1990–1999
“Instruye Al Niño En Su Camino…”
Octubre 1993


“Instruye Al Niño En Su Camino…”

“Si deseamos cambiar las cosas, la labor tiene que comenzar con los hijos cuando son pequeños y dóciles, y cuando escuchan y aprenden.”

Mis hermanos y hermanas de todas partes: Hago llegar a cada uno de ustedes mi amor y mi gratitud. Me siento profundamente agradecido por su fe y sus oraciones por nosotros. Necesitamos sus oraciones y deseamos ser siempre dignos de ellas. Muchos de ustedes nos escriben alentándonos y expresándonos su confianza. Gracias. Nosotros también oramos por ustedes.

Hace unos días, fue a verme a mi despacho un señor de Las Vegas, Nevada; le acompañaban su esposa y una hija casada. Una vez cumplido el objeto de su visita, la dama mas joven me preguntó si aceptaría un presente de su hija de trece años, y, en seguida, desenvolvió una pintura de un arbusto florido sobre el que revoloteaban dos mariposas. Me explicó que a la jovencita la había atropellado un automóvil cuando tenía cuatro años de edad, lo que le produjo múltiples y graves fracturas, y que el accidente la había dejado paralizada de los hombros para abajo. Sin el uso de ninguno de sus miembros, la niña había pintado ese cuadro sosteniendo el pincel entre los dientes y moviendo la cabeza.

Al escuchar ese relato, la pintura adquirió mayor relieve en belleza y valor para mi; ya no fue tan sólo un cuadro de mariposas: llego a representar una extraordinaria valentía en medio de una terrible desgracia, una practica tenaz al sostener y mover el pincel, oraciones de petición de ayuda, de fe-la fe de una niña-, alimentada por sus cariñosos padres, para crear belleza pese a sus impedimentos.

Habrá quienes opinen que el cuadro no es una obra maestra. Si no se conoce su origen, ese podría ser el dictamen. Pero, ¿cómo se prueba el arte? ¿No es acaso la inspiración que tiene lugar al contemplarlo?

Pondré esa pequeña pintura en mi estudio para que, si alguna vez paso momentos difíciles, vuelva a mi memoria la imagen de una bella niñita, privada del uso de las piernas y de los brazos, sujetando el pincel entre los dientes para crear un motivo bello. Gracias, Kristal, por lo que tu has hecho por mi. Confío en que el relato de tu caso infunda renovado valor a otras personas que, en medio del desaliento, hayan pensado que no pueden seguir adelante. Espero que tu ejemplo sea como la estrella polar que los guíe en las tinieblas en medio de las cuales tropiezan.

Al pensar en los que sobrellevan pesadas cargas, pienso en nuestro amado Profeta. El presidente Benson vive ya sus noventa y cinco años. Sigue poseyendo la autoridad de su sagrado oficio aunque sus actividades se han visto muy limitadas. El no puede estar con nosotros ni hablarnos. Lo amamos. Lo honramos. Rogamos por el. Lo sostenemos y seguimos adelante.

Esta Iglesia se ha establecido sobre principios divinos. Desde el día en que fue organizada, ha sido guiada por profetas, y yo les doy solemne testimonio de que nuestro Señor Jesucristo, de quien es esta Iglesia, y cuyo nombre esta lleva, nunca permitirá que hombre alguno o grupo de hombres la hagan errar el camino. De El es el poder de quitarlos de su lugar si llegaran a seguir un rumbo malo.

Hay quienes nos critican tanto dentro como fuera de la Iglesia. Aunque publican sus opiniones y tienen acceso a los medios de difusión, son relativamente pocos en número. Si no nos criticasen, entonces nos preocuparíamos. Nuestro deber no es complacer al mundo sino hacer la voluntad del Señor, y desde el principio la voluntad divina ha sido las más de las veces contraria a los modos del mundo.

Esos modos del mundo van por un camino que debe preocupar a toda persona reflexiva.

En los Estados Unidos estamos afligidos por el enorme déficit económico del presupuesto nacional, que ha llevado al país a una deuda de proporciones astronómicas.

Pero hay otro déficit que, por sus consecuencias a largo plazo, es mucho mas serio. Se trata del déficit moral, de la decadencia de la escala de valores morales de la gente, que esta socavando el mismísimo fundamento de nuestra sociedad. Es grave en este país, y también es grave en la mayoría de los demás países.

