1990–1999
Las Mujeres De La Iglesia
Octubre 1996


Las Mujeres De La Iglesia

“Doy testimonio ante el mundo entero del valor, de la gracia, de la bondad, de la notable capacidad y de las magnificas contribuciones de la mujer.”

La mitad o, posiblemente, mas de la mitad de los miembros adultos de la Iglesia son mujeres, y es a ellas en particular que quisiera hablar esta mañana. Lo hago con la esperanza de que también los hombres presten atención.

Ante todo quisiera decirles a ustedes, hermanas, que de ninguna manera ocupan un segundo lugar en el plan de nuestro Padre para la felicidad eterna y el bienestar de Sus hijos, sino que constituyen una parte absolutamente esencial de ese plan.

Sin ustedes el plan no podría funcionar. Sin ustedes la totalidad del programa se vería truncado. Como lo he dicho antes desde este púlpito, cuando se verificó el proceso de la Creación, Jehová, el Creador, bajo la guía de Su Padre, primeramente separó la luz de las tinieblas, y después separó la tierra de las aguas. Entonces creó todo genero de vegetación, seguido por la creación de los animales. Después fue creado el hombre y, para culminar ese acto de divinidad, como coronación, creo Dios a la mujer.

Cada una de ustedes es una hija de Dios, herederas de un legado divino, posición que no tienen la necesidad de defender.

Al viajar por diferentes partes del mundo, me entrevistan representantes de los medios de comunicación. Sin excepción me preguntan sobre el lugar que ocupa la mujer en la Iglesia, y lo hacen en un tono casi acusatorio, como si nosotros denigraramos o rebajáramos a las mujeres. También sin excepción yo les respondo que no se de ninguna otra organización en todo el mundo que conceda a la mujer tantas oportunidades para desarrollarse, para asociarse con otras personas, para realizar grandes actos en beneficio de los demás, ni para ocupar cargos de liderazgo y de responsabilidad.

Habría deseado que esos reporteros hubieran estado en el Tabernáculo el sábado de la semana pasada con motivo de la reunión general de la Sociedad de Socorro. Fue motivo de enorme inspiración observar los rostros de las muchísimas hijas de Dios allí reunidas, mujeres de fe y gran capacidad, mujeres que conocen el significado de la vida y que entienden la naturaleza divina de su creación. Cómo habría querido que esos reporteros hubieran escuchado el magnífico coro femenino integrado por las jóvenes alumnas de la Universidad Brigham Young, quienes nos conmovieron con la hermosura de sus voces. Cómo habría deseado que escucharan los conmovedores mensajes de la presidencia general de la Sociedad de Socorro, al referirse cada una de ellas a un aspecto del tema: la fe, la esperanza y la caridad.

¡Que mujeres tan capaces! Se expresan con poder, con convicción y con gran persuasión. El presidente Faust puso broche final a la reunión con un extraordinario discurso.

Si esos reporteros que están siempre tan prestos a hacer la pregunta hubieran estado presentes en esa vasta congregación, habrían comprendido, aun sin hacer preguntas adicionales, que las mujeres de la Iglesia son poseedoras de gran fortaleza y capacidad. En ellas hay liderazgo y dirección, un cierto espíritu de independencia, y al mismo tiempo una notoria satisfacción al sentirse parte de este, el reino del Señor, y al trabajar hombro a hombro con el sacerdocio para hacerlo avanzar.

Muchas de ustedes presentes hoy aquí estaban en esa reunión. Hoy están acompañadas de sus esposos, hombres a quienes ustedes aman, honran y respetan, quienes, a su vez, las aman, las honran y las respetan a ustedes. Ustedes saben cuan afortunadas son por estar casadas con un buen hombre que es su compañero en esta vida y lo seguirá siendo por la eternidad. Juntos, al haber servido en muchas funciones, al haber criado a una familia y al haber sido sus proveedores, se han enfrentado a una variedad de tormentas, de las cuales han salido airosos. La mayoría de ustedes son madres, y muchas son abuelas y aun bisabuelas y han transitado los senderos a veces escabrosos, a veces gozosos, de la maternidad. Han caminado de la mano con Dios en el gran proceso de traer hijos al mundo para que pudieran vivir en este estado, en su camino hacia la inmortalidad y la vida eterna. No ha sido fácil criar una familia. La mayoría de ustedes ha tenido que sacrificarse, economizar y trabajar día y noche. Al pensar en ustedes y en las circunstancias que les ha tocado vivir, recuerdo las palabras de Ann Campbell, quien, mientras observaba a sus hijos, escribió:

Ustedes son el viaje que yo no hice;

y son las joyas que comprar no puedo.

