada).

En otra ocasión, los discípulos de Jesús oraron fervientemente para recibir el Espíritu Santo, y Jesús “… se inclinó a tierra, y dijo:

“Padre, gracias te doy porque has dado el Espíritu Santo a estos que he escogido; y es por su fe en mi que los he escogido de entre el mundo.

“Padre, te ruego que des el Espíritu Santo a todos los que crean en sus palabras” (3 Nefi 19: 20–21; cursiva agregada).

La oración es un elemento esencial para comunicarle nuestro agradecimiento a nuestro Padre Celestial. El espera recibir todos los días, de mañana y de noche, en oraciones sinceras y sencillas que salgan del corazón, nuestras expresiones de gratitud por las muchas bendiciones, los dones y el talento que nos da.

Por medio de las expresiones de reconocimiento y acción de gracias, demos tramos que de pendemos de una fuente mas elevada de sabiduría y conocimiento: Dios el Padre y Su Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Se nos enseña que debemos vivir “… cada día en acción de gracias” (Alma 34:38). “… ¡oh, como debíais dar gracias a vuestro Rey Celestial!”, dijo el rey Benjamín. (Mosíah 2:19).

Al pasar los años, me siento cada vez mas agradecido hacia mis padres, porque vivían el evangelio, estudiaban las Escrituras y testificaban de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo, así como también del profeta José Smith.

Por medio de sus enseñanzas y ejemplo, aun siendo niño recibí un conocimiento absoluto de la realidad de la vida eterna, con la meta de regresar con honor, toda la familia, a la presencia de nuestro Padre Celestial.

Entre las lecciones que mi padre me enseñó estaba la gratitud por lo que significa ser Autoridad General. Hace unos años mi padre, que tenía entonces mas de ochenta años, esperaba la visita de un miembro del Quórum de los Doce Apóstoles en un nevoso día de invierno. El era pintor, y había pintado un cuadro de la casa del Apóstol. En lugar de que se lo llevaran, el Apóstol deseaba recogerlo personalmente y agradecerle el cuadro a mi padre. Sabiendo que el estaría preocupado porque todo estuviera listo para la visita, pase por la casa. Como la nieve era muy profunda, las maquinas limpianieves habían formado un banco de nieve frente a la acera que conducía a la puerta de entrada. Papa había limpiado la nieve de las veredas y luego había tratado de deshacer el banco, pero había vuelto a la casa exhausto y con dolores. Cuando yo llegue, tenía dolores cardíacos del esfuerzo extra y de la tensión causada por la ansiedad. Mi primera reacción fue amonestarlo por la imprudencia. ¿No sabia acaso cual seria el resultado de su esfuerzo? “Robert”, me dijo con la respiración entrecortada, “¿te das cuenta de que un Apóstol del Señor Jesucristo viene a mi casa? Las aceras tienen que estar limpias para que no tenga que caminar entre la nieve”. Y levantando la mano, agregó: “Robert, nunca olvides que es un privilegio conocer a los Apóstoles del Señor y servir con ellos; nunca le restes importancia”.

Estoy agradecido por la oportunidad de servir con los ungidos del Señor y de dar testimonio de los que han sido llamados para dirigirnos como profetas, videntes y reveladores en esta dispensación.

Estoy también agradecido por la fidelidad de mis consejeros, de los Setenta, de todos los lideres del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares de la Iglesia. Agradezco el ejemplo que me dio mi padre, de amor y abnegación hacia mi madre. Ya pasados sus ochenta años, nos explicó que nos iba a dejar para unirse con mama, que había fallecido ya, y que deseaba que viviéramos con dignidad tal que pudiéramos reunirnos con ellos en el cielo y ser una familia eterna. Sus hijos le agradecemos estas enseñanzas.

Estoy agradecido por una madre que vivía dedicada a su marido y sus hijos, una madre que nos enseñó con el ejemplo; agradecido por su abnegado servicio en la Sociedad de Socorro durante mas de treinta años. Cuando tenía dieciséis años, tuve el privilegio de aprender de ella porque me llevaba consigo mientras ayudaba al obispo a cuidar de los pobres y necesitados.

Estoy agradecido por mi hermano y mi hermana, que aman al Señor y se han mantenido fieles. Les expreso mi amor por su altruismo y generosidad en estas seis décadas pasadas.

Quiero a mi amada compañera, Mary, a nuestros dos hijos, Steven y David, y sus respectivas familias, y expreso mi gratitud por todo el gozo que han traído a mi vida. Hace unos años, un colega me dijo que mi posesión mas preciada era mi esposa, y agradezco públicamente esta realidad por lo que ella ha significado para mi.

A los que tengáis la bendición de tener todavía a vuestro cónyuge, vuestros padres, vuestros hermanos o vuestros hijos en esta existencia terrenal, os ruego que les expreséis vuestro amor y gratitud mientras aun podáis hacerlo de este lado del velo.

Debemos dar gracias a nuestro Padre Celestial por las bendiciones y los dones que nos da.

“Y habéis de dar gracias a Dios en el Espíritu por cualquier bendición con que seáis bendecidos” (D. y C. 46:32).

“Y todos estos dones vienen de Dios, para el beneficio de los hijos de Dios” (D. y C. 46:26).

Como Obispo Presidente, estoy agradecido por los miembros de esta Iglesia que de tan buena voluntad dedican parte de su tiempo, sus bienes y sus talentos por medio del diezmo y de las ofrendas, así como de actos de servicio compasivo. Ellos son un ejemplo maravilloso para sus hijos y para sus conocidos.

Bueno seria también dar gracias por la juventud de esta Iglesia, por su fidelidad; es en realidad una generación escogida, que se preparara a si misma, sus hijos y nietos para la segunda venida de Jesucristo.

La gratitud es un estado de aprecio, una acción de gracias, que nos hace ser humildes porque reconocemos en otros un acto de bondad, de servicio o de interés sincero que nos eleva y nos fortalece.

La ingratitud es la actitud de no reconocer la ayuda recibida o, peor aun, reconocerla pero no agradecerla ni privada ni públicamente.

La expresión y los sentimientos de gratitud, sin ostentación, tienen una maravillosa condición purificadora y sanadora, y son cálidos tanto para el que da como para el que recibe.

El expresar a nuestro Padre Celestial en la oración agradecimiento por lo que tenemos nos trae paz, una paz que nos permite mantener el alma libre de llagas por lo que no tenemos. La gratitud nos brinda la paz que nos ayuda a sobreponernos a la adversidad y el fracaso; la gratitud diaria es la expresión de aprecio por lo que tenemos ahora, sin tener en cuenta lo que tuvimos en el pasado ni lo que deseamos para el futuro; además, el reconocer y apreciar los dones y el talento que se nos han dado nos hace ver la necesidad que tenemos de los dones y el talento de otras personas. La gratitud es un principio divino:

“Darás las gracias al Señor tu Dios en todas las cosas” (D. y C. 59:7).

Estas palabras significan que expresamos gratitud por lo que suceda, no sólo por lo bueno de la vida, sino también por la oposición y los problemas que aumentan nuestra experiencia y fe. Ponemos nuestra vida en las manos del Señor, sabiendo que todo lo que pase será para nuestro bien.

Cuando al orar decimos “que se haga tu voluntad”, expresamos fe y gratitud y reconocemos que aceptaremos lo que venga.

Que podamos sentir verdadera gratitud por la bondad de Dios, por las bendiciones que nos da, y expresarle esos sentimientos en la oración, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen.