1990–1999
Las Responsabilidades De Los Pastores
Abril 1995


Las Responsabilidades De Los Pastores

“Les pedimos que se concentren en los principios salvadores del evangelio que son sencillos, sublimes y que alimentan el espíritu. Les rogamos que continúen firmes.

Mis queridos hermanos del sacerdocio, me hace sentir muy humilde la experiencia de percibir la maravillosa fuerza que se ha reunido aquí y en muchos edificios por todo el mundo. Esta noche, honramos el nombre del presidente Howard W. Hunter por su vida y su ministerio, y por todo lo que aprendimos de el. Dios bendiga su memoria.

Hermanos, confieso que no me siento totalmente cómodo en el llamamiento que he recibido. Suplico, con toda humildad, su fe y oraciones. Si no tuviese la absoluta convicción de que “el hombre debe ser llamado por Dios” (Articulo de Fe 5) a cualquier puesto en la Iglesia, no podría servir ni una hora en este llamamiento. Expreso mi profundo agradecimiento al presidente Gordon B. Hinckley por el honor y la confianza que me ha demostrado en llamarme como su Segundo Consejero. El cuenta con mi total lealtad y apoyo.

Tal como lo exprese en la conferencia de prensa el lunes 13 de marzo de este año, durante cuarenta años he tenido el gran privilegio de relacionarme con el presidente Gordon B. Hinckley en diversas asignaciones de la Iglesia. Conozco los deseos de SU corazón, de su alma; se en cuanto a SU fe, su dedicación, SU gran capacidad. Se de su amor por el Señor y por la obra sagrada de Dios. Siento un gran afecto personal y respeto por cl. Se también que ha sido preordenado y preparado de manera maravillosa para ser el Presidente de esta Iglesia en nuestros días.

Mi amistad con el presidente Thomas S. Monson también ha sido larga y fructífera. Hemos trabajado hombro a hombro durante muchos años en diversos cargos; su mente y su memoria son únicas; su fe, sencilla y absoluta. El presidente Monson es un hombre de gran estatura, pero lo mas grande que tiene es el corazón. Posee un enorme talento. Me siento muy honrado de trabajar con el presidente Hinckley y el presidente Monson. Tengo profundo respeto y admiración por el presidente Packer, cada uno de los miembros de los Doce, y por todas las Autoridades Generales. Y le doy la bienvenida al hermano Eyring a la hermandad del Santo Apostolado.

Esta noche quisiera dirigirme a los poseedores del Sacerdocio de Dios en SU oficio de pastores del Señor. El elder Bruce R. McConkie dijo esto:

“Cualquier persona que trabaja en la Iglesia en un cargo en el que sea responsable del bienestar espiritual o temporal de cualquiera de los hijos de Dios es un pastor de esas ovejas. El Señor hace a Sus pastores responsables de la seguridad [o sea, la salvación] de Sus ovejas” (Mormón Doctrine, Salt Lake City: Bookcraft, 1966, pág. 710).

Un poseedor del sacerdocio tiene esa gran responsabilidad, ya sea como padre, abuelo, maestro orientador, presidente del quórum de elderes, obispo, presidente de estaca, o en cualquier llamamiento de la Iglesia

Para empezar, me dirijo a los jovencitos del Sacerdocio Aarónico. Cuando yo era niño, una vez mi padre encontró un corderito perdido en el desierto. El rebaño en el que se encontraba su madre se había ido a otro lado y, de alguna manera, el corderito había quedado separado de la oveja; quizás el pastor no se había dado cuenta de que el animalito se había extraviado. Puesto que no hubiera sobrevivido en el desierto, mi padre lo recogió y lo llevo a casa. El haberlo dejado allí hubiera significado una muerte segura, ya fuera que cayera victima de los lobos o muriera de hambre, porque era tan pequeño que aun necesitaba leche. Mi padre me dio el animalito y yo me convertí en su pastor.

Durante varias semanas, calentaba leche de vaca y se la daba en un biberón para alimentarlo; muy pronto nos hicimos muy amigos. No recuerdo por que razón, pero le puse el nombre de Nigh. Empezó a crecer; mi corderito y yo jugábamos en el pasto; a veces nos acostábamos juntos en el césped y yo recostaba la cabeza en su suave y mullido costado para contemplar el cielo azul y las blancas y ondulantes nubes. No era necesario encerrarlo durante el día. ya que no trataba de escaparse. Muy pronto aprendió a comer pasto. Yo lo llamaba desde dondequiera que estuviera tan solo imitando, lo mejor que podía, el balido de una oveja.

