1990–1999
“Examina La Senda De Tus Pies”
Octubre 1993


“Examina La Senda De Tus Pies”

“Todas tenemos el privilegio de tratar de saber, por medio de la oración, la voluntad del Señor para con nosotras.”

Mis queridas hermanas, deseo expresarles lo que siento por el evangelio y mi amor por mi Padre Celestial. ¡Que gran bendición hallarnos reunidas, hablar de los temas que en verdad importan y saber que estamos unidas en esta gran obra!

Nos encontramos aquí en esta ocasión no por lo que hacemos sino por lo que somos: hijas de nuestro Padre Celestial. Tenemos en mucho esa definición porque somos mujeres que han entrado en el convenio. Nuestros convenios tienen suma importancia por haberlos hecho con el Señor, y nos sirven de fortificación en contra del poderío de la oposición, como un refuerzo, así como de recordatorio del motivo por el que estamos aquí. Las mujeres y los hombres de esta Iglesia dan testimonio al mundo de que esta vida es la etapa en la que debemos prepararnos para comparecer ante Dios. Aun cuando vivimos en tiempos muy difíciles en los que nos salen al paso grandes problemas, estamos en el camino que lleva a la vida eterna y no podemos permitir que nada nos retarde ni nos impida el paso.

En Proverbios leemos la admonición: “Examina la senda de tus pies” (Proverbios 4:26). Hay muchos pies que se afanan laboriosamente en esta Iglesia. Todos hemos oído el consejo de “estar anhelosamente empeñados” y la aclaración de que debe ser “en una causa buena” (D. y C. 58:27).

De esa.”causa buena” hablaré en esta ocasión.

Ser una mujer que ha entrado en el convenio es una sagrada y santa responsabilidad, y la tenemos en forma exclusiva. No es por casualidad que nos hallamos en la obra del Señor en la actualidad, sino que es por elección que vinimos a esta tierra para seguir el camino de nuestro Salvador. Al bautizarnos, hicimos convenio, como lo hicieron los nefitas en las aguas de Mormón, de ser llamadas Su pueblo, de servirle, de guardar Sus mandamientos, de ser testigos de Dios en todo momento, y en todas las cosas y en todo lugar. (véase Mosíah 18:8–10).

El convenio que hemos hecho de seguir a Cristo esta enmarcado contraste con muchas personas cuyas opiniones llenan los periódicos, cuya nueva moralidad cubre las pantallas de cine y televisión y cuyos valores, al actualizarse, se han desarraigado.

Las mujeres que hemos entrado en el convenio buscamos la exaltación y la paz de la vida eterna en el Reino Celestial. Con esa resolución viene la serena seguridad que habla apaciblemente a nuestras almas y nos confirma que la paz y el amor, la esperanza y la gentileza, la reverencia, el regocijo y la obediencia producen cambios y buenas obras. En verdad, nos presentamos hoy ante el mundo para regocijarnos, no en el poder de hombres y mujeres, sino en la bondad de Dios.

Hermanas, ya ha pasado el tiempo de limitarnos sólo a creer; tenemos que ser vehementes en nuestras creencias. La mujer del presente anhela con toda el alma las cosas del Espíritu. Una de las razones principales por las que las mujeres asisten a la Sociedad de Socorro es para recibir alimento espiritual y aprender mas de las enseñanzas de Dios. Nuestro testimonio personal, al ir acrecentándose, patrocina nuestra causa de “Venir a Cristo”.

Hoy en día vemos a nuestro alrededor al adversario en plena faena … y va teniendo éxito; ha deformado las verdades para conseguir sus fines, y multitud de personas le han seguido. 0 nos aferramos con firmeza a la barra de hierro o, quizá, inconscientemente, vamos soltando algunos dedos y nos vamos deslizando lentamente. Tal vez piensen “Yo no”, pero nadie esta libre de ello; como tampoco estamos libres de evadir responsabilidades y decisiones en el ímpetu frenético de hacerlo todo, el deseo de tenerlo todo y la tendencia a justificarnos afirmando que lo necesitamos todo … y ahora mismo. Satanás es despiadado y sus esfuerzos son constantes.

