1990–1999
Mirad a vuestros pequeñitos
Octubre 1992


Mirad a vuestros pequeñitos

“No hay ningún otro grupo de la Iglesia que sea tan receptivo a la verdad, ni tan listo para aprenderla y retenerla como los niños.”

Un obispo me contó una vez en cuanto al llamamiento que le. extendió a una hermana de su barrio. Juntos leyeron parte del capitulo 17 de 3 Nefi en el Libro de Mormón.

Esos versículos se refieren a la ocasión en que el Salvador había invitado a los nefitas a que le llevaran a sus niños pequeños; relata que Jesús oró por los niños y los bendijo, y que los ángeles se les aparecieron y les ministraron en medio del fuego que los rodeaba. Esas conocidas palabras forman unos versículos inspiradores y poéticos.

Luego, y esto es lo mas notable, el obispo le dijo: “Hermana Breinholt, el Salvador no puede estar personalmente en nuestro barrio todos los domingos, pero mediante la inspiración de nuestro Padre tenemos de ser iluminados

Celestial, le extendemos un llamamiento para que haga por algunos niños de este barrio lo que el Salvador haría si estuviera aquí. Quisiéramos llamarla como maestra de la Primaria”.

Al oírlo relatar esa experiencia extraordinaria, tuve el deseo de volver a estudiar esos versículos para entender mejor lo que el Salvador hizo por los niños nefitas y lo que El haría por nuestros hijos si estuviera aquí. El ejemplo del Salvador y la exhortación del obispo se aplican a todos nosotros, ya sea que amemos y cuidemos a los niños de nuestra familia, a los de los vecinos, de los amigos o a los de la Iglesia. Los niños nos pertenecen a todos.

Teniendo esto presente, repasemos algunos versículos del capitulo 17 de 3 Nefi para aprender juntas el modelo que el Salvador nos dejó.

Su invitación que aparece en el versículo 11 no fue ligera ni insignificante. El “mandó” que trajesen a sus niños pequeñitos (cursiva agregada). Y fijémonos también en lo que el versículo 11 no dice: No dice que no se preocuparan por los niños porque todavía no eran responsables; no dice que llevaran a los niños a otra parte para que no interrumpieran la reunión; no insinúa que los niños no entenderían lo que iba a suceder; pero, en cambio, enseña que los niños deben aprender las cosas importantes del Reino.

Los niños de Dios tienen el mismo derecho divino que todos espiritualmente.

“De modo que trajeron a sus niños pequeñitos, y los colocaron en el suelo alrededor de el, y Jesús quedó en medio … “ (vers. 12). ¿Hemos pensado alguna vez que merecemos un llamamiento mas importante que el de trabajar con los niños? Es obvio que el Salvador consideró que los niños nefitas tenían importancia y que eran dignos no sólo de estar en Su presencia, sino de Su tiempo y atención. Los niños lo necesitaban y El se puso en medio de ellos.

El versículo 12 también indica que Jesús esperó “hasta que todos le fueron traídos” (cursiva agregada). No buscaba a unos cuantos que representaran a todos los demás; tampoco se contentó con tener sólo a algunos niños; El los quería a todos ahí, y les ministró a todos.

Luego, Jesús oró al Padre con tal poder que “no hay lengua que pueda hablar, ni hombre alguno que pueda escribir, ni corazón de hombre que pueda concebir tan grandes y maravillosas cosas” (vers. 17). ¿Y los niños estaban allí! Ellos oyeron esa oración, presenciaron ese acontecimiento y sintieron sus efectos. Los niños pueden comprender y deben presenciar acontecimientos maravillosos tales como las bendiciones del sacerdocio, los ayunos especiales del barrio y de la familia, los testimonios y las oraciones de sus padres y sus lideres y deben tener conversaciones sobre el evangelio con sus seres queridos.

“… y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y les bendijo, y rogó al Padre por ellos” (vers. 21). Jesús estaba ministrando a un grupo de aproximadamente dos mil quinientos hombres, mujeres y niños. Pensemos en el tiempo que debió haberle tomado bendecir a todos y orar por ellos, “uno por uno”. Debe de haber tenido a muchos de ellos en los brazos o sentados en Su regazo. Y lloró porque le invadió el gozo.

“Y habló a la multitud, y les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos” (vers. 23). Jesús dirigió la atención de la

multitud específicamente hacia los niños. A mi me parece que la palabra mirad es de suma importancia y que implica algo mas que simplemente “mirar y ver”. Cuando el Señor dijo a los nefitas que miraran a sus pequeñitos, creo que les estaba diciendo que prestaran atención a sus niños, que los contemplaran, que vieran mas allá del presente y percibieran sus posibilidades eternas.

“Y he aquí, al levantar la vista para ver … vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían del cielo cual si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aquellos pequeñitos, y fueron rodeados de fuego; y los ángeles los ministraron” (vers. 24).

Me pregunto que habría sucedido si la multitud sólo hubiera visto sin mirar con ojos espirituales. ¿Habrían visto a los ángeles descender? ¿Habrían visto a sus hijos rodeados de fuego? ¿Habrían podido observar mientras los ángeles les ministraban? Me parece muy significativo el hecho de que mas tarde, el Salvador haya dado Sus enseñanzas mas sagradas solamente a los niños, soltándoles la lengua para que ellos enseñaran a la multitud (véase 3 Nefi 26:14).

Sabiendo esto, ¿es de extrañar que después de la visita del Salvador a los nefitas, estos hayan vivido en paz y felicidad durante doscientos años? A causa de la instrucción milagrosa, las bendiciones y la atención que tanto ellos como sus niños recibieron, los hijos de sus hijos perpetuaron la rectitud en el transcurso de muchas generaciones.

