1990–1999
“Por el poder de su palabra causaron que se derribaran las prisiones”
Octubre 1992


“Por el poder de su palabra causaron que se derribaran las prisiones”

“Queridos amigos, Jesús es quien ha abierto y abrirá las puertas de nuestras prisiones personales.”

Mis queridos hermanos, durante muchos años y con los mas profundos sentimientos, he estado pensando sobre el mismo tema del que deseo hablar esta mañana. El profeta Mormón nos dice que “por el poder de [la] palabra [del Señor] causaron que se derribaran las prisiones” (Mormón 8:24). En estas ultimas semanas he vuelto a leer las historias de Jean Valjean, en la brillante novela de Victor Hugo, Los miserables, y de Bob Merrick en la novela Magnifica obsesión, de Lloyd C. Douglas. Ambas historias, aun cuando muy diferentes en cuanto a la época, las circunstancias y los medios económicos de los personajes, me han impresionado en muchas formas.

He sufrido al pensar en los problemas de Jean Valjean: los diecinueve años que paso en la prisión y todas las cosas que le hicieron por la pequeña transgresión de robar una hogaza de pan para alimentar a su familia hambrienta. Sufrió infinidad de humillaciones, aun después de haber sido finalmente liberado de la prisión.

Me invadieron emociones similares al reflexionar sobre los sufrimientos de Bob Merrick, que el mismo acarreo sobre si. Un cirujano eminente perdió la vida y otro perdió la vista debido a las actividades descarriadas del protagonista, al egoísmo que tenía y al desdén que sentía por sus semejantes. Bob Merrick sufrió en la prisión que el mismo se creo.

Sí, debo reconocer que estos episodios magistralmente relatados son ficticios; pero me llevan a pensar en las varias clases de prisiones que Satanás nos induce a edificar para nosotros mismos y para otros, o que los demás edifican para nosotros. ¿No hemos sido todos liberados de diversas formas de cautividad? ¿Cómo nos sentimos cuando se abrieron las puertas de nuestra prisión personal? ¿Que sentimos al vernos libres? ¡Cuan maravilloso es sentirse libre de cualquier clase de prisión!

Recuerdo cómo me sentí hace cuarenta y un años, estando en Europa, cuando dos soldados de una nación hostil me sacaron a las dos de la mañana del tren en que viajaba; me mantuvieron detenido y me maltrataron física y verbalmente. Pensé que nunca volvería a ver a mi familia ni mi país. Puedo asegurar que, mientras estuve cautivo, la sangre que me corría por las venas era como adrenalina. Aun cuando esa cautividad duro menos de un día. me pareció una eternidad. Y cuando me pusieron en otro tren y me enviaron a un lugar seguro, mi gratitud hacia el Señor fue ilimitada. ¡Estaba libre! Al conversar con el conductor del tren. me entere de que cientos de personas no habían sido tan afortunadas.

Entonces me puse a pensar en El, en Aquel que realmente nos libera de diversos tipos de prisiones y nos abre las puertas al perdón, a una renovación de la vida, del espíritu, del cambio y de la oportunidad, y en quien el alma del hombre encuentra inmenso alivio, satisfacción y seguridad cuando esto ocurre. Pensé en el Hijo de Dios y en Su mas grande don para cada uno de nosotros, ofrendado a expensas de Su propia vida y en medio de espantoso sufrimiento. Pensé en cuanto nos ama nuestro Padre Celestial y en que aun cuando a veces entramos en prisiones de nuestra propia hechura, allí esta El con las llaves para abrir esas puertas que nos mantienen encerrados. Pensé en otras personas que también ayudan, utilizando esas llaves que liberan a otros e interesándose a veces tan sinceramente en el liberado que nos hacen tener una renovada confianza en los demás, como fue el caso en las novelas mencionadas de los dos hombres de Dios que ayudaron a Jean Valjean y a Bob Merrick a pasar desde la prisión a la magnificencia de sus nuevas libertades prometidas por el Señor.

