1990–1999
“Partícipes De Las Glorias”
Octubre 1996


“Partícipes De Las Glorias”

“Al recibir las bendiciones del sacerdocio, recurrimos al poder y a la gracia de Dios.”

En las praderas de Paraguay se asienta el pequeño poblado de Mistolar, ubicado en un extenso trecho de tierra en una región aislada, cerca del río Pilcomayo. Ahí, en esa pequeña comunidad agrícola, hay una rama de la Iglesia. En junio de 1987, debido a la nieve derretida de los Andes, el río, que era el recurso vital para sus cosechas, fue también la fuente de su destrucción. El río se desbordó no sólo una, sino dos veces, obligando a los santos a buscar otro lugar en donde vivir. Perdieron todo: la capilla, sus hogares, sus huertos y cercos.

Durante un mes, anduvieron con el agua hasta las rodillas, tratando simplemente de sobrevivir.

Al enterarse de tal situación, la Presidencia de Area envió víveres, y el elder Ted E. Brewerton, del Quórum de los Setenta, encabezó un grupo de rescate en una agotadora jornada que duró dos días.

Al llegar ahí, recibieron una cálida bienvenida por parte de las mujeres y los niños, ya que la mayoría de los hombres estaban de cacería o pescando. La gente tenía poca comida y poca ropa para soportar el intenso frío del invierno y, entre los animales que habían sobrevivido, se encontraban tres ovejas, unas cuantas gallinas, una cabra y un perro flaco. Por las noches, las casas provisionales de carrizo y varas les brindaban muy poca protección.

Era obvio que su situación era bastante critica, pero aun así, la gente sonreía; la paz que irradiaban contrastaba fuertemente con sus tristes circunstancias.

¿Cómo podían seguir animados ante tales circunstancias? La respuesta se dio a conocer cuando el elder Brewerton le preguntó al joven presidente de la rama: “¿Tiene algún enfermo entre sus miembros?”

El joven líder del sacerdocio hizo una pausa y dijo: “Creo que no; permítame preguntarles a los demás hermanos”. Unos minutos después, respondió: “Somos treinta y nueve los que poseemos el Sacerdocio de Melquisedec; nosotros velamos por nuestra gente y les bendecimos”.

Esa noche, en la reunión de la rama, una hermana ofreció una oración, una que el elder Brewerton siempre recordara. Ella dijo: “Padre, hemos perdido nuestra hermosa capilla; hemos perdido nuestra ropa; ya no tenemos casas ni materiales con que construir; tenemos que caminar diez kilómetros para tomar agua sucia del río y no tenemos ni siquiera un balde. Pero deseamos expresarte nuestra gratitud por nuestra buena salud, nuestra felicidad y por ser miembros de la Iglesia. Padre, queremos que sepas, que en cualquier circunstancia, seremos firmes, fuertes y fieles a los convenios que hicimos cuando nos bautizamos” (Véase Heidi S. Swinton, Pioneer Spirit, Deseret Book, 1996, págs. 8-11 ) .

Cuando todo a su alrededor se había desvanecido, los santos de Mistolar se aferraron firmemente al poder del sacerdocio y a las bendiciones espirituales que ese poder trae aparejado (véase D. y C. 107:18). Me puedo imaginar a aquella hermana de la Sociedad de Socorro poniéndose de pie para darle gracias, en oración, al Señor por todo lo que tenían. Prácticamente no tenían nada, ni siquiera un balde, pero tenían sus convenios, pertenecían a la Iglesia y se habían entregado a Cristo. Habían sido bendecidos para llegar a ser “participes de las glorias”. En Doctrina y Convenios leemos: “… bendito eres por haber recibido mi convenio sempiterno, si, la plenitud de mi evangelio, enviado a los hijos de los hombres para que tengan vida y lleguen a ser participes de las glorias que serán reveladas en los postreros días” (D. y C. 66:2).

Poseo un firme testimonio del poder del sacerdocio en la vida de todos los miembros de la Iglesia. En Doctrina y Convenios se nos dice también que el Sacerdocio de Melquisedec posee “… las llaves de todas las bendiciones espirituales de la iglesia” (D. y C. 107:18). Se que es el poder y la autoridad de Dios sobre la tierra para bendecir nuestra vida y ayudarnos a relacionar nuestras experiencias terrenales con las eternidades. Al recibir las bendiciones del sacerdocio, recurrimos al poder y a la gracia de Dios.