Ustedes son mi lago azul italiano;

y son mi pedazo de cielo extranjero.

Hermanas, dondequiera que ustedes vivan, son las verdaderas arquitectas de su nación, porque han edificado hogares fuertes, donde hay paz y seguridad, que constituyen la fortaleza misma de toda patria.

Lamentablemente, es posible que algunas de ustedes estén casadas con hombres abusadores. Algunos de ellos aparentan ser muy buenos ante el mundo durante el día. pero al llegar a la casa por la noche se quitan la coraza del auto control y ante la mas insignificante provocación se dejan arrastrar por el desenfreno.

Ningún hombre que actúa de manera tan malvada e impropia es digno del sacerdocio de Dios. Ningún hombre tan ruin es digno de los privilegios de la Casa del Señor. Lamento que haya algunos hombres que no sean merecedores del amor de su esposa y de sus hijos. Hay hijos que temen a su padre y mujeres que tienen miedo de su esposo. Si hubiere hombres tales entre quienes me escuchan, como siervo del Señor los amonestó y los llamo al arrepentimiento. Tengan disciplina; controlen su temperamento. La mayoría de las cosas crueles enceguecen son de muy poca importancia, mas cuan terrible el precio a pagar por ese enojo. Pidan al Señor que les perdone. Pidan a su esposa que les perdone y pidan perdón a sus hijos.

Hay entre nosotros muchas mujeres que son solteras. Por lo general, no se trata de un estado civil que ellas hayan elegido. Algunas nunca han tenido la oportunidad de casarse con el hombre con el cual quisieran pasar la eternidad.

A ustedes, hermanas solteras que desean casarse, reitero lo que dije recientemente en este Tabernáculo, en una reunión para miembros solteros: “No pierdan la esperanza, y no dejen de buscar un buen marido, pero eso si, no estén obsesionadas con ello. Casi con toda seguridad si se olvidan del asunto y se entregan a otras actividades, las posibilidades aumentaran en gran manera.

“Creo que para la mayoría de las personas, el mejor remedio para la soledad es el trabajo y el prestar servicio al prójimo. De ninguna manera resto importancia a sus problemas, pero tampoco vacilo en decirles que hay muchas otras personas cuyos problemas son mucho mas serios que los de ustedes. Encuentren maneras de dar servicio a esas personas, de ayudarlas y de animarlas. Hay muchos niños que fracasan en los estudios por falta de un poco de atención y de estimulo personales. Son tantos los ancianos que viven en la desdicha, la soledad y el temor, a quienes una simple visita les traería algo de esperanza y de felicidad”.

Entre las mujeres de la Iglesia se encuentran muchas que han perdido a su marido como resultado del abandono, del divorcio o de la muerte. Grande es nuestra obligación para con ustedes. Como lo declaran las Escrituras: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1:27).

Recibí una carta de una hermana que se considera afortunada, y por cierto que lo es. Dice así:

“A pesar de haber estado criando a mis cuatro hijos sin el apoyo de un marido, … no estoy sola, ya que cuento con la ayuda y el sostén de la maravillosa familia del barrio que nos ha dado apoyo.

“Mi presidenta de la Sociedad de Socorro me ha brindado todo su apoyo en los momentos mas difíciles, animándome a crecer espiritualmente, a orar y a ir al templo en forma regular.

“Nuestro obispo ha sido generoso al ayudarnos con alimentos y ropa, y ha brindado ayuda para que dos de mis hijos fueran de campamento con los demás jovencitos. Nos ha entrevistado a todos nosotros, y nos ha dado, a cada uno de nosotros, bendiciones y animo. Me ayudó a administrar el dinero y a hacer todo lo que estuviera a mi alcance por ayudar a mi familia.

“Nuestros maestros orientadores nos visitan regularmente y hasta les dieron bendiciones a los chicos al empezar el nuevo año escolar.

“Nuestro presidente de estaca y sus consejeros en forma regular se mantienen en contacto con nosotros, tomando el tiempo para hablar con nosotros en la Iglesia, para llamarnos por teléfono o para visitarnos en nuestro hogar.

