1990–1999
“Para Que Siempre Tengan Su Espíritu”
Octubre 1996


“Para Que Siempre Tengan Su Espíritu”

“El Espíritu Santo es nuestro consolador, nuestro orientador, nuestro comunicador, nuestro interprete, nuestro testigo y nuestro purificador: nuestro guía y santificador infalible.”

He decidido hablar sobre la relación que existe entre el participar de la Santa Cena y el disfrutar de las bendiciones que vienen del don del Espíritu Santo.

En una revelación contemporánea el Señor mando: “… para que mas íntegramente te conserves sin mancha del mundo, iras a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo” (D. y C. 59:9). Al tomar la Santa Cena cada domingo, meditamos sobre la Expiación del Señor Jesucristo y reafirmamos y renovamos los convenios que hicimos al bautizarnos. Esos actos de adoración y de compromiso se describen en la oración que se recibió por medio de la revelación, la que da el presbítero al bendecir el pan. Como lo indica la oración, participamos del pan “en memoria del cuerpo” de nuestro Salvador y, al hacerlo, somos testigos ante Dios, el Padre Eterno, de “… que [estamos] dispuestos a tomar sobre [nosotros] el nombre de [Su] Hijo, y a recordarle siempre y a guardar sus mandamientos que el [nos] ha dado” (D. y C. 20:77).

Después de haber sido bautizados, se nos impusieron las manos sobre nuestra cabeza y se nos concedió el don del Espíritu Santo. Cuando tomamos la Santa Cena, renovamos nuestros convenios bautismales en forma consciente y sincera, de nuevo llenamos los requisitos para la promesa de “… que siempre [podamos] tener su Espíritu con [nosotros]” (D. y C. 20:77).

No podemos recalcar demasiado la importancia de esa promesa. El presidente Wilford Woodruff se refirió al don del Espíritu Santo como el don mas grandioso que podemos recibir en nuestro estado mortal. (Véase The Discourses of Wilford Woodruff, [G. Homer Durham, [1990]). Lamentablemente, no se han entendido bien el gran valor de ese don ni las importantes condiciones necesarias para que se cumplan. Nefi profetizo que en los últimos días se edificarían iglesias que “enseñarán con su conocimiento, y negaran el Espíritu Santo, el cual inspira a hablar” (2 Nefi 28:4). También dijo: “… ¡ay de aquel que escucha los preceptos de los hombres, y niega el poder de Dios y el don del Espíritu Santo!” (vers. 26).

La Biblia nos dice que cuando el Salvador dio Sus ultimas instrucciones a Sus discípulos, les prometió que enviaría “… el Consolador” (Juan 16:7). Con anterioridad, les había enseñado sobre la misión del Consolador, al cual también se le llama el Espíritu Santo, el Santo Espíritu, el Espíritu del Señor o simplemente el Espíritu. Ese Consolador mora en nosotros (véase Juan 14:17); nos enseña todas las cosas y nos recuerda todas las cosas (véase Juan 14:26); nos guía a la verdad y nos muestra las cosas que han de venir (véase Juan 16:13); testifica del Hijo (véase Juan 15:26; 1 Cor. 12:3) . La Biblia también nos enseña que el Salvador y Sus siervos bautizaran con el Espíritu Santo y con fuego (véase Mateo 3:11; Marcos 1:8; Juan 1:33; Hechos 1:5). Describiré mas tarde el significado de esa enseñanza.

Las enseñanzas de la Biblia acerca del Espíritu Santo se reafirman y se explayan en el Libro de Mormón y en las revelaciones modernas. El Espíritu Santo es el medio por el cual Dios inspira y revela Su voluntad a Sus hijos (por ej. D. y C. 8:23). El Espíritu Santo da testimonio del Padre y del Hijo (véase 3 Nefi 28:11; D. y C. 20:27; 42:17); ilumina nuestra mente y llena nuestra alma de gozo (véase D. y C. 11:13); por medio del poder del Espíritu Santo, podemos saber la verdad de todas las cosas (véase Moroni 10:5); por medio de Su poder nos pueden ser descubiertos los misterios de Dios (véase 1 Nefi 10:19), todas las cosas que nos son convenientes (véase D. y C. 18:18; 39:6). El Espíritu Santo nos muestra lo que debemos hacer (véase 2 Nefi 32:5). Enseñamos el Evangelio según nos dirige el Espíritu Santo, que es el que lleva nuestras palabras al corazón de quienes enseñamos (véase 2 Nefi 33:1).

