1990–1999
Como vivir los principios del evangelio
Octubre 1992


Como vivir los principios del evangelio

“No debe haber ninguna duda en cuanto a nuestras normas, nuestros creencias, ¡en cuanto a quienes somos!”

Para siempre reconoceré agradecido las bendiciones que me ha dado nuestro Señor, y lo hago en este momento nuevamente.

Como se nos ha mandado, nos hemos reunido “para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos” (Zacarías 14:16), y para incrementar nuestra fe y nuestro deseo de lograr la rectitud. Nos testificamos el uno al otro en cuanto a nuestro Maestro y recibimos consejo de los que han sido llamados para administrar los asuntos de Su Reino aquí en la tierra .

Las conferencias de esta Iglesia son mucho mas que una convención donde se expresan puntos de vista o se adoptan nuevas resoluciones por voto unánime; son asambleas donde los siervos del Señor manifiestan el deseo y la voluntad de El. La Iglesia no es una democracia; es un reino.

Las buenas personas de muchas regiones y naciones del mundo, así como los Santos de los Ultimos Días, se sienten preocupados por la creciente presión y la influencia que ejerce un insidioso movimiento cultural que esta tratando de degradar los valores sociales y religiosos y las normas de la moral. Toda generación subsiguiente ha debilitado o mermado los previos ideales y valores cristianos.

Michael Hirsley, un reportero que escribe para el periódico Chicago Tribune, comentó hace poco que el predecir el futuro religioso de los Estados Unidos es algo muy arriesgado ya que “el prejuicio mas extensamente aceptado en la nación es el anticristianismo” (The Billings Gazette, 16 de mayo de 1992).

Las verdaderas señales de los tiempos son atemorizantes. ¿A dónde nos llevaran? Yo, por mi parte, estoy preocupado.

Los periodos anteriores de deterioro moral atrajeron la atención divina. En tiempos pasados, como en el presente, los profetas de Dios han dejado oír la voz de amonestación. El Señor le dijo a Ezequiel:

“… te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tu la palabra … y los amonestaras de mi parte” (Ezequiel 3:17).

Por lo que vemos que esta sucediendo por todo el mundo, he tenido la impresión de dejar oír hoy una voz de amonestación y advertencia a la humanidad para que se prepare -mediante el arrepentimiento- para el gran día del Señor (véase D. y C. 1:11-12).

Estoy en deuda con el élder Dallin Oaks por un relato al que he titulado la parábola moderna de la ardilla, el árbol y el perro, y que ilustra esta preocupación que he expresado:

Dos jóvenes caminaban por los jardines de una universidad del Este de los Estados Unidos y les llamó la atención un grupo de personas que estaban alrededor de un arce frondoso. Al acercarse, se dieron cuenta de que la gente se divertía observando las travesuras de una ardilla que corría alrededor del árbol, luego se subía al tronco y después se volvía a bajar. A corta distancia, un perro de caza vigilaba atentamente los movimientos de la ardilla. Cada vez que la ardilla se subía a lo alto del árbol, el perro se deslizaba unos centímetros arrimándose lentamente a este. La ardilla no se daba cuenta de que el perro se acercaba mas y mas, esperando pacientemente el momento preciso. Las personas que observaban este entretenido episodio sabían muy bien lo que podía suceder, pero no hicieron nada por evitarlo, hasta que en un instante, el perro -agarrando a la ardilla desprevenida- la tuvo aprisionada entre sus afilados dientes.

Horrorizados, los espectadores se abalanzarón sobre el animal para abrirle el hocico con el propósito de rescatar a la ardilla; pero era demasiado tarde: ya estaba muerta. Cualquiera hubiera podido alertar a la ardilla o sujetar al perro, pero todos se habían entregado momentáneamente a la diversión observando en silencio mientras el mal avanzaba lentamente para asaltar al bien. Cuando por fin acudieron en su defensa, ya era demasiado tarde.

Diariamente vemos a nuestro alrededor lo que se ha representado en esta parábola. Nos sentamos ociosos mientras un torrente de obscenidades, vulgaridad, comportamiento degradante e ideales y principios de rectitud puestos en ridículo invaden nuestros hogares y nuestra vida a través de la mayoría de los medios de comunicación, enseñándoles a nuestros hijos valores negativos y corrupción moral. Y. luego nos disgustamos cuando nuestros hijos actúan en forma contraria a lo que quisiéramos, y cuando vemos que el comportamiento social continua deteriorándose.

