1990–1999
“Acuérdate … De Lo Que Has Recibido Y Oído”
Abril 1996


“Acuérdate … De Lo Que Has Recibido Y Oído”

“Quizás las semillas que plantemos no den fruto en muchos años, pero podemos consolarnos con la esperanza de que algún día los niños a los que enseñemos recuerden … las cosas del Espíritu.”

Mis estimados hermanos y hermanas, recuerdo que cuando era niña solía viajar con mi familia a través del desierto del estado de Nevada, en los Estados Unidos, para asistir a la conferencia general en este tabernáculo. Los automóviles no tenían aire acondicionado, de manera que viajábamos por la noche después de colocar enfrente del radiador una bolsa de lona llena de agua para que el motor no se recalentara. Recuerdo que formábamos fila afuera de este edificio y cantábamos los himnos de Sión en la obscuridad de la mañana, mientras esperábamos que abrieran las puertas. Recuerdo que siempre rogaba que no me tocara sentarme detrás de uno de esos enormes pilares, o peor aun, detrás de una señora que llevara un sombrero grande. Aunque apenas alcanzaba a ver, recuerdo lo que sentía cuando todos se ponían de pie en el momento en que el Profeta entraba; esa reverencia llena de emoción es el mismo sentimiento espiritual que vuelvo a experimentar cada vez que entro en este edificio o escucho a nuestros lideres hablar durante la conferencia general. Recuerdo lo que he recibido y lo que he oído; recuerdo lo que se y lo que he sentido.

Cada uno de nosotros tiene recuerdos de sentimientos espirituales; algunos recordamos los de nuestra niñez; algunos quizás tengamos recuerdos de lo que sentimos cuando primeramente conocimos la verdadera Iglesia del Señor. Casi todos tenemos sentimientos espirituales relacionados con el amor de la madre, del padre y de los hermanos. Tal vez recordemos los sentimientos de amor y de sentirnos apreciados al haber servido en el reino con otros de nuestros hermanos. Quizás recordemos el habernos sentido espiritualmente renovados una tarde después de asistir a la Iglesia, de estudiar juntos el evangelio y de escuchar testimonios. Quizás recordemos los sentimientos de devoción que hayan sido parte de oraciones fervientes, el consuelo del Espíritu Santo en épocas de tribulación o tristeza; quizás recordemos el dolor y el gozo del verdadero arrepentimiento, de sentirnos perdonados y purificados. Tal vez recordemos los profundos sentimientos de gratitud por el expiatorio don de amor del Salvador por cada uno de nosotros.

El recordar nuestros sentimientos espirituales nos acerca a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo, Jesucristo; nos da una idea de nuestra verdadera identidad; nos recuerda lo que los profetas recientemente proclamaron al mundo entero, de que “… cada uno es un amado hijo o hija espiritual de padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos” (“La Familia, una proclamación para el mundo”, Liahona, junio de 1996, pág. 10). El acordarse de sentimientos espirituales pasados nos recuerda quienes somos en realidad.

No es de extrañar que una y otra vez en las Escrituras se nos exhorte, se nos aconseje y se nos mande: “recordad, recordad!” Esta repetida invitación recalca la importante relación que existe entre el recuerdo de sentimientos espirituales pasados y nuestra fidelidad presente. Mediante Juan el Apóstol, el Señor dio el siguiente mensaje: “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído …” (Apocalipsis 3:3).

Satanás desea que seamos lentos para recordar lo que hemos recibido y oído; el quiere que no le demos importancia y que incluso olvidemos el apacible testimonio del Espíritu que nos ha hecho saber quienes somos en realidad. Parte de las malas intenciones de Satanás es dar a nuestros hijos ideas erróneas de quienes son, inculcarles mentiras para que las recuerden.

El director de una escuela de enseñanza primaria me comentó que aun nuestros niños pequeños ven y oyen la degradación de las cosas sagradas. En los programas de la televisión, los videos y la música popular, quedan expuestos a las cosas malas que van privándolos de la sensibilidad, lo cual hace que el pecado les parezca algo normal y aceptable.

Al igual que a todos nosotros, a nuestros niños se les alienta, en forma sutil y constante, a que crean

que la vida no tiene ningún propósito sagrado y que el ser egoístas es algo natural y bueno. Bajo tales influencias, los niños pueden crecer sin comprender que tienen un Padre Celestial que los ama, que su cuerpo es un templo sagrado y que la obediencia produce sentimientos buenos y felices.

Podemos contrarrestar esas influencias en nuestra familia si seguimos el consejo de nuestros profetas y, con un espíritu de amor, estudiamos juntos las Escrituras, oramos, y con regularidad llevamos a cabo las noches de hogar, en las que podemos contarnos experiencias y expresarnos mutuamente nuestro testimonio.