Eliza R. Snow dijo: “Nosotras nos encontramos en una posición diferente … Hemos hecho convenio con Dios y comprendemos Su orden” (Millenial Star, septiembre de 1871, pág. 518). Entre esos convenios esta el consejo a Emma Smith, que se encuentra en Doctrina y Convenios, y que dice: “… desecharas las cosas de este mundo y buscaras las de uno mejor” (D. y C.25: 10).

Yo deseo cumplir ese mandato.

El sendero, estrecho y angosto, lo marcó Jesucristo. Isaías lo llamó el “Camino de Santidad” (Isaías 35:8). Testifico que el Señor ha confiado a las mujeres de esta Iglesia las obras mas sagradas del camino a la perfección.

Supe de una madre de cinco niños pequeños, del estado de Carolina del Sur, que, habiéndose lesionado la columna vertebral, quedó postrada en cama. En una carta me contaba de las “pequeñas brigadas de compasión” de su barrio que la atendieron día y noche; me decía:

“Me daban de comer, me remendaban la ropa, me enjugaban las lágrimas y me administraban terapia por las noches, asegurándome constantemente que no era ninguna molestia, que sólo deseaban aprender mas de la caridad y precisaban a alguien en quien ponerla en practica”.

En algunas ocasiones hay personas que nos tienden la mano y nos ayudan, pero hay otras oportunidades en que no hay nadie que nos ofrezca la mano, solo el Señor.

Una hermana de noventa y tres años de edad, del estado de Idaho, describía su vida con estas palabras: “He tenido alegrías, y muchos problemas y muchos pesares”. Por nuestras propias experiencias en la vida, podemos comprender las de ella. Aun cuando nuestro Señor Jesucristo pudo haberse valido de los poderes de los cielos, Sus sendas fueron casi siempre solitarias y Su padecimiento final infinito, y lo sufrió solo.

La causa de Cristo fue excepcional y tuvo una finalidad determinada, pues El dijo: “… vine al mundo a cumplir la voluntad de mi Padre …” (3 Nefi 27:13). Nosotras también debemos hacerlo. Nuestros deseos de tomar con seriedad los convenios que hacemos nos brindaran consuelo en medio del pesar, alegría en medio del dolor, bendiciones en medio del sufrimiento.

En toda la Iglesia hay mujeres magnificas que ejercen una gran influencia. Hermanas, tenemos mucho que compartir: nuestra fortaleza espiritual, la percepción de nuestro propósito, nuestra dedicación al evangelio, las bendiciones que recibimos del santo sacerdocio. Examinemos juntas estos cuatro aspectos en que podemos influir en los demás.

¡Somos mujeres de fortaleza espiritual!

Tenemos dentro de nosotras el Espíritu del Señor que nos guía por el sendero de la rectitud. A diario, escogemos entre la tentación y la santificación; tratamos de gozar de momentos espirituales al leer las Escrituras; oramos y llevamos una oración en el corazón. Conocemos la paz que proviene no del aplauso de los demás sino de la voz apacible y delicada que nos habla con dulzura. Escuchamos menos al mundo y mas a la inspiración que proviene de lo alto.

Recordemos que el espíritu no es lo mismo que el ego; el espíritu no se realza con el egoísmo, ni con la lastima ni el orgullo de si mismo, ni con engañarse a si mismo. “Ser de animo espiritual es vida eterna” (2 Nefi 9:39).

Nuestra espiritualidad también nos la reforzamos mutuamente. Manifestémonos caridad las unas a las otras; demostrémonos comprensión y no nos juzguemos; seamos bondadosas y no nos critiquemos; sintamos alegría y no envidia. Amemos como el Señor ama.

