1990–1999
El Sacramento De La Cena Del Señor
Abril 1996


El Sacramento De La Cena Del Señor

“Por medio de la Santa Cena, declaramos repetidamente, por lo general todas las semanas, nuestra fidelidad al plan de salvación con sus obligaciones y bendiciones.”

Durante 1995 hubo muchos actos conmemorativos del quincuagésimo aniversario de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Para los que somos veteranos de tan terrible conflicto, esos actos han sido ocasiones de profunda reflexión. Es interesante ver cómo los recuerdos nos acompañan a través de los años, mucho después de haber ocurrido los acontecimientos históricos. Por ejemplo, mientras miraba un documental reciente acerca de la guerra, de repente pude ver con la imaginación un viejo baúl verde de campana. Permítanme explicarles la razón por la que ese baúl me dejó un recuerdo tan perdurable:

Al entrar en el campo misional, tuve la bendición de que me asignaran a un compañero mayor muy especial; tuvimos el privilegio de trabajar juntos durante casi un año antes de que se produjera un traslado. Como se había desencadenado la Segunda Guerra Mundial, sabíamos que al finalizar la misión nos llegaría muy pronto el llamado a las filas. Convinimos en que al volver a casa ambos nos inscribiríamos en la Marina, con la esperanza de que alguna vez nuestros caminos se cruzaran mientras servíamos en las fuerzas armadas. Para nuestra gran sorpresa, el primer domingo de servicio como infantes de marina nos encontramos en la reunión dominical de la Iglesia. (Los dos nos habíamos presentado como voluntarios para la Infantería de Marina!

Luego de terminar el entrenamiento básico, ambos fuimos asignados a la Segunda División de Infantería de Marina, y tuvimos la bendición de que nuestro compañerismo se prolongara tres años mas. Luego de concluir la batalla en la isla donde nuestra compañía estaba asignada, pudimos conseguir una tienda para realizar nuestros servicios religiosos; construimos bancos, un púlpito y una mesa sacramental usando todo pedacito de madera que pudimos juntar; y debajo de la mesa sacramental colocamos aquel baúl verde tan especial. Llevábamos el baúl de isla en isla, a medida que la Segunda División iba cumpliendo sus asignaciones. Contenía un plato y una bandeja sacramental hechos de madera, una tarjeta con las oraciones sacramentales, y varias cajas de pequeños vasos de papel. Una vez que terminó la batalla y la isla quedó bien protegida, varios veteranos de la división recibieron órdenes de regresar a la casa. Mi compañero de misión fue sostenido como líder de nuestro grupo, y a mi me llamaron para ser su primer ayudante.

El contenido del baúl verde representaba aquello que era mas preciado para nosotros. Al congregarnos todas las semanas en el día del Señor, el hecho de abrir nuestro baúl y usar su contenido para preparar, bendecir y repartir la Santa Cena era una experiencia espiritual que nos elevaba, renovaba nuestra fe y nos daba esperanza para los días que nos aguardaban. Esa hora tan especial que pasábamos juntos semanalmente nos alejaba de las pruebas y las penurias de la vida cotidiana.

Aun después de que la isla había quedado segura, continuaban los ataques aéreos. Muy pronto nuestra “tienda de oración” quedó llena de agujeros causados por la metralla que la perforaba; con las frecuentes lluvias tropicales, resultaba muy incómodo sentarse en una tienda que tenía tantos agujeros. Llegamos a la conclusión de que nuestras reuniones merecían un local mejor, y mediante los esfuerzos de los miembros de la Iglesia que había en la Infantería de Marina, el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, pudimos conseguir bastantes materiales para construir nuestra propia capilla en la isla. A partir de entonces, el baúl verde quedó colocado debajo de la mesa sacramental de un edificio que había sido dedicado, en el que podíamos congregarnos y adorar en unión.

Cuando nuestros deberes en la isla llegaron a su fin, abordamos un barco que nos llevó al lugar de nuestra siguiente asignación; nuestro baúl verde quedó en la capilla para que otros lo utilizaran. No se cual habrá sido su destino final, pero siempre lo recordaré con gran cariño.

