1990–1999
El Sendero De La Paz
Abril 1994


El Sendero De La Paz

“La paz forjada por el hombre es efímera. La paz a la manera de Dios es imperecedera.”

En esta hermosa mañana de la Pascua, llenan el aire las oraciones de agradecimiento por la vida y misión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, en tanto que hermosas melodías de música inspiradora confortan el corazón y en un susurro comunican al alma el prístino saludo de “Paz a vosotros”.

En un mundo en que la paz es motivo de ansiedad universal, a menudo nos preguntamos por que recorre nuestras calles la violencia, por que hay tantos casos de asesinatos y homicidios insensatos que colman las columnas periodísticas y tantas discordias y conflictos familiares que atentan contra la santidad del hogar y sofocan la tranquilidad de la gente.

Quizás nos apartamos del sendero que conduce a la paz, sólo para descubrir que es menester que hagamos una pausa para meditar y reflexionar acerca de las enseñanzas del Príncipe de la paz, y nos propongamos entonces adoptarlas en nuestros pensamientos y en nuestras acciones, y vivir conforme a una ley superior, andar por caminos mas excelentes y ser mejores discípulos de Cristo.

La devastación que el hambre provoca en Somalia, las brutalidades del odio en Bosnia y las contiendas raciales en todo el globo nos recuerdan que la paz que anhelamos no se consigue sin esfuerzo y determinación. El odio, la ira y la contención son enemigos difíciles de controlar. En su ataque asolador, estos enemigos ocasionan inevitablemente lágrimas de pesar, la aflicción que resulta del antagonismo y la destrucción de las esperanzas. Su influencia se extiende no solamente a los campos de batalla sino que también se observan a menudo en los hogares y en los corazones. Muchos olvidan demasiado pronto y recuerdan demasiado tarde el consejo del Señor, que dice: “… no habrá disputas entre vosotros … Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención, y el irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos contra otros.

“He aquí, esta no es mi doctrina, agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes bien mi doctrina es esta, que se acaben tales cosas” (3 Nefi 11:28-30). Al volver atrás el reloj del tiempo, nos viene a la mente una conferencia sobre la paz que se llevó a cabo hace unos 55 años en la ciudad bávara de Munich. Los lideres de las potencias europeas se reunieron en asamblea en momentos en que el mundo palpitaba al borde de una guerra. Su implícito propósito era concertar un rumbo que impidiera la guerra y preservará la paz. La desconfianza, la intriga y la ambición por el poder amenazaba el éxito de aquella conferencia. Y el resultado no fue la “paz en nuestros días”, sino una guerra y desolación como nunca antes habían ocurrido. Se ignoró, o al menos se hizo a un lado, la suplica impresionante de alguien que había sufrido una guerra anterior; alguien que parecía escribir en representación de millones de camaradas, tanto amigos como enemigos:

En los campos de Flanders hoy

se estremecen mil flores de color

entre cruces que marcan el dolor

de tantos que cayeron por amor

y no escuchamos su clamor,

que parece decimos: por favor,

no hagáis del pasado el mismo error.

Una vez nos. amaron, hoy ya no.

En los campos de Flanders se quedo

la esperanza de paz que se anhelo.

Tomad la antorcha de la fe y proseguid

por la senda de la paz para vivir

como hermanos todos sin sufrir

y los campos de Flanders resarcir

y la gloria eterna conseguir.

Estamos destinados a repetir los errores del pasado? Después de un breve intervalo de paz que siguió a la Primera Guerra Mundial, se produjo el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, en junio próximo se cumplirán 50 años del famoso desembarco de las fuerzas aliadas en las playas de Normandía. Decenas de miles de dignatarios y veteranos asistirán entonces a las ceremonias recordatorias del acontecimiento. Cierto escritor comentó: “Normandía tiene demasiados muertos venerables. Sus restos descansan en tumbas que se extienden desde Falaise hasta Cherburgo: 13.796 norteamericanos; 17.958 británicos; 8.658 canadienses; 650 polacos, y unos 65.000 alemanesCmas de 106.000 muertos en total si contamos solamente a militares que perdieron la vida en el transcurso de una breve temporada veraniega” (David Hewson, Deseret News, 13 de marzo de 1994, pág. T4). Podrían escribirse muchas otras historias similares para ilustrar las terribles pérdidas en otros campos de batalla de aquel conflicto.