Pienso en un pequeño grupo de hermanas de Bangalur, India, que tienen sólo una vez al mes la reunión de la Sociedad de Socorro; las demás semanas se reúnen en pequeños grupos en casas particulares. Las visite el año pasado y no tarde en darme cuenta de que el Espíritu del Señor estaba con ellas. Cuando su presidenta, de treinta años de edad, conversa desde hace dos años, me presentó y dio testimonio de las bendiciones de la hermandad de la Sociedad de Socorro, me conmovió el amor que se demostraban unas a otras. Son mujeres de Dios. Sentí el Espíritu de Dios en esa ocasión tal como lo siento ahora, entre nosotras.

¡Somos mujeres que tenemos la percepción de nuestro propósito!

El profeta Miqueas, del Antiguo Testamento, dijo: “Aunque todos los pueblos anden cada uno en el nombre de su dios, nosotros … andaremos en el nombre de Jehová nuestro Dios eternamente y para siempre” (Miqueas 4:5).

Nos preguntamos cómo, en este complejo mundo, andaremos en el nombre del Señor nuestro Dios, cuando los asuntos del hogar, de la familia, del matrimonio, del trabajo, de los hijos, de la edad y de la muerte forman parte tan importante de nuestro diario vivir. Y cómo pensaremos igual que el Señor cuando nos sintamos desanimadas, cómo pensaremos con prudencia cuando estemos abatidas, cómo seremos pacientes en medio de los apremios de la vida y nos sentiremos respetadas cuando se nos rechace.

Hermanas, acudamos al Señor. A El le interesan profundamente nuestra felicidad y nuestro bienestar. Hablemos con El seriamente y a menudo, y recibiremos la respuesta que busquemos.

A continuación, echemos una mirada a lo que ocupe un lugar de prioridad en nuestra vida. Las mujeres que hemos entrado en el convenio tenemos que dar precedencia a lo que en verdad importa; el hogar, la familia y las personas en general son los que importan. Para las que tengan niños, ellos deben tener prioridad. No me refiero a mantenerlos limpios y alimentados, aunque esto es importantísimo, me refiero a amar a nuestros hijos y a enseñarles principios rectos; me refiero al corazón dispuesto que pone las necesidades eternas de los hijos delante de las preferencias personales; me refiero al dolor que se siente cuando alguno de nuestros hijos ha extraviado el camino y lo ayudamos a volver dando un paso a la vez.

Cuando era yo una joven madre, recuerdo haber dicho a mi hijo menor, Gordon, un día en que se cayó de la bicicleta y no sólo se lastimó las rodillas sino que también perdió la confianza: “Aquí estoy, contigo”, rodeándolo con mis brazos para consolarlo. “Aquí estoy, contigo”. ¿No nos recuerda eso al Señor que esta siempre con nosotros? (véase Mateo 28:20). No sólo esta a nuestro lado en la Iglesia, en el templo o cuando nos arrodillamos a orar; El esta siempre con nosotros si vivimos de acuerdo con Sus enseñanzas.

¡Somos mujeres de dedicación!

Presencié esa dedicación al visitar a una hermana en su hogar en Filipinas. No tenía ninguna de las comodidades del mundo; sus ocho hijos vivían apilados en una choza de dos habitaciones sostenida sobre débiles pilares. Al llegar a la puerta, tras subir la escalera de mano, me llevó de inmediato a un rincón donde había una maquina de coser portátil en una mesita; no era una maquina de coser moderna que hacia una variedad de puntadas, nada de eso: ¡Era una maquina mas antigua que la de mi madre! Pero la hermana no me la mostraba para presumir, no, lo que deseaba era demostrarme su dedicación. Durante dos años, había hecho costuras para otra gente en esa sencilla maquina de coser a fin de ganar el dinero indispensable con el que llevar a su familia al templo para ser sellados allí. El último de sus hijos, según me dijo sonriendo, nació en el convenio.

