1990–1999
“Vigías En La Torre”
Abril 1995


“Vigías En La Torre”

“Algunas de los experiencias mas significativas que he tenido como poseedor del sacerdocio los viví como maestro orientador.”

El 8 de junio de 1978 es, sin duda, un día inolvidable: Ese día. el sacerdocio y las bendiciones del templo se pusieron al alcance de todos los hombres dignos, miembros de la Iglesia. Sí, un día sumamente memorable, ya que afecto la vida de incontables multitudes, de millones de personas que tenían el pleno conocimiento de su significado, y de muchos otros que quizás aun ahora no hayan logrado comprender toda la extensión de sus consecuencias.

En esa fecha, la Primera Presidencia anunció a todo el mundo una revelación nueva y especial del Señor, la que había sido precedida por muchas oraciones y súplicas para obtener dirección divina.

¡Cuán grandes cambios ocasionó esa revelación en la vida de tantos hijos de nuestro Padre Celestial! Entre ellos, mi humilde familia en la ciudad de Río de Janeiro, Brasil.

Parecía increíble; fue un acontecimiento inesperado que jamas sonaron aquellos a quienes el Padre, en Su perfecta sabiduría, preservó hasta el día en que estuvieran mejor preparados para responder a los serios requisitos de esta mayordomía verdaderamente honorable que es el sacerdocio.

A pesar del relativo conocimiento que había adquirido durante seis años de ser miembro de la Iglesia, mi primer llamamiento como poseedor del sacerdocio no fue el de servir de Autoridad General, ni de presidente de misión, ni obispo, ni el de ser miembro de dos presidencias de estaca; no fue para servir como secretario ejecutivo de la estaca y del barrio, sino que mi primera asignación y llamamiento fue el de servir como maestro orientador. Este llamamiento precedió a todos los demás, y es interesante y significativo pensar en el.

Desde entonces, he considerado ese llamamiento como uno de los mas importantes y maravillosos. Siempre he sido relevado de los llamamientos anteriores, pero esta primera mayordomía ha permanecido inalterable.

“No hay llamamiento mas sublime en la Iglesia que el de maestro orientador. No hay servicio mas noble que se pueda efectuar por los hijos de nuestro Padre Celestial que el que presta un maestro orientador humilde, dedicado y abnegado” (Presidente Ezra Taft Benson, Liahona, julio de 1987, pág. 49).

Después de Su resurrección, y antes de ascender al cielo, Jesús le pregunto a Simón Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas mas que estos? Le respondió: Si, Señor; tu sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos” (Juan 21:15). El Maestro repitió la pregunta dos veces mas y Pedro la contesto de igual manera, y el Señor volvió a decirle; “Apacienta mis ovejas” (véase Juan 21:16-17).

Esta es la obra o la mayordomía del maestro orientador: alimentar, nutrir y saciar la sed de las ovejas que se le han asignado como pastor.

Nada ha tenido mayor prioridad e importancia en mi vida eclesiástica, con excepción de la vida de mis hijos, que el cumplimiento dedicado, fiel y devoto de esta mayordomía.

Es importante notar la forma en que el Señor prepara nuestro espíritu y mente, sin que nos demos cuenta, para que obtengamos este alto nivel de conocimiento.

Cuando apenas habíamos empezado en la Iglesia como investigadores, la segunda semana recibimos una llamada telefónica del presidente le la rama, el hermano Antonio Landelino Barros, para preguntarnos si seria posible que nos visitara la noche siguiente.

A la hora asignada, llegó el presidente Barros acompañado de dos hombres, todos bien vestidos. Antes de que la familia se reuniera en la sala, el presidente Barros pidió permiso para ofrecer una oración; sus palabras fueron sencillas, pero con una súplica inspirada al Señor, pidiendo la guía de Su espíritu y bendiciones especiales para nuestra familia, para que entendiéramos el objetivo de esa visita y que fuera un beneficio para nosotros en el futuro.

En forma breve, el presidente Barros nos dio una charla sobre el programa de orientación familiar y presento a sus compañeros, el hermano Nelson Bezerra dos Santos y el hermano Alfredo Orlando Torres Lima, como nuestros maestros orientadores y, desde entonces, nuestro primero y mas directo contacto con la Iglesia.