Hace unos meses, se publicó en el periódico Wall Street Journal lo que se clasificaba de “índice de … Io que esta ocurriendo a nuestra cultura”, y decía: “Desde 1960, la población de los Estados Unidos ha aumentado en un 41%; la producción nacional bruta casi se ha triplicado y los gastos sociales totales de todos los niveles del gobierno … han aumentado mas de cinco veces …

“Pero durante el mismo período ha habido un aumento del 560% de crímenes violentos; un aumento del 419% de nacimientos ilegítimos; se ha cuadruplicado el porcentaje de divorcios; se ha triplicado el porcentaje de niños que viven con sólo uno de los padres; ha habido un aumento de mas del 200% del porcentaje de suicidios de adolescentes …” (Wall Street Journal, 15 de marzo de 1993).

El articulo concluía con la siguiente referencia de Alejandro Soljenitsyn: “El occidente ha sufrido una erosión y un obscurecimiento de los elevados ideales morales y éticos. La espiritualidad ha disminuido”. (Ibíd.)

No es preciso, desde luego, leer las estadísticas para darse cuenta de la decadencia moral que se va produciendo en todos los ámbitos. Es evidente en la facilidad con que se deshacen los matrimonios, en la general infidelidad, en el aumento de las pandillas de jóvenes, en el incrementado uso de las drogas, en la propagación del SIDA y en la creciente falta de respeto por la vida y la propiedad de los demás. Se ve en la desfiguración de la propiedad publica y privada con la escritura en los muros y las paredes, lo cual destruye la belleza y es un insulto al arte. Se expresa en el lenguaje obsceno que se hace llegar a nuestros hogares.

La interminable obscenidad y la violencia de la televisión, la inutilidad de tantas películas, la exagerada sensualidad que se encuentra en gran parte de la literatura moderna, el énfasis en la educación sexual, la desintegración de la ley y del orden, todos ellos son manifestaciones de esa decadencia.

¿Cual es la respuesta? ¿Hay algún modo de cambiar la marcha del deterioro ético y moral que estamos viviendo? Creo que si lo hay.

Lo que esta ocurriendo es sencillamente una desagradable expresión de los decadentes valores de nuestra sociedad. A los que les preocupa el problema abogan por una mayor regulación legal, grandes asignaciones de dinero para aumentar las fuerzas policíacas, aumento de impuestos para edificar mas cárceles y prisiones. Puede ser que todo eso haga falta para hacer frente a los problemas actuales y que sirva durante un corto tiempo, pero sólo constituirán una venda demasiado pequeña para tan grande herida; servirán para algo, pero no llegaran a la raíz del problema. Al buscarse un remedio, se habla de intensificar la labor de las escuelas. Pero los educadores en gran parte han abdicado a su responsabilidad de enseñar valores morales. También se piensa en la Iglesia: en esta y en todas las demás. Estoy agradecido por lo que el Papa dijo hace poco en Denver al advertir en contra de las trampas morales. Me agrada saber que los bautistas han comenzado una campana de castidad. Nosotros, como Iglesia, realizamos y logramos mucho, pero ello no es suficiente.

Después de que todo se haya dicho y hecho, el lugar principal para instituir un sistema de valores morales es el hogar de la gente.

El otro día leí de un padre de familia que suplico a un juez que encerrara a su hijo porque el no podía controlarlo. No me cabe duda de que lo ha intentado; pero ya es demasiado tarde, pues las actitudes se han cimentado. Los hábitos se han arraigado. Si deseamos cambiar las cosas, la labor tiene que comenzar con los hijos cuando son pequeños y dóciles, y cuando escuchan y aprenden.

Poco después que mi esposa y yo nos casamos, edificamos nuestra primera casa. Teníamos muy poco dinero e hice yo mismo gran parte del trabajo. Se llamaría pagar con el propio trabajo hoy en día. El jardín tuve que hacerlo yo solo. El primero de los muchos árboles que plante fue una acacia negra sin espinas. Previendo el día en que con su

