1990–1999
El Temor
Octubre 1992


El Temor

“Debemos decidir expresarle nuestros temores; debemos decidir confiar en El; debemos decidir permitirle que nos guíe.”

Hago frente a esta enorme responsabilidad con mucho amor y respeto por todas las mujeres, especialmente las jóvenes. Se que todas me escuchan con puntos de vista diferentes; se que cada una tiene necesidades individuales. No obstante el aspecto formal de esta ocasión, estoy segura de que muchas de nosotras, ya sea mediante la música, la palabra o simplemente la camaradería de las amigas que nos rodean, encontraremos respuestas y aliento que nos ayudaran a seguir adelante Mi único deseo es formar parte de ese proceso.

Con este deseo de ejercer de alguna forma una influencia en la vida tan particular de cada una de ustedes, me vino a la mente algo que todo ser humano ha sentido, algo que por lo general consideramos negativo, algo que evitaríamos si pudiéramos. A veces pensamos que nadie sufre de este “algo” como nosotras, o, a veces, a fin de controlarlo, nos convencemos de que no lo sentimos. Ese algo es el temor.

Al preguntar a varias jovencitas a que le tienen miedo, estas son algunas de las respuestas que recibí:

“Cuando tuve que ir a una nueva escuela, me dio miedo el tener que hacer nuevas amistades”.

“El año pasado mi hermano estuvo enfermo y tuve miedo de que se muriera”.

“Cuando oigo a mis padres pelear y discutir, tengo miedo de que se divorcien”.

“Vivía con el temor de que alguien descubriera los terribles errores que había cometido, lo cual avergonzaría sobremanera a mi familia. Tenia tanto miedo de tener que sufrir esa clase de humillación que incluso pense en el aborto”.

“Me preocupan muchas cosas: lo que debo decir, cómo debo comportarme, cómo debo vestirme. No puedo divertirme ni hacer nuevas amistades, porque siempre tengo miedo de lo que la gente vaya a pensar de mi”.

“A causa de algunas de las cosas que me pasaron cuando era niña, les tengo miedo a los hombres. A veces aun el encontrarme sola con el obispo en su oficina me da miedo. También temo que si otras personas llegaran a saber lo que me pasó, ya no me querrían”.

“Tengo miedo de no aprobar el importante examen que me permitirá seguir los estudios”.

“Tengo miedo de no casarme nunca” .

“Tengo miedo de que mis padres no puedan comprarme el uniforme para ir a la escuela”.

Estos comentarios dan miedo ¿verdad?

Al leer las Escrituras, nos damos cuenta de que el miedo ha formado parte de la historia humana desde el comienzo. Me imagino que aun en la vida preterrenal, cuando se presentaron los dos planes, algunos quizás hayan elegido el plan de Lucifer a causa del temor: temor de alejarse de la presencia del Padre sin ninguna garantía de poder regresar. Tal vez Lucifer se haya aprovechado de esos temores, asegurándonos de que, con su plan, todos regresaríamos.

Me imagino lo atemorizante que debió de haber sido para Adán y Eva, que habían vivido con una seguridad total-animales mansos, abundancia de alimentos, ninguna oposición de la naturaleza-, el haberse encontrado repentinamente en un mundo donde la supervivencia misma debió haberles causado un temor constante.

¿Por que es el temor parte de la vida terrenal?

Quizás la esperanza mas grande de nuestro Padre Celestial sea que, por motivo de nuestros temores, decidamos mantenernos cerca de El. Las incertidumbres de la vida nos sirven para recordarnos que dependemos de El, pero ese recordatorio no es automático, sino que depende de nuestro albedrío: Debemos decidir expresarle nuestros temores; debemos decidir confiar en El; debemos decidir permitirle que nos guíe y debemos tomar esas decisiones precisamente en los momentos en que nos. sintamos mas propensas a confiar en nuestro propio razonamiento desequilibrado y a menudo erróneo.

Al esforzarnos por obedecer Sus mandamientos y por orar, El nos dirigirá para que hagamos ciertas cosas que contribuyan a calmar nuestros temores. Muchas veces, esas acciones requieren gran valor y la dirección del Espíritu Santo, el cual nos guiará para a saber cuando y a quien podemos expresar nuestros temores. Al enfrentarnos con el temor y tratar de hacer cosas que nunca hayamos hecho, el Señor nos dará Su apoyo.

Quisiera sugerir dos ideas que me han servido de ayuda cuando he sentido temor. La primera la recibí en forma de consejo de la hermana Michaelene Grassli, Presidenta General de la Primaria, cuando yo era miembro de la Mesa General de esa organización. En una ocasión, ambas estabamos cumpliendo una responsabilidad de capacitación, y una de las hermanas lideres locales empezó a describir con lujo de detalles a los lideres de las organizaciones auxiliares que habían ido a visitarlas el año anterior. Cuando empezó a relatarnos las cosas maravillosas que habían hecho y al expresar sus deseos de que nosotras hiciéramos lo mismo, empece a sentirme un nudo en el estómago. Esa noche, después que se fueron nuestras anfitrionas, le exprese mis temores a la hermana Grassli, diciéndole que dudaba de que mis habilidades fueran tan sobresalientes como las de los hermanos que me habían precedido y que estaba segura de que mi presentación desilusionaría a las hermanas y seria un bochorno para ella y para la Iglesia. Ella me contestó: “Yo me he sentido igual, pero me ha consolado pensar que lo único que debe preocuparme es que lo que haga y diga sea aceptable y agradable para el Señor”. Sus palabras me infundieron una tranquilidad inmediata y desde entonces me las he repetido una y otra vez en infinidad de oportunidades.

