1990–1999
Valentía Para Escuchar Y Obedecer
Abril 1994


Valentía Para Escuchar Y Obedecer

“Jesucristo es el magnifico ejemplo de. voluntad del Padre.”

Se que el obispo Edgley se une a mi en este día. para expresar nuestro agradecimiento por los muchos años de servicio al lado del elder Hales. Sentimos por el un profundo afecto, lo apreciamos y sentimos como que hemos estado aprendiendo a sus pies por años. Ahora esperamos trabajar con el obispo Bateman.

Me dio mucho gusto esta mañana, como supongo que a ustedes también, de haber visto y escuchado al presidente Hunter, un amable y manso Apóstol del Señor Jesucristo, quien es un ejemplo sobresaliente y que una y otra vez ha demostrado su magnifica valentía para obedecer la voluntad de su Padre Celestial.

El presidente Hunter tiene hijos que fueron a la misión a Australia al mismo tiempo que yo. En esos años, el presidente Hunter recibió su valor para escuchar y hacer la llamamiento al Santo Apostolado. Muchos misioneros australianos lo hemos considerado “nuestro Apóstol”. El es uno de mis “héroes”.

En este día de reposo en que celebramos la Pascua de Resurrección, todo cristiano debiera recordar con gratitud los acontecimientos del domingo mas importantes que el mundo haya conocido jamas: el domingo en que el Señor destruyo su prisión de tres días, logrando así la victoria sobre la muerte. Las particularidades de estos grandes acontecimientos han quedado grabados en mi corazón y en mi memoria.

Puedo ver a Jesús portando el pesado madero a medida que la procesión avanza por las estrechas calles de Jerusalén y atraviesa el portal de la imponente muralla de la ciudad hacia un lugar denominado Gólgota. Puedo oír el sollozo de las mujeres y las palabras de admonición de Jesús: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mi, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos” (Lucas 23:28). El Señor sabía que poco después iba a producirse una destrucción que sometería a esas fieles mujeres y a sus seres queridos a un sufrimiento increíble.

Puedo imaginar a los verdugos dispuestos a ejecutar sus horribles y despiadadas tareas. Puedo oír la oración del Salvador por Sus crucificadores, diciendo con Su espíritu misericordioso: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Recordaremos que, en el transcurso de este suceso atroz, uno de los malhechores, que también iba a ser crucificado, percibió algo divino en la conducta del Salvador y dijo a Jesús: “Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino”. El Señor le respondió con una promesa que solamente El podía hacer: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:42-43).

Imaginen a la madre sollozante y al devoto discípulo, a quienes el centurión permitió que se acercaran al pie de la cruz. En Su agonía, Jesús los contemplo y con breves palabras dijo a María: “Mujer, he ahí tu hijo”. Y mirando fijamente a Juan, le dijo: “He ahí tu madre” (Juan 19:26-27).

¿Quien podrá olvidar las palabras suplicantes que, cerca de la hora novena y en medio de las tinieblas, estremecieron la tierra: “Dios mío, Dios mío, )por que me has desamparado?” (Marcos 15:34). Al parecer, el Padre lo dejo solo para permitir que el Salvador consumará Su victoria sobre la muerte y el pecado.

Puedo imaginar el gusto amargo del vinagre con que le mojaron los labios cuando dijo: “Tengo sed” (Juan 19:28), lo único que se halla registrado de Su reacción al sufrimiento físico.

Aceptado ya Su sacrificio expiatorio, exclamo: “Consumado es” (Juan 19:30) Y con humildad, elevo al Padre Su ultima plegaria: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). Su cuerpo se abatió en la cruz. Por propia voluntad, Jesús entrego Su vida.

Temprano en la oscura mañana del tercer día, el domingo, la primera Pascua, la tierra comenzó a temblar. Un ángel removió la piedra que cubría la entrada a la tumba y anuncio:

“… No temáis vosotras; porque yo se que buscáis a Jesús, el que fue crucificado.

“No esta aquí, pues ha resucitado, como dijo …” (Mateo 28 2, 5-6).

Mas tarde esa mañana, la afligida María Magdalena regreso a aquella tumba fría, triste y vacía. Allí escucho una voz familiar, llamándola:

“María”. Volviéndose, vio al Señor, se acercó a El para adorarle y, con amorosa voz dijo: “(Raboni!” A esto respondió Jesús; “No me toques, porque aun no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:16-17).

