1990–1999
Nuestro Señor Y Salvador
Octubre 1993


Nuestro Señor Y Salvador

“La única forma de encontrar paz, felicidad y seguridad, y de vencer la maldad del mundo y las tentaciones de esta generación es aferrarse al Evangelio de Jesucristo.

Ruego que el Espíritu del Señor me acompañe en esta sagrada ocasión. El presidente Ezra Taft Benson es la única persona que tiene todas las llaves del reino. Además, sostenemos a otros catorce profetas, videntes y reveladores. La gran influencia del presidente Benson se siente de muchas formas. Sus consejos apropiados e inspirados de que leamos el maravilloso Libro de Mormón han hecho sentir a todos los que siguieron este consejo un aprecio mayor por esta santa Escritura.

Hace algunas semanas, fui testigo del poder que irradia el presidente Benson; el se encontraba en uno de los sagrados salones del templo en ocasión del casamiento de una de sus nietas. Cuando entró en el salón, pude notar lo débil que estaba debido a su edad, ya que tiene noventa y cuatro años. Todos nos pusimos de pie para honrarlo como profeta y Presidente de la Iglesia. Irradiaba un hermoso y tierno espíritu de amor y paz.

En esta época de confusión y de ansiedad por el bienestar de nuestra nación y por el bienestar de todo el mundo, debemos prestar atención a la vida noble y ejemplar del presidente Benson y a lo que ha escrito y dicho como Presidente de la Iglesia.

Hoy quisiera hacer hincapié en la divinidad de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

Vivimos en una época en la que la influencia de Lucifer se hace sentir mas que nunca. A juzgar por el pecado, la maldad y la iniquidad que hay en la tierra, podríamos comparar esta época con la de Noé antes del Diluvio. Nadie es inmune a los sufrimientos y a los problemas, así sean económicos como emocionales o espirituales. La inmoralidad, la violencia y el divorcio, con las tristezas que los acompañan, plagan la sociedad de todo el mundo.

La única forma de encontrar paz, felicidad y seguridad, y de vencer la maldad del mundo y las tentaciones de esta generación es aferrarse al Evangelio de Jesucristo (véase Alma 42: 16).

Jesucristo esta a la cabeza de Su Iglesia, es el Creador del universo, el Salvador y Redentor de la humanidad y el Juez del alma humana. Lo que El es y lo que hace nos afecta a cada uno desde antes de nacer y nos afectara durante toda nuestra vida terrenal y por las eternidades. Mucho de lo que Cristo es y hace esta mas allá de la comprensión humana, pero el Espíritu Santo ha testificado a mi alma esas verdades.

Estoy agradecido por saber que nuestro Señor y Salvador esta a la cabeza de esta Iglesia y que la dirige por medio de Sus siervos. Esta es la Iglesia del Señor; no es una iglesia de hombres. Los hermanos que presiden los concilios son llamados de Dios; y su único deseo es servir de acuerdo con Su voluntad, con humildad, y con todo el corazón, alma, mente y fuerza (véase D. y C. 4:2). La Iglesia lleva Su nombre porque es Su Iglesia. El mandó a los nefitas que llamaran la Iglesia por Su nombre, “Porque si … se le da el nombre de algún hombre, entonces es la iglesia de ese hombre; pero si lleva mi nombre, entonces es mi iglesia, si es que están fundados sobre mi evangelio” (3 Nefi 27:8). Al profeta José Smith, el Señor le reveló que en esta época Su iglesia restaurada debía llamarse La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (véase D. y C. 115:4).

El Señor le dijo a Moisés cuando hablaron cara a cara en la montaña: “He creado incontables mundos … por medio del Hijo …

“Pero sólo te doy un relato de esta tierra … hay muchos mundos que hoy existen, y que son incontables para el hombre; pero para mi todas las cosas están contadas, porque son mías y las conozco” (Moisés 1:33, 35).

