1990–1999
“…Haced Discípulos A Todas Las Naciones”
Abril 1995


“…Haced Discípulos A Todas Las Naciones”

“La cosecha es en verdad grande. Que no haya malentendido al respecto; la oportunidad misional es de ustedes, para toda la vida .”

Hermanos, es inspirador contemplarlos. Es muy grato pensar que en miles de capillas de todo el mundo hay poseedores del Sacerdocio de Dios que recibe n la transmisión de esta reunión vía satélite. Sus nacionalidades son diversas y también los idiomas que hablan, pero hay un lazo común que nos une; se nos ha confiado el poseer el sacerdocio y el actuar en el nombre de Dios. Hemos recibido ese sagrado deber, y mucho se espera de nosotros.

Con tristeza, hemos dicho adiós a ese grande y extraordinario hombre y Profeta de Dios, el presidente Howard W. Hunter. Hoy hemos sostenido al presidente Gordon B. Hinckley como Presidente de la Iglesia y el Profeta, Vidente y Revelador de Dios. Se que el presidente Hinckley ha sido llamado por nuestro Padre Celestial para ser Su Profeta y que nos guiara por los senderos que nuestro Salvador ha señalado. La obra seguirá adelante y la gente será bendecida. Es un honor y un gran privilegio servir con el presidente Gordon R. Hinckley y con el presidente James E. Faust en la Primera Presidencia de la Iglesia.

Hace mucho tiempo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo dio un mandamiento divino al decir a sus amados once discípulos:

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20).

Marcos dice que “… ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor” (Marcos 16:20).

Ese sagrado mandato no ha sido abrogado; mas bien, se ha puesto de relieve. El profeta José Smith expuso la finalidad de la Iglesia al decir: “Es llevar a hombres y mujeres al conocimiento de la verdad eterna de que Jesús es el Cristo, el Redentor y el Salvador del mundo, y de que solo creyendo en El, y por la fe que se manifiesta en las obras buenas, podrán los hombres y las naciones tener paz”.

¿Necesita el mundo en el que vivimos las enseñanzas del Evangelio de Jesucristo? Casi en cualquier sitio al que dirijamos la mirada hay erosión, no sólo del ambiente, sino lo que es aun mas grave, erosión de la espiritualidad y de la obediencia a los mandamientos eternos. Se ve un evidente desinterés por las valiosas almas de los seres humanos.

Es casi como si muchas personas le hubiesen vuelto la espalda a El, al Señor, que dijo solemnemente: “… el valor de las almas es grande a la vista de Dios” (D. y C. 18:10). Las dulces palabras: “Ven, sígueme” (Lucas 18:22) llegan a muchos que tienen los oídos y el corazón cerrados y que parecen estar sintonizados en otra voz~.

¿Recuerdan el cuento aquel de un músico, que solíamos oír de niños, titulado “El flautista de Hamelin”? El flautista entro en Hamelin y ofreció, por cierta suma de dinero, librar al pueblo de las ratas que se habían convertido en una plaga. Una vez hecho el trato, comenzó a tocar la flauta y multitudes de ratas comenzaron a salir de los edificios y a seguirle hasta el río, donde se ahogaron. Cuando las autoridades del pueblo se negaron a pagarle por sus servicios, el volvió a tocar la flauta y esa vez sacó a los niños de la seguridad de sus hogares y de sus familiares y se los llevo adonde nunca mas volvieron a verlos.

¿Hay hoy en día flautistas como aquel, que tocan una fascinante música para conducir a su propia destrucción a los que la escuchan y los siguen? Esos “flautistas” tocan sones de orgullo y placer, de egoísmo y codicia, y, como resultado, dejan a las personas con la mente confusa, el corazón atormentado, la vida vacía y los sueños destruidos.

El gran anhelo de innumerables seres humanos se encuentra expresado en la suplica de aquel que le dijo a Felipe de antaño “¿Y cómo podré [entender], si alguno no me enseñare?” (Hechos 8:31.)

Hermanos del sacerdocio, el mundo tiene necesidad de su ayuda. Hay pies que estabilizar, manos que aferrar, mentes que animar, corazones que inspirar y almas que salvar.

La cosecha es en verdad grande. Que no haya malentendido al respecto; la oportunidad misional es de ustedes, para toda la vida. Las bendiciones de la eternidad les aguardan. Tienen el privilegio de no ser espectadores sino participantes en el escenario del servicio del sacerdocio.

