1990–1999
“Asegúrate De Acudir A Dios Para Que Vivas”
Octubre 1993


“Asegúrate De Acudir A Dios Para Que Vivas”

“En una época en que prevalecen el temor y la desesperación, en que la humanidad esta afiebrada y delirante sin médicos que la alivien, yo también digo: ‘Confía en Jesús.”

Esta mañana, desearía hablar y saludar no solo a los miembros de la Iglesia, sino a todos aquellos que no pertenecen a nuestra fe y que nos estén escuchando a través de la radio o la televisión. Gracias por unirse a nosotros en esta hermosa mañana de otoño.

En todas las épocas, la vida ha tenido sus problemas. Seguramente el nombre de Oscurantismo que se dio a la Edad Media fue apropiado para esa época, y a nadie de entre nosotros le entusiasma la idea de regresar ni siquiera a los años posteriores a ese tiempo, digamos a la época de la Guerra de los Cien Años o a la de la Plaga Negra (siglo 14 en Europa). No, estamos contentos de haber nacido en un siglo de inapreciables bendiciones

materiales; sin embargo, en comunidad tras comunidad, en grandes y pequeños países, vemos que tanto personas como familias sufren cada vez mas de ansiedad y temor. Parecería que el desaliento, la depresión y la desesperación son nuestra “Plaga Negra” contemporánea. Vivimos, como dijo Jesús que sucedería, en una época de angustia y confusión (véase Lucas 21:25).

Sabemos que algunos de los sufrimientos mas grandes ocurren en silencio, en el dolor de una vida solitaria. Pero, una parte de ese sufrimiento se expresa en forma mas violenta. Hay millones de personas en el mundo, dice un comentarista, “enojados, armados y peligrosos”. En muchas ciudades, el que se dispare a alguien desde un vehículo en marcha es algo que ya no llama la atención, y muchos jovencitos llevan un arma a la escuela igual que anteriormente llevaban la merienda.

La gente esta cada vez mas convencida de que vivimos en una época de desorden y confusión; de que nadie parece tener la sabiduría ni el poder para enderezar las cosas. Hay gobiernos que presiden, pero que no tienen poder; lo gente ya no se enorgullece de sus vecindarios ni conserva los valores de sus comunidades y, muy a menudo, el hogar es un fracaso alarmante.

Mas aún, muchas de las soluciones sociales y políticas de la actualidad por lo general no son muy eficaces; de manera que, esos doctores “… permanecen al lado del paciente, esa humanidad afiebrada y delirante; desacreditados y pasmados … sin saber de que forma encontrar la solución” (Charles Edward Jefferson, The Character of Jesús, Salt Lake City: Parliament Publishers, 1968, pág. 17).

Permítanme tener la osadía de sugerir cómo encontrar esa solución. En términos simples, debemos volvernos hacia Dios; debemos reafirmar nuestra fe y aferrarnos a la esperanza. Cuando sea necesario, debemos arrepentirnos y, por supuesto, necesitamos orar. La ausencia de la fidelidad espiritual es lo que nos lleva a los problemas morales de los últimos años del siglo veinte. Hemos sembrado en vientos del escepticismo religioso y estamos segando en los torbellinos de la desesperación de las filosofías existencialistas.

Sin fe religiosa, sin reconocer la realidad y la necesidad de una vida espiritual, el mundo sin sentido es un lugar horrible. Solamente si el mundo tiene sentido, a nivel espiritual, les es posible a los seres humanos seguir adelante y continuar tratando. Al igual que Hamlet tan prudentemente imploró, así debe ser: “¡Ángeles y ministros de piedad, amparadnos!” (acto primero, escena IV).

Mi testimonio hoy día es acerca de los ángeles y ministros piadosos que siempre nos defenderán si, como el profeta Alma nos amonestó, cuidamos estas cosas sagradas, si acudimos a Dios para vivir (véase Alma 37:47). Mas oración y humildad, mas fe y perdón, mas arrepentimiento y revelación, y mas fortaleza del cielo es lo que necesitamos para encontrar el remedio y la liberación necesarios para curar a la “humanidad ferviente y delirante”.

Testifico esta mañana del amor ilimitado de Dios hacia Sus hijos, de Su deseo continuo de ayudarnos a sanar nuestras heridas, en forma individual y colectiva. El es nuestro Padre, y Wordsworth (poeta inglés, 1770–1850) sabiamente escribió que venimos a la tierra “en nubes de gloria … de Dios, que es nuestro hogar”. Pero, en demasiados casos, no encontramos creencias modernas acerca de un Padre Celestial y, cuando existe una creencia en El, a menudo esta equivocada. Dios no esta muerto ni es un amo ausente. No es un Dios descuidado, caprichoso ni irritable y, por sobre todo, no es una especie de arbitro divino a la espera de que cometamos una falta para castigarnos.

El primero y grande mandamiento sobre la tierra es que amemos a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza (véase D. y C. 59:5; Mateo 22:37), porque con toda seguridad la primera y gran promesa en los cielos es que El siempre nos amara ;le esa forma.

Mucho de lo que tantos piensan sobre Dios (si verdaderamente piensan en El) debe de hacerlo llorar. En realidad, sabemos que lo hace llorar. ¿Podría haber una escena mas conmovedora que esta conversación registrada por Moisés?