Las Escrituras contemporáneas también nos enseñan que la remisión de los pecados, lo cual se hace posible por medio de la Expiación, viene “… por el bautismo y por fuego, si, por el Espíritu Santo” (D. y C. 19:31; véase también 2 Nefi 3 1:17) . Así, el Señor Resucitado imploró a los nefitas que se arrepintieran y vinieran a El y se bautizaran a fin de que fueran “… santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mi sin mancha” (3 Nefi 27:20).

El don del Espíritu Santo es tan importante para nuestra fe que un profeta le dio un énfasis especial en una conversación que sostuvo con el Presidente de los Estados Unidos. José Smith había viajado hasta Washington en busca de ayuda para obtener compensación por lesiones y perdidas que habían sufrido los santos en las persecuciones en Misuri. Durante la reunión con el Presidente, se le pregunto a José cual era la diferencia entre esta Iglesia y las otras religiones de la época. El Profeta contestó que “diferimos en la forma de bautizar y en el don del Espíritu Santo por la imposición de manos” (History of the Church, 4:42). Mas tarde explico que dio esa respuesta porque “todas las demás consideraciones estaban incluidas en el don del Espíritu Santo” (History of the Church, 4:42).

Al poner de relieve el don del Espíritu Santo como una característica distintiva de nuestra fe, es preciso que entendamos las diferencias importantes entre (1) la Luz de Cristo, (2) una manifestación del Espíritu Santo y (3) el don del Espíritu Santo.

La Luz de Cristo, a la que a veces se la llama el Espíritu de Cristo o el Espíritu de Dios, “… da luz a todo hombre que viene al mundo” (D. y C. 84:46). Esta es la luz “… que existe en todas las cosas, que da vida a todas las cosas” (D. y C. 88:13). El profeta Mormón enseñó que “… a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal” (Moroni 7:16; véase también vers. 19; 2 Nefi 2:5; Helamán 14:31). El élder Lorenzo Snow habló de esta luz cuando dijo: “Todos tienen el Espíritu de Dios” (en Journal of Discourses, 14:304). La Luz de Cristo ilumina y vivifica el entendimiento de todos los hombres (véase D. y C. 88:11) .

En contraste, una manifestación del Espíritu Santo es mas especifica. Esta manifestación se otorga para dar a conocer la verdad del Señor y Su Evangelio a los que buscan sinceramente. Por ejemplo, el profeta Moroni nos promete que cuando estudiamos el Libro de Mormón y deseamos saber si es verdadero, con sinceridad y con verdadera intención, Dios nos “manifestara” la veracidad de ello “… por el poder del Espíritu Santo” (Moroni 10:4). Moroni también registra esta promesa del Señor resucitado: “… al que crea estas cosas que he hablado, yo lo visitaré con las manifestaciones de mi Espíritu, y sabrá y dará testimonio. Porque por mi Espíritu sabrá que estas cosas son verdaderas” (Éter 4:11).

Estas manifestaciones están a disposición de todos. El Libro de Mormón declara que el Salvador “… se manifiesta por el poder del Espíritu Santo a cuantos en el creen; sí, a toda nación, tribu, lengua y pueblo …” (2 Nefi 26:13).

Permítanme repetir: la Luz de Cristo se da a todos los hombres y mujeres para que sepan discernir el bien del mal; las manifestaciones del Espíritu Santo se dan para guiar a los que buscan con sinceridad las verdades del Evangelio que les persuadirá a arrepentirse y a bautizarse.

El don del Espíritu Santo es mas extenso. El profeta José Smith explico: “Existe una diferencia entre el Espíritu Santo y el don del Espíritu Santo. Cornelio recibió el Espíritu Santo antes de bautizarse, que para el fue el poder convincente de Dios de la veracidad del Evangelio; mas no podía recibir el don del Espíritu Santo sino hasta después de ser bautizado. De no haber tomado sobre si esta señal u ordenanza, el Espíritu Santo que lo convenció de la verdad de Dios se habría apartado de el. (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 240; cursiva agregada.)

El don del Espíritu Santo incluye el derecho a tener Su compañía constante, para que siempre podamos “… tener su Espíritu con [nosotros]” (D. y C. 20:77).