“Esta Iglesia es verdadera, y mis hijos y yo somos prueba viviente del amor que Dios nos tiene y de que los miembros de un barrio pueden efectuar un cambio para bien en la vida de otras personas.

“Nuestros lideres del sacerdocio han sido vitales en mantener a mis hijos activos en la Iglesia y en el programa Scout. [Uno] de ellos ha alcanzado el rango de Scout Águila [el rango mas alto en el programa Scout de los Estados Unidos] y recibirá su cuarto reconocimiento adicional esta semana; [otro] es Scout Águila con tres reconocimientos adicionales. Y [el tercero] acaba de presentar esta semana los papeles para ser avanzado a ese rango y al mas pequeño le encantan las actividades con los Lobatos.

“Siempre se nos recibe con afecto y calidez. La actitud cristiana de nuestra estaca y nuestro barrio nos ha ayudado a hacer frente a pruebas difíciles de imaginar.

“La vida ha sido dura … pero nos hemos vestido de toda la armadura de Dios al arrodillarnos en oración familiar todos los días, para pedir ayuda y guía y para dar gracias por las bendiciones que hemos recibido. Ruego a diario por la compañía constante del Espíritu Santo para que me guíe mientras tengo bajo mi cuidado a mis hijos, a fin de influir en ellos para que un día sean misioneros y para que se mantengan fieles al Evangelio y al sacerdocio que poseen.

“Me enorgullece decir que soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Se que es verdadera y apoyo a mis lideres. Las cosas nos van bien, y agradecemos a todos su amor, SUS oraciones y su interés”.

¡Que hermosa carta! Ella dice mucho de la forma en que funciona y debe funcionar esta Iglesia en todo el mundo. Espero que toda mujer que se encuentre en circunstancias similares a las que vive la hermana que escribió esta carta este igualmente bendecida con un obispo comprensivo y servicial, con una presidenta de la Sociedad de Socorro que sepa como ayudarla, con maestros orientadores que conozcan sus deberes y cumplan con ellos, y con miembros del barrio que sepan como dar una mano sin entrometerse.

Nunca he conocido en persona a esta hermana cuya carta he leído. Por encima de la actitud tan positiva que refleja, estoy seguro de que ha pasado por muchas vicisitudes, por muchos momentos de soledad y a veces de temor. Veo que trabaja para satisfacer sus propias necesidades y las de sus hijos adolescentes. Es de pensar que sus ingresos son insuficientes ya que indica que el obispo los ha ayudado con alimentos y con ropa.

Hace algunos años el presidente Benson dio un mensaje a las mujeres de la Iglesia, instándolas a dejar sus empleos para dar mas atención a los hijos. Yo apoyo esa posición.

Sin embargo, reconozco, al igual que el lo reconoció, que hay mujeres (de hecho, las hay muchas) que tienen que trabajar para atender las necesidades de su familia. A ustedes les digo: Hagan lo mejor que puedan. Confío en que si están trabajando durante jornadas enteras, lo estén haciendo para cumplir con las responsabilidades básicas del hogar y no para darse gustos y hasta lujos materiales. El deber mayor de toda mujer es el de amar a sus hijos, enseñarles, animarlos y guiarlos hacia la rectitud y la verdad. No hay ninguna otra persona que pueda sustituirla adecuadamente.

Es casi imposible ser una ama de casa todo el día y al mismo tiempo trabajar fuera de la casa jornadas enteras. Me consta que muchas de ustedes se enfrentan con decisiones difíciles en cuanto a esto. Les repito, hagan lo mejor que puedan. Ustedes conocen sus circunstancias y se que e s tan profundamente interesadas en el bienestar de sus hijos. Cada una de ustedes tiene un obispo que las aconsejara y las ayudara. Si sienten la necesidad de hablar con una mujer comprensiva, no vacilen en ponerse en contacto con su presidenta de la Sociedad de Socorro.

A las madres de esta Iglesia, a toda madre que me este escuchando hoy, quiero decirles que a medida que pasen los años se sentirán cada vez mas satisfechas con lo que hayan hecho por encaminar la vida de sus hijos en la dirección de la rectitud, la bondad, la integridad y la fe. Hay mas posibilidades de que eso suceda si les dedican el tiempo debido.