Nuestro Padre Celestial sabia que nosotros, Sus hijos, necesitamos recordar las promesas que El nos ha hecho en caso de que obedezcamos sus leyes. Al hacer esos convenios, el Señor nos ofrece bendiciones a cambio de nuestra obediencia a ciertos mandamientos. Desde el principio se trazó un plan. La figura central en Su plan de salvación es nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Su sacrificio expiatorio en bien de toda la humanidad es el foco principal de la historia de los hijos de nuestro Padre Celestial aquí en la tierra. Toda persona que acepte Su plan divino debe aceptar también la misión de nuestro Salvador y hacer convenio de guardar las leyes que nuestro Padre ha desarrollado para nosotros. Al aceptar a Cristo en espíritu y en verdad, podemos llegar a ganar nuestra salvación. Leemos en las Escrituras:

“Por consiguiente, harás todo cuanto hicieres en el nombre del Hijo, y te arrepentirás e invocaras a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamas” (Moisés 5:8).

¿Puede entonces sorprendernos el hecho de que el Señor, aun desde el principio, quisiera mantener Su plan bien grabado en la mente de Sus hijos aquí, sobre la tierra? Entre las leyes que se dieron a Adán y a Eva, se instituyó la ley de sacrificio para que pensaran en el gran acontecimiento que había de suceder en el meridiano de los tiempos:

“Y les dió mandamientos de que adorasen al Señor su Dios y ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor. Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor.

“Y después de muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán y le dijo: ¿Por que ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No se, sino que el Señor me lo mandó.

“Entonces el ángel le habló, diciendo: Esto es una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad” (Moisés 5:57).

Desde aquel momento hasta que el Salvador vino a la tierra, siempre que el sacerdocio estuvo presente, el hombre ofreció sacrificios para pensar en la época en que el Hijo del Hombre vendría a la tierra para ofrecer el sacrificio supremo por todos nosotros.

La bendición resultante de la expiación de nuestro Señor y Salvador es que cada uno de nosotros tiene a su alcance el privilegio de gozar de la inmortalidad y de la vida eterna. Poco antes de Su crucifixión, en el aposento alto de Jerusalén, Jesús comió la ultima cena con sus Doce escogidos. El libro de Mateo nos relata lo sucedido en aquella ultima cena tan especial:

“Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo.”

“Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos;

“porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.

“Y os digo que desde ahora no beberé mas de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mateo 26:26-29).

El presidente Joseph F. Smith dijo lo siguiente acerca de la institución del sacramento:

“El Salvador lo instituyó en lugar de la ley de sacrificio que se dió a Adán, y la cual continuó con sus hijos hasta los días de Cristo; pero en su muerte fue cumplida, ya que El era el gran sacrificio por el pecado, del cual eran una semejanza los sacrificios exigidos en la ley dada a Adán” (Doctrina del Evangelio, pág. 196).

Poco después que José Smith y Oliver Cowdery recibieron el sacerdocio de manos de mensajeros celestiales, en 1829, se les mostró en una revelación el momento y la manera que debían organizar nuevamente la Iglesia sobre la tierra. En la sección 20 de Doctrina y Convenios encontramos la razón por la que debía ser en esa fecha especifica:

“El origen de la Iglesia de Cristo en estos últimos días, habiendo transcurrido mil ochocientos treinta años desde la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en la carne; habiendo sido debidamente organizada y establecida de acuerdo con las leyes del país, por la voluntad y el mandamiento de Dios, en el cuarto mes y el sexto día del mes que es llamado abril” (D. y C. 20:1).

Peter Whitmer (el padre) ofreció su casa para la organización, que se programó para el martes 6 de abril de 1830, de acuerdo con las revelaciones que se habían recibido previamente. A la hora señalada, una congregación de unas sesenta personas se reunió para presenciar la organización oficial de la Iglesia de Jesucristo.

La reunión fue muy sencilla. José Smith, que tenía entonces veinticuatro años, pidió la atención del grupo y designó a cinco de los asistentes: Oliver Cowdery, Hyrum Smith, Peter Whitmer, hijo, Samuel H. Smith y David Whitmer, para unirse a el con el fin de cumplir con los requisitos legales vigentes en Nueva York para la formación de una sociedad religiosa. Luego de arrodillarse en solemne oración, preguntó a los presentes si estaban dispuestos a aceptarlos a el y al hermano Cowdery como sus maestros y consejeros espirituales. Todos levantaron la mano en señal afirmativa. Aunque ambos habían recibido previamente el Sacerdocio de Melquisedec, José Smith y Oliver Cowdery se ordenaron entonces el uno al otro al oficio de elder, y lo hicieron para dejar establecido el hecho de que eran elderes de la Iglesia recientemente organizada. A continuación, se administró el sacramento de la Cena del Señor. La restauración del evangelio aclaró la practica y la importancia de la Santa Cena, que durante los días tenebrosos de la Apostasía había sufrido tantas alteraciones. Se aconsejó entonces por revelación lo siguiente a los miembros de la Iglesia: “Conviene que la iglesia se reúna a menudo para tomar el pan y el vino en memoria del Señor Jesús” (D. y C. 20:75).