“Y aconteció que el Dios del cielo miro al resto del pueblo, y lloró; …

“Y dijo Enoc al Señor: ¿Como es posible que tu llores, si eres santo, y de eternidad en eternidad? [¿Por que llora El?

“El Señor dijo a Enoc: He allí a estos, tus hermanos; son la obra de mis propias manos, y les di su conocimiento … y … le di al hombre su albedrío;

“y a [ellos]… he dado mandamiento, que se amen el uno al otro, y que me prefieran a mi, su Padre, mas he aquí, no tienen afecto y aborrecen su propia sangre;

“… todos los cielos lloraran sobre ellos … por tanto ¿no han de llorar los cielos, viendo que estos han de sufrir?” (Moisés 7:28–29, 32–33, 37).

¿Nos defienden ángeles y ministros de gracia? Están a nuestro alrededor, y su soberano sagrado, el Padre de todos nosotros esta deseoso de bendecirnos en este mismo instante. La misericordia es Su misión y el amor Su única obra. John Donne (poeta inglés, 1573–1631) dijo en una oportunidad que “… pedimos nuestro pan de cada día y Dios nunca dice ‘debiste haber venido ayer …’ [sino que nos dice] Si deseas escuchar mi voz hoy día, yo escucharé la tuya … si has estado en la obscuridad hasta ahora, en el invierno de la vida nublado y sin sol, dejado y olvidado, asfixiado y aletargado hasta ahora, aún Dios viene a ti, no como en el atardecer del día sino como el sol del mediodía, para desplazar toda sombra …” (Collected. Sermons).

Alma enseñó esa verdad a su hijo, Helamán, suplicándole que confiara en Dios. Le dijo que Dios era “pronto para oír los clamores de su pueblo y contestar sus oraciones”. Por experiencia personal, Alma testificó: “Y he sido sostenido en tribulaciones y dificultades de todas clases … Dios me ha librado … y pongo mi confianza en el, y todavía me librará” (Alma 9:26; 36:27).

Mi testimonio en esta mañana es que El también librará al resto de nosotros, que El librará a toda la familia humana si ‘(cuidamos) estas cosas sagradas” y “[acudimos] a Dios para … [vivir]”

La mas grande afirmación de esa promesa que se ha dado al mundo, fue la dádiva del perfecto y amado Hijo Primogénito de Dios, un don que no se dio para condenación del mundo sino para apaciguar, salvar y dar seguridad al mundo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en el cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16; cursiva agregada).

Katie Lewis es mi vecina; su padre, Randy, es mi obispo; la madre de ella, Melanie, es una santa; y el hermano mayor de Katie, Jimmie, lucha contra la leucemia.

Recientemente la hermana Lewis me comento sobre el temor y el dolor inexplicables que experimentaron cuando se diagnosticó la enfermedad de Jimmie. Habló de las lágrimas y el dolor que toda madre hubiera sentido ante un problema como el que tenía Jimmie. Pero, como fieles Santos de los Últimos Días que son, los Lewis se volvieron inmediatamente hacia Dios, con fe y esperanza. Ayunaron y oraron, oraron y ayunaron, y fueron una y otra vez al templo.

Un día, la hermana Lewis llego a su hogar de una sesión del templo cansada y preocupada, sintiendo el impacto de tantos días de temor tan sólo controlados por una fe monumental.

Al entrar en su casa, su niña, Katie, de cuatro años, corrió hacia ella con amor en el semblante y un manojo de papeles arrugados en la mano, que dio a su madre diciéndole: “Mami, ¿sabes que son estos?”

La hermana Lewis dice con franqueza que su primer impulso fue decirle a Katie que no tenía ganas de jugar en ese momento. Pero pensó en sus hijos, en todos sus hijos, y en

que tal vez tuviera que arrepentirse después por no haber aprovechado la oportunidad de disfrutar de esas pequeñas vidas que pasan tan rápidamente. Así es que sonrió a

través de su pena y dijo:

-No, Katie, no se que son; dime.

-Son las Escrituras,-dijo Katie-y ¿sabes que dicen?

La hermana Lewis dejó de sonreír, miró seriamente a su pequeña, se arrodilló para estar a su altura, y dijo:

-Dime, Katie, ¿que dicen las Escrituras?

-Dicen ‘Confía en Jesús.-Y se fue.

La hermana Lewis dice que al levantarse, con esos escritos de su hija de cuatro años en las manos, sintió en forma tangible un abrazo de paz que rodeaba su intranquila alma y un sentimiento divino que calmaba su corazón atormentado.

Katie Lewis, “ángel y ministro de gracia”, pienso como tu. En un mundo de desaliento, dolor y plagado de pecado, en una época en que prevalecen el temor y la desesperación, en que la humanidad esta afiebrada y delirante sin médicos que la alivien, yo también digo: ‘Confía en Jesús.

Permítanle calmar la tempestad y que nos eleve por sobre la tormenta. Confíen en que El puede levantar al género humano de su lecho de aflicción, en esta vida y en la eternidad.

“Su gran amor debemos hoy saber corresponder,

y en Su redención confiar y obedientes ser”

En el nombre de Jesucristo. Amén.