1990–1999
¿Cómo Nos Recordarán Nuestros Hijos?
Octubre 1993


¿Cómo Nos Recordarán Nuestros Hijos?

De muchas maneras, los padres terrenales representan a su Padre Celestial en el proceso de criar, amar y enseñar a los hijos. Estos, de manera natural, observan a sus padres para aprender las características de su Padre Celestial.

Mi mensaje de hoy es sobre el amor. Amo a mi querida compañera, Mary, a mis dos hijos y a sus familias. Expreso mi agradecimiento por todo el gozo que han traído a mi vida.

Al meditar sobre mi relación con los miembros de mi propia familia, recuerdo sin querer el ejemplo que recibí de mis padres. Nuestros hijos nos recordaran por el ejemplo que les dimos. Desde temprana edad, recuerdo experiencias que me enseñaron en cuanto al sacerdocio que poseo, así como a sentir respeto y amor gracias a la relación que mis padres tenían el uno para con el otro.

Mi padre me enseñó a respetar el sacerdocio. Cuando desempeñaba mis deberes en el Sacerdocio Aarónico, solíamos pasar la Santa Cena en bandejas de aluminio, las cuales a menudo estaban opacas con manchas del agua que se derramaba. Como poseedor del Sacerdocio Aarónico, yo tenía la responsabilidad de ayudar a preparar la Santa Cena. Papa me pidió que llevara las bandejas a casa, y juntos las limpiamos hasta que quedaron relucientes. Cuando repartía la Santa Cena, sabia que habíamos ayudado a hacer esa ordenanza un poco mas sagrada.

Durante las vacaciones, papa solía llevarnos a lugares que eran parte de la historia de la Iglesia con el fin de fortalecer nuestro conocimiento y testimonio.

En una ocasión, cuando tenía doce años y poseía el oficio de diácono, papa me preguntó si me gustaría ir a la galería que tenía todo lo que había sido famoso en el béisbol y que quedaba en Coopers town, Nueva York, y a la representación teatral sobre la historia de la Iglesia en el cerro Cumorah, cerca de Palmyra, Nueva York. Fue ahí donde José Smith recibió las planchas de oro, que mas tarde se tradujeron y llegaron a conocerse como el Libro de Mormón. Papa también me llevó a la Arboleda Sagrada, en donde José Smith oró a nuestro Padre Celestial y recibió una visión de Dios, el Padre, y de Su Hijo, Jesucristo. Allí oramos juntos y expresamos nuestro deseo de ser. fieles al sacerdocio que poseíamos. Mas tarde, papa hizo una pintura del lugar donde habíamos orado y me la dio como recordatorio de las promesas que habíamos hecho juntos aquel día. Hoy día cuelga en una de las paredes de mi oficina y me sirve para recordar todos los días la sagrada experiencia y las promesas que hice con mi padre terrenal, como así también con mi Padre Celestial.

En otra ocasión, papa me llevó al río Susquehanna, en donde, en 1829, José Smith y Oliver Cowdery recibieron el Sacerdocio Aarónico, cuando se les apareció Juan el Bautista. Papa me explicó que la restauración del sacerdocio era uno de los acontecimientos mas importantes de esta dispensación.

Del tierno cuidado que mi padre les daba a mi madre y a mi hermana aprendí a respetar a la mujer. Papa era el primero que se levantaba después de cenar para levantar la mesa. A pedido de mi padre, mi hermana y yo nos encargábamos de lavar la vajilla todas las noches. Si no estábamos en casa, papa y mama limpiaban la cocina juntos.

Años mas tarde, cuando mama sufrió un ataque de apoplejía, papa la cuidó y la atendió fielmente. Los dos últimos años de su vida requirieron que la cuidara las 24 horas del día, y ella lo llamaba a cada momento, día y noche. Nunca olvidaré el ejemplo del cuidado amoroso que mi padre brindó a su querida compañera. El me dijo que era un precio insignificante comparado con los mas de 50 años de dedicación que ella le había dado.