Al tomar la Santa Cena, aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, y nos comprometemos por convenio a guardar Sus mandamientos. Por ese motivo, el tomarla es una renovación de los convenios que hicimos al bautizarnos en la Iglesia. Así, por medio de la Santa Cena, declaramos repetidamente, por lo general todas las semanas, nuestra fidelidad al plan de salvación con sus obligaciones y bendiciones.

Al asistir a nuestra reunión sacra mental, debemos prepararnos para tomar dignamente la Santa Cena. Pablo nos aconsejó:

“Por tanto, pruébese cada uno a si mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.

“Porque el que come y bebe indignamente … juicio come y bebe para si (1 Corintios 11:28-29).

El presidente Brigham Young, al hablar del sacramento, indicó:

“Su observancia es tan necesaria para nuestra salvación como la de cualquier otro de los mandamientos y ordenanzas establecidos para … La santificación de este pueblo” (Discourses of Brigham Young, sel. de John A.Widtsoe, 1941, pág. 171).

Los miembros de la Iglesia deberíamos deleitarnos por el privilegio de participar de la Santa Cena, reafirmando así nuestra fe en nuestro Señor y Salvador y nuestra lealtad a la Iglesia de Jesucristo. Además, el Señor nos promete que, si guardamos los convenios que hayamos hecho, tendremos siempre Su Espíritu con nosotros. El presidente David O. McKay nos recordó nuestra obligación de prepararnos para participar todas las semanas del sacramento de la Santa Cena, con estas palabras:

“Mis hermanos y hermanas, ¿nos detenemos a pensar en el sagrado día de reposo, cuando nos reunimos para tomar la Santa Cena, que testificamos, prometemos y nos obligamos delante de otros y en la presencia de Dios a hacer ciertas cosas? Veamos cuales son.

“Primero, que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre del Hijo. Al hacer esto, lo elegimos como nuestro líder y como nuestro ideal; y El es el único modelo perfecto en todo el mundo.

“Segundo, que vamos a recordarle siempre. No sólo el domingo, sino el lunes [y los demas días de la semana], en nuestros hechos diarios en el autodominio que ejerzamos …

“Tercero, prometemos … guardar Sus mandamientos que El nos ha dado … el diezmo, las ofrendas, la Palabra de Sabiduría, la bondad, el perdón, el amor. La obligación de un miembro de la Iglesia de Jesucristo es grande pero es igualmente gloriosa,

y lo es porque la obediencia a estos principios nos da vida, la vida eterna …

“El orden, la reverencia, la atención a las promesas divinasCla promesa de entrar en el rebaño de Cristo, de abrazar las virtudes que se mencionan en el Evangelio de Cristo, de mantener estas promesas presentes en la memoria, de amar al Señor de todo corazón, y de trabajar hasta el punto de sacrificarnos en bien de la hermandad del ser humanoCestas y todas las virtudes similares se relacionan con nuestra participación de la Santa Cena. Es bueno reunirnos y especialmente renovar nuestros convenios con Dios mediante ese santo sacramento” (Gospel Ideals, 1954, págs. 146-147) .

Aquel viejo baúl verde ocupara siempre un sitio especial en mi corazón, porque aun durante uno de los períodos mas difíciles de mi vida pude recibir una renovación espiritual para los días que me esperaban al tomar el sacramento de la Cena del Señor.

A través de los muchos, muchos años en los que he tenido el privilegio de asistir a las reuniones sacramentales, en tiempos de paz o tiempos de conflicto, en períodos de gozo o de pesar, en épocas de tensión o de relativa calma, al tomar la Santa Cena, he podido reflexionar profundamente sobre las bendiciones que el Señor me ha dado, y he podido hacer convenio con El de vivir mas cerca de Su ley y de Su evangelio.

Quiero instar a cada uno de ustedes a ser fieles en su asistencia a la reunión sacramental. El Señor ha prometido que si toman dignamente la Santa Cena, El les bendecirá con la paz interior que sólo puede alcanzarse al saber que somos participantes de Su divino plan. También les prometo a todos que han de recibir las bendiciones especiales que El les ha prometido, tanto en esta tierra como en las eternidades, de acuerdo con su fidelidad. Este es mi testimonio, que les ofrezco en el nombre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Amen.