1990–1999
El Padre Y La Familia
Abril 1994


El Padre Y La Familia

“La familia esta a salvo en la Iglesia. No dudamos en cuanto al camino que debemos de seguir, pues nos fue señalado desde el comienzo de este mundo, y la guía de los cielos se recibe de nuevo, cuando es necesario.”

Una familia comienza con un joven y una Señorita atraídos mutuamente por las fuerzas irresistibles de la naturaleza. Se ofrecen el uno al otro aquello que los distingue a el como varón y a ella como mujer. Los jóvenes desean, mas que nada, encontrar a la persona con la que plenamente puedan expresar su amor. Desean tener hijos, formar una familia.

Estas apremiantes fuerzas de la naturaleza no se deben resistir; pero se deben considerar con cautela, y los poderes capaces de engendrar vida se deben proteger hasta que la pareja se haya hecho promesas mutuas, haga convenios con el Señor, y se haya efectuado y registrado, con testigos, una ceremonia legal que una a los dos.

Y es únicamente entonces, como esposos, como hombre y mujer, que pueden unirse en esa expresión de amor mediante la cual se produce la vida.

El objetivo principal de todas las enseñanzas y actividades de la Iglesia es que los padres y sus hijos sean felices en el hogar, estén sellados en un matrimonio eterno y estén unidos a sus antepasados.

El objetivo principal del adversario, que tiene “gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apocalipsis 12:12), es perturbar, desbaratar y destruir el hogar y la familia.

Como barco sin brújula, nos vamos alejando de los valores familiares que nos han servido de ancla en lo pasado. Ahora nos encontramos en una corriente tan fuerte que, a menos que cambiemos el rumbo, la civilización que existe en la actualidad ciertamente será destruida.

Los valores morales se van abandonando y las oraciones en las escuelas publicas no se permiten con el pretexto de que la enseñanza moral es asunto religioso. Al mismo tiempo, se admite en las aulas el ateísmo, la religión secular, en donde se predica a nuestros hijos un comportamiento sin ninguna restricción moral.

Los lideres mundiales, así como los jueces de los tribunales, concuerdan en que la familia debe perdurar si hemos de sobrevivir. Al mismo tiempo, utilizan las palabras libertad y elección como herramientas para destruir los baluartes del pasado, y aflojan las leyes en cuanto al matrimonio, el aborto y el genero; al hacerlo, fomentan precisamente las cosas que amenazan a la familia.

Nada de esto es nuevo. Jacob, Profeta del Libro de Mormón, dijo al pueblo de Nefi:

“… hoy me agobia el peso de un deseo y afán mucho mayor por el bien de vuestras almas, que el que hasta ahora he sentido …

“Y también me apena tener que ser tan audaz en mis palabras relativas a vosotros, delante de vuestras esposas e hijos, muchos de los cuales son de sentimientos sumamente tiernos, castos y delicados ante Dios, cosa que agrada a Dios” (Jacob 2:3, 7).

Esta crisis de la familia tampoco es algo nuevo para la Iglesia; ciertamente sabíamos lo que nos esperaba.

Nuestra preparación para esta emergencia actual es testimonio excelente de que somos guiados por profetas.

Las Escrituras se refieren a los profetas como atalayas en una torre que ven “al enemigo cuando todavía [esta] lejos” (véase D. y C. 101:45, 53-54), y que hall visto “cosas que el ojo natural no percibe” porque “el Señor ha levantado un vidente a su pueblo” (Moisés 6 36; véase también Mosíah 8:15-17).

Hace treinta y cuatro años, las Autoridades Generales nos advirtieron en cuanto a la desintegración de la familia y nos dijeron quenos preparáramos. La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles anunciaron que habría una modificación en la Iglesia.

La Primera Presidencia instituyo la Noche de Hogar para la Familia, declarando que “el hogar es la base de una vida recta y … ningún otro medio puede tomar su lugar ni cumplir sus funciones esenciales”.

Se ha proporcionado a los padres materiales excelentes para la enseñanza de sus hijos, con la promesa de que los fieles serán bendecidos.

Aunque la doctrina y la organización, tal como han sido reveladas, permanecen inalterables, todas las dependencias de la Iglesia se han reorganizado en lo que respecta a su relación entre si y con el hogar.

