1990–1999
“La Honradez, Una Brújula De La Moral”
Octubre 1996


“La Honradez, Una Brújula De La Moral”

“La honradez es mucho mas que no mentir. Significa decir la verdad, vivir la verdad y amar la verdad.”

Mis queridos hermanos, es un gran privilegio para todos nosotros en tantos países poder congregarnos en esta gran reunión del sacerdocio de la Iglesia. Estamos agradecidos porque nuestro amado Profeta y líder, el presidente Gordon B. Hinckley, esta aquí presente. Nos regocijamos porque desde que el presidente Hinckley fue llamado a ser el Presidente de la Iglesia ha podido reunirse con muchos miembros de la Iglesia en numerosos países y bendecirlos en abundancia. Mucho agradecemos su inspirada dirección. No tengo palabras para expresarles lo humilde que me siento al trabajar con el presidente Hinckley, con el presidente Monson, con los miembros del Quórum de los Doce y con las demás Autoridades Generales de la Iglesia. Tengo el mas profundo respeto y aprecio por cada uno de ellos.

Hermanos, todos debemos estar preocupados acerca de la sociedad en que vivimos, una sociedad que podría considerarse como un Armagedón moral. Me preocupa el efecto que puede tener sobre nosotros, que somos los poseedores del sacerdocio de Dios. Hay tanta gente en el mundo que parece no distinguir el bien del mal o no importarle lo que es bueno o malo. Todos conocemos el decimotercer Artículo de Fe, el cual deseo destacar: “Creemos en ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos y en hacer el bien a todos los hombres; en verdad, podemos decir que seguimos la admonición de Pablo: Todo lo creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas. Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, a esto aspiramos”.

Es necesario que todos sepamos lo que significa ser honrados. La honradez es mucho mas que no mentir. Significa decir la verdad, hablar la verdad, vivir la verdad y amar la verdad. John, un niño suizo de 9 años que formaba parte de una de las compañías de carros de mano, es un verdadero ejemplo de honradez. Su padre había puesto en el carro de mano cierta cantidad de carne de bisonte y dijo que había que guardarla para la cena del domingo. John expresó: “Mientras empujaba el carro de mano, tenía tanta hambre y aquella carne olía tan bien que no pude resistir mas. Yo llevaba una pequeña navaja de bolsillo … y aunque sólo podía esperar que mi padre me castigara con severidad cuando se enterara, todos los días cortaba pequeños trozos de ella. Los masticaba durante tanto tiempo que se iban poniendo de color blanco hasta no llegar a tener gusto alguno. Cuando mi padre fue a buscar la carne, me preguntó si yo habla estado cortando algo de ella. Yo le respondí que sí, que había tenido tanta hambre que no pude resistir la tentación. En lugar de regañarme o castigarme, mi padre se alejó con lágrimas en sus ojos”’.

Deseo hablarles con franqueza acerca de la honradez. La honradez es una brújula de la moral para guiarnos en la vida. Ustedes, los jóvenes, se hallan bajo una gran presión para aprender acerca de la tecnología que tan rápidamente se esta expandiendo en el mundo. Sin embargo, esa formidable exigencia de sobresalir en el conocimiento intelectual suele desorientar a la gente en cuanto a lo que es mas importante: la honradez y la integridad.

Hacer trampas en la escuela es una manera de engañarse a s mismo. A la escuela vamos para aprender y nos engañamos a nosotros mismos cuando nos aprovechamos de los esfuerzos y de los conocimientos de los demás.

Una amiga relató esta experiencia que tuvo su esposo cuando el estudiaba medicina. “Estudiar en la facultad de medicina”, dijo, “es algo muy competitivo y el deseo de sobresalir y de tener éxito ejerce mucha presión sobre los alumnos del primer año. Mi esposo habla tenido que estudiar mucho para su primer examen. En la facultad se debía observar el código de honor. El profesor, después de distribuir el examen, salió del aula. Casi al instante, algunos alumnos comenzaron a sacar de entre sus papeles o de sus bolsillos los proverbiales papelitos para hacer trampa. Mi esposo dice que recuerda con cuanta intensidad le comenzó a latir el corazón al pensar en lo difícil que es competir con tramposos. En aquel momento, un alumno alto y delgado se puso de pie y dijo: ‘Yo he salido de mi pueblo natal, he puesto a mi esposa y a mis tres hijos pequeños en un apartamento y he trabajado arduamente para poder entrar en la facultad de medicina. Y por seguro que voy a delatar al primero de ustedes que haga trampas en este examen. ¡Y mas vale que me crean!1, y realmente le creyeron. Varios se sonrojaron y los papeles que algunos se hablan sacado del bolsillo comenzaron a desaparecer tan rápidamente como hablan aparecido. Aquel joven alumno sentó un singular precedente para la clase, la cual, con el tiempo, llegó a ser la clase que se graduó con el mayor numero de médicos en la historia de esa facultad”2.

