1990–1999
“Recordarle Siempre”
Abril 1995


“Recordarle Siempre”

Gracias a El, seremos resucitados, y por intermedio de Su expiación podremos ser exaltados.

Hace ya varios años, fui a Brasil a cumplir una asignación. Como parte del viaje, debía ir en auto desde Sao Paulo a otra ciudad, que quedaba a dos horas de distancia, para asistir a una conferencia que presidiría un miembro del Quórum de los Doce. Confiaba en que viajaríamos juntos para recibir instrucción, pero el me sugirió que fuera en otro auto en el cual iban también unos misioneros. Me dijo: “Enséñeles durante el viaje”. Cuando subí al asiento delantero del coche, me entere de que mis “compañeros” eran dos misioneras que habían sido trasladadas a esa ciudad.

Después de conversar y conocernos un poco mejor, me di vuelta sobre el respaldo del asiento y les pregunte: “¿Hay algo de lo que les gustaría hablar?” Ambas contestaron entusiasmadas y casi al unísono: “Díganos cómo podemos ser mas humildes”.

Al igual que yo, quizás otros también hubieran tenido problemas para contestar esa pregunta. Solo recuerdo ver pasar las verdes colinas de Brasil mientras trataba de explicarles; al final, quede con la sensación de haber fracasado. Ojalá pudiera tener otra vez la oportunidad de hacerlo en este hermoso día. Desde que el presidente Hinckley me pidió que me reuniera con el, ayer por la tarde, con el fin de extenderme el llamamiento para este sagrado oficio, he aprendido algunos principios importantes relacionados con esa pregunta, y creo que hoy podría ayudar un poco mas a aquellas misioneras.

Primero, me hubiera (lado cuenta de que en el corazón, ellas ya habían aprendido la primera lección; el solo hecho de que me hubieran hecho esa pregunta ponía de manifiesto que ya habían superado la etapa de dudas personales y se habían adentrado en el terreno de la esperanza confiando en que si tan sólo eran sumisas y aprendían lo que debían hacer, serían mejores personas. Si tuviera nuevamente la oportunidad, eso es lo que les diría. Después, les daría este pequeño consejo en cuanto a lo que se debe hacer, diciéndoles sencillamente: “Recuerden siempre al Señor” (véase Moroni 4:3; 5:2; D. y C. 20:77, 79).

Trataría de ayudarles a lograrlo llevándolas con la imaginación a un huerto donde pudieran oír las palabras del Salvador del mundo:

“Padre, si quieres, pasa de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Luego, las transportaría en el tiempo hasta ese día glorioso registrado en el Libro de Mormón, cuando el Señor resucitado se apareció a los que vivían en las Américas y les dijo:

“Y he aquí, soy la luz y la vida de L mundo; y he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y h glorificado al Padre, tomando sobre mi los pecados del mundo, con I cual me he sometido a la voluntad del Padre en todas las cosas desde e principio” (3 Nefi 11: 11) .

Por la dulzura que pude percibí en la voz y en los ojos de esas misioneras, se que le recordaban entonces, y que quizás le recuerden siempre. Además, por medio del ejemplo perfecto de El, llegarían a tener u corazón quebrantado y recibirían la respuesta a su ruego: “Díganos como podemos ser mas humildes”.

Cuando llegamos a la ciudad d destino, las dejamos en la parada de autobús. Al alejarnos, me di vuelta las vi allí, de pie, solas. Ojalá en aquel día hubiera sabido lo que aprendí anoche, pues entonces mientras nos encontrábamos viajando en el auto, les hubiera leído el versículo veintitrés de la primer sección de Doctrina y Convenios que dice así:

“Para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra, y ante reyes y gobernantes”.

Y luego, comenzando en el versículo veintiséis:

“Y para que cuando buscase sabiduría, fuesen instruidos;

“y para que cuando pecasen, fueran disciplinados para que se arrepintieran;

“y para que cuando fuese humildes, fuesen fortalecidos y bendecidos desde lo alto, y recibiera conocimiento de cuando en cuando” (vers. 26-28).

Las hermanas hubiesen sabido que el Salvador se refería a ellas, después, con humildad, se hubiera dado cuenta de que habían recibido el poder de proclamar Su nombre.

En las ultimas horas he llegado . comprender otras bendiciones que recibimos al “recordarle siempre”. He pensado acerca de una familia de Albuquerque, en el estado de Nuevo México, que conocí’ hace algunos años, compuesta del padre, la madre y dos hijas adolescentes que no pertenecían a ninguna iglesia, pero que todos los días leían la Biblia y meditaban sobre la vida del Salvador y Sus palabras; por tanto, cuando los conocimos, ya habían llegado a la conclusión de que Cristo tendría que tener una iglesia, y que ellos la encontrarían. También tenían el conocimiento de que estaría fundada sobre Profetas y Apóstoles, porque era así como Cristo había dejado organizada Su Iglesia en el meridiano de los tiempos. Sabían que el Señor resucitado se había aparecido a Sus Apóstoles, de manera que cuando les testificamos que Dios, el Padre, y Su Hijo, el Salvador del mundo, se habían aparecido a un joven Profeta, José Smith, les pareció perfectamente lógico. Cuando nos oyeron testificar que Pedro, Santiago y Juan aparecieron y restauraron el sacerdocio, sabían que eso había tenido que suceder. Y el Espíritu Santo, al cual también reconocieron, les testificó que era verdad. En algún momento de la noche, o quizás de esta madrugada, me di cuenta de que ellos habían reconocido la verdad, de que esta es la Iglesia de Jesucristo, en gran parte porque siempre le habían recordado. A diario, se habían reunido para leer acerca de El y de Sus palabras, y por tanto le recordaban. Después de ser bautizados, se encontraban listos para seguir al Profeta viviente, porque sabían que el Salvador sólo habla por medio de Sus profetas para bendecir a Su pueblo …

Seré fiel en el cumplimiento del convenio de tomar sobre mi Su nombre y recordarle siempre. E iré dondequiera se me envíe para enseñar sobre El, y brindar las ordenanzas por medio de las cuales tomamos Su nombre sobre nosotros y prometemos recordarle siempre y guardar Sus mandamientos.

Y si la gente acepta esa invitación, sabrá lo que yo se: que Dios, nuestro Padre, vive. Su Hijo, Jesucristo, hizo la voluntad del Padre y expió todos nuestros pecados. Gracias a El, seremos resucitados, y por intermedio de Su expiación podremos ser exaltados. El Señor envío’ mensajeros celestiales para conferir llaves a Su profeta José Smith. En la actualidad, el Señor ha llamado a Su Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, y por intermedio de el, el Salvador noshablara a nosotros y al mundo entero.

Si los que lo escuchan toman el nombre del Salvador sobre si, lo recuerdan siempre y guardan Sus mandamientos, finalmente vendrán a El, y El los llevara de vuelta al hogar, a Su Padre, que es nuestro Padre, donde viviremos juntos eternamente formando una familia. Testifico que esto es verdad, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amen.