Esos cambios fueron de tal magnitud que todo el programa de estudios de la Iglesia se adaptó, basándose en las Escrituras, con manuales excelentes para cada curso de estudio.

Se dedicaron varios años a la preparación de las nuevas ediciones de la Biblia (en inglés), del Libro de Mormón, de Doctrina y Convenios y de la Perla de Gran Precio. Excepto por la corrección de errores de imprenta y la adición de tres revelaciones en Doctrina y Convenios, el texto permanece intacto.

La correlación de pasajes y otros elementos de estudio se agregaron a fin de facilitar el uso y el estudio de las Escrituras. En la Guía Temática en inglés, por ejemplo, bajo el encabezamiento intitulado Jesucristo, hay dieciocho páginasCa renglón seguido y en letra pequeñaC, la recopilación mas extensa de referencias de pasajes de las Escrituras sobre el Señor que se haya coleccionado en la historia del mundo.

Las nuevas ediciones de las Escrituras están ya terminadas en inglés y en español, obra que se está llevando a cabo en docenas de otros idiomas.

Podríamos imaginar lo que seria si apenas estuviéramos comenzando a responder a esta terrible y nueva definición mundana de la familia. Pero ese no es el caso. No estamos tanteando frenéticamente a nuestro alrededor, tratando de decidir lo que vamos a hacer, sino que sabemos muy bien que hacer y que enseñar.

La familia es una institución fuerte y próspera en la Iglesia; cientos de miles de familias felices hacen frente a la vida con una fe inquebrantable en el futuro.

El curso que seguimos no lo hemos diseñado nosotros. El plan de salvación, el gran plan de felicidad, nos fue revelado, y los profetas y apóstoles continúan recibiendo revelaciones a medida que la Iglesia y sus miembros las van necesitando.

Nosotros, al igual que Jacob, debemos enseñar “según los estrictos mandamientos de Dios”, “a pesar de la magnitud de la tarea”, y lo mismo que el, corremos el riesgo de “agravar las heridas de los que ya están heridos, en lugar de consolarlos y sanar sus heridas” (Jacob 2:10, 9).

Cuando hablamos claramente del divorcio, el abuso, la identidad de los sexos, la anticoncepción, el aborto, y el descuido de los padres con sus hijos, algunos consideran que carecemos de información o que no nos importa la gente. Algunos nos preguntan si tenemos idea de las muchas personas a quienes herimos cuando hablamos claramente. )Sabemos de los matrimonios que tienen problemas, de las muchas personas solteras, de las familias con uno solo de los padres, de las parejas que no pueden tener hijos, de los padres con hijos que se han descarriados o que están confundidos en cuanto a su sexo? )Es que no sabemos? )No nos importa?

Los que preguntan no tienen idea de cuanto nos importa; no tienen una idea de las noches en vela, de las interminables horas de trabajo, de la oración, del estudio, los viajes; todo por la felicidad y la redención de la humanidad.

Y precisamente porque sabemos y porque 1105 importa, debemos enseñar las reglas de felicidad sin

vaguedades, sin disculpas y sin tratar de evitarlas. Ese es nuestro llamamiento.

En una ocasión aprendí una valiosa lección de la presidenta de una Sociedad de Socorro de misión. Durante una conferencia, anunció que se seguirían las reglas de manera mas estricta. Una hermana se puso de pie y, en forma desafiante, dijo: “(Esas reglas no se aplican a nosotras! (Usted no nos comprende! (Nosotras somos la excepción!”

Aquella maravillosa presidenta de la Sociedad de Socorro respondió: “Mi querida hermana, no nos ocuparemos primeramente de la excepción; primero, estableceremos la regla y luego nos encargaremos de la excepción”. Muchas veces me he beneficiado con su sabiduría, agradecido por lo que me enseñó.

Ahora bien, siguiendo el ejemplo de Jacob, me dirijo a los hombres de la Iglesia. La mayoría son padres y esposos dignos que hacen lo que deben hacer. Pero hay mujeres en la Iglesia con el corazón destrozado, e hijos a quienes se descuida e incluso de los que se abusa.

Si deseamos ayudarlos, debemos comenzar por enseñar a los hombres. La próxima serie de conferencias de estaca y regionales tendrán como fin la enseñanza de la doctrina y los principios que hacen del hombre una persona responsable y digna.