sombra refrescara la casa en el verano, lo puse en un extremo donde el viento del desfiladero oriental soplaba con mas fuerza. Hice un hoyo, asenté allí las raíces del arbolito, lo cubrí con tierra, le eche agua y prácticamente me olvide de el. Era un arbolito pequeño, quizá de unos dos centímetros de diámetro, y era tan flexible que podía doblarlo con facilidad en cualquier dirección. No le preste mucha atención al pasar los años hasta que un día invernal en que el árbol no tenía hojas, lo vi casualmente al mirar por la ventana; me fije entonces en que se inclinaba hacia el poniente, que estaba deforme y desequilibrado. Me costó creerlo. Salí y trate con todas mis fuerzas de enderezarlo, pero el tronco ya media casi 30 centímetros y mi fuerza no era nada en contra de el. Fui a buscar una polea y una cuerda; después de haber amarrado un extremo de esta al árbol y el otro a un poste firme, tire de la cuerda. La polea se movió un poco y el tronco del árbol se estremeció ligeramente, pero eso fue todo. Parecía decirme: “No puedes enderezarme. Es demasiado tarde. He crecido así porque tu me has desatendido y no me doblaré”.

Por fin, desesperado, con la sierra le corte la rama grande y pesada que daba al poniente. La sierra le dejó una horrible cicatriz de mas de veinte centímetros. Retrocedí para contemplar lo que había hecho: había cortado la parte principal del árbol, dejando sólo una rama que crecía hacia arriba.

Ha transcurrido mas de medio siglo desde que plante aquel árbol. Mi hija y su familia viven ahora allí. El otro día volví a mirar el árbol. Es grande. Tiene mejor forma y embellece la casa. Pero cuan serio fue el trauma de su juventud y cuan brutal el tratamiento que emplee para enderezarlo.

Cuando lo plante, un pedacito de cuerda lo hubiera mantenido derecho en contra de la fuerza del viento. Yo habría podido y deba haberle puesto esa cuerdecita con tan poco esfuerzo; pero no lo hice, y se dobló ante las fuerzas que cayeron sobre el.

He visto algo similar, muchas veces, en niños cuyas vidas he observado. Los padres que los trajeron al mundo virtualmente abdicaron a su responsabilidad y los resultados han sido trágicos. Unos pocos y sencillos soportes les habrían dado la fortaleza para resistir las fuerzas que han dado forma a su vida. Ahora, me temo que sea demasiado tarde.

Todas las personas del mundo son hijas o hijos de una madre y de un padre; ninguno de estos puede escapar de las consecuencias del ser padres. Inherente al acto mismo de la procreación de un niño esta la responsabilidad con respecto a el. Nadie puede librarse impunemente de esa responsabilidad.

No es suficiente proporcionar al niño tan sólo alimento y techo, pues se tiene la misma responsabilidad de enseñarle y de guiar su espíritu, su intelecto y su alma. Pablo escribió a Timoteo: “porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:8).

Estoy convencido de que Pablo se refería a mas que tan sólo el atender a lo material.

En la revelación de los últimos días, el Señor lo ha indicado con mayor firmeza y con mayor claridad: “Y además, si hay padres que tienen hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñan a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres” (D. y C. 68:25).

Y ha añadido: “Porque esta será una ley para los habitantes de Sión …

“Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:26, 28).

Hace muchos años, el presidente Stephen L Richards, que entonces era consejero de la Primera Presidencia, hablando desde este púlpito, hizo la elocuente suplica de “reinstituir al padre en calidad de cabeza de la familia”. Yo repito esa suplica a todos los padres de familia que me estén oyendo. De ustedes es la básica e ineludible responsabilidad de estar a la cabeza de su familia. Eso no quiere decir en forma alguna que actúen como dictadores ni que ejerzan injusto dominio. Conlleva el mandato de que el padre de familia atienda a las necesidades de su familia. Esas necesidades son mas que alimento, ropa y techo. Entre ellas se cuentan el dirigir y el enseñar con rectitud, tanto por el ejemplo como por precepto, los principios de la honradez, la integridad, el servicio, el respeto por los derechos de los demás y el entendimiento de que somos responsables de lo que hagamos en esta vida, no sólo unos ante otros, sino también ante el Dios del Cielo, que es nuestro Padre Eterno.

Comprenda toda madre que no posee mayor bendición que los hijos que ha recibido como don del Todopoderoso; que no tiene mayor misión que la de criarlos en la luz y en la verdad, con comprensión y amor; que no tendrá mayor felicidad que la de verlos crecer y convertirse en jóvenes que respeten los principios de la virtud, que se conserven limpios de las manchas de la inmoralidad y de la vergüenza de la delincuencia.

Dijo el que escribió los Proverbios: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartara de el” (Proverbios 22:6).