A las mujeres nos gusta mucho complacer a los demás, buscando a veces aprobación en forma tan desesperada que nos sentimos incapaces y confusas porque no podemos satisfacer las diversas necesidades de aquellos que nos rodean. El concentrarnos en complacer a nuestro Padre Celestial nos brinda paz y nos alivia el temor y la ansiedad. Pido a las jóvenes en especial que piensen en esto la próxima vez que les pidan que participen de alguna forma en una reunión de la Iglesia, visiten a un miembro inactivo de la clase o planeen una actividad: “Lo único importante es complacer al Señor”. Creo que con ello se esfumaran algunos de los temores que puedan sentir. El profeta David dijo: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quien temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quien he de atemorizarme?” (Salmos 27:1).

La segunda idea que me ha ayudado es una frase que se adjudica al famoso pintor Vicente Van Gogh: “Siempre estoy haciendo lo que todavía no puedo hacer, a fin de aprender a hacerlo”. En gran parte, el secreto de sobreponerse al temor diario es simplemente hacer aquello que no sabemos hacer … todavía.

¿Hay algo que no sepan hacer, pero que de todas maneras lo estén haciendo? Por ejemplo, entablar una conversación con un joven en la Mutual, aunque se sientan incomodas al hacerlo. O quizás sea estudiar con ahínco aun cuando a veces el esfuerzo resulte desalentador. Muchas veces he oído a la hermana Janette Hales, Presidenta General de las Mujeres Jóvenes, decir a la juventud que trabaje esforzadamente. Ella ha dicho: “El trabajar aumenta nuestras habilidades, y a medida que estas aumenten, nos sentiremos mas seguras de nosotras mismas”.

Acabo de terminar de leer la autobiografía de Eleanor Roosevelt, esposa de Franklin Delano Roosevelt, que fue Presidente de los Estados Unidos. La influencia de esta mujer sobrepasó los círculos políticos y sociales. Su vida sirve como modelo para todas las mujeres, de alguien que en forma ejemplar desarrolló sus propios dones mediante el servicio al prójimo. Los primeros años de la vida de esta mujer estuvieron marcados por el temor y la inseguridad. Ella se describe diciendo que era una adolescente torpe, demasiado alta, con dientes disparejos, mal vestida y tan incómoda e insegura con otros jóvenes de su edad que para ella las fiestas y los bailes eran un tormento. ¿Cómo pudo despojarse de esa imagen y obtener la clase de confianza que le permitió hacer tan tremenda contribución a la sociedad? Ella dijo: “La fortaleza, el valor y la confianza se logran mediante las experiencias en las que la persona se ve obligada a confrontar el temor … Hay que hacer aquello que pensamos que no podemos hacer” (Karen McAuley, Eleanor Roosevelt, Nueva York: Chelsea House Publishers, 1987, pág. 105).

Si nos concentramos en complacer al Señor en lugar de tratar de agradar a otras personas, y nos esforzamos por hacer lo que todavía no sabemos hacer, progresaremos; veremos aumentar nuestra confianza en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo, Jesucristo. Esa fe nos dará la tranquilidad de saber que, al final, no sólo habremos dominado la situación que nos preocupaba sino que también habremos obtenido gran gozo y felicidad.

Después de la muerte de Cristo, Pablo se convirtió y llegó a ser un gran misionero. El tenia un compañero menor a quien amaba de la misma forma que un padre ama a su hijo. Al leer sobre ellos en la segunda epístola de Timoteo, vemos que en esa época estaban separados el uno del otro, ministrando en regiones diferentes. Timoteo se sentía solo y temeroso; el ser misionero puede resultar atemorizante. Pablo, que estaba encarcelado en Roma, le escribió una epístola a su joven amigo:

“A Timoteo, amado hijo …

“Doy gracias a Dios … de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día,

“deseando verte, al acordarme de tus lagrimas … “ (2 Timoteo 1:2-4).

¿No es esa una carta llena de amor? Haga de cuenta cada una que recibe una carta así de alguien que se acuerda de sus lagrimas.

Pablo continua destacando los puntos fuertes de Timoteo: “… trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti … “, y le recuerda al joven que su abuela y su madre fueron mujeres de fe (vers. 5).

Piense cada una en algunos de los puntos fuertes que haya heredado de sus abuelas o de su madre.

Luego Pablo le pide a Timoteo que se acuerde de valerse del don del Espíritu Santo: “… te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que esta en ti por la imposición de mis manos” (vers. 6).

¿Recuerda cada una que también se le ha dado un don mediante la imposición de manos? ¡Deben valerse de ese don para conquistar sus temores!

Después, sigue mi parte favorita de la epístola: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (vers. 7).

¿No son esos los atributos que deseamos tener cuando sentimos temor? Poder, amor y la habilidad de razonar claramente.

Pablo concluye así su epístola a Tito: “Todos los que están conmigo te saludan. Saluda a los que nos aman en la fe. La gracia sea con todos vosotros. Amen” (Tito 3:15).

Todas las que están conmigo las saludan. Las amamos y somos conscientes de sus temores y de su fe. Doy mi testimonio de que Jesucristo es nuestro Salvador, que El nos ama a todas nosotras y que nos ayudara a reemplazar nuestros temores con la fe. Lo digo en el nombre de Jesucristo. Amén.