No subestimemos la capacidad y el potencial que los niños de hoy tienen para perpetuar la rectitud. No hay ningún otro grupo de la Iglesia que sea tan receptivo a la verdad, ni tan listo para aprenderla y retenerla como los niños. Ningún otro grupo es tan indefenso contra las enseñanzas erróneas ni sufra mas la negligencia o el maltrato que ellos. Los niños no pueden proveer para si mismos; somos nosotros, los adultos del mundo, quienes debemos señalarles el camino. Nuestros niños de todo el mundo merecen que se haga “memoria de ellos” y se les fortalezca espiritualmente “por la buena palabra de Dios, para guardarlos en el camino recto” (Moroni 6:4).

Jesús nos dio un claro ejemplo que debemos seguir en el cumplimiento de nuestra responsabilidad de fortalecer espiritualmente y enseñar a los niños. Los problemas que enfrentamos al hacerlo son diferentes de los que tenían los nefitas, porque vivimos en una era diferente. Pero el modelo del Señor es eterno y en Su Iglesia no puede haber otra manera. Tal como lo demostró, nuestra presencia física y atención son esenciales para los niños en el seno familiar, en la Iglesia y en la comunidad. Nos es posible conocer sus necesidades y ayudarlos sólo si pasamos tiempo con ellos. Debemos mirar a nuestros hijos viéndolos desde una perspectiva eterna y asegurarnos de que todos ellos aprendan sobre el Salvador y conozcan las importantes verdades de Su evangelio; debemos hacer lo posible por que presencien maravillosos acontecimientos espirituales; debemos dejarles oír nuestras oraciones sinceras en beneficio de ellos. Nosotros seremos sus ángeles ministrantes en la tierra si seguimos el ejemplo del Señor.

En un barrio, cierto domingo en que el vestíbulo del centro de reuniones estaba lleno de gente, el obispo notó a un niño que estaba sentado en el suelo llorando. Dejando de lado su ocupado horario, inmediatamente prestó atención al pequeño; se sentó a su lado, en el piso, lo tomó en los brazos y lo consoló hasta que dejó de llorar y le pudo explicar lo que pasaba. Al poco rato, el niñito iba contento caminando por el pasillo tomado de la mano de su ángel terrenal

ministrante.

Me imagino que el Salvador hubiera hecho lo mismo.

Una joven madre miembro de la Iglesia, originaria de Alaska, pero que vivía en Rusia temporariamente, visitó a una familia rusa de Santos de los Ultimos Días que tenia dos hijos pequeños. Al conversar con ellos se enteró de que a los niños les encantaba leer las Escrituras y que deseaban aprender mas acerca de ellas. Luego, cuando asistió a la pequeña rama, se dio cuenta de que por ser la Iglesia tan nueva en ese país, no tenían experiencia en enseñar sus clases de la Escuela Dominical y de la Primaria a los niños.

Después comentó: “Sabiendo lo que se estaban perdiendo los niños, tuve la firme impresión de que yo debía ayudarlos”. Luego agregó: “Y estaba segura de que, si no lo hacia, algún día tendría que rendir cuentas”. En consecuencia, así lo hizo. Al poco tiempo fue llamada como presidenta de la Primaria del distrito, convirtiéndose así en un ángel ministrante terrenal para esos niños.

Una amiga mía recibió una invitación de asistir a la boda en el templo de un joven que ella había enseñado en la Primaria. Cuando llego para la ceremonia, le preguntó: “David, te mudaste y hacia años que no nos veíamos. ¿Como te acordaste de mi?” “Hermana McMullin”, le contestó el, “usted nos enseñó a ser limpios y dignos de recibir el sacerdocio; usted nos enseñó a lavarnos las manos y a vestirnos en forma apropiada para repartir la Santa Cena; usted también nos enseñó a ser puros por dentro. Cuando en mis años de salir con chicas enfrente tentaciones y decisiones, sus palabras resonaban en mi mente: ‘Un diácono es limpio por dentro y por fuera’. Gracias a usted, soy digno de entrar en el templo. Por eso es que quiero que nos acompañe”.

Una hermana que esta de misionera con el esposo en Nueva Guinea nos ha escrito contándonos que enseña el evangelio a los niños bajo un árbol, en una vasta plantación de cocoteros. Después de las lecciones, los niños se ponen en línea para recibir un vaso de la escasa agua fresca de un garrafón que estos ángeles terrenales ministrantes llenan y congelan antes de la reunión.

Estoy segura de que el Salvador ha de aprobar sus acciones.

Cada una de nosotras, sean cuales sean nuestras circunstancias, podemos ayudar a un niño determinado de una manera importante y particular en que ninguna otra persona podría; podemos brindarles agua, alimento, amor y consuelo, y, sobre todo, podemos ofrecerles el “agua viva” del evangelio. (Véase Juan 4:10-14.)

Al ministrar a estos niños con la misma devoción y dedicación que demostró el Salvador, les aseguramos que reciban las bendiciones que emanan de sentirse amados y seguros, de tener fe y un testimonio del evangelio y el valor para resistir la maldad. Estas son medidas preventivas que les servirán para contener la ola enfurecida de la epidemia de la inmoralidad que hoy prevalece. El evangelio puede y debe convertirse en un modelo de vida para ellos. Imaginemos lo que podría ser la Iglesia del mañana si satisfacemos las necesidades de nuestros niños de hoy; imaginemos lo que será si no lo hacemos.

Hermanas, ministrando a nuestros niños podemos contribuir a que el evangelio perdure a lo largo de muchas generaciones, ya que en nuestras manos se encuentran nuestros mas valiosos y vulnerables recursos: nuestros niños. Testifico de ello, en el nombre de Jesucristo. Amén.