Aun cuando es difícil estar físicamente en una prisión, existen otras cautividades o prisiones que son mas devastadoras. Son muy

sutiles y toman diversas formas en esta vida, como: (1) aprovecharse de otros, (2) levantar falso testimonio con el fin de sacar ganancia, (3) no ser. capaz de defender lo que se sabe que es verdad, (4) robar la virtud de otra persona, (5) destruir la inocencia de un niño pequeño, (6) ser. cautivo del alcohol o de las drogas, (7) cavar una fosa financiera a un semejante causándole dificultades y destruyendo su capacidad de satisfacer sus necesidades esenciales, etc. Hay muchas prisiones que nacen de nuestros pecados o de las transgresiones de otras personas “según la cautividad y el poder del diablo”, quien nos hace errar (2 Nefi 2:27).

Quisiera dar un ejemplo que ilustra lo que significan estas prisiones. El profeta Job censuró la acción de “cavar un hoyo para vuestro amigo” (Job 6:27); entiendo que se habrá referido a un socio, a un vecino o a un miembro de la Iglesia. ¿Cómo podría suceder esto?

Hace varios años, un joven tenía un negocio floreciente; había trabajado largas y pesadas horas durante varios años a fin de desarrollar la habilidad, la reputación y la experiencia necesarias para hacer prosperar su negocio y proveer a las necesidades de su familia. Le gustaba su trabajo y todas las mañanas empezaba entusiasmado lo que tenía en mente, utilizando su habilidad creativa y buscando oportunidades. La vida era buena para el, llena de esperanzas y de proyectos de trabajo. Llegó un día en el que finalizó un trabajo importante, por el que esperaba recibir pagos considerables; pero un astuto hombre de negocios se dio cuenta de que las aprobaciones verbales que había dado a mi amigo para hacer varias alteraciones en el trabajo se podían olvidar y no pagar. Después de todo, no había nada escrito sobre los cambios que le había pedido; consideraba que era una táctica de “buen negociante” obtener el producto lo mas barato posible, aun cuando hubiera un compromiso de por medio. Así es que las promesas verbales no se respetaron y los honorarios que se debían, que eran considerables, no se pagaron.

A esta altura, hay varias prisiones de las que se podría hablar: la prisión de engaño del hombre de negocios “astuto” y la prisión del engañado que se veía en una situación de no poder cumplir sus propias obligaciones. Hasta este momento, el engañado, a través de mucho trabajo y dificultades, esta esforzándose por salir de la prisión en que lo metió otro ser humano; ya no tiene confianza en sus semejantes, y tanto el como su familia han perdido oportunidades, además del negocio, por culpa de otra persona.

¿No nos enseñó el Salvador por intermedio del profeta Moisés: “Si alguno hiciere pastar en campo o viña, y metiere su bestia en campo de otro, de lo mejor de su campo y de lo mejor de su viña pagara”? (Éxodo 22:5.)

Estos tipos de prisiones a menudo son motivo para que el ofendido pierda la fe, la esperanza y hasta la capacidad de proveer para su propia familia, como fue el caso de mi joven amigo. Sin embargo, nunca deberían suceder. Muchas veces causan años de angustia y hacen que los damnificados duden con respecto a la justicia y a la misericordia; a veces, ellos mismos no pueden resolver sus problemas personales en forma honorable.

Las lecciones que enseñó el Salvador difieren ampliamente de estos hechos, porque El enseñó a hacer con los demás lo que esperamos que ellos hagan con nosotros (véase Mateo 7:12; 3 Nefi 14:12). Y enseñó: “… en cuanto a vuestras deudas, he aquí, es mi voluntad que las paguéis todas” (D. y C. 104:18). Si, aun si lleva años, es preciso pagar todas las deudas.

Ningún cristiano debería jamas causar problemas a otro cristiano. Muchas viudas, madres solteras y matrimonios ancianos son víctimas de aquellos que se aprovechan de ellos, que no hacen honor a sus compromisos y que así ponen a la víctima en una especie de prisión. Los afectados se encuentran de pronto clamando que alguien les abra las puertas de la prisión, y mientras tanto, muchas veces tienen hijos pequeños que lloran por la falta de las cosas más imprescindibles.