Hace ya muchísimas generaciones, el profeta Isaías habló palabras que deben grabarse en el corazón de todo hogar en todo el mundo. En sus palabras había tanto un mandato como una promesa; dijo: “Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová”. Ese es el mandato, y esta es la promesa: “y se multiplicara la paz de tus hijos” (Isaías 54: 13).

Eso esta tan en vigencia ahora como lo estuvo entonces. La salud de cualquier sociedad, la felicidad de su gente, su prosperidad y su paz tienen sus raíces en la enseñanza que los padres den a sus hijos.

La misma estructura de nuestra sociedad se ve ahora amenazada por hogares deshechos y el trágico fruto de esos hogares.

Creo que si ponemos el debido empeño, podremos cambiar el curso de los acontecimientos. Tiene que comenzar por los padres. Tenemos que proporcionar discernimiento a todo hombre y a toda mujer de los propósitos eternos de la vida, de las obligaciones del matrimonio y de las responsabilidades de ser padres. A los hombres que engendran hijos y después los abandonan, yo les digo que Dios los hará responsables ante El, porque estos son también Sus hijos, cuyos clamores por lo que ustedes han hecho llegan hasta El. A la obligación de engendrar le acompaña la responsabilidad de criar, de proteger, de enseñar, de guiar con rectitud y con verdad. De ustedes es la facultad y la responsabilidad de presidir en un hogar en el que reinen la paz y la seguridad, el amor y la armonía.

Recuerdo a las madres de todas partes la santidad de su llamamiento. Nadie mas puede ocupar adecuadamente el lugar de ustedes. Ninguna responsabilidad es mayor, ninguna obligación es mas apremiante que la de criar con amor, con paz y con integridad a los hijos que han traído al mundo.

A ustedes dos les digo: no permitan que riña alguna ensombrezca el espíritu de su hogar. Dejen a un lado su egoísmo y den preferencia a una causa mas grande y eterna. Críen a sus hijos en la luz y en la verdad, como el Señor lo ha mandado.

¿Podrían desear otra cosa que no fuese la paz para sus hijos? ¿Podrían beneficiar a la sociedad de un modo mejor? Les hago la solemne y sagrada promesa de que si desean hacer esto, llegara el día en que, al contemplar a los que hayan procreado, enseñado y amado, verán los agradables frutos de sus enseñanzas y caerán de rodillas para dar gracias al Señor por la bendición que les ha dado.

Ahora bien, se que hay hombres y mujeres, incluso los muchos que me están escuchando, que son excelentes padres y cuyos hijos están creciendo en la rectitud. Feliz y fructíferas serán sus vidas y el mundo será mejor para ellos. Les doy las gracias por ello y los felicito de todo corazón. Sin duda, son ustedes afortunados.

Pero hay otros-demasiados entre nuestra gente-cuyos hijos, para citar las revelaciones, “están creciendo en la iniquidad” y que no “buscan esmeradamente las riquezas de la eternidad, antes sus ojos están llenos de avaricia” (D. y C. 68:31). A ellos les hago una suplica especial.

Puede que no sea fácil y que este lleno de desilusiones y de retos; requerirá valor y paciencia. Les recuerdo la fe y la de terminación de la jovencita de trece años que, sosteniendo un pincel entre los dientes, creó la pintura que les mostré anteriormente. Pero el amor cambiara las cosas: el amor, el cariño que den a sus hijos generosamente en la infancia y también a lo largo de los difíciles años de la juventud; hará lo que el dinero en abundancia que se de a los hijos no lograra jamas.

Y la paciencia, con el control de la lengua y el autodominio para aplacar la cólera. El autor de los Proverbios dijo: “La blanda respuesta quita la ira …” (Proverbios 15:1).

Y el aliento estimulante, que es rápido en felicitar y lento en criticar.

Todo eso junto con la oración obraran maravillas. No pueden esperar realizarlo solos; necesitan la ayuda del Cielo para criar a un hijo del Cielo: su hijo o hija es también hijo o hija del Padre Celestial.

Oh, Dios, nuestro Padre Eterno, bendice a los padres para que enseñen con amor, con paciencia y con estímulo a los que son los mas valiosos, los niños que han venido de n, que juntos sean protegidos y dirigidos para bien, y en el proceso del crecimiento, traigan bendiciones a la sociedad de la cual forman parte, en el nombre de Jesucristo. Amén.