1990–1999
Mantengámonos Firmes; Guardemos La Fe
Octubre 1995


Mantengámonos Firmes; Guardemos La Fe.

“Esta es Su obra. Nunca lo olvidemos. Aceptémosla con entusiasmo y amor.”

Mis hermanos y hermanas, deseo agradecerles el sostén que, con la mano y el corazón, nos brindan, y también sus expresiones de confianza y de amor. Lo que he visto y escuchado al haber viajado para visitar a los miembros de muchos lugares durante estos últimos seis meses ha fortalecido mi fe en esta gran obra.

Tengo un gran deseo de estar con ustedes, los Santos de los Últimos Días de todo el mundo, de contemplar su rostro, de estrechar sus manos y, en forma mas personal, expresarles mis sentimientos acerca de esta obra santa; de sentir su espíritu y amor por el Señor y por Su causa sublime. Quisiera poder agradecerles en persona la bondad que de tantas maneras siempre nos han demostrado. Yo se que sólo mediante el servicio que prestemos mereceremos su respeto, confianza y amor. Un solo deseo tengo: que mientras el Señor me de fuerzas, pueda servirle con fidelidad y eficacia por medio del servicio que presto a Sus hijos, que son ustedes, mis hermanos y hermanas. Dedico para ello mis fuerzas, mi tiempo y toda posible habilidad que posea.

Amo mucho a esta Iglesia; amo al profeta José Smith, a quien Dios, nuestro Padre Eterno, y nuestro Señor resucitado le hablaron tan personalmente como yo les hablo hoy a ustedes. Siento un inmenso amor por todos los que aceptaron su testimonio en aquellos primeros años tan difíciles; la vida que llevó esa gente constituye, en gran manera, la historia de los primeros días de esta obra. Es maravilloso tener antecedentes tan extraordinarios. Ellos dieron vida a esta gran causa mundial que conocemos como La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Agradezco al Señor que, desde niño, haya plantado en mi corazón este amor que tengo por el profeta José Smith, por el Libro de Mormón y por aquellos hombres y mujeres nobles que tanto sufrieron para establecer los cimientos sobre los cuales edificar esta causa y reino. Amo cl sacerdocio que tenemos, esta autoridad que se ha dado a los hombres para hablar en el nombre de Dios. Estoy agradecido por su poder y autoridad, que se extienden aun mas allá del velo de la muerte. Amo a los santos, dondequiera que anden con fe y fidelidad; doy gracias por la fortaleza de sus testimonios y por su probidad. Amo a los misioneros que se encuentran prestando servicio por todo el mundo, dando testimonio de la restauración del evangelio. Ruego por cada uno de ellos para que sean protegidos y guiados hacia aquellos que hayan de aceptar su mensaje.

Amo a los jóvenes de esta Iglesia, muchísimos de los cuales están llenos de entusiasmo, buscan la verdad, oran y tratan de hacer lo justo. Guardo un enorme respeto y amor por las hermanas de la Sociedad de Socorro; por las hermanitas de la organización de las Mujeres Jóvenes; por los niños de la Primaria, que son tan hermosos, vivan donde vivan y sea cual sea el color de su piel o sus condiciones de vida.

Estoy muy agradecido por nuestros obispos y quienes sirven con ellos; por nuestros presidentes de estaca y sus consiervos; por las nuevas Autoridades de Area y por mis hermanos de l as Autoridades Generales. Abrigo un verdadero sentido de optimismo con respecto a esta obra; he vivido bastante para haber presenciado el milagro de su progreso; he tenido el privilegio de ayudar a consolidar su establecimiento en casi todo el mundo; su progreso continua en todas partes y tiene una gran influencia para el bien en un número cada vez mayor de personas.

Nuestros expertos en estadísticas me dicen que si la tendencia actual perdura, en febrero de 1996, es decir, dentro de pocos meses, habrá mas miembros de la Iglesia en el resto del mundo que en los Estados Unidos.