Una hermana recién bautizada me comento lo que sintió cuando recibió ese don. Ella era una fiel mujer cristiana que había pasado toda su vida al servicio de los demás; conocía y amaba al Señor y había sentido las manifestaciones de Su Espíritu. Cuando recibió la luz adicional del Evangelio restaurado, se bautizo y los élderes impusieron las manos sobre su cabeza y le confirieron el don del Espíritu Santo. Ella recordó: “Sentí la influencia del Espíritu Santo descender sobre mi con una intensidad que jamas había sentido. Fue como un viejo amigo que me había guiado en el pasado pero que ahora venia para quedarse”.

Para los miembros fieles de la Iglesia de Jesucristo, la compañía del Espíritu Santo debe ser tan familiar, que debemos tener cuidado de no tomarlo por sentado. Por ejemplo, ese buen sentimiento que han experimentado durante los mensajes y la música de esta conferencia es un testimonio confirmante del Espíritu, que se encuentra a continua disposición de los miembros fieles. Un miembro me preguntó una vez por que se sintió tan bien con los discursos y con la música en una reunión sacramental, mientras que un amigo que había invitado en esa oportunidad aparentemente no había sentido lo mismo. Esa es sólo una ilustración del contraste que existe entre la persona que tiene el don del Espíritu Santo y esta en armonía con su inspiración, y otra que no lo tiene o que no goza de tal armonía.

Si estamos poniendo en practica nuestra fe y buscando la compañía del Espíritu Santo, podremos sentir Su presencia en nuestro corazón y en nuestro hogar. En el hogar de la familia que en forma diaria haga sus oraciones familiares, trate de guardar los mandamientos de Dios, honre Su nombre y hable con amor a los demás miembros de la familia, reinara un sentimiento espiritual que todos los que entren en el podrán percibir. Eso lo se porque he sentido la presencia, o la ausencia, de ese sentimiento en muchos de los hogares de los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.

Es importante recordar que la iluminación y la revelación que vienen a una persona como resultado del don del Espíritu Santo no se obtienen en forma repentina ni sin buscarlos. El presidente Spencer W. Kimball enseñó que el Espíritu Santo “viene de a poco, a medida que lo merezcamos: y, en tanto que nuestra vida este en armonía, en forma gradual recibimos el Espíritu Santo en mayor medida” (The Teachings of Spencer W Kimball, ed. Edward L. Kimball [1982], pág. 114).

Las bendiciones que se pueden recibir a través del Espíritu Santo dependen de la dignidad de la persona. “El Espíritu del Señor no habita en templos inmundos” (Helamán 4:24; véase también Mosíah 2:36-37; 1 Corintios 3:16-17). Aun cuando tenemos derecho a Su compañía constante, el Espíritu del Señor sólo permanecerá con nosotros cuando guardemos los mandamientos, y se retirara cuando lo ofendamos por medio de la blasfemia, la inmundicia, la desobediencia u otros pecados serios.

Los hombres y las mujeres dignos que posean el don del Espíritu Santo podrán ser edificados y guiados por inspiración y revelación. El Señor ha declarado que “los misterios de SU reino … sólo se ven y se comprenden por el poder del Santo Espíritu que Dios confiere a los que lo aman y se purifican ante el” (D.yC.76:114, 116).

Hace algunos años me reuní con un candidato a presidente de misión y su esposa para conversar y ver si estarían dispuestos a servir. Les pregunte si la responsabilidad que tenían para con sus padres de edad avanzada les impediría prestar servicio en esa época. La hermana era la única hija de una madre maravillosa, de casi ochenta años de edad, a la que visitaba y ayudaba cada semana. Aun cuando necesitaba cierta ayuda físicamente, esa madre era fuerte espiritualmente; había servido en cuatro misiones y trabajado durante quince años como obrera del templo. Debido a que estaba en armonía con el Espíritu, tuvo una experiencia extraordinaria. Varias semanas antes de esa entrevista, le había dicho a su hija que el Espíritu le había susurrado que el esposo de su hija seria llamado a servir como presidente de misión. Con ese conocimiento, la madre se había preparado para la separación necesaria y le aseguró a su hija, mucho antes de que se me asignara hacer esa entrevista inicial, que ella “no sería un obstáculo” para el servicio que ellos debieran prestar.

La necesidad que tenemos de mantener limpio nuestro templo personal a fin de tener la compañía y la guía del Espíritu Santo explica la importancia que tiene el mandamiento de participar de la Santa Cena el día de reposo.