Durante los cuarenta días siguientes, a menudo el Salvador enseñó y comió con Sus Apóstoles. Luego concluyó con este glorioso mandato:

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones …

“enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amen” (Mateo 28:1920).

Jesucristo es el magnifico ejemplo del valor para escuchar y hacer la voluntad del Padre.

El sabio salmista dijo: “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón” (Salmos 31:24).

El presidente Thomas S. Monson explicó lo que es la valentía cuando dijo:

“La valentía se convierte en una pujante y atractiva virtud cuando se la identifica no con la voluntad para morir valientemente, sino con la determinación de vivir decentemente” (en Conference Report, abril de 1972, pág. 72).

En las Escrituras de nuestros días, a menudo el Señor utiliza palabras dinámicas en la primera frase de Sus revelaciones. Es interesante notar que la palabra escuchar se encuentra muchas veces en tal sentido. Por medio del profeta José Smith, el Señor nos ha encomendado mirar, escuchar y oír en mas de sesenta revelaciones.

Quisiera hablarles acerca de un joven que tuvo el valor para escuchar. Hace unos veinte años, en una conferencia general, el elder Marion D. Hanks se refirió a un joven llamado Jay; nos dijo que este diácono de doce años de edad padecía de atrofia muscular. Su amoroso padre lo llevaba a cuestas para que repartiera la Santa Cena, recogiera las ofrendas de ayuno y participara en las actividades de escultismo.

El resto de la historia de Jay es un ejemplo de inspiración y valentía. Su cuerpo continuó sufriendo los estragos de la enfermedad pero su mente siguió siendo inquisitiva y sobresaliente. A causa de su dolencia, le fue imposible asistir a la escuela secundaria y por lo tanto estudiaba en su casa. Le encantaba el seminario, asistía a este con regularidad y fue uno de los discursantes en las ceremonias de graduación, hablando desde la silla de ruedas. Su enfoque positivo de la vida y su disposición alegre y radiante eran algo verdaderamente alentador. A Jay le gustaban mucho los bailes y participaba en ellos haciendo “bailar” la silla de ruedas. Disfrutaba de la música y a menudo cantaba los himnos de la Restauración con tonos hermosos, claros y melódicos.

Mas que nada, amaba al Señor.

Cuando cumplió diecinueve años, quería escuchar y obedecer la exhortación del Profeta de que todo joven fuera en una misión. En esa época, permanecía la mayor parte del tiempo sobre una colchoneta en el piso de la sala de su casa. Los tejidos musculares se le habían deteriorado mucho, pero insistía en querer ser misionero. A pesar de su incapacidad física, descubrió una manera de hacerlo: Con gran dificultad, ayudado por sus amigos y mientras se hallaba tendido de espaldas en el suelo, preparó ciento cincuenta ejemplares del Libro de Mormón con su testimonio y su foto, y los envió a sus amigos misioneros en varias partes del mundo para su distribución. El presidente Kimball le escribió una carta de agradecimiento por su servicio y por su valentía para escuchar y obedecer el llamamiento misional.

Gracias a sus bondadosos padres, asistió a la universidad. Su padre lo transportaba en la silla de ruedas de una clase a otra. A veces, era necesario que se acostara sobre una mesa al fondo de la sala de clases. Fue un excelente estudiante y recibió altas calificaciones en clases difíciles. Jay falleció hace tres años, pero su ejemplo de valor para escuchar continua viviendo.

Alguien ha dicho que el hombre valiente encuentra la manera de triunfar, pero el hombre común encuentra la excusa para no intentarlo. Recientemente me enteré de varios jóvenes valientes que supieron escuchar el consejo de la presidencia de estaca.

La benevolente presidencia de la Estaca de Boise, Idaho Norte, ayudó a la juventud de la estaca a obtener un mejor entendimiento de los peligros que les acechan detrás de la letra degradante de muchas de las canciones populares del día y de las imágenes pornográficas que presentan algunas películas y videos. Les enseñaron que estos medios pueden contribuir a la realización de muchas cosas positivas, inspiradoras, alentadoras y hermosas, pero que también pueden destruir la sensibilidad mental y hacer aparecer el error y la maldad como algo normal, excitante y aceptable.

Muchos jóvenes escucharon a su presidencia de estaca y tuvieron la valentía de destruir las cintas sonoras, discos y videos que poseían y que no eran nada “virtuoso o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza” (Articulo de Fe 13).