Con el fin de ayudar a nuestros hijos y a la juventud, nuestros lideres han preparado el folleto titulado La fortaleza de la juventud ( 1990) y “Mis normas del evangelio”, que se halla en la ultima parte del folleto Mis días de logros (1995). Cuando hablamos de estas cosas con nuestra familia, cuando expresamos nuestros sentimientos y aprendemos juntos en el hogar, edificamos en cada uno, joven o viejo, una rica reserva de conocimiento doctrinal y de sentimientos espirituales que acudirán a su mente una y otra vez.

Enós, del Libro de Mormón, registró en cuanto a sus recuerdos:

“… salí a cazar bestias en los bosques; y las palabras que frecuentemente había oído a mi padre hablar, en cuanto a la vida eterna y el gozo de los santos, penetraron mi corazón profundamente” (Enós 1:3).

A Enós se le habla dado una reserva de doctrina y sentimientos a la cual podía acudir. Con agradecimiento, dijo de su padre: “… me instruyó… en disciplina y amonestación del Señor, y bendito sea el nombre de mi Dios por ello” (Enós 1:1).

Un prominente experto que se dedica a ayudar a los jóvenes que tienen problemas dijo que los que se rehabilitan mas rápida y completamente, después de haberse desviado, son aquellos que tienen un cimiento de normas y espiritualidad a las cuales pueden volver; se sienten fortalecidos a causa de sus recuerdos espirituales, y para ellos el arrepentimiento es como un regreso al hogar.

Los niños vienen a este mundo puros, ansiosos y dispuestos a aprender. Nosotros tenemos el gran privilegio y la solemne responsabilidad de enseñarles con cariño las verdades bellas y sencillas del evangelio, proporcionarles oportunidades para que sientan el Espíritu y ayudarlos a determinar y reconocer sus propios sentimientos espirituales. Nuestro Padre Celestial le dijo a Adán: “Por tanto, te doy el mandamiento de enseñar estas cosas sin reserva a tus hijos …” (Moisés 6:58).

Nuestra familia se ha esforzado por estudiar las Escrituras por las mañanas, pero muchas veces nos frustrábamos cuando uno de nuestros hijos se quejaba y teníamos que insistir en que saliera de la cama; cuando por fin iba para estar con el resto de la familia, muchas veces recostaba la cabeza sobre la mesa. Años después, mientras estaba en la misión, nos escribió una carta en la que nos decía: “Gracias por enseñarme las Escrituras. Quiero que sepan que todas aquellas veces en que me hacia el dormido, en realidad estaba escuchando con los ojos cerrados”.

Padres y maestros, los esfuerzos que hagamos por ayudar a nuestros hijos a establecer una rica herencia de recuerdos espirituales nunca estarán de mas. Quizás las semillas que plantemos no den fruto en muchos años, pero podemos consolarnos con la esperanza de que algún día los niños a los que enseñemos recuerden la manera en que han “recibido y oído” las cosas del Espíritu; recordaran lo que saben y lo que han sentido; recordaran su identidad como hijos de nuestro Padre Celestial, quien los envió aquí con un propósito divino.

Todas las semanas, por todo el mundo, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se reúnen y recuerdan quienes son. En muchos idiomas, los niños de la Primaria cantan “Soy un hijo de Dios”; las mujeres jóvenes repiten por doquier: “Soy hija de un Padre Celestial que me ama”; los jovencitos recuerdan cuando desempeñan sus deberes como dignos poseedores del Sacerdocio Aarónico. Y cuando participamos de la Santa Cena, todos recordamos al testificar que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo y hacemos el convenio de recordarle siempre.

Recuerdo que un día. cuando uno de nuestros hijos salía para la escuela con su amigo, me despedí de el y le dije: “Acuérdate de quien eres”. Mientras se alejaban, escuche al amigo que le preguntaba: “Por que tu mama siempre te dice eso? quiere decir?” Mi hijo le respondió rápidamente: “Quiere decir que me porte bien”. Y estaba en lo cierto: recordamos quienes somos al hacer lo bueno, y hacemos lo bueno cuando recordamos quienes somos.

Debemos recordar guardar los mandamientos del Señor en todas las cosas (véase 1 Nefi 15:25), escudriñar diligentemente las Escrituras (véase Mosiah 1:7), tener en cuenta las palabras que nos han enseñado nuestros padres (véase Alma 57:21); debemos recordar el consejo de los profetas y Apóstoles (véase Judas 1: 17), lo horrendo de la transgresión (véase 2 Nefi 9:39), el hecho de que el Señor es misericordioso con todos aquellos que creen en Su nombre (véase Alma 32:22) y que El vino a redimirnos (véase Hélaman 5:9).

Me uno a los niños de todo el mundo, para dar mi testimonio con este himno de la Primaria y recordar lo que he “recibido y oído”, lo que se y lo que siento.

Yo soy de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Yo se ‘quien soy; se’ el plan de Dios.

Le seguiré con fe.

Creo en Jesucristo el Salvador.

Su nombre honraré.

Lo bueno haré, iré tras Su luz,

Su verdad proclamaré.

En el nombre de Jesucristo. Amén.