1990–1999
La Iglesia sigue el curso establecido
Octubre 1992


La Iglesia sigue el curso establecido

“El sistema de respaldo de la Iglesia es único y enorme, estructurado por el Señor en Su reino para que este siga sin interrupción progresando, resolviendo cualquier emergencia que se presentare.”

Hace algunas semanas, a mi regreso de una conferencia regional, tuvimos una experiencia que aun permanece vivida en mi mente Al acercarnos al aeropuerto para aterrizar, se escuchó la voz del capitán por los altavoces diciendo con tono claro y autoritario: “Se ha presentado una emergencia; sírvanse poner atención. Estamos en una emergencia y la tripulación de vuelo les dará instrucciones. Por su propia seguridad, tengan a bien hacer lo que ellos les digan”.

La tripulación se puso en acción de inmediato. Todos se habían preparado para ese momento y cada uno sabia exactamente que hacer. Inmediatamente pusieron todos los utensilios en alacenas cerradas.

Se redistribuyeron los pasajeros de manera que en cada salida de emergencia hubiese un hombre fuerte.

Se nos indicó que nos sacáramos los anteojos, agacháramos la cabeza y nos aferráramos firmemente de los tobillos.

Una mujer con un bebe, que estaba sentada inmediatamente detrás de mi, empezó a llorar; también se oía a otros sollozar; todos sabíamos que aquel no era un mero ejercicio, sino que el problema era real y serio.

De la cabina de pilotaje salió un hombre que al reconocerme se inclinó y me dijo: “Yo soy piloto, aunque no de este avión. El sistema primario de controles ha dejado de funcionar, pero creo que todo saldrá bien. Se las arreglaron para bajar el tren de aterrizaje y hacer funcionar las aletas estabilizadoras”.

Es extraño, pero no sentí ningún miedo. En muchos años volando en avión, hubo momentos en que sentí miedo, pero en esa oportunidad, me sentía calmado. Sabia que se había instalado un sistema de emergencia en el avión con el que se trataría de solucionar ese tipo de problemas y que la tripulación había sido bien capacitada.

También me daba cuenta de que comprobaríamos la eficacia de ese sistema de emergencia en dos o tres minutos, en cuanto las ruedas tocaran la pista de aterrizaje.

Ese momento llegó rápidamente. Para alivio de todos, el avión aterrizó suavemente, el tren de aterrizaje se mantuvo en su lugar, tos motores entraron en contramarcha y el aparato se detuvo.

Vimos que el equipo de bomberos estaba estacionado cerca del lugar. Nos remolcaron hasta la puerta de desembarque y la gente, agradecida, aplaudió a la tripulación; algunos de nosotros expresamos nuestra gratitud al Señor.

He reflexionado con respecto a esta experiencia, comparándola con la Iglesia de la que somos miembros. La cabeza de la Iglesia es el Señor Jesucristo; esta es Su Iglesia. Pero la cabeza terrenal es nuestro Profeta. Los profetas son hombres investidos con un llamamiento divino; no obstante la divinidad de este llamamiento, son humanos y están sujetos a los problemas del cuerpo mortal. Amamos, respetamos y honramos al Profeta de hoy día. el presidente Ezra Taft Benson, y nos interesamos en su bienestar; ha sido un líder grande y lleno de excelentes cualidades, un hombre cuya voz ha resonado con el testimonio de esta obra a través del mundo. El posee todas las llaves del sacerdocio en la tierra en la actualidad, pero ha llegado a una edad en la cual no puede hacer muchas de las cosas que hacia antes. Esto no disminuye su llamamiento de Profeta, aunque le impone limitaciones en sus actividades.

En el pasado hemos visto situaciones similares. El presidente Wilford Woodruff envejeció en su llamamiento; igual les sucedió a los presidentes Heber J. Grant, David O. McKay, Joseph Fielding Smith y, mas recientemente, a Spencer W. Kimball.

Algunas personas, seguramente por no conocer el sistema, se preocupan pensando que, debido a la edad del Presidente, la Iglesia enfrenta una crisis. Parece ser. que no se dan cuenta de que existe un sistema de respaldo. La naturaleza misma de este sistema exige que siempre haya a bordo una tripulación capacitada, si se me permite esta comparación . Han recibido una educación detallada en los procedimientos de la Iglesia, y, lo que es más importante, también poseen las llaves del Sacerdocio eterno de Dios. Además, ellos han sido colocados aquí por el Señor.

Espero no parecer presuntuoso al recordar a todos que el sistema de respaldo de la Iglesia es único y enorme, estructurado por el Señor en Su reino para que este siga sin interrupción progresando, resolviendo cualquier emergencia que se presentare y cualquier acontecimiento imprevisto que pudiera enfrentar. Para mi es un milagro maravilloso, constante y renovador.