Este breve pasaje de las Escrituras nos da una idea de la inmensidad de nuestro Señor como Creador. Un astrónomo contemporáneo nos aclara: “El Cosmos es todo lo que existe, que ha existido o que existirá… El tamaño y la edad del Cosmos son incomprensibles para el hombre … sus dimensiones son de tal magnitud que las unidades de distancia que utilizamos pierden significado. Medimos las distancias con la velocidad de la luz. En un segundo un rayo de luz viaja casi 300.000 km … En un año atraviesa nueve trillones de kilómetros … Esa unidad de longitud, la distancia que recorre la luz en un año, se llama un año-luz, pero no mide tiempo sino distancias enormes … El Cosmos esta casi vacío … Los mundos son valiosos … Una galaxia se compone de gases, polvo y estrellas; billones y billones de estrellas. Cada estrella podría ser un sol para alguien … Existen cientos de billones de galaxias, cada una formada por unos cientos de billones de estrellas … Desde la inmensidad del espacio, es difícil distinguir el grupo en la que esta nuestra galaxia y casi imposible es distinguir nuestro Sol y la Tierra … La Vía Láctea, la galaxia a la que pertenecemos, tiene unos 400 mil millones de estrellas que se mueven con orden y gracia. De todas las estrellas, hasta el momento, los habitantes de la tierra conocen de cerca solo una” (Carl Sagan, Cosmos, New York: Random House, 1980, págs. 4, 5, 7, 10).

En una conversación entre Dios y Moisés, Dios dijo: “… esta es mi obra y mi gloria, llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Dios dijo también: “Mi Unigénito es y será el Salvador” (vers. 6). La inmortalidad y la vida eterna del hombre se hace realidad por medio de la expiación de Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. Es “el acontecimiento mas transcendental que haya ocurrido o que vaya a ocurrir entre los hijos de nuestro Padre” (Bruce R. McConkie, The Millennial Messiah, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1982, pág. 15). Es una prueba de amor por la que nos deberíamos sentir mas agradecidos que por cualquier otra bendición o don de Dios. La Expiación asegura la inmortalidad de todo ser humano. Da también la oportunidad de obtener la vida eterna, la vida que Dios vive, a los que tienen fe en Cristo, se arrepienten de sus pecados y obedecen las leyes del evangelio. En forma milagrosa, la Expiación nos salva y nos redime de las consecuencias de la caída de Adán, tanto de la muerte física al fin de esta vida como de la muerte espiritual, que es no poder vivir con nuestro Padre.

Sólo Jesucristo, porque es el Hijo Unigénito del Padre, pudo efectuar esa infinita y eterna Expiación para que pudiéramos ser uno con nuestro Padre Celestial. Cuando Jesús nació en esta tierra, sus padres eran Dios, el Eterno Padre (véase 1 Nefi 11:21) y María, a la que Nefi vio en una visión y dijo que era: “Una virgen, mas hermosa y pura que toda otra virgen” (1 Nefi 11:15). El es el Hijo Unigénito, el único que ha nacido o que nacerá sobre la tierra con padres de esa naturaleza. Debido a la naturaleza mortal heredada de su madre, tenía “… la capacidad humana de morir … de separar el espíritu del cuerpo” (Bruce R. McConkie, The Promised Messiah, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1978, pág. 471). Y gracias a Su naturaleza divina, heredada de Su Padre, tenía “… la capacidad de ser inmortal, que es el poder de vivir para siempre, o si escogía morir, el poder de resucitar como ser inmortal.” El Salvador dijo: “… yo pongo mi vida para volverla a tomar.

“Nadie me la quita sino que yo de mi mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar” Juan 10:17–18). “Fue debido a esa mezcla de lo divino y lo humano que nuestro Salvador pudo efectuar la Expiación infinita y eterna … El tenía el poder de vivir y de morir a voluntad, y una vez que muriera, podía resucitar, y de forma incomprensible para nosotros, tenía el poder de compartir esa resurrección con todos nosotros para que todo el género humano pudiera levantarse de la tumba” (The Promised Messiah, pág. 471).

Durante la Segunda Venida, Jesucristo irrevocablemente juzgara a la humanidad. En el Evangelio de Juan leemos:

“Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo …

“… el Padre … ha dado al Hijo … autoridad de hacer juicio …

“… porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz;

“y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” Juan 5:22, 26–29). El profeta Mormón escribió “… tendréis que comparecer ante el tribunal de Cristo, si, toda alma que pertenece a toda la familia humana de Adán; y debéis presentaros para ser juzgados por vuestras obras, ya sean buenas o malas” (Mormón 3:20). Leemos en Mateo:

“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con el, entonces se sentara en su trono de gloria,

“y serán reunidas delante de el todas las naciones; y apartara los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.

“Y. pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

“Entonces el Rey dirá a los de su derecha; Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundición del mundo …

“Entonces dirá también a los de la izquierda: apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:31–34, 41).