Algunos no tuvieron un ejemplo digno para seguir, y ahora inflingen abuso o descuido en su esposa y sus hijos en la misma forma en que sus padres abusaron de ustedes y los descuidaron.

Hermanos, comprenden que la razón por la que recalcamos la enseñanza de las Escrituras es que estas nunca cambian? De ellas aprendemos el propósito de la vida, los dones del Espíritu; de ellas aprendemos en cuanto a la revelación personal o cómo discernir el bien del mal, la verdad del error. Las Escrituras proveen el modelo y la base para una doctrina correcta.

De la doctrina aprendemos los principios de conducta, cómo responder a los problemas del diario vivir, incluso a los fracasos, porque de ellos también se trata en la doctrina.

Si comprenden el gran plan de felicidad y viven de acuerdo con sus principios, lo que suceda en el mundo no determinara su felicidad. Serán probados, ya que eso es parte del plan, pero, como prometió el Señor, “tus aflicciones no serán mas que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltara” (D. y C. 121:7-8).

La responsabilidad que tienen como padres y esposos transciende cualquier otro asunto en su vida. Es inconcebible que un Santo de los Últimos Días le sea infiel a su esposa o abandone a los hijos que ha engendrado, o que los descuide o abuse de ellos.

El Señor ha “mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad” (D y C. 93 :40) .

A menos que estén físicamente incapacitados, ustedes tienen la responsabilidad de proveer el sostén temporal de su esposa e hijos; se han de dedicar e incluso sacrificar para criar a sus hijos en la luz y la verdad.

Eso requiere una perfecta fidelidad moral a su esposa, sin darle jamas razón para que ella dude de esa fidelidad.

En la tierna e íntima relación entre marido y mujer nunca debe haber un comportamiento dominante ni indigno.

Su esposa es su compañera en lo que respecta a dirigir a la familia y debe tener pleno conocimiento de todas las decisiones concernientes al hogar y total participación en ellas.

Conduzcan a su familia a la Iglesia, hacia los convenios y las ordenanzas. Estamos tratando de disminuir la duración y el numero de las reuniones y actividades de la Iglesia fuera del hogar.

No puedo expresar la profunda devoción que siento hacia mi esposa y mis hijos, sus compañeros y sus hijos. De ellos he aprendido mucho mas que ellos de mi. Ese aprendizaje ha tenido lugar en las experiencias comunes, en el gozo y el dolor de la vida cotidiana.

De un niñito aprendí en cuanto a la identidad y al valor del alma humana. Hace algunos años, dos de nuestros hijos pequeños luchaban en el suelo; habían llegado al punto en que la risa se convierte en lágrimas. Los separe con el pie suavemente y senté en el suelo al mayorcito, que apenas tenía cuatro años, y le dije: “Ya basta, par de monos, cálmense”.

El, cruzándose de brazos, me miró con una seriedad que me dejó sorprendido y, muy ofendido, protestó: “Yo no soy mono, papa, soy una persona”. Sentí un amor tan grande por el; me di cuenta de que era un hijo de Dios. (Cuanto deseaba que fuese “una persona” de valor eterno! De experiencias ordinarias como esta, he aprendido a comprender la doctrina. Ciertamente, “herencia de Jehová son los hijos” (Salmos 127:3).

La familia esta a salvo en la Iglesia. No dudamos en cuanto al camino que debemos seguir, pues nos fue señalado desde el comienzo de este mundo, y la guía de los cielos se recibe de nuevo, cuando es necesaria.

A medida que continuamos en nuestro camino, estas cosas sucederán tan ciertamente como la noche le sigue al día:

La distancia entre la Iglesia y un mundo que sigue un camino que nosotros no podemos seguir continuara haciéndose cada vez mas grande.

Algunos caerán en la apostasía, quebrantaran sus convenios y reemplazaran el plan de redención con sus propias reglas.

Por todo el mundo, las decenas de miles de personas que ahora se unen a nosotros vendrán inevitablemente como una inundación a un lugar donde la familia esta segura. Aquí adoraran al Padre en el nombre de Cristo, y por el don del Espíritu Santo sabrán que el evangelio es el gran plan de felicidad, de redención, de lo cual doy testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.