Ayer sostuvimos a Ezra Taft Benson como Profeta, Vidente y Revelador, y Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.

Después sostuvimos a sus Consejeros y luego a los miembros del Consejo de los Doce Apóstoles como profetas, videntes y reveladores. Con quince hombres así descritos, investidos y sostenidos, alguien que no este familiarizado con la Iglesia podría pensar que habría mucha confusión. Pero el Reino de Dios es un reino de orden; no existe la confusión entre su liderazgo.

Cuando se ordena a un hombre al apostolado y se le aparta como miembro del Consejo de los Doce, se le dan las llaves del Sacerdocio de Dios. Cada uno de los quince hombres así ordenados posee esas llaves. Sin embargo, solo el Presidente de la Iglesia tiene el derecho de utilizarlas en su plenitud; puede delegar el ejercicio de varias de ellas a uno o mas de sus hermanos. Cada uno posee las llaves, pero esta autorizado a utilizarlas solamente hasta donde se lo autorice el Profeta del Señor.

Este es el poder que ha dado el presidente Benson a sus consejeros y a los Doce de acuerdo con varias responsabilidades delegadas a ellos.

En conformidad con la revelación del Señor, “del Sacerdocio de Melquisedec, tres Sumos Sacerdotes Presidentes, escogidos por el cuerpo, nombrados y ordenados a ese oficio, y sostenidos por la confianza, fe y oraciones de la iglesia, forman un quórum de la Presidencia de la Iglesia” (D. y C. 107:22).

Esta “Presidencia del Sumo Sacerdocio, según el orden de Melquisedec, tiene el derecho de oficiar en todos los cargos en la Iglesia” (D. y C. 107:9).

Mas detalles con respecto a este principio:

“… corresponde a la dignidad de su oficio [de presidente] presidir el consejo de la iglesia; y es su privilegio contar con la ayuda de otros dos presidentes, nombrados de la misma manera en que el lo fue.

“Y en caso de estar ausente uno o ambos de los que son nombrados para ayudarle, el tiene la autoridad para presidir el consejo sin ayudantes; y en caso de que el mismo este ausente, los otros presidentes tienen la autoridad para presidir en su lugar, ambos o cualquiera de ellos” (D. y C. 102:10-11).

Nosotros, los que servimos como consejeros, reconocemos y sabemos las limitaciones de nuestra autoridad y responsabilidad; nuestro único deseo es asistir y ayudar a nuestro líder a llevar la tremenda carga de su oficio. La Iglesia esta creciendo mucho; tiene mas de ocho millones de miembros en la actualidad, y continua avanzando a través del mundo. Su programa es extenso, complejo y trata una infinidad de elementos; las responsabilidades son muchas y variadas.

Pero puedo asegurar que sean cuales sean las circunstancias, la obra progresa en una forma ordenada y maravillosa. Como sucedió durante el tiempo en que el presidente Kimball estaba enfermo, hemos seguido avanzando sin vacilar en los aspectos en que existe una norma bien establecida; cuando se trata de un asunto para el que no existe una norma ya firmemente establecida, hemos conversado con el Presidente y hemos recibido su aprobación antes de tomar las medidas del caso. Que nunca se diga que ha existido la mas mínima tendencia a asumir autoridad, a hacer o decir cualquier cosa, o a enseñar algo que no este de acuerdo con los deseos de aquel que ha sido puesto en su lugar por el Señor. Deseamos ser sus obedientes servidores; no pedimos honra para nosotros; simplemente deseamos hacer aquello que debe hacerse, cuando es necesario que se haga y de acuerdo con las normas que el Presidente mismo ha expresado.

Ahora bien, como lo indique anteriormente, existen doce otros hombres a quienes se les ha conferido las llaves del apostolado y son, de acuerdo con la descripción de la revelación, “los doce consejeros viajantes … llamados para ser los Doce Apóstoles, o testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo, y así se distinguen de los otros oficiales de la iglesia en los deberes de su llamamiento.

“Y constituyen un quórum, igual en autoridad y poder que los tres presidentes ya mencionados” (D. y C. 107:23-24).

Habrá quien se pregunte, ¿puede haber dos cuerpos eclesiásticos separados con igual autoridad, sin confusión? Si, el Señor ha dado la respuesta a esto, cuando dijo:

“Los Doce son un Sumo Consejo Presidente Viajante, para oficiar en el nombre del Señor bajo la dirección de la Presidencia de la Iglesia … “ (D. y C. 107:33) .