El famoso estadista William Gladstone enunció la fórmula para la paz al declarar:

“Anhelemos la época en que el poder del amor habrá de reemplazar el amor por el poder. Apenas entonces conocerá el mundo las bendiciones de la paz”.

La paz mundial, aunque es un objetivo encomiable, sólo es el fruto de la paz individual que todos queremos obtener. Y no hablo de la paz que el hombre promueve, sino de la paz que Dios promete. Hablo de la paz en nuestros hogares, la paz en nuestro corazón, la paz en nuestra vida personal. La paz forjada por el hombre es efímera. La paz a la manera de Dios es imperecedera.

Debemos recordar que “la ira nada resuelve, nada edifica y puede destruirlo todo” (L. Douglas Wilder, Deseret News, 1 de dic. de 1991, pág. A2). Las consecuencias de todo conflicto son tan devastadoras que no podemos menos que anhelar una orientación, o sea, la manera de asegurarnos el éxito al procurar el sendero de la paz. )Cómo podemos obtener esa bendición universal? )Cuales son los requisitos preliminares? Recordemos que para obtener las bendiciones de Dios, debemos seguir Sus instrucciones. Quisiera sugerir tres ideas que podrían inspirarnos y guiar nuestros pasos:

  1. Reflexionar

  2. Relacionarse

  3. Recurrir a Dios

Primero: Reflexionar. La autoevaluación es siempre un procedimiento difícil. A menudo intentamos disimular las cosas que requieren corrección y dependemos demasiado de nuestros poderes individuales. El presidente Ezra Taft Benson nos aconseja: “El precio de la paz es la rectitud. El hombre y las naciones podrán proclamar a gritos: ‘Paz, paz’, pero no habrá paz hasta que el individuo asimile en su alma los principios de la pureza personal, la integridad y el carácter para fomentar el desarrollo de la paz. La paz no puede imponerse. Es necesario que emane de la vida y el corazón de los hombres. No hay otra manera” (“Purposeful Living”, Listen, A Journal of Better Living, enero-marzo, 1955, pág. 19).

El elder Richard L. Evans dijo: “Para encontrar la pazCla paz interior, la paz que sobrepasa el entendimientoCel hombre debe vivir honestamente, respetando a sus semejantes, cumpliendo con sus obligaciones, trabajando con voluntad, amando y atesorando a sus seres queridos, sirviendo y siendo considerado con los demás, con paciencia, con virtud, con fe y perseverancia, en la seguridad de que la vida es para que aprendamos, sirvamos, nos arrepintamos y nos mejoremos. Agradezcamos a Dios los benditos principios del arrepentimiento y el perfeccionamiento, una fórmula que esta al alcance de todos nosotros” (Richard L. Evans, en Conference Report, octubre de 1959, pág. 128).

Nos damos cuenta de que el lugar de los padres en el hogar y en la familia es de primordial importancia cuando examinamos nuestra responsabilidad personal al respecto. Hace poco, un grupo de distinguidas personas se reunieron en una conferencia para analizar las razones del incremento de la violencia, particularmente entre la juventud. Algunas de sus observaciones pueden ayudarnos a establecer nuestras prioridades: “Una sociedad que contempla la violencia como un entretenimiento no debiera sorprenderse cuando la violencia insensata, destroza los sueños aun de sus ciudadanos mas jóvenes e inteligentes.

“El desempleo y el desaliento pueden conducirnos a la desesperanza. Pero la mayoría de la gente no come tera actos desesperados si se les enseña que la dignidad, la honradez y la integridad son mas importantes que la venganza y el enojo, y si entienden que el respeto y la bondad ofrecerán al fin una mejor oportunidad para el éxito.

“Las mujeres de esa conferencia sobre la prevención de la violencia identificaron la solución, la única solución capaz de rectificar la trayectoria precipitante de la conducta destructiva y el dolor inconsciente: El retorno a los valores familiares de antaño” (Deseret News, 16 de enero de 1994).