El encabezamiento de un periódico dice: “Las líneas de batalla se definen claramente en los Estados Unidos … hay guerra cultural”. El articulo continúa luego haciendo estas preguntas y comentario:

“¿Quien determina las normas por las que nos debemos regir.. y gobernar? ¿Quien decide lo que es bueno o malo, lo que es moral o inmoral, lo que es bello o feo … ? ¿Con las creencias de quien se formara el fundamento de la ley? …

“Nuestro [desafío cultural]… consiste en saber ‘quienes somos’ y ‘que es lo que creemos”’ (Patrick J. Buchanan, Salt Lake Tribune, 13 de septiembre de 1992, pág. A15).

Cal Thomas, del periódico Los Angeles Times, escribió:

“Algunos consideran al Estado ya sea como igual o como superior a Dios en los asuntos humanos. El de ellos es un dios despreocupado que míseramente da algunas bendiciones cuando las pedimos, pero cuyos mandamientos se deben pasar por alto cuando nos pida que hagamos algo que no queremos hacer.

“El hecho es que nuestras leyes provienen de una norma de rectitud que se consideró que fomentaría el bienestar general … Esa norma se ha dejado a un lado al mismo tiempo que ha florecido la ignorancia bíblica, gracias en parte a la antipatía del Estado hacia las verdades inmutables y eternas.

“William Penn advirtió: ‘Si no somos gobernados por Dios, entonces seremos gobernados por tiranos’. El punto de vista personal concerniente a Dios y a lo que El requiere de nosotros determina nuestro concepto del papel del Estado en la vida publica …

“Benjamin Franklin … observó que si un gorrión no puede caer a tierra sin que Dios lo sepa, “puede un imperio levantarse sin Su ayuda?’

“El fallecido filósofo y teólogo Francis Schaeffer escribió que ‘Dios ha ordenado al Estado para ser una autoridad delegada; no es autónomo. El Estado debe ser un agente de justicia para restringir la maldad castigando al malhechor y para proteger lo bueno en la sociedad. Cuando hace lo contrario, no tiene la debida autoridad. Se convierte entonces en una autoridad usurpada, y como tal se vuelve anárquico y tirano’ …

“Eso es lo que significa la guerra cultural; es un conflicto entre aquellos que reconocen a un Dios viviente que ha hablado en cuanto al orden del universo, al propósito del Estado y al plan para la vida de las personas, y los que consideran que esas instrucciones son obscuras, expuestas a la interpretación, y que Dios no debe ser parte del debate o que no existe y por lo tanto tenemos que valernos por nosotros mismos … “

“[Hace treinta años], los alumnos todavía podían orar y leer la Biblia en la escuela, el aborto era ilegal, no se hablaba de derechos especiales para los homosexuales … El asunto ahora es si nos vamos a convertir en nuestros propios dioses” (Cal Thomas, Salt Lake Tribune, 18 de septiembre de 1992, pág. A18; cursiva del autor).

No es de extrañar que Isaías, hablando por inspiración, haya declarado: “… no son … vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Isaías 55:8).

Los principios e ideales inmutables, centrados en Dios, que adoptaron los autores de nuestra Constitución, no sólo forman el fundamento de la libertad, sino que son también los dispositivos que la mantienen unida. Existe una marcada diferencia entre los principios que son inmutables y las preferencias cuando hay la posibilidad de elección.

No debe haber ninguna duda en cuanto a nuestras normas, nuestras creencias, ¡en cuanto a quienes somos!

Los testimonios oculares de los mismos participantes revelan la fe y el valor de los conversos que dejaron sus hogares en los Estados Unidos, en Escocia o en Suecia -así como también a sus familiares y sus posesiones materiales- para unirse a Brigham Young y a cientos de pioneros con el fin de establecer en el Oeste la “Sión” de la que habló José Smith, su Profeta, maestro y amigo, ¡el que había visto a Dios y al Cristo viviente! Pocos seres humanos han tenido una visión similar: Pedro, Santiago y Juan, Moisés, Abraham y Adán, sólo unos cuantos. José Smith pertenecía a un grupo selecto de personas a quienes se había probado, en quienes se confiaba y a los que se había encontrado dignos. El estaba entre los que Abraham describió como uno de los “nobles y grandes” (Abraham 3:22), y llegó a ser uno de los siervos escogidos del Señor aquí en la tierra.

Miles de personas valientes y fieles oyeron y creyeron el glorioso mensaje que brindaba una nueva esperanza para una vida mejor. ¿Esperaban encontrar riquezas al final de este arco iris recién descubierto? ¿Una vida de comodidad y desahogo? ¡Por el contrario! Habría congojas, frío, dolor, hambre e incluso insultos, lesiones y hasta la trágica perdida de la vida. La seguridad que sintieron de que recibirían dirección divina fue lo que agrandó su fe para soportar tales angustias.

