1990–1999
La Búsqueda De Nuestra Identidad
Abril 1995


La Búsqueda De Nuestra Identidad

7“Sin duda alguna, el ambiente del hogar y la familia son la influencia más importante en nuestra identidad individual.”

Han tenido alguna vez la experiencia de que su madre les dijera antes de salir con otros jóvenes: “Recuerda quien eres”? Y quizás se hayan preguntado: “¿Por que las madres siempre dicen eso?” y “Al fin de cuentas, ¿quien soy yo?”

Otros se han hecho también esa pregunta tan importante:

“Moisés respondió a Dios: ¿Quien soy yo?” (Exodo 3: 11 .)

“Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quien soy yo~.” (2 Samuel 7: 18.)

Entre las innumerables y ejemplares enseñanzas del presidente Howard W. Hunter se encuentra esta: “La búsqueda de la identidad propia y la de la dignidad humana son las mas importantes de nuestra época” (en Conference Report, abril de 1967, pág. 115). Esta búsqueda de la identidad propia tiene como objeto esencialmente encontrar buenos ejemplos que influyan en nuestro modo de vida. Con muy pocas excepciones, los jóvenes no hallaran buenos ejemplos entre los deportistas ni entre los artistas ni entre los cantantes populares. Estos personajes no solo no son modelos dignos de emulación sino que muchos de ellos dan un ejemplo completamente contrario a la clase de personas que la mayoría de nosotros respeta. Acercarse a estos ídolos contemporáneos cuesta dinero y no resulta nada beneficioso. Casi siempre nos sentimos desilusionados cuando nos damos cuenta de los conceptos bajos y soeces que causan la admiración del publico; no es de asombrar que los lugares públicos de muchas ciudades y pueblos estén llenos de jóvenes que poseen ese mismo tipo de normas superficiales y vulgares en su comportamiento.

En cambio, hay muchos ejemplos buenos que están mas a nuestro alcance y que pueden ejercer una influencia mas profunda en nosotros. La mayoría de nosotros, relativamente con poco esfuerzo y a un costo mucho mas reducido, podemos dar a nuestra familia una lista extensa de buenos ejemplos. Esta lista puede hacerse realizando una sencilla investigación de la vida de nuestros antepasados. Voy a citar alguno episodios de la vida de los míos:

Hace unos años, como regalo de cumpleaños, valiéndome del sistema Family Search@, encontré todo el cuadro genealógico de mi esposa, lo que en realidad fue un grave error, pues la computadora nos hizo saber que desciende de la realeza europea; y ha sido difícil vivir con ella desde entonces. Aunque quizás ahora, al saber la historia de su familia, me resulte mas fácil tratarla como a una reina. Lo peor de todo es que también mis hijos son de sangre real, por lo que yo soy, lamentablemente, el único “plebeyo” de la familia.

Manasseh Byrd Kearl, que nació en 1870 y se crió cerca de Bear Lake, en el norte de Utah, cuenta una maravillosa historia de su vida que puede servir de lección a sus descendientes, entre los cuales me cuento yo. Voy a leer de su diario:

“Ese otoño, papa compro ganado para John Dikens, una manada de considerable tamaño. Dikens tenía una gran hacienda en Bear River … recuerdo que Jimmie andaba por el norte comprando ganado cuando le mandó decir a papa que necesitaba mas dinero. Entonces papa me mandes a llevarle el dinero. Mama cosió seiscientos dólares a mis prendas de ropa interior y papa me puso sobre el caballo, diciéndome: ‘Hijito, no te bajes de este caballo hasta que encuentres a tu hermano Jimmie, y ten la boca cerrada; si alguien te hace preguntas, no contestes ni le digas adonde vas, y no le des este dinero a nadie que no sea Jimmie, te digan lo que te digan’. Cuando llegue a DingleDell, me dijeron que Jimmie estaba en Montpelier. Así que fui a la casa de Joe Rich, un amigo de papa, y el me dijo que Jimmie ya había vuelto a casa. El hermano Rich quería que entrara a la casa y comiera algo, pero le dije que no, que papa me habla dicho que no me bajara del caballo hasta que encontrara a Jim, y seguí montado. Di la vuelta y tome el camino de regreso a casa. Cuando llegue a Bears Valley … no podía dar un paso. El Señor Potter trato de convencerme de que me detuviera a descansar, pero le dije que no podía quedarme. Cuando por fin llegue a casa, Jimmie me bajo del caballo y me llevó a la casa en brazos. Mama se puso a llorar al pensar que había cabalgado ciento treinta kilómetros sin detenerme” (Personal journal of Manasseh Byrd Kcarl, copia en posesión del autor).

