1990–1999
Un Puñado De Harina Y Un Poco De Aceite
Abril 1996


Un Puñado De Harina Y Un Poco De Aceite

“Se que cada uno de nosotros puede hacer algo … Si no tenemos dinero, podemos dedicar tiempo … y cuando se nos termine el tiempo podemos ofrecer amor.”

A estos hermanos que acabamos de sostener por primera vez, y a sus respectivas esposas, les damos la bienvenida al circulo de amistad de las Autoridades Generales.

Debido a la gran iniquidad del rey Acab, el Señor sello los cielos por medio del profeta Elías, para que no cayera lluvia ni rocío en toda la tierra de Israel. La sequía consiguiente, y el hambre que esta sequía provoco, afectaron también al mismo Elías y a muchas otras personas fieles.

Los cuervos llevaban pan y carne a Elías para que se alimentara, pero, a menos que los cuervos puedan acarrear mucho mas de lo que yo me imagino, lo que le proveían no seria precisamente un festín.

Y a los pocos días se seco el arroyo de Querit, en los alrededores del cual se escondía Elías y cuyas aguas usaba para beber. Esa situación se prolongó tres años.

Mientras el Profeta se preparaba para su confrontación final con Acab, Dios le mandó dirigirse al poblado de Sarepta donde, le dijo, había indicado a una mujer viuda que le diera sustento.

En el estado lamentable en que se encontraba, Elías entró a la ciudad y encontró a su benefactora, quien indudablemente estaba tan débil y enflaquecida como el. Quizás casi con un tono de disculpa, el viajero sediento le pidió: “Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba”. Mientras la mujer iba a llevarle lo pedido, Elías agrego una solicitud aun mas difícil: “Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano”.

La penosa situación de Elías era obvia; mas aun, la viuda había sido preparada par el Señor para aquella petición. Pero con la debilidad y el desaliento que ella misma sufría, el último ruego del Profeta fue mas de lo que la fiel mujer podía soportar. En medio de su hambre, su cansancio y su angustia maternal, respondió al extraño:

“Vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños [y esto nos da una idea de lo pequeño que seria su fogón] para entrar y prepararlo pata mi y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir”.

Pero Elías estaba cumpliendo el rnandato del Señor. El futuro de Israel -incluso el futuro de la misma viuda y su hijo-estaba en juego. Su deber profético lo hizo aun mas arrojado de lo que normalmente hubiera querido ser.

“Elías le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mi primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo.

“Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseara, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra”.

A continuación viene esta modesta expresión de fe; una fe tan grande, dada la situación, como cualquier otra que mencionen las Escrituras. El registro dice simplemente: “Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías”. Quizás insegura acerca de lo que habría de costarle su fe, no sólo a ella misma sino también a su hijo, llevo primero su pequeño pan a Elías confiando, obviamente, que si no quedaba suficiente pan, por lo menos ella y su hijo morirían en un acto de caridad pura. La historia continúa, por supuesto, hasta llegar a un final feliz para la viuda y para su hijo (1).

Esta mujer es similar a otra viuda a la que Cristo tanto admiró, aquella que echó sus dos blancas, o sea un cuadrante, y con eso dio mas, según dijo Jesús, que todos los que habían dado en aquel día (2).

Lamentablemente, los nombres de ninguna de las dos mujeres se han registrado en las Escrituras, pero si llego a tener el privilegio de encontrarlas en las eternidades, me gustaría postrarme a sus pies y decirles “Gracias”’, gracias por la belleza de su vida, por sus ejemplos maravillosos, por el espíritu de Dios que en su interior les inspiraba tal “amor nacido de [un] corazón limpio” (3).

De hecho, quisiera hacer algo mas inmediato en honor de ellas esta tarde. Deseo hablar en nombre de la viuda, del huérfano, del desposeído y oprimido, del hambriento, del desamparado y del que tiene frío; deseo hablar por aquellos a quienes el Señor siempre amo, y a quienes menciono en una forma particularmente apremiante (4): me gustaría hablar acerca de los pobres.

Hay una ocasión especialmente vergonzosa en el Libro de Mormón, cuando un grupo de zoramitas envanecidos y poco cristianos, luego de subir al Rameúmptom y declarar su situación privilegiada ante Dios, de inmediato expulsaron a los pobres de sus sinagogas, que aquellos mismos pobres habían construido con sus propias manos; los expulsaron, dice la revelación, simplemente a causa de su pobreza.

En una penetrante cita de las Escrituras que describe vívidamente las reales tribulaciones y el verdadero dolor de los despojados, dice el Libro de Mormón “..eran pobres en cuanto a las cosas del mundo, y también eran pobres de corazón”. De hecho “eran pobres de corazón a causa de su pobreza en cuanto a las cosas del mundo” (5).

