1990–1999
El Único Fundamento Correcto Y Valido
Octubre 1994


El Único Fundamento Correcto Y Valido

“Debemos capacitarnos y acondicionarnos para oír la voz suave y apacible y nunca permitir que se nos. desvíe del rumbo fijo ni dejar de prestar atención por el hecho de que haya mucha estática en la frecuencia sagrada.”

Mis queridos hermanos, es maravilloso estar con ustedes esta noche en esta gran reunión de poseedores del sacerdocio. Agradezco en forma especial la solemne experiencia que $ tuvimos esta mañana en la que volví a aprender la forma en que el Señor dirige y guía a Su Iglesia en estos últimos días.

Hace unos cuantos días, como piloto de una aerolínea, viaje de Dallas, Texas, a mi hogar en

Señor Francfort, Alemania. No había luna y un sinfín de estrellas cubrían el cielo norte del Océano Atlántico. Al contemplar ese panorama imponente desde la cabina del avión, vino a mi mente el recuerdo de los muchos milagros que han sucedido en mi vida.

Hace cuarenta y cinco años, poco después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, a los ocho años de edad, fui bautizado en Zwickau, Sachsen, Alemania Oriental, gracias a una valiente y bondadosa Señora de cabello blanco que compartió el conocimiento del Evangelio de Jesucristo con mi abuela y con mis padres, quienes no vacilaron en aceptarlo. (Cuanto les amo por haberlo hecho!

En 1952, mi familia tuvo que partir de mi tierra natal, pensando que jamas la volverían a ver. Fuimos a Francfort, donde fui ordenado diácono y donde lideres exigentes pero bondadosos me enseñaron a apreciar el valor del trabajo y del servicio a los demás.

Al mismo tiempo, en el corazón de Alemania occidental, otra a maravillosa, que hacia poco había enviudado y que todavía no cumplía los cuarenta años de edad, estaba aterrorizada ante las dificultades que le deparaba el futuro. Tenía dos hijas y se sentía sola en un país sin esperanzas. En esa época, dos jóvenes misioneros llamaron a la puerta de su casa y le dieron el mensaje de luz, de verdad y de esperanza.

Estaré eternamente agradecido a esos dos diligentes misioneros americanos y mas aun a la hermana Carmen Reich, quien llego a ser mi suegra, por su fe, su fortaleza y predisposición para escuchar a la voz suave y apacible. Mi vida ha sido muy diferente gracias al maravilloso discernimiento de estas buenas personas.

En aquellos años, muchos santos partían de Europa para dirigirse a Sión. Pero después las Autoridades Generales nos enseñaron que Sión podía encontrarse en cualquier parte del mundo si estábamos dispuestos a establecerla.

Los santos tuvieron fe y permanecieron en su tierra natal; y Sión creció en belleza y en santidad, y se organizaron y se fortalecieron estacas. No obstante, Alemania seguía teniendo dos sistemas de gobierno totalmente diferentes, separados por un muro de concreto.

Mi compañera eterna, mi esposa Harriet, me instaba a que no perdiera las esperanzas de que algún día Alemania volvería a ser una sola nación (Estoy muy agradecido por mi esposa, por su amor, por el vínculo que nos une y por nuestros hijos!

En el año 1976, el presidente Thomas S. Monson bendijo mi país con promesas que iban mas allá de la lógica y del razonamiento político; fue una promesa profética que, para que se cumpliera, requería que se produjeran milagros contemporáneos. Y los milagros ocurrieron.

En 1989 cayó el Muro de Berlín y esta semana se cumplen los cuatro años de ese acontecimiento que permitió que Alemania volviera a estar unida. Se agrandaron las fronteras y Sión se vistió de su ropa hermosa (véase Isaías 52:1). Ahora hay dos templos en Alemania, cinco en Europa y se construirán aun mas. El Reino de Dios se esta esparciendo rápidamente hacia el este de Europa y esta llegando mas allá de los limites geográficos y políticos del pasado. Los misioneros están ahora sirviendo en lugares que la mayoría de nosotros no conoce o que no puede encontrar con facilidad en los mapas .

Estoy agradecido por los santos de Europa, por su gran testimonio, que ponen de manifiesto por medio de su conducta del diario vivir. Su fe me ha dado solaz y seguridad; su ejemplo me ha ayudado a encontrar y a conservar la vía justa en momentos de desafíos y de dudas.

A fin de conducir el enorme jet a su destino, aquella noche en que volábamos sobre el Océano Atlántico, tuvimos que tener muchísimo cuidado y ser muy precisos al crear el fundamento de navegación, anotando las coordenadas geográficas en el sistema de referencias de navegación; ese fundamento debía ser correcto y valido porque era la base de futuras decisiones.

En 1979, un avión que partió de Nueva Zelanda en base a coordenadas incorrectas se estrelló en el monte Erebus, en el Polo Sur.

El Evangelio de Jesucristo es el único fundamento correcto y valido en nuestra vida. Si lo hacemos parte de nuestro sistema, de nuestro “corazón, alma, mente y fuerza” (D. y C. 4:2), sabremos cómo escoger el bien y a quien prestar atención.

A menudo, en los vuelos de larga distancia, hay aviones que tratan de establecer contacto por medio de radios de onda corta, pero la estática interfiere y distorsiona los mensajes. Lo mismo sucede con nuestra vida. Todos quieren que se escuche su mensaje. Por eso, debemos capacitarnos y acondicionarnos para oír la voz suave y apacible y nunca permitir que se nos desvíe del rumbo fijo ni dejar de prestar atención por el hecho de que haya mucha estática en la frecuencia sagrada. Eso podemos lograrlo al aceptar y obrar de acuerdo con las normas morales y éticas que recibimos de las Escrituras y de los profetas vivientes.

Desde el profeta José Smith hasta el presidente Howard W. Hunter, hemos estado recibiendo guía sagrada de acuerdo con nuestras necesidades y con nuestra predisposición. Los mensajes que nuestros profetas, videntes y reveladores nos dan durante las conferencias generales provienen del Señor en Su propio tiempo, a Su manera y por un fin especial.

Jesucristo, el Hijo de Dios, hizo posible el milagro del perdón y de la redención. Esta es en verdad Su Iglesia, la que proclama un evangelio de gozo, de esperanza, de valor, de verdad, de amor y de milagros. Esto testifico humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amen.