A quienes tienen que criar hijos solas, les aseguro que hay muchas manos prestas a ayudarles. El Señor las tiene presentes, y también Su Iglesia.

Que el Señor las bendiga, mis queridas hermanas que se enfrentan al desafío de la maternidad sin el apoyo de un marido. Ruego que tengan la salud, la energía y la vitalidad que les permita llevar ese peso sobre sus hombros. Ruego que se vean rodeadas de amigos y de personas dispuestos a apoyarlas en momentos difíciles. Ustedes entienden el poder de la oración como muy pocas personas lo entienden. Muchas de ustedes pasan mucho tiempo de rodillas, con lágrimas en el rostro, conversando con nuestro Padre Celestial. Sepan que también nosotros oramos por ustedes.

Además de todo lo que tienen que hacer, también se les pide que presten servicio en la Iglesia. Pero sepan que su obispo nunca les pedirá que hagan nada que ustedes no tengan la capacidad de hacer. Y al servir, una nueva dimensión se agregara a sus vidas; forjaran nuevas amistades que les servirán de aliciente, crecerán en conocimiento, comprensión y sabiduría, y aumentara su capacidad para servir y alcanzar sus metas. Llegaran a ser mejores madres como resultado del servicio que presten en la obra del Señor.

Y ahora, para terminar, quisiera decirles algo a las hermanas mayores, muchas de las cuales son viudas. Ustedes son un gran tesoro. Han pasado por las tempestades de la vida y han sorteado los obstáculos que ahora se interponen en el camino de sus hermanas menores. Son experimentadas en sabiduría, en comprensión, en compasión, en amor y en servicio.

Hay un cierto brillo de belleza reflejado en sus rostros; esa belleza que viene de la paz interior. Es posible que todavía haya pruebas, pero cuentan con la sabiduría que viene con los años para enfrentarlas. Padecen problemas de salud, pero tienen la calma que los hace mas llevaderos. Los recuerdos tristes ya han sido, en su mayoría, olvidados, mientras que los buenos recuerdos llenan sus vidas de dulzura y de satisfacción.

Han aprendido a amar las Escrituras y las leen regularmente. Sus oraciones son mayormente palabras de gratitud y para quienes las rodean no tienen mas que expresiones de bondad. La amistad que brindan se convierte en un fuerte soporte contra el cual los demás pueden apoyarse.

Que magnifico tesoro son las mujeres de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Aman a esta Iglesia, aceptan su doctrina, honran su lugar en la organización y dotan de belleza, fortaleza y luz radiante a sus congregaciones. Cuan agradecidos les estamos. Cuanto les amamos, les respetamos y honramos.

Yo rindo un sincero homenaje a mi amada compañera. En poco tiempo ya habrán transcurrido 60 años desde que salimos del Templo de Salt Lake como marido y mujer con un gran amor el uno por el otro. Ese amor se ha visto fortalecido a lo largo de todos estos años. Por cierto que hemos tenido muchos problemas durante el tiempo que hemos pasado como matrimonio, pero de alguna manera, con la bendición del Señor, los hemos superado.

Físicamente resulta cada vez mas difícil mantenernos erguidos como solíamos hacerlo en nuestra juventud. Pero no importa, porque aun nos tenemos el uno al otro, aun estamos juntos, aunque un poco mas encorvados. Y cuando llegue el momento de la separación, habrá mucha pena, pero también existirá el consuelo que vendrá como consecuencia de la certeza de que ella es mía y yo soy de ella por la eternidad que nos aguarda.

De manera que, mis queridas hermanas, por favor sepan cuanto las apreciamos. Hacen que para nosotros la vida sea mas completa. Tienen una gran fortaleza. Con dignidad y tremenda capacidad, llevan adelante los programas notables de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres Jóvenes y de la Primaria. Enseñan clases de la Escuela Dominical. Caminamos junto a ustedes como compañeros y hermanos y lo hacemos con respeto, con amor y con gran admiración. Fue el Señor quien determinó que los hombres de la Iglesia fueran poseedores del sacerdocio. Y fue también El quien les dio a las mujeres la capacidad de complementar esta maravillosa organización, que es la Iglesia y el Reino de Dios. Doy testimonio ante el mundo entero del valor, de la gracia, de la bondad, de la notable capacidad y de las magnificas contribuciones de la mujer, pidiendo sobre ustedes las bendiciones de los cielos, en el nombre de Jesucristo. Amén.