En directa oposición a la arrogancia y al exclusivismo que los zoramitas habían demostrado a esa gente, Amulek pronuncia un sermón conmovedor acerca de la expiación de Jesucristo. Al mismo tiempo que enseñó que el don de Cristo será “infinito y eterno”, una ofrenda para cada hombre, mujer y niño a quienes toque vivir en este mundo, dio también testimonio de la misericordia que entraña ese don; describió todas las maneras y todos los sitios en que la gente debería orar a Dios pidiendo esa misericordia expiatoria, “por vuestro bienestar, así como por el bienestar de los que os rodean” (6).

Pero el discurso magistral acerca de la Expiación no ha terminado. De manera concluyente, Amulek dice lo siguiente de estas fervientes plegarias:

“… no penséis que esto es todo; porque si después de haber hecho estas cosas, volvéis la espalda al indigente y al desnudo, y no visitáis al enfermo y afligido, y si no dais de vuestros bienes, si los tenéis, a los necesitados, os digo que si no hacéis ninguna de estas cosas, he aquí, vuestra oración es en vano y no os vale nada, y sois como los hipócritas que niegan la fe” (7).

Y si ese era el mensaje para los que tenían tan poco, ¿que debe representar para nosotros?

Amulek empleo aquí, por supuesto, la misma lógica divina que había utilizado el Rey Benjamín cincuenta años antes. Luego de enseñar al pueblo de Zarahemla acerca de la caída de Adán y de la Expiación por medio de Jesucristo, Benjamín vio que los de su congregación habían caído a tierra, al contemplarse en un estado de gran necesidad, “Y se habían visto a si mismos … aun menos que el polvo de la tierra”. (No es difícil ver la diferencia de esta actitud con la de los zoramitas que subían al Rameúmptom.)

“Y todos a una voz clamaron, diciendo: ¡Oh, ten misericordia, y aplica la sangre expiatoria de Cristo para que recibamos el perdón de nuestros pecados, y sean purificados nuestros corazones!” (8).

Al ver a su pueblo humilde y dispuesto a aprender, y con la misericordiaCla mas bella de las palabras en los labios de cualquier personaCel rey Benjamín les habla acerca de la Expiación y la remisión de los pecados

“… si Dios, que os ha creado, de quien dependéis por vuestras vidas y por todo lo que tenéis y sois, os concede cuanta cosa justa le pedís con fe … ¡oh, como debéis entonces impartiros el uno al otro de vuestros bienes! … socorreréis a los que necesiten vuestro socorro; impartiréis de vuestros bienes al necesitado; …¿no somos todos mendigos? ¿No dependemos todos del mismo ser. si, de Dios, por todos los bienes que tenemos?”

“… a fin de retener la remisión de vuestros pecados,” finaliza el rey Benjamín, “… quisiera que de vuestros bienes dieseis al pobre, cada cual según lo que tuviere, tal como alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, y ministrar para su alivio, tanto espiritual como temporalmente, según sus necesidades” (9).

Puede que todavía no seamos la Sión que nuestros profetas anunciaron, y hacia la cual nos encaminan todos los poetas y sacerdotes de Israel, pero anhelamos serlo y continuamos esforzándonos por lograrlo. No se si se podrá llegar a establecer plenamente una sociedad de este tipo antes de que venga el Salvador, pero si se que cuando El vino a Ios nefitas, Sus enseñanzas majestuosas y Su Espíritu ennoblecedor llevaron a un época de inmensa felicidad, una época en la cual “no había contenciones ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros. Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres, y participantes del don celestial” (10). Esta situación bendita fue alcanzada, supongo, únicamente en otra ocasión, cuando en la ciudad de Enoc “eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos” (11)

El profeta José Smith tenía una perspectiva grandiosa de nuestras posibilidades, perspectiva que recibió por medio de las revelaciones de Dios. El sabia que el verdadero objetivo era poder parecernos mas a Cristo. cuidar en la forma en que el Salvador lo hizo, amar de la manera en que El amo, “buscando cada cual el bienestar de su prójimo”, dicen las Escrituras, “y haciendo todas las cosas con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios” (12).

Esto fue lo que enseñó Jacob en el Libro de Mormón:

“… después de haber obtenido una esperanza en (Cristo obtendréis riquezas, si las buscáis; y las buscaréis con el fin de hacer bien; para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, libertar al cautivo y suministrar auxilio al enfermo y al afligido” (13).

Rindo tributo a todos ustedes, los que hacen tanto, los que se preocupan y se esfuerzan “con el fin de hacer bien”. Hay muchos que son sumamente generosos y están luchando por lograr lo que necesita su familia, y aun se las arreglan para tener algo que compartir. Tal como advirtió el rey Benjamín a su pueblo, no debemos correr mas aprisa de lo que nuestras fuerzas nos permitan, y todas las cosas deben hacerse en orden (14). Yo les amo, y su Padre Celestial les ama por todas las cosas que están tratando de hacer.