Y a los poseedores del Sacerdocio Aarónico les digo: Prepárense para ir a la misión. Llegaran a formar parte de ese valiente ejército de misioneros del Señor que ahora suman cincuenta mil. ¿Como podrían responder mejor a ese llamamiento? Quisiera proponerles una fórmula que les asegurara el éxito como misioneros:

  1. Prepararse con una finalidad.

  2. Enseñar con testimonio.

  3. Trabajar con amor.

Primero, prepararse con una finalidad. Recordemos lo que dijo el Maestro: “He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta” (D. y C. 64:34). La obra misional es difícil. Agota las energías, excede nuestra capacidad, exige nuestro mejor esfuerzo, y con frecuencia, un segundo esfuerzo. Ningún otro trabajo demanda horas mas largas, mayor dedicación ni mas sacrificio y oración ferviente.

El presidente John Taylor resumió los requisitos al decir:

“Los hombres que deseamos como portadores del mensaje de este evangelio son los que tengan fe en Dios y en su religión, que honren su sacerdocio; hombres en quienes la gente que los conozca tenga fe y en quienes Dios tenga confianza … Deseamos hombres llenos del Espíritu Santo y del poder de Dios … Los que lleven las palabras de vida entre las naciones deben ser hombres de honor, de integridad, de virtud y de pureza; y puesto que ese es el mandato de Dios a nosotros, debemos procurar cumplirlo” (en Journal of Discourses, 21:375).

Segundo, enseñar con testimonio. A Pedro y a Juan, los pescadores que llegaron a ser Apóstoles, les advirtieron que no predicaran de Cristo crucificado. La respuesta de ellos fue categórica:

“… Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios;

“porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19-20).

Pablo, el Apóstol, aquel excelente testigo de la verdad, nos hablaba a todos nosotros-a los miembros y a los misioneros por igual-al aconsejar a su amado amigo Timoteo:

“Ninguno tenga en poco tu juventud, sino se ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:1 2) .

El elder Delbert Stapley, que fue miembro del Consejo de los Doce hace varios años, cito de la epístola de Pablo a los romanos: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación …” (Romanos 1:16). Y a continuación agrego: “Si no nos avergonzamos del Evangelio de Cristo, no debemos avergonzarnos de vivirlo. Y si no nos avergonzamos de vivirlo, no debemos avergonzarnos de darlo a conocer”.

Tercero, trabajar con amor. Nada substituye al amor. Muchas veces ese amor lo enciende en el niño la madre, lo ensancha el padre y lo mantiene vibrante el servicio a Dios. Recordemos el consejo del Señor: “… y fe, esperanza, caridad y amor, con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, lo califican para la obra” (D. y C. 4:5). Haríamos bien en preguntarnos: ¿Han aumentado hoy en mi la fe, la esperanza, la caridad, el amor? Si cumplimos con las normas de Dios y trabajamos con amor para traer almas a El, los que se encuentren al alcance de nuestra influencia nunca se lamentaran, diciendo: “Paso la siega, termino el verano, y nosotros no hemos sido salvos” (Jeremías 8:20).

Los misioneros jóvenes siempre tienen una idea en cuanto al lugar donde les encantaría cumplir una misión. Por lo general, es un lugar lejano con un nombre extraño.

Un día. me encontraba en la sección de ropa para hombres de una gran tienda cuando vi a dos misioneros con sus respectivas madres. No es difícil reconocerlos. Los dos elderes conversaban, y uno le dijo al otro: “¿Y adónde vas a la misión?” El interrogado le contestó: “ Voy a Austria” .

El primero entonces le dijo: “¡Que suerte tienes de ir a Austria! Los bellos Alpes austriacos, la espléndida música, la gente encantadora. ¡Ojalá yo fuera allá!”

“¿Y adonde vas tu?”, le pregunto a su vez el que iba a Austria. “A California”, fue la respuesta. Como sabes, queda a menos de dos horas en avión. Vamos allí todos los años de vacaciones”.

Por la expresión del rostro de las madres y observando que uno de los misioneros estaba al borde de las lágrimas, comprendí que yo debía intervenir.

“¿Dijo usted California?”, le pregunte . “ i Que interesante ! Una vez supervise esa área. Su llamamiento ha sido inspirado. ¿Se da cuenta de lo que tendrá en California y que le servirá de ayuda? Habrá capillas y centros de estaca por todas partes, y estarán llenos de Santos de los Últimos Días que recibirán inspiración para ayudarle en la obra proselitista. Es usted muy afortunado al ir allá”.

Mire a la madre del otro joven, que me dijo: “Hermano Monson, diga algo de Austria, ¡rápido!” Y así lo hice.