Papa era dibujante comercial y trabajaba para una gran agencia publicitaria de la ciudad de Nueva York. En una ocasión, se encontraba trabajando bajo un tremendo estrés en una campaña publicitaria. Había llegado a casa un viernes al atardecer, y había seguido trabajando hasta altas horas de la noche. El sábado por la mañana, después de trabajar unas horas en el jardín, se retiró a su estudio para idear una campana de publicidad para un nuevo producto. Mi hermana y yo nos estábamos divirtiendo mucho persiguiéndonos alrededor de la mesa del comedor, que estaba situado en la planta alta directamente encima de donde el estaba trabajando. Por lo menos dos veces nos dijo que nos sosegáramos, pero fue en vano. Al poco rato subió las escaleras con pasos firmes y me agarró del cuello; hizo que me sentara y me enseñó una gran lección. No me gritó ni me golpeó a pesar de que estaba sumamente molesto.

Nos explicó el proceso creativo así como la necesidad de meditar tranquilamente para sentirse cerca del Espíritu y de este modo poder dar rienda suelta a la creatividad. Por haberse tomado el tiempo de explicarme y ayudarme a comprender, aprendí una lección que he puesto en practica muy a menudo. La razón por la que les relato estas anécdotas es que nosotros, como padres, tenemos el privilegio y la responsabilidad de enseñar a nuestros seres queridos los principios del evangelio mediante nuestro ejemplo y testimonio.

Mi padre falleció hace varios años, pero lo recuerdo con amor y respeto. Los ejemplos se convierten en recuerdos que guían nuestra vida:

  • Recuerdos de mi madre, sus pequeños pies sobre los de mi padre, mientras bailaban alrededor de la cocina con una expresión de amor en sus rostros.

  • Recuerdos de un niño pequeño sentado junto al lecho de sus padres, mientras ellos se turnaban para leer en voz alta las Escrituras.

  • Recuerdos de años mas tarde en el Templo de Salt Lake City viendo a mama y a papa participar en la presentación de la ceremonia de la investidura.

Quisiera que los recuerdos que tengan nuestros hijos también guiaran sus vidas.

Ahora me encuentro preguntándome a mi mismo: “¿Cómo me recordarán mis hijos?”

¿Cómo les recordarán a ustedes sus hijos ?

El llamamiento de ser padres es sagrado y lleva consigo un gran significado. Uno de los privilegios y responsabilidades mas sublimes que se nos ha dado es el de ser padre: ayudar a traer a la tierra a un hijo de Dios y tener la responsabilidad sagrada de amar, cuidar y guiar a los hijos nuevamente a la presencia de nuestro Padre Celestial. De muchas maneras, los padres terrenales representan a su Padre Celestial en el proceso de criar, amar y enseñar a los hijos. Estos, de manera natural, observan a sus padres para aprender las características de su Padre Celestial. Una vez que aprenden a amar, respetar y tener confianza en sus padres terrenales, con frecuencia, y sin darse cuenta, empiezan a sentir lo mismo hacia su Padre Celestial.

Ningún padre terrenal es perfecto. De hecho, los hijos son muy comprensivos si sienten y perciben que sus padres verdaderamente se preocupan por ellos y están tratando de hacer lo mejor que pueden.

Es bueno para los hijos ver que los padres pueden tener diferencias de opinión, y que estas se pueden resolver sin necesidad de pegar, gritar ni romper cosas. Necesitan ver y sentir que se comunican con el respeto debido a pesar de los puntos de vista diferentes que tengan el uno y el otro, a fin de que ellos, también sepan cómo resolver los problemas de esa índole.

Se les aconseja a los padres que enseñen a sus hijos por medio del precepto y el ejemplo. El Señor ha dicho: “Y además, si hay padres que tienen hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñan a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres” (D. y C. 68:25).

“Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:28).

A los hijos a quienes se les enseña a orar y que oran con sus padres cuando son pequeños es mas probable que oren cuando sean mayores. A aquellos a los que se les enseñe cuando son pequeños a amar a Dios y a creer que El vive, frecuentemente continuaran su desarrollo espiritual y aumentaran sus sentimientos de amor a medida que maduran.

No obstante, tal vez uno de nuestros hijos, aunque se los haya criado y enseñado con mucho amor y cuidado, elija, al llegar a la edad adulta, no seguir esas enseñanzas por una variedad de razones. ¿Cómo debemos reaccionar? Comprendemos y respetamos el principio del albedrío. Rogamos que las experiencias de la vida les ayuden a recobrar su deseo y habilidad de vivir el evangelio; de todas maneras, seguirán siendo nuestros hijos por lo que debemos continuar amándolos y preocupándonos siempre por ellos.