Considerando todo lo que Jesús es y todo lo que hace por nosotros, ¿cómo podemos demostrarle nuestro agradecimiento? Debemos ir mucho mas allá de conocer Sus atributos y su misión. Debemos conocer al “único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). “Una cosa es saber algo acerca de Dios y otra es conocerle bien. Podemos saber que es un ser cuya imagen hemos sido creados podemos saber que el Hijo es idéntico a Su Padre; podemos saber que tanto el Padre como el Hijo tienen ciertas cualidades y poderes. Pero cuando experimentamos y gozamos de las mismas cosas que ellos, los conocemos y eso nos capacita para alcanzar la vida eterna. Conocer bien a Dios significa pensar lo que El piensa, sentir lo que siente, tener el poder que tiene, comprender las verdades que entiende y hacer lo que hace. Los que lo conocen llegan a ser como El y viven la vida que El vive, que es la vida eterna” (Bruce R. McConkie, Doctrinal New Testament Commentary, 3 tomos, Salt Lake City: Bookcraft, 1965–1973, 1:762). En otras palabras, para conocer a Cristo, tenemos que ser como El. Llegamos a ser “… participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Cristo enseñó a Sus discípulos nefitas: “… ¿que clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27).

Un principio básico caracteriza la vida, la misión y las enseñanzas del Salvador: el de que nos amemos los unos a los otros. El dijo a Sus discípulos:

“Un mandamiento nuevo os doy; Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.

“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34–35). También dijo:

“Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

Imaginen por un momento lo que sucedería si todos se amaran los unos a los otros como Jesús ama a Sus discípulos. No habría discusiones ni peleas ni contención en el hogar. No diríamos ni haríamos nada que pudiera herir a otras personas. No tendríamos discusiones innecesarias sobre nimiedades. Seria imposible tener guerras, sobre todo las guerras basadas en la religión.

Tenemos numerosos testimonios de la veracidad y la divinidad de nuestro Señor, Jesucristo. Desde los tiempos de Adán, los profetas antiguos, incluso el hermano de Jared, conocían a nuestro Salvador en Su estado espiritual como Jehová. Durante Su vida terrenal, en Palestina, Sus discípulos lo trataban personalmente. Estuvieron con El cuando enseñaba, cuando hacia milagros, cuando lo crucificaron y después que resucito. Pedro escribió:

“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestro propios ojos su majestad” (2 Pedro 1:16). Cuando nuestro Señor resucitado visito a los nefitas y les enseñó:

“… extendió la mano, y hablo al pueblo, diciendo: he aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo” (3 Nefi 11:9–10).

En nuestra época, el Padre y el Hijo visitaron al profeta José Smith en la Arboleda Sagrada. Sobre esta visita José escribió: “… vi en el aire arriba de mi a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: Escúchalo!” José Smith-Historia 1:17). Cuando el Salvador acepto el Templo de Kirtland como Su casa, José Smith y Oliver Cowdery vieron: “… al Señor sobre el barandal del púlpito …

“Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; SU semblante brillaba mas que el resplandor del sol; y su voz era como el estruendo de muchas aguas, si, la voz de Jehová que decía: Soy el primero y el ultimo; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre” (D. y C. 110:2–4). En una visión, el Profeta y Sidney Rigdon vieron y hablaron con Jesucristo y escribieron:

“… después de los muchos testimonios que se han dado de el, este es el testimonio, el ultimo de todos, que nosotros damos de el: ¡Que vive!

“Porque lo vimos, si, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que el es el Unigénito del Padre” (D. y C. 76:22–23).

Cuando era niño, tuve la suerte de escuchar los fervientes testimonios de las personas mayores de mi barrio. Ahora les aconsejo a ustedes, los que son maduros espiritualmente, que den su testimonio de la veracidad del evangelio; de que existe nuestro Salvador y de Su amor por cada uno de nosotros; y del llamamiento divino de Sus profetas, videntes y reveladores. El testimonio de ustedes nutrirá el testimonio de los jóvenes como nutrió el mío el de los miembros de mi barrio. Los padres deben dar su testimonio con frecuencia para fortalecer la convicción de sus hijos.

Me siento humilde y agradecido de ser uno de los testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo (véase D. y C. 107:23). Yo se que El vive. El esta con nosotros y podemos sentir Su influencia si somos obedientes, seguimos Sus enseñanzas y oramos. El quiere que tanto nosotros como la Iglesia tengamos éxito y que los miembros lleven Sus enseñanzas a todo el mundo. La Iglesia es la institución por medio de la cual El puede dar al mundo Su mensaje de esperanza en la salvación, el derecho de vivir con nuestro Padre Celestial y Su Hijo para siempre. Nuestro Padre Celestial vive y ama a Sus hijos. Testifico que José Smith es un Profeta de Dios, tal como lo son sus sucesores hasta el presidente Ezra Taft Benson, nuestro Profeta actual. Doy este testimonio en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.