¡Qué experiencia tan grande! ¡qué gran oportunidad y privilegio de servir! Esos hermanos se preocuparon por el bienestar de la familia durante todo el tiempo en que vivimos dentro de los limites de esa rama.

El presidente Marion G. Romney enseñó que los maestros orientadores “… llevan sobre si la pesada y gloriosa responsabilidad de representar al Señor Jesucristo en el acto de velar por el bienestar de todos los miembros de la Iglesia” (Liahona, octubre de 1973, pág. 11).

Todos los domingos, esos hermanos recibían a nuestra familia cuando llegábamos a la capilla; se sentaban con nosotros durante las reuniones; nos enseñaban los himnos; nos enseñaban sobre las normas del reino; nos llamaron para avisarnos sobre el fallecimiento del presidente Joseph Fielding Smith y, mas tarde, sobre el llamamiento del nuevo Profeta, el presidente Harold B. Lee.

Estaban interesados en el bienestar y el progreso de nuestra familia, y en nuestras necesidades. Después del bautismo, que pospusimos por dos meses, y aun después de habernos mudado al barrio Tijuca, estos dedicados maestros orientadores y el presidente Barros se turnaron durante los tres meses siguientes aproximadamente, para hacer llamadas telefónicas regulares con el objeto de saber si nuestra familia se estaba ajustando bien al nuevo barrio, si todo lo demás estaba bien, si necesitábamos ayuda, etc.

A pesar de nuestro cambio de residencia, los maestros orientadores no se sintieron totalmente relevados de sus deberes de cuidar y atender a nuestra familia.

Aun cuando se aseguraron de que tuviéramos nuevos pastores, continuaron como nuestros hermanos en Cristo.

¡Que actitud tan maravillosa! Ya no tenían la asignación, sino que mas bien lo hacían por interés cristiano. ¡Que lazos tan extraordinarios se establecieron! Ya han pasado casi veintitrés años; muchas otras parejas de la orientación familiar han sucedido a aquellos primeros hermanos. Los nombres, con pocas excepciones, los recordamos vagamente, pero los nombres y la imagen de aquellos primeros servidores estarán para siempre en nuestra memoria, ya que desempeñaron su deber de verdaderos pastores.

“El llamamiento mas digno en la vida … es aquel en el que el hombre pueda servir mejor a sus semejantes” (Presidente David 0. MacKay, The Instructor, marzo de 1961, págs. 73, 74)

Esos hermanos fueron en realidad protectores, guardas y fuentes de fortaleza. Es digno de mencionar también que siempre cumplieron su mayordomía con un semblante feliz que reflejaba un espíritu lleno de gozo.

Demostraban que para ellos servir era un honor y un privilegio. Parecían entender por igual las tareas del adulto y del pequeño, tal como lo enseñó el apóstol Pedro:

“Apacentad la grey de Dios que esta entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto” (1 Pedro 5:2).

El ejemplo de esos dedicados hermanos sirvió de base para la conducta futura de un nuevo poseedor del sacerdocio. Al pensar en esas experiencias, y siendo actualmente maestro orientador, puedo guiarme por un ejemplo muy similar al que nos puso Jesucristo.

Desde ese entonces me he dedicado con toda mi mente, con mis mejores esfuerzos, a cuidar a las familias que se me han asignado, y algunas de las experiencias mas significativas que he tenido como poseedor del sacerdocio las viví como maestro orientador.

Durante el seminario para Representantes Regionales que se llevo a cabo en abril de 1969, el presidente Harold B. Lee enseñó que “los visitantes del sacerdocio deben ser vigías en la torre”.

El Señor desea juntar “a su pueblo como la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas” (D. y C. 29:2), y los maestros orientadores, y por consiguiente las maestras visitantes, tienen un papel muy importante en el cumplimiento de los deseos del Señor.

Como enseño el presidente Ezra Taft Benson:

“[La orientación familiar] es un programa tan importante que, si se sigue fielmente, ayudara a renovar a la Iglesia espiritualmente y a exaltar a los miembros individualmente y en familia” (véase Liahona, julio de 1987, pág. 48).

Ruego que los poseedores del sacerdocio desarrollemos una comprensión mas perfecta de esta sagrada mayordomía.

Dios vive, así como también Su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. El Señor habla hoy día por medio de Su Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, a quien amamos y seguimos.

Este es mi testimonio, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amen.