1990–1999
l Servicio Y La Felicidad
Octubre 1993


El Servicio Y La Felicidad

“Esta es una Iglesia de trabajadores y no un museo de santos. Aquellos que no piensen de esta manera no han llegado a comprender la verdadera finalidad de la divina organización a la cual pertenecen.

Mis estimados hermanos, hermanas y amigos de todo el mundo, tal como habrán escuchado de una fuente fidedigna al comienzo de esta conferencia, a partir de hoy, paso a ser Miembro emérito de los setenta. Si no me equivoco, el voto de agradecimiento y de aprobación de ustedes fue unánime, por lo que les estoy muy agradecido.

Cuando fui llamado en calidad de miembro del Quórum de los Setenta, en abril de 1976, el élder LeGrand Richards, a quien muchos de ustedes recordaran, y a quien considerábamos holandés, aunque no lo fuera, siempre me llamaba el “holandés feliz”. Después de diecisiete años y medio, quiero que sepan que todavía soy un holandés feliz y les diré por que:

Todos esos años de servicio en el quórum han traído regocijo e innumerables bendiciones, tanto a mi como a mi esposa Bea, mi compañera eterna. Además, he tenido el privilegio de ser asignado a estacas desde Punta Arenas, en América del Sur, hasta Anchorage, Alaska; desde Hobart, Australia, hasta el Japón. He trabajado en estrecha colaboración con fieles Representantes Regionales y devotas presidencias de estaca, siempre enseñándoles principios correctos a fin de que aprendieran a gobernarse a si mismos.

Fue una gran bendición visitar a las misiones de la Iglesia en muchas partes del mundo y enseñar a los misioneros todo lo relacionado con la obra misional, o sea, transmitir por medio del Espíritu el conocimiento sagrado a la gente que vive en la ignorancia pero que tiene el derecho de oír el mensaje del evangelio restaurado. Ese mensaje les permite aprender que lo mas importante en la vida de todos ellos es hacer convenios sagrados que les permitirán volver a la presencia de su Padre Celestial.

Soy ahora tan feliz como lo era cuando fui llamado a servir en el Quórum y, al igual que las películas de vaqueros del Oeste americano, me dirijo hacia el horizonte, después de haber cumplido con mi deber; pero yo se que a un lado del camino encontraré a un amoroso líder del sacerdocio que, por inspiración, me dará otra asignación significativa.

Tres días después de haberme bautizado en Toronto, Canadá, recibí mi primer llamamiento en la Iglesia, que era estar encargado de los himnarios. La verdad es que no me molestaría en absoluto regresar pronto a los himnarios porque estoy convencido de que esta es una Iglesia de trabajadores y no un museo de santos. Aquellos que no piensen de esta manera no han llegado a comprender la verdadera finalidad de la divina organización a la cual pertenecen.

Si, he tenido una buena disposición y me gustaría compartir con ustedes algunas ideas positivas:

  • Aprendan a amar el llamamiento que tengan en la Iglesia y lo querrán tanto que llegara a ser vigorizador.

  • Aprendan a sentirse satisfechos; da el mismo trabajo que estar disgustado y es mucho mas agradable.

  • Aprendan a aceptar la adversidad. Sean quienes sean o estén donde estén, la van a tener. Y no tengan miedo del viento de la adversidad; recuerden que una cometa se remonta en contra del viento y no a favor de el.

  • Acostúmbrense a decir cosas agradables en vez de hacer comentarios negativos.

  • Vivan el momento presente en toda su plenitud, y no vivan ni en el pasado ni en el futuro. El éxito es una jornada y no un lugar de destino.

  • Vivan y honren los convenios que hicieron cuando se bautizaron y cuando entraron en el templo.

  • Cuando hayan llegado a los setenta años de edad, resistan el impulso de arreglar los asuntos de todos los demás y admitan de vez en cuando que pueden estar equivocados.

Hace poco tuve el privilegio de asistir con el élder David B. Haight, del Consejo de los Doce, a un seminario de presidentes de misión en San Francisco, donde el expresó lo siguiente, de un autor desconocido, acerca de envejecer.

“No se envejece sólo por vivir cierta cantidad de años. La gente envejece cuando abandona sus ideales y su fe. Siempre debe perdurar el interés por las maravillas que nos rodean, un anhelo intenso de lo que nos espera y del gozo de vivir. Somos tan jóvenes como nuestra fe; tan viejos como nuestras dudas; tan jóvenes como la confianza que tengamos en nosotros mismos; tan viejos como el temor o la desesperación.

“En lo profundo de nuestro corazón hay una cámara donde se graban los mensajes que recibimos, y mientras se reciban allí mensajes de belleza, de esperanza, de alegría, de aliento y de fe, seguiremos siendo jóvenes” (Ensign, noviembre de 1983, pág. 25).

Somos grandemente bendecidos al ser parte de una Iglesia que crece muy rápidamente, que enseña en cuanto a la belleza, la esperanza, la alegría, la valentía, la fe y la felicidad que nos permiten conservarnos jóvenes en nuestro corazón por medio del servicio fiel en cualquier llamamiento que tengamos.

En el Mensaje de la Primera Presidencia de la revista Ensign de octubre de este año, “La felicidad, una búsqueda universal”, el presidente Thomas S. Monson nos habla de modos importantes de lograr la felicidad eterna en esta vida y en la venidera, basándose en las siguientes palabras del profeta José Smith:

“La felicidad es el objeto y propósito de nuestra existencia; y también será el fin de ella, si seguimos el camino que nos conduce a la felicidad” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312).

Hermanos, caminemos todos por las sendas claras y bien definidas que conducen a la felicidad.

Para terminar, expreso mi solemne testimonio de que Dios, nuestro Padre Eterno, vive; que Jesús es el Cristo, el Hijo Unigénito del Padre nacido en la carne, el Salvador y Redentor de toda la humanidad; que José Smith fue un Profeta del Dios viviente y que todo hombre que le haya sucedido en calidad de Presidente de la Iglesia ha sido un Profeta viviente, incluso el presidente Ezra Taft Benson de nuestros días. Y este es mi testimonio personal y eterno, en el nombre de Jesucristo. Amén.