1990–1999
Nuevas oportunidades de prestar servicio
Octubre 1992


Nuevas oportunidades de prestar servicio

“Veo las bellas posibilidades que tienen los matrimonios mayores de continuar siendo útiles en el servicio al prójimo. ¡Cuánto nos necesita la Iglesia!”

Hace catorce años, me puse de pie detrás de este púlpito para aceptar el llamamiento que había recibido de integrar el Quórum de los Setenta.

Estos han sido los años mas difíciles, provechosos y satisfactorios de mi vida. He gozado de cada una de las experiencias maravillosas que he tenido.

En esta conferencia se me otorga el titulo de Autoridad General Emérita. Ruego que, a pesar de ello, mi vida productiva no llegue a su fin. Miro hacia el futuro y me pregunto que voy a hacer con el resto de mi vida. No me siento viejo; tengo la mente todavía alerta y no sufro problemas de salud. Mi padre murió a los noventa y cuatro años y mi madre aun vive a los noventa y cinco, así que creo que todavía me quedan algunos años de vida. A menos que tenga un accidente, probablemente viva por lo menos unos veinticinco años mas.

No quiero ser como el hombre jubilado de quien se dijo: “Murió a los setenta años, pero esperó hasta los ochenta y cinco para que lo enterraran”.

¿Qué debo hacer?

En todo el Nuevo Testamento hay una sola referencia que describe la vida del Salvador entre los doce años de edad y la época en que empezó Su ministerio. Muchas veces he mencionado ese pasaje al dirigirme a la juventud, pero me pregunto si no se aplicaría igualmente a todos nosotros, especialmente a las personas que se han jubilado. Lucas escribió:

“Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).

En el idioma común de hoy, estas palabras significan que nuestro Salvador progresaba física, mental, social y espiritualmente. ¡qué gran ejemplo!

El progreso físico

Es natural que nuestro cuerpo se este desgastando; eso es parte de la vida. Pero creo que tenemos el deber de hacer todo lo posible por conservar nuestra salud mediante el ejercicio adecuado, una dieta saludable y el cuidado diario de nuestro cuerpo. Espero emular el ejemplo del élder Joseph Anderson, que hasta los cien años nadaba todos los días y hasta el día. de su muerte hizo sus caminatas diarias; o el de mi tío Milt Backman, que aun juega a la pelota de frontón a los noventa y cuatro.

El progreso mental

Debemos continuar desarrollando nuestro intelecto, puesto que la mente requiere ejercicio al igual que los músculos de nuestro cuerpo. Deseo seguir el ejemplo de mi buen vecino, Perris Jensen, que se graduó de la Universidad Brigham Young a los ochenta y un años, y el de Amelia McConkie, viuda del élder Bruce R. McConkie, que empezó a pintar después que el falleció.

Por mi parte, ya he empezado a tomar clases de piano y tengo el propósito de llegar a dominar la computadora, si es que me quedan los años suficientes.

El progreso social

Son muchas las oportunidades que tenemos de servir a nuestro prójimo. Dondequiera que vivamos, nuestros conciudadanos añoran la sabiduría y la experiencia de aquellos que han tenido una vida larga y productiva. Nuestras ciudades estarían en peligro de extinción sin el servicio voluntario que están dispuestos a prestar las personas jubiladas. Al mirar hacia el futuro, pienso en la enorme contribución cívica que Lowell Bennion ha hecho durante su vida, y particularmente desde que se jubiló. El ha sido un ejemplo del verdadero vivir cristiano, siempre ayudando a “estos, [nuestros] hermanos mas pequeños” (Mateo 25:40).

El progreso espiritual

Uno de los peligros de la jubilación es que nos alejemos del mundo. Cuando la sociedad parece decirnos: “Ya no los necesitamos”, nos aislamos dentro de nosotros mismos. Al aumentar el limite de vida, habrá cada vez mas jubilados. Espero que la Iglesia continúe utilizándonos. A través de nuestra vida hemos pasado pruebas y tribulaciones; no es probable que la sociedad enfrente dificultades que nosotros ya no hayamos enfrentado; hemos llegado a saber lo que es importante y lo que brinda una felicidad duradera. Queremos que se haga uso de nuestra experiencia, nuestro testimonio, nuestra sabiduría y nuestro conocimiento. Aun podemos ayudar en la edificación del Reino de Dios y creo que a El le será útil toda la ayuda que le podamos dar.

En el servicio del Señor no hay jubilación; creemos en el progreso eterno. Debemos continuar progresando espiritualmente durante toda nuestra vida. El evangelio nos exige perseverar y permanecer hasta el fin.

La palabra perseverar tiene una interesante connotación. Tenemos la tendencia a relacionarla con las dificultades o las penurias. Fue interesante descubrir que la palabra perseverar tiene su origen en el vocablo latino perseverare, que significa” durar, persistir, mantenerse constante”. Es interesante notar también que durar, viene de duro, cuya acepción es algo “difícil de romper o doblar … compacto … Fuerte, resistente … “ Durar es “continuar siendo, obrando, sirviendo … permanecer … mantenerse en un lugar” (Diccionario de la Real Academia Española).

Cuando me pongo a recordar el gozo supremo que he tenido durante mi ministerio, espero que esto no sea el fin de esas maravillosas aventuras espirituales. Se que no lo será si acepto las oportunidades para servir que haya en el futuro.

Después de haber participado directamente en la obra misional durante los últimos años, veo las bellas posibilidades que tienen los matrimonios mayores de continuar siendo útiles en el servicio al prójimo. ¡Cuanto nos necesita la Iglesia!