Estaba dedicada a sus convenios y valoraba las bendiciones del sacerdocio que habían llegado a su.vida a causa de su fidelidad. No se quedó estancada después del bautismo porque comprendía que “de aquel a quien mucho se da, mucho se requiere” (D. y C. 82: Gracias a sus labores, su familia fue sellada para siempre. ¡Imaginen su alegría!

¡Somos mujeres que conocemos las bendiciones del sacerdocio!

Contamos con las bendiciones del sacerdocio en estos, los últimos días, lo cual nos hace ver con claridad y actuar como corresponde. Como discípulas de Cristo se nos bendice con mucho mas que sentido común, buenas ideas y rectas inclinaciones. Debemos recordar siempre que “Jesucristo, es el Gran Sumo Sacerdote de Dios. Por consiguiente, Cristo es la fuente de toda autoridad y poder verdaderos del sacerdocio en esta tierra” (Encyclopedia of Mormonism, Nueva York: Macmillan, 1992, pág. 1133).

Sabemos lo que significa depositar nuestra fe, nuestras oraciones, nuestra confianza y nuestra estimación en aquellos a los que Dios ha nombrado para dirigir. El Señor nos ha dicho: “… sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38).

Quiero que sepan que yo, como Presidenta General de la Sociedad de Socorro, acepto de corazón las bendiciones que provienen del servir bajo la dirección de lideres que poseen el sacerdocio. Debemos permanecer unidos como pueblo para que el Señor nos llame uno. El elder John A. Widtsoe habló de hombres y mujeres unidos en su devoción conjunta a principios rectos, diciendo: “En las ordenanzas del sacerdocio, el hombre y la mujer tienen partes iguales … En la Iglesia de Cristo la mujer no esta subordinada al hombre, sino que esta al mismo nivel que el” (Relief Society Magazine, junio-julio de 1943, pág.373).

Mujeres y hombres tienen a su alcance todas las bendiciones del sacerdocio que son esenciales para la salvación: las bendiciones del bautismo, de recibir el Espíritu Santo, de renovar los convenios hechos por medio de la Santa Cena y de hacer los convenios del templo y guardarlos. Como mujeres que han entrado en el convenio, comprendemos la directiva de Doctrina y Convenios, que se aplica tanto a la mujer como al hombre:

“… a tal grado han puesto su corazón en las cosas de este mundo, y aspiran tanto a los honores de los hombres, que no aprenden esta lección única:

“Que … los poderes del cielo … no pueden ser gobernados ni manejados sino conforme a los principios de justicia” (D. y C. 121:35–36).

Quisiera repetir: “Examina la senda de tus pies”. Recurramos al Señor y a Sus profetas en busca de orientación y guía, como mis excelentes consejeras y nuestra fiel hermana lo han testificado hoy.

Meditemos sobre el mensaje que nos ha dado un Apóstol de Jesucristo: el elder M. Russell Ballard no ha aconsejado no juzgar a los demás por las decisiones que tomen; nos ha recordado que todas tenemos cl privilegio de tratar de saber, por medio de la oración, la voluntad del Señor para con nosotras con respecto a los problemas de la vida. Además, nos ha recordado que este es el plan de Dios y que no tenemos el derecho de cambiarlo ni manipularlo indebidamente.

Les pido que den la debida importancia a esos mensajes; sepan que provienen del Señor por medio de Sus siervos. Al testimonio de ellos añado el mío. Se que nosotras, hijas del Altísimo, estamos aquí para hacer la voluntad del Señor en una época que es muy difícil, pero en la que los ángeles de Dios se regocijan por nuestras labores. Se que cl Señor reina sobre todas las cosas y que El ha preparado un lugar para nosotras en Su reino en lo alto. Se que como mujeres que han entrado en el convenio escogeremos el sendero que conduce a la vida eterna. En el nombre de Jesucristo. Amén.