Además, se que un discurso de una conferencia general no va a cambiar los siglos de injusticia social que han asolado a la humanidad, pero se también que el Evangelio de Jesucristo tiene las respuestas a cada uno de los problemas sociales, políticos y económicos que existen en este mundo; se que cada uno de nosotros puede hacer algo, por pequeño que ese algo nos parezca; podemos pagar un diezmo honesto y dar nuestra ofrenda de ayuno y otras contribuciones de acuerdo con nuestras circunstancias; podemos buscar otras maneras de prestar ayuda. Si no tenemos dinero, podemos dar de nuestro tiempo a las causas justas y a la gente necesitada; y cuando se nos termine el tiempo, podemos ofrecer amor. Podemos compartir el pan que tenemos y confiar en que Dios hará que el aceite de la vasija no disminuya.

“Y así, en sus prosperas circunstancias no les atendían a ninguno que estuviese desnudo, o que estuviese hambriento, o sediento, o enfermo, o que no hubiese sido nutrido; y no ponían el corazón en las riquezas; por consiguiente, eran generosos con todos, ora ancianos, ora jóvenes, esclavos o libres, varones o mujeres, pertenecieran o no a la Iglesia, sin hacer distinción de personas, si estaban necesitadas” (15).

(Cuanto se asemeja este pasaje del primer capítulo de Alma a ese milagro que fue Nauvoo! Dijo el profeta José Smith en aquella época bendita;

“En cuanto a la cantidad que debe dar una persona … no tenemos instrucciones especiales … Debe alimentar al hambriento, vestir al desnudo, proveer para la viuda, enjugar la lágrima del huérfano, reconfortar al afligido, sea en esta iglesia, o en cualquier otra, o con gente que no sea de ninguna iglesia, dondequiera que los encuentre” (16).

Recordemos lo que nos enseña el Libro de Mormón. Es difícil de por sí ser pobre en bienes materiales, pero el dolor mas grande proviene del corazón apesadumbrado, de la esperanza marchita, de los sueños destrozados, de la angustia de los padres y de la desilusión de los hijos, cosas estas que casi siempre acompañan a la privación.

Comencé mi discurso con una historia sobre harina que escaseaba; permítanme concluir con otra similar. En medio de las terribles hostilidades de Misuri, que arrojaron al Profeta a la cárcel de Liberty y echaron de sus hogares a muchos miles de Santos de los Últimos Días, la hermana Drusilla Hendricks y su esposo James, inválido y herido por los enemigos de la Iglesia en la batalla de Crooked River, llegaron con sus hijos a un pequeño cobertizo que había en Quincy, estado de Illinois, para tratar de sobrevivir la primavera de aquel fatídico año.

Al cabo de dos semanas, la familia Hendricks estaba al borde de la inanición, y lo único que les quedaba era una cucharada de azúcar y una cazuela con harina de maíz. Con esto, la hermana Hendricks, siguiendo la costumbre de otras mujeres de la Iglesia, preparó unas gachas para el esposo y para los niños, haciendo así el mejor uso que pudo de los ingredientes. Cuando sus famélicos seres queridos consumieron la pequeña ofrenda, ella lavó los utensilios, limpio lo mejor posible el pequeño cobertizo y se sentó a esperar la muerte.

No mucho después, el sonido de un carro la hizo ponerse de pie; era su vecino Rubin Allred, que dijo que había tenido el sentimiento de que ellos no tenían que comer, así que en camino a la ciudad había hecho moler una bolsa de harina de maíz para ellos.

Muy poco después llego otro hermano, Alexander Williams, con dos bolsas de harina en los hombros. Le dijo a la hermana Hendricks que estaba muy ocupado pero que el Espíritu Ie había indicado: “la familia del hermano Hendricks esta sufriendo”~0 así que dejó todo lo que estaba haciendo, y llegó corriendo”(17).

Ruego que Dios, quien nos ha bendecido a todos nosotros tan misericordiosamente, y a muchos de nosotros en forma tan abundante, pueda darnos una bendición mas: imploro que nos bendiga para poder escuchar el llanto, a menudo silencioso, de los tristes y de los afligidos, de los desvalidos, de los desposeídos y de los pobres. Que nos bendiga también para que atendamos las impresiones del Espíritu que nos indique cuando un vecino en algún sitio “este sufriendo”, para entonces dejar todo lo que estemos haciendo, y acudir corriendo en su ayuda. Lo ruego en el nombre del capitán de los pobres, el Señor Jesucristo. Amen.

  1. Véase 1 Reyes 17 14.

  2. Véase Marcos 12:4144.

  3. 1 Timoteo 1;5.

  4. Véase D. Y C.58:11.

  5. Véase Alma 32:3–4; cursiva agregada.

  6. Véase Alma 34:17–27.

  7. Alma 34:28.

  8. Mosiah 4:2.

  9. Mosiah 4:21, 10, 19, 26.

  10. 4 Nefi 1;23.

  11. Moisés 7:18.

  12. D. y C. 82:19.

  13. Jacob 2

  14. Véase Mosíah 4 27.

  15. Alma 1:30.

  16. Times and Seasons 15 de marzo de 1842, pág. 732.

  17. Drusilla Doris Hendricks, “Historical Sketch of james Hendricks and Drusilla Doris Hendricks,” Departamento Histórico, División Archivos, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, texto escrito a maquina, págs. 14-15.