Algunas personas piensan que no pueden aceptar o cumplir con un llamamiento en la Iglesia si uno de sus hijos se ha descarriado. Al aceptar el llamamiento y al esforzarnos por desempeñarlo de la mejor manera, podremos tener una profunda influencia espiritual en aquellos a quienes mas amamos. Si nos imaginamos que otras familias no tienen ninguna dificultad, es que simplemente no las conocemos bien.

Si el ejemplo que recibimos de nuestros padres no fue bueno, tenemos la responsabilidad de interrumpir ese ciclo.

Seguramente los padres cometerán errores en el proceso de la paternidad, pero por medio de la humildad, la fe, la oración y el estudio, toda persona puede aprender a superarse y, al hacerlo, traer bendiciones a los miembros de la familia y enseñarles tradiciones correctas para las generaciones futuras.

Las promesas del Señor son ciertas. “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar” (Salmos 32 8). Y además, “… cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, si es justa, creyendo que recibiréis, he aquí, os será concedida” (3 Nefi 18:20).

Frecuentemente el egoísmo es el núcleo de los problemas de relaciones familiares. Cuando las personas enfocan su atención en sus propios intereses egoístas, pasan por alto las oportunidades de escuchar, comprender, o de tomar en consideración las necesidades, los sentimientos o la forma de pensar de los demás.

El presidente Benson nos ha exhortado:

“Debemos ser mas parecidos a Cristo en nuestra actitud y nuestras acciones que lo que somos actualmente. Debemos ser benévolos y considerados con nuestros seres queridos, como Cristo lo es con nosotros. El es bondadoso, amoroso y paciente con cada uno de nosotros. ¿No debemos retribuirle dando ese mismo amor a nuestra esposa y a nuestros hijos?

“‘¿Que clase de hombres habéis de ser?’ Recordaréis que la respuesta del Señor es ‘En verdad os digo, aun como yo soy’ (3 Nefi 27:27; cursiva agregada)” (véase “¿Que clase de hombres tenemos que ser?”, Liahona, enero de 1984, pág. 79).

El presidente Benson continua:

“Al escuchar esos informes [de malas acciones], me he preguntado: ‘¿Cómo puede un miembro de la Iglesia-cualquier hombre que posea el sacerdocio de Dios— ser cruel con su propia esposa y sus hijos?’.

“El que un poseedor del sacerdocio actúe de esa manera es casi inconcebible, puesto que tales hechos son del todo incompatibles con las enseñanzas de la Iglesia y el Evangelio de Jesucristo.

“Como poseedores del sacerdocio, tenemos que emular el carácter del Salvador” (“¿Que clase de hombres tenemos que ser?” Liahona, enero de 1984, pág. 75).

La sección 121 de Doctrina y Convenios nos enseña: “Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por la persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero” (D. y C. 121:41).

Estas cualidades de ternura y conocimiento puro son cualidades de nuestro Padre Celestial.

En la oración intercesora de Jesús, registrada en la Biblia, en el capitulo 17 de Juan, obtenemos una perspectiva del amor que Jesús tenía por Su Padre, nuestro Padre Celestial.

El sufrimiento y sacrificio expiatorio eran inminentes.

“Estas cosas hablo Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado, glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti” (Juan 17:1).

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

Jesús reconoce que El estaba con Su Padre antes de venir a la tierra y también el amor que tenían el uno por el otro. El dijo:

“Ahora pues, Padre, glorifícame tu al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese … para que el mundo conozca que tu me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mi me has amado … porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:5, 23–24).

Es algo conmovedor que Jesús acabara Su oración con el deseo de que pudiésemos conocer y amar a nuestro Padre, tal como El lo hace, a pesar de no poder recordarle en nuestro estado mortal.

Jesús oró:

“Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y estos [discípulos] han conocido que tu me enviaste” (Juan 17:25).

Jesús pudo llevar a cabo Su misión en la tierra, la Expiación, po__ue conocía a Su Padre y gracias al ejemplo y al amor que El le había dado. Del mismo modo, ruego que cada uno de nosotros, como padres, y especialmente como hermanos en el sacerdocio, y por medio de nuestro ejemplo, amor y cuidado, permanezcamos en la memoria de nuestros hijos con las cualidades que poseen nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador, a fin de que perseveremos hasta cl fin y algún día volvamos a Su presencia celestial, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.