El llegar a ese punto es algo maravillosamente significativo porque representa los resultados de nuestra noble labor en beneficio al prójimo. El Dios de los cielos, cuyos siervos somos, nunca tuvo como meta que esta fuera una obra de alcance limitado. Juan el Revelador vio “volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6). Ese ángel ya ha venido; se llama Moroni. Su voz ha hablado desde el polvo para traernos otro testamento de la existencia real del Señor Jesucristo.

No hemos llevado aun el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo, pero hemos progresado a grandes pasos en esta labor. Hemos ido adonde se nos ha permitido entrar. Dios esta al timón, y por medio de Su poder las puertas se abrirán conforme a Su voluntad. De eso estoy seguro.

No puedo entender a aquellos que carecen de visión y consideran esta obra como algo limitado y de miras estrechas, y no alcanzan a comprender que tiene que llegar a todas partes. Pero tan indudable como lo es la existencia de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo, nuestro Redentor Divino, también lo es el hecho de que esta obra ha sido diseñada para cubrir el mundo entero.

Siempre me ha intrigado la historia de Caleb y Josué y de los otros espías de Israel. Moisés dirigió a los hijos de Israel por el desierto; en el segundo año de su peregrinaje, escogió a un representante de cada una de las doce tribus y los envió a la tierra de Canaán para que recogieran datos en cuanto a sus recursos naturales y su gente. Caleb representaba a la tribu de Judá y Josué, a la de Efraín. Los doce se internaron en la tierra de Canaán y encontraron que era muy productiva; cuarenta días mas tarde regresaron llevando algunas de “las primeras uvas” como evidencia de su fertilidad (Numeros 13:20).

Caleb y Josué se presentaron ante Moisés y Aarón, y ante toda la congregación de los hijos de Israel y, refiriéndose a la tierra de Canaán, dijeron que allí “ciertamente [fluía] leche y miel; y este es el fruto de ella” (Numeros 13:27).

Pero los otros diez espías cayeron victima de sus propias dudas y temores y presentaron un informe negativo en cuanto al numero y la estatura de los cananeos, diciendo que ese pueblo era “mas fuerte que nosotros” (Numeros 13:31), y que ellos eran, a su parecer, como langostas en comparación con los “gigantes” que decían haber visto en ese país. Fueron, pues, victimas de sus propios temores.

Caleb y Josué hablaron al pueblo, diciendo:

“… La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena.

“Si Jehová se agradaré de nosotros, el nos llevara a esta tierra, y nos la entregara; tierra que fluye leche y miel.

“Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; SU amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros esta Jehová; no los temáis” (Numeros 14:7-9).

Sin embargo, el pueblo se inclinó mas a aceptar el informe de los diez que dudaban que el de Caleb y Josué.

Fue entonces que el Señor declaró que los hijos de Israel debían deambular por el desierto durante cuarenta años, hasta que pereciera la generación de incrédulos, de los que dudaban y tenían temor. Las Escrituras nos dicen que “aquellos varones que habían hablado mal de la tierra, murieron de plaga delante de Jehová.

“Pero Josué … y Caleb … quedaron con vida, de entre aquellos hombres que habían ido a reconocer la tierra” (Numeros 14:37-38).

Fueron ellos los únicos que sobrevivieron después de las cuatro décadas de peregrinación y que tuvieron el privilegio de entrar en la tierra prometida, la tierra de la que habían presentado un buen informe.

Vemos a nuestro derredor a algunos que son indiferentes en cuanto al futuro de esta obra, que son apáticos, que hablan de limitaciones, que expresan temores, que se dedican a buscar y a escribir sobre lo que consideran debilidades pero que en realidad son de poca importancia. Dudando del pasado, carecen de visión en cuanto al futuro.

Bien se ha dicho en tiempos antiguos: “Sin profecía el pueblo se desenfrena” (Proverbios 29:18). No hay lugar en esta obra para aquellos que sólo piensan con pesimismo y desesperanza. El evangelio significa “buenas nuevas”. Es un mensaje triunfal y su causa debe aceptarse con entusiasmo.