Jóvenes, a dondequiera que sean llamados será el lugar indicado para ustedes, y aprenderán a amar la misión.

Hermanos, todos podemos participar, lo mismo que nuestras esposas e hijos, en la labor de traer almas a Cristo por medio de la colaboración con los misioneros de estaca y los misioneros regulares. Una forma muy eficaz y satisfactoria de hacerlo es realizar una recepción abierta al publico en general en los edificios de la Iglesia. Los obispos de barrios y los presidentes de estaca han recibido una presentación en video dirigida por el elder Jeffrey R. Holland. Es un medio excelente que se puede utilizar en una recepción misional al

publico. Válganse de el. Al realizarla, el numero de miembros de la Iglesia aumentara y el Espíritu del Señor estará entre nosotros.

Prepararse con una finalidad. Enseñar con testimonio. Trabajar con amor. Testifico de la verdad de esta fórmula y, en realidad, de esta divina obra del Señor.

Hace muchos años, subí a un avión en San Francisco en un vuelo a Los Ángeles. Cuando me senté, el asiento contiguo al mío estaba vacío; pero no tardó en ocuparlo una encantadora joven. Al elevarse el avión, advertí que ella leía un libro. Como suele uno hacerlo, eche una mirada al titulo: Una Obra Maravillosa y un Prodigio. Hice acopio de valor y le dije: “Disculpe, ¿es usted Mormona?” A lo que ella me contestó: “No, no lo soy. ¿Por que me lo pregunta?”

“Es que esta leyendo un libro que escribió un eminente líder de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, le explique.

Ella me dijo entonces: “¿De veras? Un amigo me dio este libro; pero no se mucho de que se trata. No obstante, me ha despertado la curiosidad.” Me pregunté en silencio: ¿Debo actuar con arrojo y decirle mas de la Iglesia? Las palabras del apóstol Pedro acudieron a mi mente:

“… Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15).

Resolví entonces que era el momento en que debía expresarle mi testimonio. Le conté que había tenido el privilegio, años atrás, de ayudar al elder Richards a imprimir ese libro. Le mencione el gran espíritu misional del autor y le conté de los muchos miles de personas que habían abrazado la verdad después de leer lo que el había escrito. Después tuve la oportunidad, durante el resto del vuelo, de contestar a las preguntas que ella me hizo sobre la Iglesia, preguntas inteligentes que le salían del alma, la cual, percibí, buscaba la verdad. Le pregunte si me permitiría enviarle los misioneros y si le gustaría asistir a uno de los barrios de la Iglesia en San Francisco, donde ella vivía. Me contesto afirmativamente a todo. Me dio su nombre: Yvonne Ramírez, y me dijo que era azafata de avión y que se dirigía a cumplir con una asignación de su trabajo.

Al volver a casa, les escribí al presidente de la misión y al presidente de estaca correspondientes, haciéndoles presente la conversación que había tenido con la joven y diciéndoles que le había escrito y enviado adjunto material de lectura. Cabe mencionar, jóvenes, que les recomendé que en lugar de enviarles dos elderes a tan bella azafata y a su también bonita compañera de habitación, les mandaran en su lugar a dos misioneras.

Pasaron varios meses. Un día. recibí una llamada telefónica del presidente de estaca que me preguntaba: “Hermano Monson, ¿se acuerda de su compañera de viaje, una azafata de avión, que se sentó junto a usted en un vuelo de San Francisco a Los Ángeles, a principios de otoño?” Le respondí afirmativamente. Prosiguió: “He pensado que le gustaría saber que Ivonne Ramírez acaba de ser bautizada y confirmada miembro de la Iglesia, y que desea hablar con usted”.

0í entonces la dulce voz al otro lado de la línea: “Hermano Monson, gracias por haberme dado su testimonio. Me siento la persona mas feliz del mundo”.

Al llenárseme los ojos de lágrimas y ensancharse mi alma de gratitud a Dios, le di las gracias y la felicite por haber buscado la verdad y por haberla hallado, así como por su decisión de entrar en las aguas que limpian y purifican, y proporcionan la entrada a la vida eterna.

Me quede en silencio después de haber colgado el teléfono. Estas palabras de nuestro Salvador acudieron a mi mente

“Y quienes os reciban, allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros” (D. y C. 84:88).

Esa promesa es para todos nosotros al aprovechar las oportunidades misionales que se nos presenten y al seguir los consejos y obedecer los mandamientos de Jesús de Nazaret, nuestro Salvador y nuestro Rey. El vive, doy testimonio de ello. En el nombre de Jesucristo. Amén.