Hombres y mujeres de fuerte constitución física y espiritual conquistaron el desierto y establecieron lo que Isaías vio y describió setecientos años antes del nacimiento de Cristo:

“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a el todas las naciones.

“Y. vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos. enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová” (Isaías 2:2-3).

¿Que propósito tenían? ¿Que los motivaba? No era el oro de California, sino el deseo de adorar al Dios Todopoderoso conforme a los dictados de su propia conciencia. Ese era el motivo … establecer la Iglesia del Señor y enseñar los principios eternos revelados a Su Profeta, José Smith. Lo habían arriesgado todo y estaban dispuestos a soportar cualquier aflicción. La historia que se ha escrito sobre su largo viaje y sus comienzos en este valle habla de uno de los episodios mas nobles de la civilización.

En esta empresa no había ningún atractivo, excepto la fe. De hecho, les habían advertido que nada crecería acá, donde en la actualidad florecen granjas, ciudades y pueblos. Ellos eran edificadores, no destructores; tenían sueños majestuosos de grandes logros e ideales sublimes: de casas y huertos, templos y capillas, escuelas y universidades. Para llevarlo a cabo se requeriría mucho trabajo arduo -muy, muy arduo- y los mejores esfuerzos de todos. Llegaron a ser expertos colonizadores y benefactores de nuestra nación y de la humanidad. Muchos de nosotros somos producto de esa colonización, la que enseñó el valor del trabajo honrado, recalcó las bendiciones que derivan de el e inspiró el deseo y la fe de tener una vida mejor.

Su profunda fe en el Dios viviente, su lealtad y obediencia, así como su sólido fundamento de rectitud son una inspiración para todos nosotros. Ellos estaban convencidos de que habían empezado en su camino hacia la perfección, un proceso en el que se debe trabajar con empeño durante toda la vida. El presidente Spencer W. Kimball declaró:

“A toda persona se le enseña el camino a seguir: la obediencia mediante el sufrimiento, y el perfeccionamiento mediante la obediencia” (The Teachings of Spencer W Kimball, ed. por Edward L.O Kimball, Salt Lake City: Bookcraft, 1982, pág. 168).

El sendero que siguieron era recto, despejado y riguroso Debían vivir los mandamientos de Dios y perseverar hasta el fin. Hoy día sabemos cómo debemos vivir; sabemos distinguir el bien del mal.

Debemos enseñar y capacitar a nuestros hijos en los caminos del Señor; no debemos permitir que aprendan de otros en cuanto al carácter y a los valores familiares; no deben escuchar música ni mirar televisión ni películas sin ninguna

supervisión; no debemos delegar a los medios de comunicación la tarea de enseñarles cómo tienen que vivir.

El Señor ha mandado claramente a los padres que enseñen a sus hijos a hacer el bien (véase Alma 39: 12), que les enseñen “la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu

Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, [o] el pecado será sobre la cabeza de los padres” (D. y C. 68:25).

“Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:28).

“Ni permitiréis que vuestros hijos anden hambrientos o desnudos, ni consentiréis que quebranten las leyes de Dios “Mas les enseñareis a andar por las vías de verdad y cordura; les enseñareis a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro” (Mosíah 4: 14-15).

Dios, preocupado por Sus hijos, escribió los Diez Mandamientos con Su propio dedo sobre planchas de piedra. Estos representan la ley básica del Todopoderoso y desde entonces han constituido los elementos fundamentales de la ley civil y religiosa.

El Sermón del Monte, dado por el Señor mismo, destaca principios e instrucciones de origen celestial.

Ambas declaraciones de instrucción divina -principios que se enseñan eficazmente y con mucho mas detalle en el Libro de Mormón, en la Biblia y en nuestras otras Escrituras-, si se obedecen, fortalecerán a padres e hijos, que tienen todos por igual el deber de estudiar las Escrituras y obtener fortaleza y entendimiento de las cosas eternas.

La única manera segura de protegernos a nosotros mismos y a nuestras familias de la embestida de las enseñanzas del mundo es tomar la determinación de vivir los mandamientos de Dios; de asistir a las reuniones de la Iglesia, en donde podemos aprender, ver fortalecido nuestro testimonio y participar de la Santa Cena para renovar nuestros convenios; de prepararnos para entrar dignamente en el templo, en donde podremos encontrar un refugio del mundo y un lugar donde renovar nuestra capacidad para hacer frente a la iniquidad del mundo. Esto afirmo, expresando mi testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.