El presidente Joseph Fielding Smith dijo: “El sacerdocio se nos confiere con dos fines: Primero, para que nosotros mismos recibamos la exaltación y, segundo, para que mediante nuestra ayuda, otras personas obtengan bendiciones similares” (The Way to Perfection, 1932, págs. 221-222).

En la obra de Dios existe el orden. En una de las primeras reuniones de la Sociedad de Socorro efectuada hace 154 años el profeta José Smith les mandó a las hermanas que ayudaran a salvar almas (véase Minutas de la Sociedad de Socorro, 9 de junio de 1842, Archivos de la Iglesia). Nuestro objetivo no ha cambiado. Me parece algo significativo que las hermanas hayan sido organizadas bajo la autoridad del sacerdocio. Nosotras apoyamos al sacerdocio y recibimos apoyo de este mediante su poder. Las hermanas de la Iglesia, al igual que la hermana de Mistolar, valoramos la oportunidad que tenemos de participar plenamente de las bendiciones espirituales del sacerdocio.

Al recibir estas bendiciones, cada uno de nosotros puede recibir dirección y ser bendecido en nuestro progreso eterno. Las ordenanzas, los convenios, los sellamientos y el don del Espíritu Santo son esenciales para la exaltación. Además existe un gran numero de bendiciones individuales del sacerdocio. Las bendiciones del sacerdocio nos brindan dirección, hacen que aspiremos a cosas mejores, nos alientan e inspiran; impulsan nuestra dedicación. Todos podemos ser participes de estas bendiciones espirituales.

El bautismo es una ordenanza sumamente importante del sacerdocio que abre la puerta a la vida eterna para cada uno de nosotros; es el punto de referencia a partir del cual podemos contar nuestras muchas bendiciones, ya que es cuando da comienzo nuestra responsabilidad de seguir a Jesucristo y de vivir Su Evangelio. Entonces, al participar de la Santa Cena cada semana, se nos exhorta “a recordarle siempre” (D. y C. 20:79). Que gran bendición es este recordatorio visual.

Cuando se nos confirma, se abren los cielos y recibimos el don del Espíritu Santo. Las bendiciones del sacerdocio entran en nuestra vida mediante el Espíritu. El Espíritu Santo esta para guiarnos y dirigirnos, para estar con nosotros, para brindarnos la paz, para testificar de la verdad, para testificar de Jesucristo; estas bendiciones espirituales dirigen el curso de nuestra vida. Y la vida de los que nos rodean se enriquece en cuanto a las cosas del Espíritu, ya que las bendiciones se multiplican cuando se comparten.

Cuando colocan las manos sobre mi cabeza para darme una bendición personal del sacerdocio, me siento rodeada por el amor del Salvador. Se que el hermano que esta administrando esa bendición actúa en el nombre del Señor. En Mistolar, treinta y nueve de los hombres poseían el Sacerdocio de Melquisedec y lo emplearon para bendecir a las personas.

Cuando era niña, recibí una bendición que me restauró la salud, lo cual atribuyo al poder del sacerdocio y a la fe de mis creyentes padres. Varios años mas tarde, recuerdo claramente la presión de las manos de mi abuelo sobre mi cabeza, cuando, en calidad de patriarca, me bendijo con una guía para mi vida, una declaración que contenía las promesas que yo recibiría si permanecía fiel.

He descubierto una marcada diferencia en la forma en que desempeño un llamamiento después de que he sido apartada. Algunos llamamientos llevan un sentimiento de asombro total: me pregunto por que me llamaron; que debo hacer; quien podrá ayudarme. Recuerdo la paz que sentí cuando la Primera Presidencia me apartó a mi y a mis consejeras como oficiales generales de la Sociedad de Socorro. La ocasión era formal pero cálida a la vez; se pronuncio mi nombre completo, seguido de callada concentración, dirección personal y sabio consejo.

Sentí ese mismo dulce espíritu cuando mi esposo, Joe, fue ordenado obispo, y otra vez cuando le dio a nuestro hijo mayor, Dave, una bendición de padre antes de que este saliera para el Golfo Pérsico. Entonces nuestro hijo, a su vez, bendijo a su esposa e hijita, lo cual brindó gran consuelo en una época de incertidumbre.

Esta mañana le pedí a mi esposo que me diera una bendición especial para terminar de hacer los preparativos para dirigirme a ustedes. Es difícil expresar lo que sentimos al escuchar las palabras del Señor: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27).