Aquel joven y delgado estudiante de medicina que así desafío a los tramposos se llama J. Ballard Washburn, quien llegó a ser un respetado facultativo y recibió, años después, un reconocimiento especial de la Asociación Médica de Utah debido a su destacado servicio profesional. También sirvió después como Autoridad General de la Iglesia y actualmente es el Presidente del Templo de Las Vegas.

En verdad, sólo competimos contra nosotros mismos. Otros podrán desafiarnos y motivarnos, pero es cada uno de nosotros quien debe escudriñar su propia alma para extraer de ella la inteligencia y las aptitudes que Dios nos ha dado. Y no podemos hacer esto mientras nos supeditemos a los esfuerzos de otras personas.

La honradez es un principio y nuestra es la obligación moral de determinar cómo aplicaremos ese principio. Tenemos el albedrío para tomar decisiones, pero finalmente seremos hechos responsables por cada una de las decisiones que tomemos. Podremos engañar a los otros, pero hay Uno a quien jamas podremos engañar. En el Libro de Mormón leemos lo siguiente: “El guardián de la puerta es el Santo de Israel; y allí; el no emplea ningún sirviente, y no hay otra entrada sino por la puerta; porque el no puede ser engañado, pues su nombre es el Señor Dios”3.

En 1942, durante la guerra, me alisté en el Cuerpo Aéreo del Ejército de los Estados Unidos. Una fría noche tuve que montar guardia en la base militar “Chanute Field” de Illinois. Mientras recorría el lugar de mi ronda, estuve pensando y meditando durante todas esas atroces horas. Hacia al amanecer del nuevo día. había tomado algunas firmes decisiones.

Estaba comprometido para casarme y sabia que con lo que me pagaban como soldado raso no podría mantener a mi esposa. Un par de días después, presente mi solicitud para la Escuela de Oficiales y un poco mas tarde me llamaron a comparecer ante la comisión investigadora. Mis títulos eran pocos, pero había cursado dos años en la escuela superior y acababa de regresar de mi misión en America del Sur.

Las preguntas que me formularon los oficiales de la comisión tomaron un giro sorprendente, pues casi todas tenían que ver con mis creencias. “¿Fuma usted?” “¿Bebe alcohol?” “¿Que piensa en cuanto a otras personas que fuman y beben?” Yo no tuve problemas para contestar esas preguntas.

“¿Ora usted?” “¿Cree usted que un oficial debe orar?” Esto me lo preguntaba un aguerrido militar de carrera. No aparentaba ser uno que oraba con frecuencia. Pensé un instante. ¿Se ofendería, quizás, si yo le respondiera lo que yo creía? Yo anhelaba ser oficial para no tener que hacer guardia nocturna, ni trabajar en la cocina ni limpiar los baños, pero principalmente, para que mi novia y yo pudiéramos afrontar la vida de casados.

Decidí no mentir. Les dije que yo oraba y que creía que un oficial podría procurar la ayuda divina tal como algunos generales notables lo habían hecho. También les dije que yo pensaba que un oficial tendría que estar preparado para guiar a sus hombres en toda actividad apropiada, según la ocasión lo requiera, incluso en la oración.

Entonces me hicieron otras preguntas mas interesantes: “En épocas de guerra, ¿no deberíamos disminuir un tanto el código de la moral? ¿No justificarían las exigencias de las batallas que los hombres hicieran cosas que no harían en su hogar ante circunstancias normales?”

En aquel momento pensé que quizás me convendría ganar algunos puntos si me mostraba liberal. Me parecía que esas preguntas provenían de hombres que no vivían de conformidad con las normas que se me habían enseñado. Pensé por un instante que podría quizás decirles que yo tenía mis propias creencias, pero que no quería imponérselas a los otros. Sin embargo, me pareció ver en mi mente los rostros de las muchas personas a las que, como misionero, yo les había enseñado la ley de castidad, así que simplemente les conteste que no creía que hubiera mas de una norma de moralidad.