Hay muchos miembros de la Iglesia que han encontrado gozo en cumplir misiones, entregándose a esa importante obra, manteniéndose jóvenes con la disciplina y la dedicación que resultan al trabajar activamente en el evangelio y al expresar su testimonio a las personas que los rodean. ¡Espero poder hacer lo mismo!

Pienso en Royce Flandro y su esposa, quienes, después de su jubilación, fueron a una misión en España, en donde prestaron un gran servicio. Al regresar a su hogar, extrañaban mucho esa bella experiencia, de modo que fueron al Departamento Misional para preguntar dónde podrían ser de mas provecho; les sugirieron que quizás seria bueno que aprendieran húngaro, lo cual hicieron. Unos meses después fueron llamados a Hungría, en donde de nuevo prestaron un servicio excepcional. Ahora están en camino a Mongolia.

Muchos de nosotros tenemos temor de dejar nuestras cómodas circunstancias y, por ese motivo, nos privamos de algunas de las experiencias mas hermosas de nuestra vida.

El hermano Harold Salway y su esposa han sido misioneros en Fidji, Irlanda, Africa del Sur, Israel, Inglaterra y California, y actualmente se están preparando para ir al estado de Florida; tienen pensado continuar rindiendo esos servicios en tanto que su salud se lo permita. Nunca se podría calcular el bien que han hecho ni las bendiciones que han recibido.

El personal del Departamento Misional recibió hace poco una carta del presidente Thomas R. Murray, de la Misión Misuri Independence, que habla del servicio misional del hermano Ronald Smith y su esposa, y dice entre otras cosas:

“Los Smith han dejado una marca indeleble en la ciudad de Nebraska, estado de Nebraska. Allí bautizaron a dieciocho personas, reactivaron a un considerable numero de miembros en dos barrios, cada mes recorrieron infinidad de kilómetros, colaboraron con el periódico local, rindieron importantes servicios a la comunidad, dieron impulso al programa Scout, fortalecieron a los lideres de barrio, hermanaron y unieron a la gente, y promovieron en forma magnifica las relaciones publicas de la Iglesia en la comunidad”.

¿Dónde habrían podido pasar los Smith un tiempo mas productivo y de provecho o rendido un servicio que les hubiera brindado mayores satisfacciones ?

Hay quienes tienen la idea de que al avanzar en años no se puede aprender otros idiomas; eso no es verdad. Constantemente vemos en el Centro de Capacitación Misional parejas que, sin tener conocimiento previo de un idioma, salen dos meses mas tarde con la capacidad de comunicarse con los que lo hablan. Naturalmente, sus habilidades aumentan a medida que aman a sus hermanos y los sirven en el campo misional. Aun cuando un idioma sea difícil, las parejas mayores de edad prestan un servicio excelente en las misiones simplemente con estar allí; su experiencia, ejemplo y fe son recursos de gran valor en la capacitación de los miembros nuevos de la Iglesia; son absolutamente indispensables para el progreso del Reino por todo el mundo.

Recuerdo a un maravilloso matrimonio de misioneros que cumplía su misión entre la gente asiática de la Misión California Oakland. Al ver el afecto que existía entre ellos y aquellos buenos miembros nuevos de la Iglesia, le pregunte a esa hermana misionera si hablaba el idioma de estos. Me dijo que no, por lo que le pregunte entonces cómo se comunicaba con los miembros. Con lágrimas en los ojos, me respondió: “Sólo les demostramos cariño”.

Me he regocijado con las maravillosas experiencias de los últimos catorce años, pero espero con entusiasmo las nuevas posibilidades de servicio en el futuro. Espero tener nuevas experiencias, nuevas aventuras, nuevos horizontes, mundos nuevos que conquistar; espero tener nuevas oportunidades para progresar física, mental, social y espiritualmente. Ruego que a partir de este momento mis hechos puedan testificar que soy un discípulo de Jesucristo, el Hijo de Dios.

Ruego que estemos dispuestos a utilizar todos nuestros esfuerzos en el servicio del Señor para que al final de una vida útil y productiva podamos regocijarnos junto con Pablo, y decir:

“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.

“Por lo demás, me esta guardada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8).

Doy fin a mi ministerio publico parafraseando las palabras que dije en 1978, palabras que han adquirido un significado mas profundo para mi después de esta experiencia tan especial.

El presidente Benson declaró que el honor mas sublime que podemos tener es ser miembros de la Iglesia de Dios, lo cual yo soy; saber que Cristo es nuestro Salvador, y testifico que lo se; poseer Su Santo Sacerdocio, el cual poseo; y ser parte de una unidad familiar eterna, y yo lo soy. Me siento mas favorecido y bendecido que cualquier otro hombre. Siento enorme gratitud por el santo llamamiento que he gozado. Me regocijo en la oportunidad que he tenido de consagrar toda mi vida al servicio del Señor.

Todas las bendiciones que tengo, todo lo que considero de valor y precioso en mi corazón, se lo debo al hecho de ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a mi amor por el Señor, al testimonio que tengo de Su divino evangelio y a las oportunidades que he tenido de prestar servicio.

Mis amados hermanos Autoridades Generales, mi querida esposa y yo aun estamos preparados para ir a dondequiera que se nos mande y hacer lo que se nos pida, y sólo rogamos que podamos ser instrumentos en las manos del Señor para ayudar en esta tremenda responsabilidad de edificar el Reino de Dios, a fin de santificar a Su pueblo y preparar el camino para que Cristo venga en Su gloria, cuando toda rodilla se doblara y toda lengua confesara que El es el Salvador del mundo, de lo cual testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.