Al recibir la Santa Cena, renovamos los efectos de nuestro bautismo. Cuando deseamos una remisión de nuestros pecados por medio de la expiación de nuestro Salvador, se nos manda arrepentirnos y venir a El con un corazón quebrantado y un espíritu contrito (véase 3 Nefi 9:20; 12:19; Moroni 6:2; D. y C. 20:37). En las aguas del bautismo testificamos ante el Señor que nos hemos arrepentido de nuestros pecados y que estamos dispuestos a tomar Su nombre sobre nosotros y servirle hasta el fin (véase D. y C. 20:37). Los efectos los describe Nefi: “… Porque la puerta por la cual debéis entrar es el arrepentimiento y el bautismo en el agua; y entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo” (2 Nefi 31:17, véase también Moroni 6:4). Esta ultima promesa se cumple como resultado de recibir el don del Espíritu Santo.

La renovación de nuestros convenios al participar de la Santa Cena también debería ir precedida del arrepentimiento, de manera que nos presentemos ante esa sagrada ordenanza con un corazón quebrantado y un espíritu contrito (véase 2 Nefi 2:7; 3 Nefi 12:19; D. y C. 59: 8). Luego, al renovar nuestros convenios bautismales y declarar que estamos dispuestos “… a recordarle siempre” (D. y D. 20:77), el Señor renovara la remisión prometida de nuestros pecados, bajo las condiciones y en el momento que El desee. Uno de los objetivos y efectos principales de esta renovación de convenios y de purificación de los pecados es “… para que siempre [podamos] tener su espíritu con [nosotros]” (D. y C. 20:77).

Mis hermanos y hermanas, les testifico solemnemente que estas doctrinas y estos principios son verdaderos y, en vista de estas verdades, ruego a todos los miembros de la Iglesia, tanto jóvenes como adultos, que asistan a la reunión sacramental cada día de reposo y participen de la Santa Cena con una actitud penitente descrita como “un corazón quebrantado y un espíritu contrito” (3 Nefi 9:20). Ruego que lo hagamos con una actitud reverente y de adoración hacia nuestro Salvador, lo que significara un serio convenio de “recordarle siempre” (D. y C. 20:77). El Salvador mismo ha dicho que debemos participar “… con la mira puesta únicamente en mi gloria, recordando ante el Padre mi cuerpo que fue sacrificado por vosotros, y mi sangre que se derramó para la remisión de vuestros pecados” (D. y C. 27:2).

Ruego que también participemos de la Santa Cena en forma sumisa, lo que nos ayudara a aceptar y a servir en los llamamientos de la Iglesia, a fin de cumplir con nuestros convenios solemnes de tomar Su nombre y Su obra sobre nosotros. Ruego también que cumplamos con nuestro solemne convenio de guardar Sus mandamientos.

A aquellos hermanos y hermanas que se hayan dejado llevar por la negligencia con respecto a esta renovación vital de los convenios de la Santa Cena, les ruego, con las palabras de la Primera Presidencia: “… regresad a saciaros en la mesa del Señor, y a probar otra vez los dulces y satisfactorios frutos de la hermandad con los santos” (“Un preciado patrimonio”, James E. Faust, Liahona, enero de 1993, pág. 97). Hagámonos dignos de la promesa de nuestro Salvador de que, al participar de la Santa Cena, seamos “llenos” (3 Nefi 20:8; véase también 3 Nefi 18:9), lo que significa que seremos “llenos del Espíritu” (3 Nefi 20:9). Ese Espíritu, el Espíritu Santo, es nuestro consolador, nuestro orientador, nuestro comunicador, nuestro interprete, nuestro testigo y nuestro purificador: nuestro guía y santificador infalible en nuestra jornada terrenal hacia la vida eterna.

Cualquiera que haya pensado que el participar de la Santa Cena es de poca importancia, debe recordar la declaración del Señor de que la fundación de una gran obra se empieza por cosas pequeñas, porque “… de las cosas pequeñas proceden las grandes” (D. y C. 64:33). De lo que parecería un pequeño acto, el de renovar en forma consciente y reverente nuestros convenios bautismales, procede una renovación de las bendiciones del bautismo por agua y por el Espíritu, para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros. De esta forma todos seremos guiados; de esta forma todos podemos ser purificados. Que nos hagamos acreedores de estas preciosas bendiciones es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.