Con demasiada frecuencia creemos equivocadamente que nuestros hijos necesitan mas cosas materiales, cuando en realidad en silencio nos imploran que compartamos mas nuestro tiempo con ellos. La acumulación de bienes o la multiplicación de nuestras posesiones contradice la enseñanza del Maestro: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde este vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21).

Noches atrás observe a un gran numero de padres e hijos que cruzaban una esquina en Salt Lake City, en camino a un centro de entretenimiento para asistir a la presentación de patinaje sobre hielo basada en “La Bella y la Bestia”, una obra de Disney. Detuve mi automóvil a un costado de la calle solamente para contemplar aquella alegre multitud. Los padres, que indudablemente se dejaron persuadir para concurrir al lugar, llevaban protectoramente de la mano a sus preciosos niños. Aquello era el amor en acción, un tácito mensaje de interés genuino, una reorganización del tiempo para satisfacer una prioridad a la manera de Dios.

En verdad, la paz reinara victoriosa cuando nos mejoremos en base al modelo que nos ha enseñado el Señor. Entonces podremos apreciar el profundo sentido espiritual de las palabras sencillas de la canción familiar: “Oh que grato todo es cuando del hogar cl amor el lema es …” (Himnos, núm. 194).

Segundo: Relacionarse. Aunque la exaltación es algo muy personal y no somos salvos en grupo sino como individuos, no podemos vivir aislados. Para ser miembros de la Iglesia se requiere que tengamos la determinación de prestar servicio a los demás. Un cargo de gran responsabilidad quizás no traiga consigo un importante reconocimiento y la recompensa podría no distinguirse, pero a fin de que el servicio sea aceptable para el Señor, es necesario que provenga de quienes tengan una mente voluntariosa, manos hacendosas y un corazón bien dispuesto.

A menudo, el desaliento puede obscurecer nuestro sendero y la frustración ser una compañera constante. La sofisteria de Satanás podría estar susurrando en nuestros oídos: “No puedes salvar tu solo al mundo; tus pequeños esfuerzos no surten efecto alguno. No tienes tiempo de estar preocupándote por los demás”. Confiando en el Señor, debemos alejarnos de tales falsedades y asegurarnos de que nuestros pies permanezcan firmes en el sendero del servicio y nuestro corazón y nuestra alma dedicados a seguir cl ejemplo del Señor. Y en momentos en que la luz de nuestra dedicación se desvanezca y nuestro corazón desfallezca, encontraremos consolación en Su promesa: “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno … Y de las cosas pequeñas proceden las grandes. He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta” (D. y C. 64:33-34)

Durante el año pasado, la organización de la Primaria llevó a cabo un programa que fue diseñado para familiarizar a los niños con los sagrados templos de Dios. A menudo, esto incluía visitas a los terrenos de templo, donde pude observar con deleite en mi corazón la algarabía de los pequeñitos, el regocijo de su irrefrenable juventud y la exhuberancia de sus energías. Al ver que una devota maestra guiaba de la mano ya a un niño, ya a una niña hacia la imponente entrada al Templo de Salt Lake y las criaturas extendía la mano para tocar sus paredes, me parecía ver al Maestro dándoles la bienvenida y acercándolos a Su lado, diciendo aquellas palabras consoladoras: “Dejad a los niños venir a mi, y no se lo impidáis; por que de los tales es el reino de Dios . (Marcos 10;14).

Tercero: Recurrir a Dios. Al hacerlo, comprobamos que es consolador y provechoso comunicarse con nuestro Padre Celestial a través de la oración, ese medio para obtener fortaleza espiritual, ese pasaporte hacia la paz. Y así recurrimos a Su amado Hijo, cl Príncipe de la Paz, el pionero que, en verdad, mostró a otros el camino a seguir. Su plan divino puede salvarnos de “las Babilonias” del pecado, la desidia el error Su ejemplo señala el camino. Al ser asediado por la tentación, la desdeñó. Cuando se le ofreció el mundo, lo rechazo. Cuando se le pidió Su vida, la dio.