Con respecto a este asunto, el presidente Joseph F. Smith dijo:

“El deber de los Doce Apóstoles de la Iglesia es predicar el evangelio al mundo, enviarlo a los habitantes de la tierra y dar testimonio de Jesucristo, el Hijo de Dios, como testigos vivientes de su misión divina. Ese es su llamamiento

especial, y siempre están bajo la dirección de la Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días cuando dicha presidencia esta intacta, y nunca hay al mismo tiempo dos cabezas iguales en la Iglesia: nunca. El Señor jamas decretó ni designó tal cosa. Siempre hay una cabeza en la Iglesia, y si la Presidencia de la Iglesia deja de existir por muerte u otra causa, entonces siguen los Doce Apóstoles como cabeza de la Iglesia hasta que nuevamente se organice una presidencia de tres sumos sacerdotes presidentes con el derecho de ocupar el puesto de Primera Presidencia en la Iglesia … “ (Doctrina del Evangelio, pág. 172).

He aquí entonces, mis hermanos, el extraordinario plan del Señor para el gobierno de Su Reino en la tierra. Se recibió la autoridad para conducir sus asuntos en esta dispensación de manos de Pedro, Santiago y Juan, quienes fueron ordenados por el Señor cuando El estaba en la tierra; y, como podemos ver, existe el orden en el ejercicio de esa autoridad.

Quisiera decir algunas palabras ahora sobre los hombres que son miembros del Quórum de la Primera Presidencia y del de los Doce Apóstoles. Conozco a todos los que prestan servicio en la actualidad y he conocido a todos los que se han sentado en estos sillones durante los últimos sesenta años. Tengo la seguridad de que ninguno de ellos aspiró a este oficio; ninguno efectuó una campaña para obtenerlo; no creo que ninguno se haya sentido digno del puesto. Esto es algo especial y extraordinario.

En la actualidad, en los Estados Unidos estamos en una campaña para elegir a hombres y mujeres para ocupar cargos públicos. Se han gastado millones y millones de dólares durante el proceso, con cientos de miles de personas trabajando para promover los intereses de sus candidatos favoritos.

Cuan diferente es lo que sucede en la obra del Señor. Ningún miembro fiel de la Iglesia pensaría en solicitar un cargo eclesiástico. Mas bien “creemos que el hombre debe ser llamado de Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas” (Artículos de Fe 1:5).

El Señor mismo dijo sobre los Doce que El había seleccionado: “No me elegisteis vosotros a mi, sino que yo os elegí a vosotros … “ (Juan 15:16).

Estoy seguro de que nunca se llamó a ningún hombre como Autoridad General de la Iglesia, ciertamente ninguno que yo conozca, que no se haya arrodillado, confesando sus debilidades y rogando al Señor que lo protegiera de las tentaciones y la maldad, y pidiendo la fortaleza, la sabiduría y la inspiración para cumplir bien aquello que haya sido llamado a hacer.

Considero que conozco a mis hermanos; conozco a mi líder, el presidente Benson; me he arrodillado con el para orar y he escuchado sus ruegos; conozco su corazón y testifico de su bondad; conozco su amor por la gente y testifico que es real; conozco sus ruegos proféticos y puedo testificar de su sinceridad.

Conozco a mi amigo de la Presidencia, Thomas S. Monson; conozco su fortaleza y su deseo de hacer avanzar el Reino de nuestro Padre.

Conozco a cada uno de los Doce, por orden de antigüedad, desde el presidente Howard W. Hunter hasta el élder Richard G. Scott.

Estos son mis compañeros en esta obra del Todopoderoso y, como dije antes, ninguno de ellos ambicionó este oficio sagrado. Cada uno fue llamado y en algunos casos tuvieron que hacer serios sacrificios para aceptar el llamamiento. Nosotros oramos juntos; nos reunimos en asambleas solemnes en la Casa del Señor. Regularmente participamos de la Santa Cena del Señor y renovamos nuestros convenios con El, que es nuestro Dios, tomando sobre nosotros de nuevo el nombre del Señor, de quien somos llamados a testificar.

Como Autoridades Generales, analizamos los diversos problemas que se nos presentan; cada hombre es diferente y expresamos nuestra opinión de acuerdo con diferentes niveles de experiencia. Analizamos las formas de mejorar y fortalecer la obra, y al finalizar estas conversaciones puede haber varios puntos de vista. Pero, antes de llegar a una conclusión, tiene que existir la unanimidad; de lo contrario, no se toma ninguna decisión. El Señor mismo ha declarado que es absolutamente necesario que haya ese tipo de unidad.

¿Es este un tipo diferente de gobierno? Es el gobierno del Reino de Dios en la tierra; es único en su organización. Es un sistema por el cual, si un hombre no puede funcionar en su cargo, la obra no se tambalea ni cae.

Regresando a mi ilustración inicial, hay una tripulación a bordo con una extensa y profunda capacitación. Tenemos un sistema, un sistema divinamente ordenado, por el cual existe un respaldo para seguir adelante con la obra y el gobierno de la Iglesia en todo el mundo, sean cuales sean las dificultades que acontezcan a cualquiera de sus lideres.