Los dones espirituales son bendiciones del sacerdocio de gran poder, los cuales aumentan nuestra capacidad a medida que los desarrollamos con la ayuda de los cielos. Uno de los dones que considero de gran valor es el don de discernimiento. Cuando el Señor le habló a la mujer en el pozo, El le ofreció “… una fuente de agua que salte para vida eterna”. El pudo discernir las necesidades de ella. Las palabras que le dijo la llenaron de asombro: “Ve llama a tu marido, y ven acá”. Ella respondió: “No tengo marido”, y Jesús dijo: “Bien has dicho …” Y “le dijo la mujer: Señor, me parece que tu eres profeta” Juan 4:14-19).

Muchas mujeres poseen el don del discernimiento. Ellas, que a menudo son bendecidas con el poder de saber y comprender mas allá de su experiencia, hacen uso de ese poder cuando, cada mes, efectúan visitas para enseñar en los hogares y para determinar las necesidades que en ellos existan, bajo la dirección del obispo. Lo utilizamos al cuidar a nuestros hijos y enseñarles el evangelio; por medio del poder de Dios que se nos ha concedido mediante Su Espíritu, discernimos que “… una cosa es necesaria” (Lucas 10:42). Nada de lo que llevemos a cabo es mas importante que la obra de rectitud en nuestros hogares.

El discernimiento es de vital importancia en nuestros tiempos. El presidente Boyd K. Packer ha dicho: “Necesitamos mujeres que tengan el don del discernimiento, que tengan una visión amplia de las tendencias mundanas a fin de detectar aquellas que, aunque generalmente aceptadas, resulten peligrosas” (Liahona, febrero de 1979, pág. 10). Eso es exactamente lo que necesitamos.

El templo es el sitio incomparable en donde se reciben las bendiciones del sacerdocio. En esa sagrada casa, somos investidos a nivel individual, y luego somos sellados juntos en familias por la eternidad. La autoridad del sacerdocio asegura que los convenios que hacemos en el templo perduraran para siempre. Los dones de la exaltación intensifican la relación que existe entre el hombre y la mujer cuando ellos hacen convenios y comparten las bendiciones del templo. Y. cuando asistimos al templo, somos bendecidos con conocimiento de las “… cosas como realmente son, y de las cosas como realmente serán” (Jacob 4:13).

Una presidenta de la Sociedad de Socorro de Ghana comprendía el significado de las “glorias” en lo concerniente al templo. Mientras conversaba con unas personas que visitaban su barrio, ella sacó de su cartera un pequeño papel doblado por la mitad y dijo con reverencia: “Tengo una recomendación para el templo”. Tal vez pasen años antes de que ella tenga los medios económicos para ir al Templo de Londres o al de Johanesburgo, pero ella posee un recordatorio de que es digna y esta dispuesta a hacerlo. Eso es todo lo que el Señor pide (véase Don L. Searle, “Ghana: A Household of Faith”, Ensign, marzo de 1996, pág. 37).

En esta conferencia hemos recibido las enseñanzas de los Profetas, Videntes y Reveladores, y de las Autoridades Generales, quienes poseen el sacerdocio de Dios. Sus mensajes van dirigidos a todos los miembros de la Iglesia. Cuando tengamos “oídos para oír” (véase Mateo 11:5), reconoceremos que el Señor esta diciendo: “… sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38).

Quiero testificar que se que esta Iglesia esta dirigida por un Profeta de Dios, el presidente Gordon B. Hinckley. La administración de la Iglesia, tanto a nivel local como general, es evidencia de la bendición del sacerdocio, porque esta es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y El esta dirigiendo la obra. El Señor ha dicho: “Consuélense, pues, vuestros corazones en lo concerniente a Sión, porque toda carne esta en mis manos; quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios” (D. y C. 101:16).

Los santos de Mistolar conocían a Dios; poseían un testimonio de Su Evangelio; eran participes de las muchas bendiciones espirituales que resultan del poder del sacerdocio, bendiciones que se describen en la sección 84 de Doctrina y Convenios:

“Y también todos los que reciben este sacerdocio, a mi me reciben, dice el Señor;

“porque el que recibe a mis siervos, me recibe a mi;

“y el que me recibe a mi, recibe a mi Padre;

“y el que recibe a mi Padre, recibe el reino de mi Padre …” (D. y C. 84:3538).

Ruego que todos podamos ser “participes de las glorias” en el reino de nuestro Padre. Lo digo en el nombre de Jesucristo, mi Salvador. Amen.