Jóvenes, por favor, no escuchen “música que contenga ideas contrarias a los principios del evangelio ni la que promueva el satanismo ni otras practicas inicuas, que fomente la inmoralidad, que contenga lenguaje sucio y ofensivo ni que aleje el Espíritu” (La Fortaleza de la Juventud, folleto, 1990, pág. 15).

Algunos quizás se consideren muy inteligentes o mundanales para dejarse engañar por las estratagemas de Satanás. Esto es un grave error. Nefi nos advierte acerca del peligro de las opiniones equivocadas cuando dice:

“(Oh ese sutil plan del maligno! (Oh las vanidades, y las flaquezas, y las necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no escuchan el consejo de Dios …

“Pero bueno es ser instruido, si hacen caso a los consejos de Dios” (2 Nefi 9:2829; cursiva agregada).

El presidente Hinckley ha dicho:

“Una de las grandes calamidades que presenciamos diariamente es la tragedia de hombres que teniendo altos ideales no logran nada en la vida. Sus motivos son nobles, sus ambiciones son dignas de alabanza y su capacidad para lograrlas es incalculable; sin embargo, les hace falta la disciplina, se dejan llevar por la apatía y el apetito destruye su determinación” (Liahona, abril de 1983, pág. 2).

Quizás el mayor obstáculo para nuestra habilidad de escuchar con valentía la palabra del Señor lo tengamos en las vanas ambiciones y el orgullo de nuestro ego. Parece que a los orgullosos les resulta difícil escuchar y aceptar las instrucciones de Dios. En Proverbios leemos que “antes del quebrantamiento es la soberbia” (Proverbios 16:18). El orgulloso esta mas interesado en las opiniones del hombre que en los juicios de Dios.

Permítanme contar la historia de un capitán de barco muy orgulloso. Una noche, en el mar, este capitán vio una luz que parecía ser de otro barco navegando en dirección al suyo; dio entonces instrucciones al señalero de que ordenara al otro barco cambiar su curso diez grados hacia el sur. La respuesta que recibió fue: “Cambie usted su curso hacia el norte”. El primero contestó: “Yo soy el capitán del barco. Cambie usted su curso al sur”. La contestación entonces fue: “Esta bien, y yo soy un marinero. Cambie su curso al norte”. Esto enfureció al capitán que insistió: “Cambie usted su rumbo hacia el sur. (Soy el capitán de un barco de guerra!” A lo cual vino este mensaje: “Es mejor que cambie usted su curso al norte. Yo estoy en el faro” (reimpreso con autorización, HOPE Publications, Kalamazoo, Michigan, [616] 343-0770)

Tal como el capitán del relato, si no cambiamos nuestro rumbo y nos libramos del orgullo, podríamos encallar en los arrecifes de la vida, incapaces de escuchar con valentía las instrucciones del Salvador que nos dice: “Venid a mi” (Mateo 11:28). Me agrada lo que Edgar A. Guest dijo en su poema titulado Equipo:

Dos brazos, dos manos, dos piernas, dos ojos

y un cerebro que puedes usar a tu antojo.

Con este mismo equipo todo hombre comenzó,

por tanto, ahora mismo, exclama: “Si, también yo”.

Tu mismo determinas tus incapacidades,

tu eres quien decide tus pasos, tus lugares,

y a dónde quieres ir según tu voluntad

y cuanto estudiaras buscando la verdad.

Dios te ha proveído el equipo de la vida,

mas sólo tu conoces el punto de partida.

Todo el valor del hombre sólo en el alma nace

y es su voluntad lo que hace o deshace.

Tu eres, por lo tanto, quien ha de decidir,

puesto que posees hoy para vivir

el mismo equipo que otros, y así puedes lograr

aquello que resuelvas hacer sin vacilar.

Que todos lleguemos a resolver sin vacilar, como sugiere el poeta Edgar Guest, y que podamos decir: “Yo soy valiente para escuchar y obedecer la voz del Señor”.

“Vive de manera que la gente que te conozca y no conozca a Cristo quiera conocer a Cristo porque te conoce a ti” (autor anónimo). Lo ruego en el sagrado nombre de Aquel, cuya gloriosa resurrección y sacrificio expiatorio agradecemos inmensamente en este día de la Pascua, nuestro Señor Jesucristo. Amen.