Una noche se desato una terrible tormenta. Se me había olvidado encerrar al cordero en el granero como debí haberlo hecho, y me fui a acostar. Mi amiguito estaba atemorizado por la tormenta y yo oía sus balidos lastimeros; sabia que debía salir a ayudarlo, pero también quería quedarme seguro, calentito y seco en mi cama y no me levante como debí haberlo hecho. A la mañana siguiente, cuando salí, lo encontré muerto; un perro también lo había oído balar y lo había matado. Me agobio un gran dolor; yo no había sido un buen pastor, un mayordomo de aquello que mi padre me había confiado. Y el me dijo: “Hijo, ¿no podía confiar en que cuidaras ni siquiera a un cordero?” Las palabras de mi padre me hirieron mas que el haber perdido a mi amiguito. Aquel día hice la resolución, siendo apenas un niño, de que jamás volvería a descuidar mi mayordomía como pastor si alguna vez me encontraba de nuevo en esa situación.

Pocos años después, fui llamado como compañero menor de un maestro orientador. Había veces en que el tiempo estaba tan frío o tormentoso que deseaba quedarme en casa para estar cómodo, pero con la imaginación oía el balido de mi corderito y sabia que necesitaba ser un buen pastor e ir con mi compañero. Durante toda mi vida, siempre que tenía la tentación de descuidar mis deberes, me acudía a la memoria el recuerdo de lo triste que estuve aquella noche, hace tantos años, cuando no fui un buen pastor. No siempre he hecho todo lo que debía hacer, pero lo he intentado.

Quisiera hablar ahora unos minutos en cuanto a los deberes constitucionales de los pastores del Señor; y con eso me refiero a las responsabilidades que se mencionan en las revelaciones que el Señor mismo ha dado. No hay responsabilidad mas grande que la de ser esposo y padre, y de esta no se recibe un relevo. El Señor dijo: “Amaras a tu esposa con todo tu corazón, y te allegaras a ella y a ninguna otra” (D. y C. 42:22). Y les dice además a los padres de esta Iglesia:

“… Os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:40).

“Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor.

“Y los habitantes de Sión también observaran el día del Señor para santificarlo” (D. y C. 68:28-29).

Otra gran responsabilidad es la del maestro orientador.

“El deber del maestro es velar siempre por los miembros de la iglesia, y estar con ellos y fortalecerlos;

“y cuidar de que no haya iniquidad en la iglesia, ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni difamaciones, ni calumnias” (D. y C. 20:53-54) .

Y otro mandamiento es “ver que los miembros de la iglesia se reúnan con frecuencia, y también ver que todos cumplan con sus deberes” (D. y C. 20:55). Los maestros “deben … amonestar, exponer, exhortar, enseñar e invitar a todos a venir a Cristo” (D. y C. 20:59).

Los preside n te s de los quórumes de sacerdocio y sus consejeros son también pastores del rebaño, y tienen la responsabilidad de cuidar tiernamente a los miembros del quórum. Los obispos de la Iglesia son algunos de los atalayas de la torre. Pablo escribió a Timoteo sobre los obispos de la Iglesia:

“Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea.

“Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar;

“no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro;

“que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad.

“(pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿como cuidará de la iglesia de Dios?)” (1 Timoteo 3: l-5)

En cuanto al Sacerdocio Aarónico, el Señor ha dicho: “El obispado es la presidencia de este sacerdocio, y posee las llaves o autoridad de este” (D. y C. 107:15). Obispos, nuestros jovencitos están pasando por las tormentas de la vida; hay lobos rapaces que están listos para devorarlos. Muchos de ellos están como mi corderitos gimen suplicando ayuda. Les rogamos a los obispos que hagan todo lo posible por mantenerlos a salvo.

El presidente de estaca es también un oficial constitucional de la Iglesia, puesto que preside la estaca, de la cual el Señor ha dicho: “… sea para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla sobre toda la tierra” (D. y C. 115:6). Las estacas son “las cortinas o la fuerza de Sión” (D. y C. 101:21), y han de ser los centros espirituales de rectitud, fortaleza y protección.

Los integrantes del Obispado Presidente, cada uno de los cualeses un obispo ordenado tiene la responsabilidad de dirigir los asuntos temporales de la Iglesia de acuerdo con las asignaciones de la Primera Presidencia. En esta gran Iglesia mundial, el Obispado Presidente tiene una pesada y grande responsabilidad.

En cuanto a los Setenta, el Señor ha dicho:

“Los Setenta también son llamados para predicar el evangelio y ser testigos especiales a los gentiles y en todo el mundo, y así se distinguen de otros oficiales de la iglesia en los deberes de su llamamiento.

