1990–1999
Esta Obra Es Verdadera
Abril 1996


Esta Obra Es Verdadera

“A los que se hallaban presentes en aquella casa [de la granja de Peter Whitmer]… asombro les daría si pudieran ver lo que ha pasado a aquella pequeña organización desde … el 6 de abril de 1830.”

Espero que hayan sentido arder su corazón y que su alma se haya conmovido al escuchar estas estadísticas con respecto al crecimiento de la Iglesia. Hoy es el aniversario de la organización de la Iglesia, hace ciento sesenta y seis años, en la casa de la granja de Peter Whitmer, en Fayette, estado de Nueva York. ¡Y fíjense en lo que ha pasado desde entonces! Mientras cantábamos “Asombro me da” (Himnos, N° 118), pensé en los que se hallaban presentes en aquella casa; asombro les daría si pudieran ver lo que ha pasado a aquella pequeña organización desde sus humildes comienzos el 6 de abril de 1830. Y asombro daría a todo el mundo si se dieran cuenta ellos también de nuestro crecimiento.

Me alegro de que el primer himno haya sido “Ya rompe el alba” (Himnos, No 1); esas palabras fueron escritas por Parley E. Pratt y publicadas en el primer número del Millennial Star que apareció en Liverpool, cuando aquel primer grupo de misioneros enviados por el profeta José Smith llego a Inglaterra. Parley P Pratt escribió concienzudamente la letra del himno con el propósito de que la gente del mundo tuviera una idea de quienes eran ellos. Al cantar esas palabras: “Ya rompe el alba de la verdad y en Sión se deja ver, tras noche de obscuridad … el día glorioso amanecer”, podemos visualizar esa verdad como una bandera flameando en el viento, una bandera de libertad anunciando la restauración del evangelio a todo el mundo. Es una magnifica oportunidad de reflexionar sobre la expansión del evangelio por el mundo entero durante estos ciento sesenta y seis años en que la Iglesia ha estado organizada.

Nuestra Octava Generación

El hermano F. Michael Watson nos ha leído el informe estadístico de la Iglesia, al cual tengo que hacer una adición: en los últimos treinta minutos nos ha nacido una nueva bisnieta, así que Michael puede agregar uno a su informe.

El elder LeGrand Richards escribió un libro titulado Una obra maravillosa y un prodigio, que se ha convertido en un instrumento misional en todo el mundo. En ese libro el menciona una anécdota del Dr. Andrew D. White, que había sido presidente de la Universidad (Cornell, de Nueva York, y fue después embajador de los Estados Unidos en Alemania. En 1892, mientras se hallaba ocupando esa posición, tuvo la oportunidad de conversar con el conde León Tolstoi, quien se encontraba también en Alemania como embajador de su país, Rusia. Además de ser estadista ruso, Tolstoi era historiador, escritor, diplomático y reformador social (tengan esto presente: reformador social; se había criado en la Rusia de los zares y sabia lo que era la opresión de un país y de un pueblo). En su visita, le dijo al señor White: “Dr. White … deseo que me informe de su religión americana”. Su interlocutor le explico que en los Estados Unidos había muchas religiones. Pero Tolstoi insistió, diciendo: “… lo que yo deseo saber es acerca de la religión americana … La iglesia a que me refiero … se conoce comúnmente como la Iglesia Mormona”. El Dr. White le contesto que sabia muy poco de esa iglesia, a lo que Tolstoi respondió:

“Dr. White, me es causa de grande sorpresa … [Los mormones] no sólo instruyen a la gente acerca del cielo y sus glorias consiguientes, sino la forma en que deben vivir para que sus relaciones sociales y económicas de los unos para con los otros estén fundadas sobre una base sana … Si el mormonismo puede perdurar, sin variación, hasta llegar a la tercera y cuarta generación, esta destinado a convertirse en la fuerza mas potente que el mundo jamas haya conocido” (Una obra maravillosay un prodigio, pág. 402).

Tengan presente que la pequeña bisnieta que nos ha nacido hoy es parte de la octava generación de miembros de nuestra familia que han creído en el evangelio que nosotros proclamamos correcto y verdadero, y lo han aceptado.

Una Bendición Y Un Llamamiento

Hace poco forme parte de un circulo familiar en el que el esposo de una de nuestras nietas bendijo a su hijito, llamado Mark. Al bendecirlo, oró pidiendo que un día Mark vaya a una misión y que, cuando vuelva, encuentre una joven y amable compañera con la que se selle en el templo. Mientras lo escuchaba pedir esas bendiciones para Mark, sentí el deseo de algún día poder hacerle saber lo que yo se y hacerle sentir lo que yo siento en cuanto a ciertas bendiciones espirituales que he recibido, y de que su vida también este llena de experiencias espirituales similares a la que yo tuve hace exactamente veintiséis años, cuando me llamaron para ser Ayudante del Consejo de los Doce Apóstoles. Ese mismo día, el elder Boyd K. Packer fue llamado al Quórum de los Doce.