Ahora leamos la elocuente prosa de Gustave Henriod:

“Usted, mi buen lector, nunca sabrá lo que pasamos: la diversión y la adversidad, el gozo y el temor, la alegría y la desilusión, la pena y la algarabía, los anhelos y las satisfacciones, la esperanza y la desesperación, el nerviosismo y la conformidad, el dolor y el placer que fueron nuestros compañeros constantes durante el año 1853, en el viaje entre Omaha y Salt Lake City. Poner el yugo a bueyes casi salvajes por la mañana; armar la tienda de campana por la noche; recoger estiércol seco de búfalo con el que hacer el fuego para cocinar; cargar y descargar cajones y ropa de cama de día y de noche; vigilar a caballo o a pie el rebaño todas las noches y juntar el ganado extraviado durante el día; hacer trincheras alrededor de las tiendas para que no se inundaran con las lluvias torrenciales; cantar los himnos de Sión; reparar las carretas … lavar la ropa, aunque nadie se había acordado de llevar una cuerda para colgarla” (en Our Pioneer Heritage, compilación de Kate B. Carter, 20 tomos, Salt Lake City: Daughters of Utah Pioneers, 1968, 11:320).

Otra de las cualidades dignas de imitarse es el sentido del humor en momentos difíciles. Hannah Cornaby, que también viajo con una caravana de inmigrantes en 1853, escribió:

“Hoy hace exactamente tres años del memorable 1° de junio en que llegaron nuestros bueyes y nos marchamos de Keokuk. Ojalá pudiera dedicar una hoja entera para describir nuestra partida. Los bueyes eran casi salvajes y ponerles el yugo fue lo mas cómico que he visto en mi vida; todos daban ordenes y nadie sabia que hacer. Si los hombres no hubieran sido miembros de la Iglesia, con seguridad hubieran dicho muchas palabrotas; pero como los bueyes no entendían inglés, los insultos no hubieran tenido efecto en ellos. A mi me resulto muy gracioso ver la cara de asombro del pobre hombre que, después de haberse pasado como una hora tratando de ponerle a un buey un extremo del yugo, sostenía la otra punta en alto intentando convencer al otro buey que se pusiera debajo, cuando de pronto el primero se le escapo y salió al trote por el campo, con la parte suelta del yugo sacudiéndose en el aire, y sin dar la mas mínima indicación de cuando se le ocurriría detenerse” (Autobiografía y Poemas, Salt Lake City: J. C. Craham & Go., 1881, pág. 32).

Por supuesto que algunos de nuestros antepasados pasaron por conflictos políticos y sociales, pero también podemos aprender lecciones de la forma en que ellos enfrentaron sus circunstancias. John Davies era leal a Gran Bretaña durante la Guerra de la Revolución estadounidense. Había desempeñado un papel clave en el establecimiento de la Iglesia de Inglaterra en Estados Unidos, la que llegó a conocerse como la Primera Sociedad Episcopal de Litchfield. A esos primeros inmigrantes se les había enseñado que después de la religión, la lealtad era la virtud cardinal; estaban convencidos de que sólo los infieles y los traidores se aventuraban a hablar de rebelarse contra la Madre Patria, y algunos hasta decían que el tratar de independizarse era una tremenda ingratitud; consideraban que el rey estaba no sólo a la cabeza del estado sino que también era su líder religioso.

John Davies cuenta las dificultades que afrontaron al construir la primera iglesia en Litchfield, Connecticut, y cómo los soldados revolucionarios casi la destruyeron. Los revolucionarios también le desbandaron el ganado y destruyeron gran parte de su propiedad, porque no querían a los que se habían mantenido leales al rey. Fíjense en lo siguiente en cuanto a John Davies:

“Después que terminó la guerra, uno de los hombres que había desbandado el ganado de su hacienda y que había saqueado su propiedad, al encontrarse despojado de todo, fue a pedirle ayuda al Sr. Davies, cl que no solo lo perdono por los pillajes cometidos sino que le dio generosamente lo que necesitaba” (en “Davies Mamar”, Henry Eugene Davies, inédito, 1895, págs. 21-22).