“Los Setenta obraran en el nombre del Señor bajo la dirección de los Doce, o sea, el sumo consejo viajante, edificando la iglesia y regulando todos los asuntos de ella en todas las naciones, primero a los gentiles y luego a los judíos” (D. y C. 107:25, 34).

Los Doce Apóstoles son “testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo, y así se distinguen de los otros oficiales de la iglesia en los deberes de su llamamiento” (D. y C. 107:23). El Señor dijo que se esta enviando “a los Doce, teniendo ellos las llaves, para abrir la puerta por medio de la proclamación del evangelio de Jesucristo” (D. y C. 107:35). Los Doce son los representantes del Señor.

La Primera Presidencia tiene la responsabilidad máxima de los asuntos del reino de Dios sobre la tierra. En cuanto a ellos, el Señor ha dicho:

“Del Sacerdocio de Melquisedec, tres Sumos Sacerdotes presidentes, escogidos por el cuerpo, nombrados y ordenados a ese oficio, y sostenidos por la confianza, fe y oraciones de la iglesia, forman un quórum de la Presidencia de la iglesia.

“Y la presidencia del consejo del sumo sacerdocio tendrá el poder de llamar a otros sumos sacerdotes, hasta doce, para que ayuden como consejeros; y de esta manera la presidencia del sumo sacerdocio y sus consejeros tendrán el poder de decidir en cuanto al testimonio, de acuerdo con las leyes de la iglesia” (D. y C. 107:22, 79).

Refiriéndose al Presidente de la Iglesia, el Señor ha dicho que el es el “presidente del sumo sacerdocio de la iglesia;

“o en otras palabras, el Sumo Sacerdote Presidente de todo el sumo sacerdocio de la iglesia” (D. y C. 107:65-66).

El ha de “presidir a toda la iglesia, y ser semejante a Moisés.

“… ser vidente, revelador, traductor y profeta, teniendo todos los dones de Dios, los cuales el confiere sobre el cabeza de la iglesia” (D. y C. 107:91-92; véase también 21:1).

El Presidente de la Iglesia dirige el uso de todas las llaves y la autoridad del sacerdocio y es la única persona que puede utilizarlas todas, aunque todos los Apóstoles ordenados poseen estas llaves, algunas de las cuales están en estado latente.

Hermanos, he sido miembro de la Primera Presidencia tan solo unos cuantos días. Es como si antes de que tuviera este llamamiento hubiera tenido una visión limitada, pero ahora se me ha permitido ver con mas claridad, aunque apenas una mínima parte de la magnitud de la responsabilidad que tiene el Presidente de la Iglesia. Me temo que soy como el aristócrata que llevaba un monóculo y de quien se dijo que “que podía ver mas de lo que podía comprender”. Los hombres que ven con mas claridad la totalidad del plan son estos gigantes del Señor, el presidente Hinckley y el presidente Monson, que han servido fielmente durante tantos años como consejeros de presidentes anteriores de la Iglesia.

Hermanos, ahora, para concluir:

En una Iglesia tan extensa y de tanto alcance como la nuestra, debe haber orden. Debemos tener, además de las Escrituras y las revelaciones modernas normas y procedimientos a fin de que la Iglesia siga adelante por el mundo de una manera ordenada. Existen ciertos elementos de burocracia que quizás ocasionen un tanto de exasperación y frustración. Les suplicamos que pasen por alto cualquier irritación o inconveniente de la administración de la Iglesia. Les pedimos que se concentren en los principios salvadores del evangelio que son sencillos, sublimes y que alimentan el espíritu. Les rogamos que continúen firmes. Les pedimos que sean fieles en sus mayordomías respectivas de pastores con la autoridad del sacerdocio de la Iglesia. Seamos fieles a nuestros llamamientos y al Santo Sacerdocio que poseemos. Unamos nuestro apoyo para sostener a los que nos presiden.

Hermanos, después de mas de sesenta años, aun puedo oír el balido atemorizado de mi corderito de la niñez, al que no cuide como debí haberlo hecho. Recuerdo también la amorosa reprimenda de mi padre: “Hijo, ¿no podía confiar en que cuidaras ni siquiera a un cordero?’~. Si no somos buenos pastores, me pregunto como nos sentiremos en las eternidades.

“… Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas mas que estos? Le respondió: Si, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos.

“Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió~.: Si, Señor; tu sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.

“Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tu lo sabes todo; tu sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17).

Que podamos hacerlo, ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amen.