Salí del interrogatorio pensando que a aquellos toscos oficiales no les habían agradado mis respuestas y que con seguridad me calificarían en forma insuficiente. Pocos días después, cuando se publicaron los resultados, quede gratamente sorprendido. Me habían clasificado en el primer grupo de candidatos para la Escuela de Oficiales. Luego me gradué, pase a ser teniente segundo, me case con mi novia y “vivimos felices para siempre”.

Esa fue una de las encrucijadas de mi existencia. No todas mis experiencias resultaron ser como esa o como yo quería, pero siempre han fortalecido mi fe.

El robo es algo muy común en todo el mundo. Muchos piensan: “¿Que podría sacar sin que se dieran cuenta?”, o “¡Esta bien hacerlo si no me descubren!” El robo tiene varios matices: el escamoteo en las tiendas, el hurto de automóviles, de radios, de estereos, de reproductores de discos compactos, de juegos de video y de diversos objetos que pertenecen a otras personas. También es robo aprovecharse indebidamente de las horas de trabajo y apropiarse del dinero y de la mercadería del empleador; así como el robarle al gobierno al hacer mal uso del dinero que dan los pagadores de impuestos o falsificar información en nuestra declaración del impuesto sobre la renta y pedir prestamos sin intención de devolverlos. Nadie ha obtenido beneficios de verdadero valor mediante el robo. En su obra Otelo, Shakespeare hace que Yago nos enseñe una buena lección:

Quien me roba la bolsa, me roba una porquería,

una insignificancia, nada; fue mía,

es de el y había sido esclava de otros mil;

pero el que me hurta mi buen nombre,

me arrebata una cosa que no le enriquece

y me deja pobre de verdad.4

El robo de cualquier cosa es indigno de un poseedor del sacerdocio.

No existe deshonestidad moral que armonice con el ejercicio del sacerdocio de Dios. En realidad, el sacerdocio puede ejercerse solamente conforme a los principios de la rectitud(5).

Cuando se ejerce “en cualquier grado de injusticia”, el Espíritu se apartó. No puede ser de otra manera. La persona que es deshonesta sólo se hace trampa a si misma.6

Hay diferentes niveles de decir la verdad. Cuando decimos una mentirilla inocente, gradualmente podemos habituarnos a mentir. Guardar silencio es mejor que engañar. El grado en el que decimos la verdad y nada mas que la verdad depende de nuestra conciencia. David Casstevens, del Dallas Morning News, contó una historia acerca de Frank Szymanski, jugador del equipo de Notre Dame, quien, en la década de 1940, debió comparecer como testigo en un juicio civil en South Bend, Indiana.

“¿Juega usted en el equipo de Notre Dame este año?”, le preguntó el juez.

“Sí, su Señoría”, respondió el jugador.

“¿En que posición?”, inquiririó el juez.

“Soy centro, su Señoría”, contestó el jugador.

“¿Cuan bueno es usted como centro?”, preguntó el juez.

Szymanski se movió un tanto nervioso en su asiento, pero contestó: “Señor, yo soy el mejor centro que Notre Dame haya tenido jamas”.

Su entrenador, Frank Leahy, que se hallaba en la sala, quedó sorprendido. Szymanski siempre había sido modesto y reservado en cuanto a sus aptitudes. Por lo tanto, cuando terminó el proceso, le preguntó cómo era que había hecho tal declaración. Szymanski se sonrojó y le dijo: “Aborrece tener que hacerlo, pero había jurado decir la verdad”.

El verano recién pasado se efectuaron los Juegos Olímpicos en Atlanta, estado de Georgia. Muchos de los atletas se entrenaron la mayor parte de su vida para competir. Una centésima de segundo fue suficiente para determinar quien obtendría una medalla de oro, de plata o de bronce, como así también la posibilidad de ganar verdaderas fortunas en contratos de publicidad comercial.

Se sabe que algunos atletas han hecho trampas al ingerir o inyectarse en el cuerpo substancias químicas ilegales, con el fin de mejorar temporariamente su rendimiento físico. Ya sea en los deportes o en el juego de la vida, es necesario que practiquemos la honradez con nuestro propio esfuerzo y no con ventajas falsas.

Me gustaría relatarles la historia de un magnifico atleta, un jovencito de sublime carácter. Nunca participó en las Olimpiadas, pero su estatura es comparable a la de cualquier campeón olímpico porque fue honesto consigo mismo y con su Dios.