Cuando tratamos de seguir a Cristo y tomamos sobre nosotros la promesa de ser cristianos, como miembros de Su Iglesia nos comprometemos a no poner a nadie en ninguna clase de prisión, sino mas bien a tratar de liberar a aquellos que ya están en alguna. Llegamos a ser como el hombre que dijo que al unirse a la Iglesia cambió de manera de pensar, de hablar, de creer, de vestir, de trabajar y de cumplir con su empleador; cambió el tipo de literatura que leía y las películas que veía; empezó a conducir sus asuntos económicos con absoluta honestidad y a servir a sus semejantes. El realmente creyó en el poder liberador del Evangelio de Jesucristo y llegó a ser libre debido a eso. Como dice en el libro de Juan: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36) .

Hace mucho, un conocido mío estuvo cautivo durante mas de veinte años debido a un serio problema de alcoholismo, que lo tenía amarrado diariamente. Salía del trabajo, compraba su bebida alcohólica, se iba en el auto hasta las afueras de la ciudad y allí bebía hasta el punto de que, cuando volvía a su casa, apenas era capaz de encontrar el camino de regreso. Realmente se hallaba cautivo del diablo y vivía en el infierno. Un fiel maestro orientador amaba a este hermano, lo visitaba a menudo y le enseñó a orar pidiendo ayuda, y muchas veces oraba con el. Un día en que manejaba la camioneta hacia las afueras de la ciudad para empezar su diario ritual con el alcohol, sintió una influencia poderosa que lo hizo detener el vehículo, caminar hasta un campo contiguo, caer de rodillas y suplicar la ayuda de nuestro Padre Celestial. Mas tarde testificó que al levantarse después de orar, el deseo de beber había desaparecido completamente. Había sido liberado de una prisión de veinte años; Dios había escuchado su oración, había percibido el deseo de su corazón y le había abierto las puertas de la prisión en la que estaba encerrado.

Queridos amigos, Jesús es quien ha abierto y abrirá las puertas de nuestras prisiones personales; es una promesa gloriosa a todos los que se encuentren cautivos, sea cual fuere la circunstancia, si se arrepienten de sus pecados.

Ciertamente, todo Santo de los Últimos Días debe demostrar la libertad que ha recibido andando con toda moralidad y honestidad, tal como lo enseñó el Salvador, porque su palabra es un acuerdo sagrado y la respetara. Su vida se convierte entonces en un testimonio de que todo es verdadero: todo principio y toda palabra que proceda de la boca del Salvador y de Sus profetas. Al vivir estos principios importantes, somos verdaderamente libres y llegamos a ser testigos de Su palabra.

Una de las declaraciones hermosas y profundas del hombre de Dios a Jean Valjean fue: “Hermano mío, tu ya no perteneces al mal, sino que al bien. Es tu alma lo que estoy comprando, para ti, y se la entrego a Dios” (Victor Hugo, Los miserables, vol. 1, libro 2, cap. 12; traducción libre). Que no haya prisiones para otros debido a nuestras acciones.

Jesús vino para que el hombre tenga vida y la tenga mas abundante; El recorrió el camino, nos mostró la vía y abrió las puertas para liberar realmente a la humanidad. “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).

El escritor que mencione antes, el señor Douglas, lo expresó con estas hermosas palabras que alguien dijo a Bob Merrick: “Cuando encuentres EL CAMINO, te verás compelido y se volverá una obsesión … una magnifica obsesión”.

Sabemos que ese concepto da resultado, pues no hay mas que fijarse en las palabras que describen lo que les sucedió a los santos que siguieron fielmente al Salvador, durante un período de doscientos años después de Su aparición en América:

“… Y cuantos iban a ellos, y se arrepentían verdaderamente de sus pecados, eran bautizados en el nombre de Jesús; y también recibían el Espíritu Santo.

“… y no había contiendas ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros.

“Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres …

“… y ciertamente no podía haber un pueblo mas dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios” (4 Nefi 1:1-3, 16; cursiva agregada) .

Si, “por el poder de su palabra causaron que se derribaran las prisiones” (Mormón 8:24). Que vivamos de manera tal que todos seamos libres, sin prisiones para nosotros ni para nuestros semejantes y con una magnifica obsesión de libertad y en espera de bendiciones por venir, en el nombre de Jesucristo. Amén.