Recuerdo muy bien los detalles. Me llamaron para que fuera a la oficina de la Primera Presidencia, a hablar con el presidente Joseph Fielding Smith, cuyo nombre se iba a presentar al día siguiente para que lo sostuvieran como el nuevo Presidente y Profeta de la Iglesia, tal como hemos sostenido hoy al presidente Hinckley. Harold B. Lee iba a ser el Primer Consejero y N. Eldon Tanner el Segundo Consejero. Pasaron conmigo unos momentos, mientras me extendían el llamamiento, y luego me hicieron notar que a la mañana siguiente se leería mi nombre durante la conferencia. Después, salí y baje los escalones del Edificio de Administración lleno de asombro y estupor. ¿Como es posible esto? ¿Cómo puede haberme sucedido a mí?, me preguntaba. Di una vuelta a la manzana pensando en los cambios que habría en mi vida a partir de ese momento. ¿Cómo haría para elevarme a la altura de la responsabilidad que tenía sobre los hombros? ¿Como podía yo representar esta organización grande y gloriosa ante el mundo? Estaba tan emocionado y hundido en mis pensamientos que no quería encontrarme con ningún conocido; lo único que deseaba era buscar a mi esposa, Ruby, y decirle lo que había pasado. Subí hasta el noveno piso del Hotel Utah, donde ella estaba visitando a unos familiares, y recuerdo que di unos golpecitos en la puerta y la abrí apenas unos centímetros, lo suficiente para hacerle una sena con la mano de que se acercara. Ella salió inmediatamente, interesada en saber lo que pasaba.

La tome de la mano y, mientras caminábamos por el pasillo, todo lo que atine a hacer fue apretarle la mano; me sentía tan maravillado por lo sucedido que no encontraba palabras para explicárselo. Al fin, ella se detuvo y me dijo: “Bueno, ¿que pasa? ¡Dime algo!” La mire, le puse las manos en los hombros y le dije lo que había ocurrido. Ella empezó a llorar. Nos quedamos los dos allí, abrazados, y la gente que pasaba se preguntaría quienes serían esos dos bobos que estaban llorando en el pasillo. Pero no prestábamos ninguna atención a los demas, porque algo extraordinario nos sucedía a nosotros. Nuestra vida había cambiado.

Al día siguiente, un día como este, mi nombre se leyó y recibió el voto de sostenimiento, después de lo cual se me invitó a pasar acá y tomar asiento en uno de estos sillones rojos. Así lo hice, totalmente maravillado. A continuación, el Coro del Tabernáculo cantó “Oh, divino Redentor”, y pensé que se me iba a romper el corazón con las palabras suplicantes de la canción: “No recuerdes, oh Señor, no recuerdes mis pecados”.

El Testimonio

Espero que algún día nuestro bisnieto Mark y otros de nuestra posteridad tengan experiencias espirituales similares, y que sientan el poder espiritual y la influencia de este evangelio; espero que Mark y los demas tengan oportunidades como la que yo tuve al encontrarme presente en el templo cuando el presidente Spencer W. Kimball recibió la revelación sobre el sacerdocio. Yo era entonces el miembro mas nuevo del Quórum de los Doce. Estuve allí. Estaba allí cuando la presencia del Espíritu en aquel cuarto era tan fuerte que ninguno de nosotros pudo pronunciar palabra. Todos salimos en silencio para regresar a nuestras oficinas; ninguno pudo decir nada a causa de la potencia de aquella experiencia espiritual celestial.

Apenas unas horas después de anunciar lo sucedido a la prensa, yo tenía la asignación de asistir a una conferencia de estaca en Detroit, estado de Michigan. Al bajar del avión en Chicago, note que en el quiosco de periódicos estaba el Chicago Tribune, y el encabezamiento decía: “Los mormones dan el sacerdocio a los negros”, con el subtítulo: “El presidente Kimball alega haber recibido una revelación”. Compre un periódico y me quede contemplando una de las palabras alega, que resaltaba ante mis ojos como si estuviera escrita en grandes letras rojas. Mientras me dirigía hacia el otro avión que tenía que abordar, iba pensando: Acá estoy, en Chicago, caminando por este aeropuerto repleto de personas. Sin embargo, fui testigo de esta revelación. Y estaba allí y sentí aquella influencia divina. Fui parte de todo. El editor de aquel periódico no tenía ni idea de la revelación cuando escribió: “… alega haber recibido una revelación”. Yo no tenía idea, ni la tenía el impresor, ni el hombre que ponía la tinta en la imprenta, ni el distribuidor de los periódicos; ninguno de ellos tenía siquiera la noción de que se trataba verdaderamente de una revelación de Dios. Ninguno sabia lo que yo sabía, porque había sido testigo de ello.

Dios vive y es nuestro Padre; somos Sus hijos y El nos ama. Jesús es el Cristo, el Unigénito del Padre en la carne; es nuestro Salvador y Redentor, nuestro abogado ante t’ Padre; El fue quien murió por causa nuestra, quien sufrió terrible agonía, enorme humillación e intenso dolor por nosotros. La restauración del evangelio es un hecho cierto. Algún día llegaremos a conocer la verdadera grandeza del profeta José Smith. Toda esta obra es verdadera. Les dejo mi amor y mi testimonio, y ruego que vivan y críen a su familia de tal manera que puedan formar parte de ese gran ejército que se necesita para llevar a todo el mundo tal mensaje de esperanza y salvación. Y dejo este amor y este testimonio en el nombre de Jesucristo. Amen.