El caso fue relatado de esta manera por el entrenador de enseñanza media; el escribe:

“Hoy efectuamos la prueba de trepar la cuerda. Desde una plataforma trepamos por la cuerda hasta una altura de 5 metros. Mi tarea consiste en entrenar a los jóvenes para que lo hagan en el menor numero de segundos que puedan.

“El récord de la escuela era de 2,1 segundos y se ha mantenido desde hace tres años. Hoy, alguien batió ese récord …

“Durante tres años, Bobby Polacio, un alumno de 14 años de edad, practicó y se esforzó pensando en su sueno de batir el récord.

“En la primera de tres tentativas, Bobby logró igualarlo al escalar la cuerda en 2,1 segundos. En la segunda prueba lo hizo exactarmente en 2,0. ¡Fue todo un récord! Pero cuando descendió y todos sus compañeros me rodearon para verificar lo sucedido con el reloj, algo me dijo que debía hacerle una pregunta a Bobby. Algo en mi mente me hizo dudar de si el realmente había tocado la marca al tope de la cuerda. Si no lo había hecho, la diferencia era tan mínima que sólo Bobby conocía la verdad.

“Al acercarse a mi sin expresión alguna en su rostro, le pregunte: ‘Bobby, ¿tocaste la marca?’ Si su respuesta hubiese sido afirmativa, el récord con el que tanto había sonado desde que era un delgado jovencito del séptimo grado y por el que había trabajado casi todos los días, era suyo. Además, el sabia que yo confiaría en su palabra.

“Mientras sus compañeros celebraban su victoria, aquel humilde jovencito de tez morena sacudió negativamente la cabeza. Y en ese simple gesto suyo, presencie un momento de nobleza …

“… Con un nudo de emoción en la garganta, le dije a la clase: ‘Este joven no ha batido el récord de trepar la cuerda todavía, pero ha establecido uno mas grande aun que espero que todos ustedes se esfuercen por emular. El ha dicho la verdad’.

“Dirigiéndome al joven, le dije: ‘Bobby, estoy orgulloso de ti, porque has establecido un récord que muchos atletas nunca alcanzan. Ahora, en tu ultima tentativa, quiero que saltes un poco mas alto cuando hagas el salto inicial …’

“Después de que los otros jovencitos terminaron su participación y, mientras Bobby se preparaba … para trepar, una extraña calma cubrió el gimnasio. Cincuenta jóvenes y un entrenador observaron emocionados a Bobby Polacio que trepó la cuerda en 0l,9 segundos!

Eso fue el récord de la escuela, el de la ciudad y quizás aun del país, de un joven alumno escolar.

“Cuando sonó la campana y salí de allí… pensé: ‘Bobby … a los 14 años de edad, eres un hombre mejor que yo. Gracias por haberte elevado hoy tan, tan alto”7.

Cada uno de nosotros puede “elevarse” al honrar toda expresión de la verdad. Tal como ha dicho el presidente Gordon B. Hinckley: “Enséñese la verdad por medio del ejemplo y del precepto: que robar es malo, que hacer trampas es incorrecto, que mentir es una deshonra para el que lo haga”8.

Poseer y ejercer el sacerdocio de Dios es una bendición maravillosa. Tenemos el privilegio de participar en la difusión sin precedentes de esta obra sagrada. Estamos viendo el extraordinario progreso de la Iglesia en países donde ni siquiera imaginábamos que seria posible entrar. Hermanos, se que el Señor continuara bendiciéndonos si seguimos siendo honrados, fieles y leales a nosotros mismos y a esta gran causa. El progreso de esta obra es un testimonio de su verdad; aun así, cada uno de nosotros puede obtener su propio testimonio personal por medio del don del Espíritu. Yo poseo ese testimonio, el cual inunda lo mas profundo de mi alma. Que el Señor nos bendiga al proseguir en esta sagrada causa, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. En LeRoy R. Hafen y Ann W. Hafen, Handcarts to Zion (1960), págs. 189-190.

  2. Tal como lo relató Janette Hales Beckham.

  3. 2 Nefi 9:41.

  4. William Shakespeare, Obras completas “Otelo”, Acto 3, escena 3, Aguilar, S. A. de Ediciones, Madrid, 1967, pág. 1491.

  5. D. y C. 121:36.

  6. D. y C. 121:37.

  7. En Stanley Miller and others, comps., Especially for Mormons, 5 volúmenes (1972), 1:185-186.

  8. “Cuatro principios sencillos para ayudar a nuestra familia y a nuestro país”, Liahona, junio de 1996, pág. 7.