El Señor nunca dijo que no tendríamos problemas. Nuestro pueblo ha padecido aflicciones de toda índole a manos de quienes se han opuesto a esta obra; pero aun en sus pesares, ha manifestado su fe. Esta obra ha progresado constantemente, y desde sus comienzos nunca ha retrocedido. Pienso en la persecución y las calumnias de que fue objeto el jovencito José Smith por parte de quienes eran mayores que el. Pero su dolor por las heridas de la persecución fue mitigado por la declaración de Moroni, quien le dijo que Dios tenía para el una obra “y que entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría [su] nombre para bien y para mal, o sea, que se iba a hablar bien y mal de [el] entre todo pueblo” Jose Smith Historia 1:33).

El y su hermano Hyrum fueron asesinados el 27 de junio de 1844.

Sus enemigos pensaron que eso daría fin a la causa por la cual José y Hyrum Smith habían sacrificado su vida; ni siquiera se imaginaban que la sangre de estos mártires habría de nutrir las tiernas raíces de la Iglesia.

Días pasados estuve en los viejos muelles de Liverpool, Inglaterra. Ese día. un viernes por la mañana, no se notaba mucha actividad, pero años atrás ese mismo lugar fue como una verdadera colmena. En el siglo pasado, decenas de miles de miembros de la Iglesia recorrieron las calles empedradas que ese día visitamos; habiéndose convertido a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, de allí partieron personas de las Islas Británicas y de otras naciones europeas. Llegaron con un testimonio en los labios y gran fe en el corazón. ¿Fue acaso difícil para ellos dejar sus hogares y viajar hacia un mundo desconocido? ¡Por supuesto que lo fue! Pero lo hicieron con optimismo y entusiasmo. Se embarcaron en naves a vela, sabiendo que el cruce del océano seria, en el mejor de los casos, arriesgado; en seguida se dieron cuenta de que en la mayor parte del viaje tendrían que sufrir condiciones pésimas. Semana tras semana debieron permanecer hacinados en pequeños camarotes; padecieron tormentas y enfermedades; muchos perdieron la vida y fueron sepultados en alta mar. La travesía era ardua y desconsoladora; y claro que surgieron dudas, pero su fe probó ser mas fuerte que esas dudas. Su optimismo eclipsaba sus temores; su sueno era llegar a Sión y allá se dirigían para realizarlo.

Con un enorme espíritu optimista basado en la sólida roca de la fe, construyeron este Tabernáculo en el que hoy estamos reunidos. Trabajaron cuarenta años para edificar el templo que se halla a pocos pasos de aquí. Pero a través de todas sus dificultades brillaba la resplandeciente visión del progreso de esta obra.

Apenas puedo imaginar la magnitud de la fe con que Brigham Young guió a millares de personas por el desierto. El nunca había visto esta tierra, excepto en una visión; su hazaña requirió una proeza que esta mas allá de nuestra comprensión. Para el, venir aquí era parte esencial del gran designio para el progreso y destino de esta causa. Quienes lo siguieron iban detrás de un grandioso sueno.

Y así fue en la ultima parte del siglo pasado. Parecía que el mundo entero se nos oponía; pero los que ejercieron su fe podían ver el sol que brillaba detrás de las nubes obscuras y sabían que si se mantenían firmes, la tormenta se disiparía.

En la actualidad andamos a la luz de la buena voluntad. Existe en algunos una tendencia a volverse indiferentes; hay quienes, atraídos por las cosas del mundo, se olvidan de la causa del Señor; veo a otros que consideran que esta bien rebajar sus normas, tal vez pensando que son cosas de poca importancia; pero al hacerlo, pierden el entusiasmo por la obra. Por ejemplo, piensan que guardar santo el día del Señor no es muy importante y dejan de asistir a las reuniones; se vuelcan a la critica y empiezan a hablar mal de otros. En breve, estarán completamente alejados de la Iglesia.