En una significativa oportunidad, Jesús se refirió a un pasaje de Isaías: “El Espíritu de Jehová el Señor esta sobre mi, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel” (Isaías 61:1); una nítida declaración de paz que sobrepasa todo entendimiento.

Con frecuencia, la muerte se aparece como un intruso. Es un rival que de pronto se aparece en medio de las festividades de la vida, extinguiendo las luces y la algarabía. La muerte pone su pesada mano sobre nuestros seres queridos y, a veces, suele dejarnos confusos y extrañados. En otras ocasiones, como cuando se trata de prolongados sufrimientos y enfermedades, llega como un ángel misericordioso. Pero para los afligidos, la promesa de paz del Maestro es un bálsamo consolador que purifica: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” Juan 14:27). “… voy, pues, a preparar lugar para vosotros … para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:23).

Ruego que todos aquellos que hayan perdido a sus seres amados puedan comprender la realidad de la resurrección y sepan sin dudar que las familias pueden ser eternas. Este fue el testimonio de un soldado, Sullivan Ballou, quien durante la guerra civil de los Estados Unidos escribió una emotiva carta a su esposa, sólo una semana antes de perder la vida en una batalla. Compartan conmigo el amor de aquella alma, su confianza en Dios, su valentía, su fe. Decía así:

“14 de julio de 1861, Campamento Clark, Washington

“Mi amada Sara:

“Es muy seguro que continuaremos la marcha en pocos días, quizás aun mañana.

Por si acaso no pudiera hacerlo otra vez, siento que debo escribirte estas breves líneas que puedas leer cuando ya no este yo aquí.

“No tengo duda alguna ni falta de confianza en la causa que he abrazado y el valor no me falta ni vacila. Estoy totalmente dispuesto a renunciar al gozo de la vida para ayudar a conservar esta nación.

“Sara, mi amor por ti es eterno; me parece que es algo que me une a ti con cables que sólo la Omnipotencia podría quebrantar. Y sin embargo, mi amor por mi patria me arrasa como un fuerte viento y me empuja a pesar de todas estas cadenas hacia el campo de batalla.

“El recuerdo de los benditos momentos que viví contigo parecen acometerme y agradezco a Dios y a ti el haberlos disfrutado durante tanto tiempo. Y es duro para mi perderlos y quemar las esperanzas de años venideros cuando, si Dios lo quiere, podríamos aun vivir y amar juntos, y ver a nuestros hijos crecer hasta la hombría honorable con nosotros. Yo se que merezco muy poco de la Divina Providencia, pero algo me dice, y quizás sea la titubeante oración de nuestro pequeño Edgar, que regresaré ileso a mis seres queridos. Pero si no, mi querida Sara, nunca olvides cuanto te amo; y cuando el ultimo aliento escape de mis labios en el campo de batalla, lo haré musitando tu nombre. Perdona mis errores y los dolores que te hayan causado. Cuan insensato y necio he sido a veces. Con cuanto gozo lavaría yo con mis lágrimas cada una de las manchas de tus desdichas …

“Mas, Sara, si los muertos pudieran regresar a la tierra y no ser vistos por sus seres amados, yo estaría siempre a tu lado, en tus días alegres y en tus noches tristes … siempre, siempre, y si pudieras sentir una suave brisa en tus mejillas, será mi aliento, y el aire tibio que refrescará tus sienes será mi espíritu que pasaría a tu lado. Sara, no me lamentes muerto; piensa que me he ido para esperarte, porque estaremos nueva. mente juntos” (Dennis Lythgoe, Deseret News, 16 de octubre de 1990, pág. C3).

Tal es el mensaje de la mañana de la Pascua. (El vive! Y porque El vive, también nosotros viviremos nuevamente. Este conocimiento provee de paz a los seres amados de aquellos que yacen en las tumbas de Normandía, los sagrados campos de Flanders y muchos otros lugares, incluso en la profundidad de los mares. “Gozoso, canto con fervor: Yo se que vive mi Señor” (Himnos, N 73). En el nombre de Jesucristo. Amen.