El primer esposo de Tamma Miner, Albera, falleció en enero de 1848, cuando el hijo mas pequeño no había cumplido dos años y el mayor tenía quince años. Edmond, el padre de Tamma, había sido asesinado por una chusma en Nauvoo, Illinois, cuando esta tenía treinta y dos años y esperaba el noveno hijo. Una de las hijas, Melissa, murió a los siete meses durante la época de persecuciones. Un hijo, Orson, murió de una fiebre a los diecisiete años y otra hija, Sylvia, murió a los dos. El 10 de junio de 1850, la hermana Miner, con los cinco varones y las dos niñas que le quedaban, emprendido el viaje a través de las planicies hacia Salt Lake City. Lo que ella escribió incluye estas hermosas palabras:

“He pasado por todas las dificultades, las persecuciones, los incendios, los pillajes y las amenazas y he estado con los santos en todas las persecuciones del condado de Huron a Kirtland, de Kirtland a Misuri, de regreso a Illinois, y después a través del desierto. Escribo esto para que mis hijos tengan una idea de lo que pasaron sus padres. Espero que ellos aprecien estas líneas porque yo me siento muy honrada de contarme entre los Santos de los Últimos Días …”

Estos son algunos de los grandes ejemplos de los que podemos aprender todos nosotros cuando averiguamos nuestra propia historia familiar. Recientemente nos reunimos con una empresaria de una de las grandes corporaciones de este país. Entre las características que la distinguen se cuenta la de ser judía. Obviamente disfruto cuando la llevamos en una gira de la Biblioteca de Historia Familiar y se percato de la dedicación de la Iglesia a la tarea de reunir y preservar registros de todas partes del mundo. Cuando nos despedíamos, ella me pregunto: “¿Por que le interesa tanto la genealogía a su Iglesia?”

“Permítame contestarle con la misma pregunta”, le dije: “¿Por que les interesa tanto a los judíos su genealogía?” A lo que ella respondió, un poco asombrada por mi interrogación: “¿Por que? Porque para nosotros es de fundamental importancia; es la forma de obtener y mantener nuestra identidad; es por medio de ella que se quien soy. La historia y la vida de nuestros antepasados son el cemento que mantiene unida a toda la comunidad judía”. Y concluyó con estas palabras:”¿De que otra manera podemos saber quienes somos?”

Le respondí: “Esa es una de las razones por las que nuestra Iglesia también tiene interés en la genealogía”.

Mis hermanos del sacerdocio, ¿como contestaríamos nosotros esta antiquísima pregunta: Quien soy?

Primero que nada, somos hijos de Dios creados a Su imagen. Somos miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Muchos de nuestros miembros se han mantenido en contacto con la Iglesia y se han identificado con ella durante mas de un siglo y medio. Sin duda alguna, el ambiente del hogar y la familia son la influencia mas importante en nuestra identidad individual. Esto se aplicaba tanto a las familias de nuestros padres como a las de nuestros abuelos y otros antepasados. No es necesario que indaguemos fuera de nuestra propia familia para encontrar grandes ejemplos de excelentes normas de vida que son mas que adecuadas en la búsqueda de nuestra propia identidad. Como nos enseñó el elder Russell M. Nelson esta tarde, somos hijos del convenio.

Hemos recibido para nuestra familia esta magnífica promesa:

“De modo que, así os dice el Señor a vosotros en quienes ha continuado el sacerdocio por el linaje de vuestros padres,

“porque sois herederos legítimos, según la carne, y habéis sido escondidos del mundo con Cristo en Dios,

“por tanto, vuestra vida y el sacerdocio han permanecido, y es necesario que permanezcan por medio de vosotros y de vuestro linaje hasta la restauración de todas las cosas que se han declarado por boca de todos los santos profetas desde el principio del mundo” (D. y C. 86:8-10) .

En el nombre de Jesucristo. Amén.