El profeta José Smith dijo en una ocasión: “Donde reina la duda, la fe pierde su poder” (Lectures on Faith, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1985, pág. 46)

Invito a todos los que se hayan alejado a que regresen al fuerte y solido fundamento de la Iglesia. Esta es la obra del Todopoderoso. Si hemos de lograr algún progreso individual, todo depende de nosotros mismos. Pero la Iglesia nunca dejara de progresar. Recuerdo una antigua canción que escuche cantar con vigor a un grupo de varones, que dice: “Para empezar, denme diez hombres valientes, y pronto tendré yo otros diez mil’’ (Oscar Hammerstein, Stouthearted Men).

Cuando el Señor se llevó a Su lado a Moisés, le dijo entonces a Josué:

“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” Josué 1:9).

Esta es Su obra; nunca lo olvidemos. Aceptémosla con entusiasmo y amor. No temamos, porque Jesus es nuestro líder, nuestra fortaleza y nuestro Rey.

Vivimos en una era de pesimismo, pero la nuestra es una misión de fe. A mis hermanos de todas partes, les exhorto a que afiancen su fe y hagan progresar esta obra en todo el mundo. Ustedes podrán fortalecerla mediante la forma en que vivan; hagan del evangelio su espada y su escudo. Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad en esta, la causa principal de la tierra; su doctrina tuvo origen en la revelación divina; su sacerdocio ha sido conferido de los cielos. Otro testamento ha sido agregado a su testimonio de Jesucristo, y es literalmente la pequeña piedra del sueno de Daniel que fue “cortada del monte, no con mano …, [para] rodar, hasta que llene toda la tierra” (D. y C. 65:2).

“Hermanos, ¿no hemos de seguir adelante en una causa tan grande? Avanzad, en vez de retroceder. ¡Valor, hermanos; e id adelante, adelante a la victoria!” (D. y C. 128:22). Así lo escribió el profeta José Smith en un salmo de fe.

¡Cuan glorioso es el pasado de esta causa maravillosa! Esta lleno de heroísmo, valentía, audacia y fe. ¡Cuan maravilloso es el presente, a medida que avanzamos para bendecir la vida de nuestros semejantes en cualquier lugar donde escuchen y obedezcan el mensaje de los siervos del Señor! Y cuan maravilloso será el futuro, a medida que el Todopoderoso haga avanzar Su obra gloriosa y bendiga a todo aquel que acepte y viva Su Evangelio, extendiéndose aun para bendecir eternamente a Sus hijos de todas las generaciones por medio de la obra abnegada de aquellos cuyo corazón este repleto de amor por el Redentor de la humanidad.

En la época llamada la Gran Depresión, había un cartel colgado de un viejo alambrado, en el que el granjero había escrito lo siguiente:

Quemado por las sequías

y anegado por las inundaciones;

devorado por los conejos;

decomisado por el juez.

¡Todavía estoy aquí!

Y así es con nosotros. Hay quienes han atentado contra nosotros, oponiéndose, criticándonos y pronosticando nuestro fracaso. Han intentado de todas formas dañar y destruir esta Iglesia. Pero todavía estamos aquí, mas fuertes y decididos a seguir avanzando. Para mi, esto es motivo de regocijo; es maravilloso. Pienso como Ammón, cuando dijo:

“Ahora bien, ¿no tenemos razón para regocijarnos? Si, os digo que desde el principio del mundo no ha habido hombres que tuviesen tan grande razón para regocijarse como nosotros la tenemos; si, y mi gozo se desborda, hasta el grado de gloriarme en mi Dios; porque el tiene todo poder, toda sabiduría y todo entendimiento; …” (Alma 26:35).

Invito a cada uno de ustedes, los miembros de esta Iglesia, doquiera que estén, que se levante con un canto en el corazón y avance, viviendo el evangelio, amando al Señor y edificando Su reino. Juntos, nos mantendremos firmes y guardaremos la fe, pues el Todopoderoso es nuestra fortaleza. En el nombre de Jesucristo. Amén.