Los hermanos de los que he estado hablando son Apóstoles del Señor Jesucristo y doy testimonio de su integridad; doy testimonio de su fe; doy testimonio de la voz de inspiración y de revelación que ha dirigido su llamamiento. Cada uno es un hombre de fortaleza comprobada, pero lo mas grande de esa fortaleza radica en su reconocimiento de que tiene que recibir dirección y bendiciones divinas si va a desempeñar su cargo en forma aceptable.

Ahora, para terminar, ¿hay alguien que crea que este grupo de hombres podría llevar a la Iglesia por mal camino? Recordemos de quien es esta Iglesia. Lleva el nombre del Señor Jesucristo, que esta a la cabeza, y El tiene el poder para sacar de su oficio a cualquier persona que no este cumpliendo con su deber o que este enseñando algo que no se halle en armonía con Su divina voluntad.

Afirmo a todos que nosotros no tenemos un programa personal; solamente tenemos el programa del Señor. Existen aquellos que nos critican cuando publicamos una amonestación de consejo o de advertencia; pido a todos que entiendan que nuestros ruegos no son motivados por deseos egoístas; ruego que entiendan que nuestras advertencias no carecen de peso y razón; ruego que entiendan que no se llega a la decisión de hablar de ciertos asuntos sin la deliberación, el análisis y la oración debidos; ruego que entiendan que nuestra única ambición es ayudar a cada uno en sus problemas, sus dificultades, su familia y su vida en general.

Quisiera decir, a modo de testimonio personal, que durante mas de un tercio de siglo he sido Autoridad General de esta Iglesia; durante veinte de esos años me senté en el circulo del Consejo de los Doce; en el curso de mas de once años he sido uno de los consejeros de la Primera Presidencia. Se cómo funciona el sistema; se que es divino, tanto en el plan como en la autoridad; se que no existe ningún deseo de enseñar otra cosa que no sea lo que el Señor quiere que enseñemos. El ha dicho que “las decisiones de estos quórumes, o cualquiera de ellos, se deben tomar con toda rectitud, con santidad y humildad de corazón, mansedumbre y longanimidad, y con fe, y virtud, y conocimiento, templanza, paciencia, piedad, cariño fraternal y caridad” (D. y C. 107:30). Es con ese espíritu con el que tratamos de servir.

El dijo, con respecto a lo que Sus siervos enseñan:

“Y los que la reciban [la obra] con fe, y hagan justicia, recibirán una corona de vida eterna;

“mas para quienes endurezcan sus corazones en la incredulidad y la rechacen, se tornara para su propia condenación” (D. y C. 20:14-15).

Cuando aconsejamos a nuestra gente observar el día de reposo, evitar hacerlo un día de mercado, solamente repetimos lo que el Señor declaró en la antigüedad y ha confirmado por medio de la revelación de los últimos días. Cuando hablamos en contra de los juegos de azar, sólo reiteramos lo que han dicho los profetas que han pasado antes que nosotros. Cuando instamos al fortalecimiento de los fundamentos del hogar, sólo estamos haciendo aquello que bendecirá la vida de nuestras familias. Cuando recomendamos a nuestra gente obedecer la ley del diezmo, sólo repetimos lo que el Señor dijo en la antigüedad y confirmó en esta dispensación para bendición de Su pueblo. Cuando amonestamos con respecto a la pornografía, la inmoralidad, las drogas, etc., no hacemos nada mas que lo que siempre han hecho los profetas.

Tenemos la responsabilidad bosquejada por Ezequiel:

“Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya en la casa de Israel; oirás, pues, tu la palabra de mi boca, y los amonestaras de mi parte” (Ezequiel 3:17).

No tenemos deseo egoísta en nada de esto, sino el deseo de que nuestros hermanos sean felices, que en su hogar se encuentren la paz y el amor, que sean bendecidos por el poder del Todopoderoso en todas las actividades que emprendan con rectitud.

Agradezco a todos los que con la mano en alto y un corazón generoso nos sostienen y apoyan en estas responsabilidades.

Ruego que el Todopoderoso les bendiga, mis amados hermanos. Esta es la obra de Dios, nuestro Padre Eterno, que vive y gobierna en el universo. Es la obra del Señor Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor, el Hijo viviente del Dios viviente. Se ha establecido sobre la tierra con autoridad divina, con un profeta y otros lideres llamados por medio de la voz de revelación y capacitados a través de largos años de servicio. Jamas fallara, sino que continuara progresando.

Hago una promesa a todos los que la apoyan y sostienen, y luchan con fe y oraciones por vivir de acuerdo con sus principios, de que serán bendecidos con felicidad y con logros en esta vida, y con gozo y vida eterna en el mundo por venir. En el nombre de Jesucristo. Amén.